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La felicidad de mi exesposa
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Tiempo de lectura: 4 minutos

En una más de las reuniones con mi amigo Cornelio, cuando sólo quedamos él y yo, después que los demás compañeros se retiraron y yo me disponía a hacer lo mismo, Cornelio me pidió amablemente que me quedara un poco más.

–Espérate un poco, vamos a terminarnos el tequila –dijo él moviendo un poco la botella para constatar que aún quedaba una buena porción en ella–. Quiero contarte un poco más de mi relación con Stella.

–Bueno, te escucho… –le dije extendiendo mi vaso para que me sirviera un trago más, y recordé que unas semanas antes me había contado por qué se divorció de ella.

–Stella siguió teniendo relaciones con Carlos, el que te conté que los vi cogiendo cuando me oculté en el closet el día de una reunión en casa, y con otros más. Le insistí que fuese más discreta pues de lo contrario tendríamos que divorciarnos.

–¿Ni ante esa opción de discreción, aceptó contenerse?

–No, ¡qué va! Parecía que le había dicho lo contrario. El último caso fue con Guillermo, se lo cogía en mi estudio o en mi recámara, dejando a los niños frente al televisor para que no los molestaran. No aguanté más, me enojé y salí de la casa, advirtiéndole que iniciaría los trámites de divorcio.

–Según supe, ante eso, te pidió perdón y acató tu decisión de ser discreta –aclaré.

–Antes de eso, al día siguiente llegué temprano a la casa y la encontré con Guillermo en la cama, él había dormido allí. Tuvimos una pelea, llegué hasta las manos con él quien trataba de decirme que yo ya no vivía allí y quién sabe cuántas cosas más. El caso es que ambos salimos de la casa y nos fuimos lejos a discutir.

–¿Discutir qué?, él tenía razón, tú ya no vivías allí –señalé.

–Cierto, pero aún no nos divorciábamos –aclaró–. Después volví a casa y le dije que pusiera las condiciones para que el abogado tramitara el divorcio. Ella lloró y dijo que no se quería separar de mí.

–¡Ah, allí fue cuando te pidió perdón! –expresé al entender el momento.

–Sí, fue cuando me pidió perdón. La notaba sincera y le puse dos condiciones: que en la casa sólo cogiera conmigo y que ya no viera a Guillermo, quien era el amante que la tenía enloquecida en ese momento. Ella las aceptó, pero no en realidad me estaba mintiendo pues en la tarde, ya había roto ambas condiciones. Ella estaba sólo en una bata semitransparente que dejaba ver que no tenía ropa interior, la cama revuelta y con muchos vellos: castaños de Guillermo y negros de ella. Además, se respiraba un penetrante olor a sexo: semen y flujo.

–Sí, te mintió hipócritamente… –dije viendo la cara de amargura que puso Cornelio.

–Sí, había mentido, pero no sé si hipócritamente. Stella estaba pálida por la situación de haber llegado justo cuando Guillermo se había retirado. “¿Ves que no fue cierto lo que prometiste?”, le reclamé. “Perdóname, no pude evitarlo, le explicaba que ya no nos veríamos, y acepté darle un beso de despedida”, dijo bajando la vista, pero después de esto ella acepto que lo mejor era el divorcio.

–Menos mal, Stella ya estaba convencida de que nunca podría cumplirte su palabra… –declaré– ¿Qué más dijeron?

–Nada, la abracé y yo también le di un “beso” de despedida, es decir me la cogí muy rico, me resbalé en el semen que tenía, revolví el atole y luego me puse en un 69 a tomarlo mientras ella me limpiaba el falo –explicó disfrutando el recuerdo–. Al domingo siguiente, cuando llegué en la mañana, la encontré acostada y de su vagina escurría semen, ¡igual que la tarde anterior!

–¡Anda…! ¿Y qué hiciste? –pregunté muy intrigado.

–Sentí enojo y le reclamé “¡Mi Nena, escurres semen!”, pero a la vez se me antojó. “Es el producto de mi relación amorosa con mis parejas”, dijo cachondamente, abriendo más las piernas. Se veía hermosa y se me antojó. “Pues te daré más de ese producto mientras te mamo las chiches al cogerte, putita” le dije mientras me desnudaba. “Primero chúpame la pepa y, con ese sabor, me das un beso al penetrarme” exigió cínicamente, y la chupé. “¿Otra vez Guillermo?” pregunté mientras la lamía. “Guillermo me hizo el amor al levantarse y se fue, después llegó Carlos, quien pasó a saludarme e invitarme a una reunión familiar, e hizo lo propio cuando me negué a ir. Ahora llegas tú a querer hacerme lo mismo”, explicó. “¿No te gusta…?”, pregunté y seguí chupándola. “Sí me gusta con ustedes y otros, y quiero que también me chupes la panocha después de que te vengas y hayas revuelto el semen de los tres para que en un 69 saboreemos la mezcla de amor”, me precisó.

–¡Sí que te estaba usando como quería! –exclamé.

–También me gustó usarla bien cogida. En ese momento entendí claramente que Stella merecía ser feliz a su manera y, ya divorciados, yo podría seguir cogiéndomela muy rico, como me disponía a hacerlo en ese momento. “Te cojo, me vengo, revuelvo el atole y te chupo en un 69”, dije repitiendo sus instrucciones cuando le puse mi verga en la entrada. Al terminar de darle el beso que me había pedido, con el sabor de sus amantes, la penetré y me moví exclamando “¡Te amo puta, mi Nena!” y ella contestó “Yo también te amo Corn…udo, mi amor”, apretándome una nalga y poniéndome una de sus ricas chichotas en mi boca. ¡Me vacié todo! Descansamos un rato ensartados.

–¡Uf, qué delicia…! –grité, apretándome la verga sobre la humedad notoria de mi pantalón, fijándome que mi amigo estaba en trance y con los ojos cerrados, como si volviera a sentirse dentro de su exesposa.

–“¡Qué ricos orgasmos! ¡Me dejaste llenita y satisfecha!”, dijo Stella exultantemente. Al separarnos, Stella se acomodó y pidió “Ahora hagamos el 69…”. Acerqué mi cara a su vagina que hedía al olor de una puta muy usada y abrí la boca para degustar el mismo sabor que ella paladeaba de mi verga…

–Pues no te trata mal… –expresé.

–No, ¡claro!, y supongo que a los otros los disfruta de la misma manera, me gusta que sea muy puta. Me gusta más así que como cuando era mi esposa –dijo Cornelio mostrando vacía la botella de tequila, dando con ello su beneplácito para retirarme.

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