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La clienta y la pareja de sumisos
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Marta, treinta y seis años, metro ochenta de estatura, pelo oscuro y liso que cae hasta la altura de los hombros, pechos firmes, culo generoso y respingón; llevaba puesto un traje de cuero negro que se ajustaba a su cuerpo moldeando su figura de manera sexy. Sus labios, de vez en cuando, dibujaban una sonrisa que en modo alguno lograba dulcificar su fuerte y dominante personalidad.

Aquella tarde, en el coqueto y moderno piso de su propiedad, se encontraba su compañera de juegos. Laura, que así se llamaba la chica, tenía 24 años, no llegaba al metro sesenta de altura y era de constitución delgada. Pelo corto de color castaño que dejaba a la vista un bonito cuello, mirada entre risueña e inocente, labios pintados de rojo, pechos pequeños y culito apretado. Llevaba puestos pantalones de tela holgados y una camiseta de tirantes que le quedaba grande.

– Hoy tendremos compañía. – dijo Marta a su invitada.

Laura se ruborizó. La idea de compartir intimidades con una tercera persona la preocupaba y excitaba a partes iguales.

Marta sonrió durante un breve instante y decidió dar un dato más.

– Es un hombre maduro.

– Un hombre. – repitió Laura como hablando para si misma.

– Un tipo al que tengo cogido por las pelotas. – aclaró la mujer.

******************

El día anterior había amanecido lleno de nubes y desde primera hora las gotas de agua golpeaban los cristales de la oficina deslizandose por la ventana en cortas carreras que dejaban estelas a su paso.

Juan, cuarenta y siete años, metro setenta y ocho, miraba la pantalla del ordenador. Vestía traje y corbata y usaba gafas. Por pereza, más que por estética, había dejado crecer barba de una semana en la que destacaban algunos pelillos blancos. Los pelos no le importaban, de hecho el vello cubría gran parte de su cuerpo. Corría un par de días por semana, lo que le ayudaba a mantener cierto tono físico y tener controlada la barriguita. El trasero era otro tema, había perdido cierta firmeza con los años, pero se disimulaba bien.

– Ya esta otra vez esta pesada dando por culo. – dijo entre dientes mientras leía el email que acababa de recibir.

La verdad es que la clienta a la que hacía referencia no estaba nada mal. Había cotilleado sus fotos públicas de Facebook donde se la veía en la playa, tumbada sobre la toalla en una pose de lo más sensual. Daban ganas de besarla. Beso que a buen seguro, hubiera provocado una airada reacción. Esa mujer tenía pinta de tenerlos bien puestos.

"Me da igual lo buena que esté. En este momento la ponía sobre mis rodillas y le calentaba el culo hasta que me pidiera disculpas. La voy a contestar con lo que pienso de ella." pensó el empleado furioso.

Juan pulsó el botón de respuesta individual y empezó a escribir un mensaje lleno de palabras contundentes. Lo leyó y dándose cuenta de que no podía enviar eso, comenzó a borrarlo.

– Juan. – Le llamó una compañera distrayéndole.

El aludido levantó la cabeza y luego tratando rápidamente de ocultar el mensaje que estaba eliminando pulsó la tecla equivocada y lo envió. Por un momento no supo como reaccionar, luego, con la velocidad que solo da la desesperación, buscó la bandeja de salida. Era tarde, el email ya estaba en el buzón de su "enemiga". De repente empezaron a sudarle las manos, su pulso se aceleró y un nudo atenazó su estómago.

– Juan, ¿te ocurre algo? – insistió su interlocutora.

– Estoy bien. Voy a salir 5 minutos a que me de el aire.

El teléfono sonó en aquel momento y el trabajador tuvo un mal presentimiento.

– Dígame. – contestó con inseguridad.

– Hola, soy Marta y acabo de recibir tu email… Tenemos que hablar… Te espero mañana en mi casa, esta es mi dirección toma nota.

– Vale. – contestó Juan tragando saliva.

Luego fue al baño, tiró de la cadena y aprovechó el ruido del agua para tirarse un par de pedos. Su cuerpo era un manojo de nervios pero al menos, por el momento, evitaría que el agujero del ano le jugase una mala pasada enfrente de sus compañeros de trabajo.

*****************

A las ocho en punto del día siguiente al desliz el timbre de la puerta sonó.

– Ya está aquí, vete a la habitación luego hago las presentaciones. – dijo Marta dirigiéndose a su "amiguita".

– Buenas tardes. – saludo Juan cuando se abrió la puerta.

El invitado llevaba puesto el traje de corbata del trabajo, solo le había dado tiempo a echarse unas gotas de colonia en cuello y muñecas. El erótico atuendo de Marta no paso desapercibido, el cuero realzaba las tetas de aquella mujer. Juan miró a su alrededor tratando de escapar al efecto hipnótico de aquel cuerpo lleno de curvas. La decoración del salón era moderna, sencilla, de líneas rectas. Había un sillón de tres plazas de color crema lleno de cojines de flores frente a una mesita de madera.

Marta le contempló sin disimulo de abajo a arriba y acercando sus labios al oído de su víctima dijo en un susurro al tiempo que le daba un azote.

– Bonito culete –

Juan olió el perfume de la anfitriona, se ruborizó y notó que el pene empezaba a crecer bajo sus pantalones de vestir.

– Al principio pensé en compartir tu email con mi jefe, pero pensé, ¿por qué no dar una oportunidad a este hombre?

– Eres muy amable. – dijo el aludido con sarcasmo.

Marta le miró y replicó con frialdad.

– La bondad tiene un precio, aun estoy a tiempo de compartir tus palabras con mi jefe.

Aquella mujer estaba chantajeándole. En una pelí el hubiese respondido con dignidad y valentía, inquebrantable ante la coacción. Pero en lugar de eso se rindió.

– No hace falta, haré lo que me digas.

Marta sonrió saboreando la victoria.

– Ven, tengo alguien a quien presentarte.

****************

Minutos después las dos mujeres y el invitado estaban de vuelta en el salón charlando de manera informal.

– Bueno, ya basta de chachara. Vamos a ponerte a tono. ¡Quítate los pantalones y la camisa!

Juan obedeció quedándose en ropa interior.

Laura y Marta se sentaron en el sillón y esta última tomo de nuevo la palabra.

– Ve al baño y abre el cajón del mueble que hay bajo el lavabo. Allí encontrarás un cepillo de madera y unas pinzas pequeñas, traelas.

Unos segundos después el varón entregó los dos utensilios a la mujer y se quedó de pie aguardando órdenes.

– Acércate. Eso es, ahora túmbate boca abajo sobre nuestros muslos.

Juan, lleno de vergüenza, se encaramó al sillón colocándose en la posición indicada. Su trasero quedaba a la altura de Marta y su cabeza reposaba en el regazo de Laura.

– ¿Estás cómodo?… Pues no debieras estarlo, porque vamos a castigarte.

– ¿Miramos que hay aquí debajo? – añadió la mujer enfundada en cuero dirigiéndose a su compañera.

Laura asintió. Tenía curiosidad.

Marta deslizó los pulgares bajo los calzoncillos y tiró de la prenda desnudando el culo de su proveedor.

– Hala, cuanto pelito sale de la raja. ¿qué te parece Laura, depilamos?- dijo cogiendo las pinzas.

Juan contrajo el culete de manera involuntaria.

– Auff. – se quejó cuando arrancaron de raíz el primer pelo de su culo.

Luego le quitaron cinco más.

– ¿Quieres probar? – dijo Marta entregando las pinzas a Laura.

La joven enganchó un pelo especialmente grueso y de un tirón lo sacó.

Un rato después la anfitriona revisó el pandero acariciándolo.

– Ahora es más suave, aunque creo que le falta color. Vamos, si te parece, a calentar el culo. Has sido un chico malo y te mereces un correctivo.

Y sin mediar más palabras, cogiendo el cepillo, comenzó a azotar el trasero del hombre con fuerza hasta que este adquirió un tono rojo brillante.

– Puedes levantarte.

Juan se incorporó, se subió los calzoncillos y comenzó a frotarse las nalgas. Escocían lo suyo.

– Tu turno. – dijo Marta dirigiéndose a Laura.

– Pero… Aquí enfrente de…

– Vamos, no seas tímida, bájate los pantalones y las braguitas.

– Pero…

– Nada de peros, ¿quieres que vaya a por la vara?, obedece ahora mismo o será peor.

Laura, resignada a su suerte, se bajó los pantalones y las bragas dejando su culito a la vista.

– Sobre mi regazo. Juan, ven aquí y siéntate si puedes, usa un cojín si eso.

El hombre tomo asiento en el sofa, el trasero le escocía.

– Eso es, sujeta a Laura así, por el tronco.

Juan sujetó a la chica notando en sus brazos el cuerpo cálido.

Laura comenzó con las nalgadas inmediatamente haciendo danzar las posaderas de su "amiga".

– Bueno, ya tenemos dos culitos colorados. Quitaos toda la ropa, venid aquí y enseñadme el trasero, eso es, poneros juntos para que pueda compararlos.

– Ya podéis daros la vuelta.

Laura y Juan se giraron tapando sus partes íntimas con las manos.

– Vaya, vaya. No me digáis que os da vergüenza. Juan, aparta esas manos, queremos ver como va esa erección. Uh, todavía falta un poco. Laura, déjanos verte el coño, eso es. A ver si se le empina a este hombre. ¿Te gusta Laura? ¿te gustaría metérsela?

La joven se puso roja mientras su amiga soltaba una risotada.

– Esta bien. Juan, acércate. ¿Te gustaría verme las tetas?

Juan no sabía muy bien que responder, pero un movimiento de su pene que no paso desapercibido para Marta le delató. La chica se quitó el traje quedándose en tanga y mostrando sus pechos y sus pezones erectos. El hombre no esperó por una invitación escrita y literalmente se abalanzó sobre la mujer y empezó a chuparle el pezón. La mujer madura, bajando la guardia un instante, gimió de placer y agarró el falo de su invitado. Luego, recuperándose, le apartó y le propino una sonora bofetada.

– ¿Cómo te atreves? – bramó

Juan, a pesar de la sorpresa, con la mejilla colorada, sonrió de forma estúpida. No le importaban las tortas mientras que tuviesen como recompensa el poder lamerle los melones a esa semi diosa.

– ¿Y tú que miras? – dijo Marta dirigiéndose a la otra mujer.

– Soy vuestra dómina y estáis aquí para obedecer. ¿Esta claro?

– Laura, inclínate sobre esa mesa. Eso es. Juan ponte un preservativo y fóllatela.

Los dos sumisos obedecieron.

El hombre insertó el miembro en la vagina de la joven tomándola por detrás y envistió metiéndosela hasta el fondo. Laura tembló de placer y Marta poniéndose frente a ella le comió la boca. Juan cogió ritmo y el característico ruido de los huevos chocando contra las nalgas inundó la habitación.

Un minuto después, el hombre sacó su pene e impregnó los glúteos y muslos de Laura con semen. A continuación, siguiendo órdenes, la veinteañera metió la lengua en la raja de su compañero de juegos y comenzó a lamerle el ano mientras Marta, a su vez, acercó su culo a la cara de Juan ordenándole que le besase el ojete.

En un momento dado la anfitriona dejó escapar una ruidosa ventosidad. El gas se coló por la boca y las fosas nasales del invitado haciéndole toser.

Laura arrugó la nariz poniendo mala cara.

Marta se enfadó y le ordenó que fuese en busca de la vara. Con una cuerda le ató las muñecas e hizo que se tumbase en el sillón amarrándola al mismo.

– Juan, siéntate sobre sus piernas y asegurate de que no se mueva o recibirás golpes extra en tu turno.

– ¿Mi turno?

– Sí, tu turno, o pensabas que todo iba a ser sexo y diversión.

La muchacha recibió veinte latigazos en el trasero.

Luego le tocó a Juan. Su culo recibió la veintena de golpes con la vara y otros tantos con un cinturón de cuero. Las lágrimas caían por sus ojos y los glúteos le ardían cuando acabó el estricto correctivo.

La tarde avanzó encontrándose con la noche.

Los juegos eróticos y de dominación se sucedían.

Vergas de goma, inserciones anales, bofetadas y latigazos en la espalda se intercalaban con caricias, besos y sexo, mucho sexo.

Fin

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