Distaba mucho la imagen de Marta ahora de la de hacía apenas cinco horas. A las doce de la mañana su actitud altiva de mujer poderosa acaparaba la atenta mirada de los presentes en aquella sala número 3 del juzgado. Había elegido un discreto conjunto de falda de tubo gris perla con una camisa de Chanel blanca de seda.
Aquella ropa realzaba su esbelta figura, más aún sobre los diez centímetros de tacón de sus sandalias de Blanik. Su melena recogida en una cola permitía ver su delicada belleza. Las gafas le daban un aire de inteligencia interesante. Sus pómulos, apenas maquillados, tan solo se insinuaban. No así sus carnosos labios pintados de rojo sangre, en lo que era su única concesión estética a su ego. En su faceta profesional, Marta, no se permitía alardes de frivolidad.
A pesar de ejercer el turno de oficio, su alegato defensor a favor de aquel joven serbio, acusado de agredir violentamente a un joven a la puerta de una discoteca donde ejercía de “gorila”, fue un rotundo éxito. El tipo había salido absuelto.
Cinco horas después, y sin lograr comprender muy bien cómo, se encontraba en casa de su defendido. Un auténtico cuchitril de apenas 40 metros cuadrados, compuesto por un salón con cocina americana, un baño y un dormitorio.
No pudo negarle la invitación a almorzar que Pedja, el presunto delincuente, le ofreció. Aunque fuera en un McDonald, lo único que éste se podía permitir. A pesar que sabía que aquello no era una buena idea, su lado más salvaje siempre la empujaba hacia el límite. Y se había sentido atraída por su cliente desde el mismo día que fue asignada para defenderlo.
El tipo se ganaba la vida como portero de discoteca, para lo cual tenía una imagen perfecta. Su más de metro noventa se cubría con una sobredimensionada musculatura a base de batidos proteínicos e inyecciones de anabolizantes. Su cara de rasgos angulosos parecía tallada a machete y delataba su genética balcánica.
De profunda mirada gris acerada, su rictus era serio e intimidante. Su cráneo afeitado dejaba ver una cicatriz en su parietal derecho producto de un golpe que le propinó su padre siendo un niño. Hijo de un bebedor miliciano y una mujer maltratada fue abandonado junto a ésta con quién comenzó un éxodo como refugiado de guerra. Después de varias paradas se afincó en España.
Tras aquel pobre almuerzo, la letrada había bajado todas sus defensas para dejarse embaucar por Pedja.
Después de aparcar su flamante AUDI S3 negro en un barrio marginal, Marta y su defendido, subieron por la escalera de aquel piso de VPO de ladrillos rojos comiéndose a besos y casi desnudándose por la escalera.
Media hora después, la abogada, se encontraba con la cabeza apoyada en un colchón desnudo y sus preciosas manos aferradas a él. Pedja la agarraba con fuerza de su melena al tiempo que horadaba su ano. Casi sin descanso, su movimiento de cadera se mantuvo durante largo rato, ignorando las súplicas de su letrada para que se detuviese.
Ella en un estado de excitación sin igual pedía algo que no deseaba. Le excitaba que aquel animal culpable de apalizar a un adolescente le pagase su indulto con aquella sesión de salvaje sexo anal. A Marta le gustaba oírse suplicar clemencia mientras Pedja la ignoraba y la sodomizaba sin respiro.
Dos horas después de aquella experiencia sexual extrema, la abogada comenzó a vestirse y recomponerse para irse. Lo hacía ante la cama donde la observaba el delincuente. Poco a poco fue colocándose su conjunto de ropa interior negra. Sujetador, tanga y medias de encaje. Se embutió en su falda de tubo con elegancia antes de abotonarse lentamente la camisa de seda blanca.
Mientras hacía todo eso admiraba el maravilloso cuerpo de su defendido. El típico espécimen de veinticinco años, “petado” de gimnasio con la mayoría de sus escasas neuronas atrofiadas por esteroides, anabolizantes y un sin fin de sustancias dopantes y psicotrópicas.
El numerito de la vestimenta había llevado a Pedja a sufrir una erección y Marta no dudó en aplacarlo proporcionándole una magnífica mamada antes de salir definitivamente de aquel agujero maloliente donde le había dado por culo. Mientras bajaba deprisa por aquella escalera se repetía para sus adentros que aquello había sido una auténtica locura.
A pesar de que su coche lo encontró rodeado de críos, muchos de ellos futuros raterillos, comprobó que estaba intacto. Sin prestar atención a algún piropo soez subió al coche y en una rápida maniobra hizo chirriar las ruedas para salir pitando de aquel barrio de mala muerte.
Después de una hora de atasco, por fin, logró entrar en el aparcamiento subterráneo del edificio donde vivía. Un luminoso apartamento en una séptima planta en pleno centro de Madrid. Al abrir la puerta la embargó el dulce aroma de su hogar y sin perder tiempo se metió en el baño. Necesitaba una ducha urgentemente.
Al sentarse en el váter pudo comprobar los efectos secundarios de su disfrute:
-¡JODER! El cabrón me ha dado bien fuerte. Y menos mal que no la tenía muy grande.
Al limpiarse, unos pequeños restos de sangre certificaron el estropicio. Se terminó de desnudar ante el espejo y comprobó como en su pecho derecho, muy cerca de su areola, estaban las marcas de los dientes del yugoslavo. Se recordó cabalgándole mientras recorría cada uno de los abdominales y como en el momento del clímax él se incorporó para morderle las tetas mientras ella llegaba al orgasmo. Sin más, se metió en la ducha. Abrió el agua caliente y dejó que el líquido recorriera su cuerpo llevándose cualquier resto de Pedja.
A la mañana siguiente, en su despacho del bufete de su padre, la letrada recibía a un cliente económicamente solvente aunque con fama de problemático y mal pagador. Hasta ese momento, los asuntos de Jhony, los había llevado don Gregorio, el experto socio de su padre pero decidieron que sería un buen comienzo para la nueva letrada del despacho. Marta era una buena abogada. Conocedora de todos los resquicios legales y pocos miramientos a la hora de defender.
A cada lado de la mesa del despacho, ella y Jhony, visionaban las imágenes de una cámara de seguridad en las que un hombre, que se correspondía con las características físicas del cliente, abofeteaba a una mujer, sin duda, la denunciante. Su novia, Jennifer, le demandaba por malos tratos.
A todas luces aquello tenía poca defensa. Jhony con gesto de preocupación se separaba el cuello de la camisa, mientras Marta le comentaba las dificultades del caso. Al tiempo que le hablaba le escrutaba con la mirada.
Típico niñato traficante que en poco tiempo se había montado. Había pasado la adolescencia en centros “reformatorios” y ahora una condena le venía muy mal. En su cara una cicatriz de sus andanzas, dos brillantes en los lóbulos y cuerpo trabajado de gimnasio. Se le adivinaban los brazos tatuados ya que alguno asomaba por debajo del puño de la camisa. Tenía fama de perder los nervios con facilidad. El prototipo de personaje que atraía sexualmente a Marta.
Después de exponer todo tipo de dificultades la letrada dio un poco de esperanzas a su cliente:
-Podemos ganar -. Le dijo mirando a los profundos ojos negros de Jhony que sonrió por primera vez.
Marta, inspiró fuerte haciendo que su generoso escote se expandiera ofreciéndole una maravillosa imagen al tipo. Éste no se cortó en mirar descaradamente y ella clavó sus ojos en los de él con una ceja levantada a modo de reprobación:
-Vamos a atacar a la cámara. La ilegalidad de su situación. Vamos a tratar de anularla como prueba.
Después se extendió en unos detalles técnicos a los que Jhony no prestó mucha atención mientras se relajaba observando el buen polvo que tenía la abogada.
Al despedirse, y en un gesto poco profesional, Marta dio dos besos a su cliente aprovechando para comprobar la dureza de sus bíceps y rozar sus tetas por su brazo. Esto no pasó desapercibido para el hombre que le sonrió antes de abandonar el despacho.
Marta no podía evitar sentirse atraída por ese tipo de personajes. Tíos con pinta intimidante, delincuentes de poca monta e incluso peligrosos o violentos. Ella, a sus veintiocho años, era una mujer sexualmente muy activa. Muchos dirían ninfómana, otros directamente muy puta pero, la verdad, es que la joven letrada estaba muy por encima de eso. Era una buena profesional, independiente e inteligente. Tenía claro que su juventud pasaría y quería disfrutarla. Le gustaba el sexo y lo practicaba. Había perdido la cuenta de sus amantes, cuando alguien le gustaba iba a por él sin más. Ni remordimientos, ni traumas, sexo solo sexo. Eso sí, sexo salvaje, morboso, trasgresor…
Una semana después de que Jhony visitara su despacho se celebró el juicio. El alegato defensor de Marta fue definitivo. Desmontó la prueba del vídeo de la acusación dejándole sin opciones y logrando que su defendido saliese libre y sin cargos.
Una vez fuera del juzgado, Jhony la abrazó para agradecerle sus servicios y ella le dio dos besos. Él la invitó a tomar una cerveza.
Eran las 5,30 de la tarde. Habían pasado tres horas desde el juicio y la pareja seguía tomando copas para celebrar el resultado. En la letrada, la ingesta de alcohol era más acusada que en el cliente. Lo que hizo que Jhony comenzara a entrarle abiertamente al tiempo que ella se dejaba hacer:
-Voy al baño –susurró Marta al oído de Jhony antes de guiñarle un ojo.
El chico esperó un minuto antes de apurar su gin tonic y abonar la cuenta. Dejó un billete de 50 € y se dirigió a los baños. Con disimulo entró en el de señoras. Una vez dentro comprobó que no había nadie a la vista.
Carraspeó e inmediatamente oyó una cisterna vaciarse. Abrió la puerta del váter de donde provenía el sonido y allí estaba Marta. Le esperaba desnuda de cintura para abajo, sentada en la taza con las piernas abiertas. Ante Jhony, la visión del sexo rasurado de su abogada. Sin pensarlo, el hombre se arrodilló y comenzó a lamer cada pliegue de aquel manantial de flujos ardientes. La letrada, con los tacones apoyados en el marco de la puerta suspiraba y agarraba la cabeza de su defendido cada vez que la lengua de éste se entretenía con su excitado clítoris. Entregada al placer, Marta alcanzó un maravilloso orgasmo cuando Jhony acompañó el moviendo de su lengua con su dedo anular profanando su esfínter.
Sin tiempo para recomponerse, el hombre la cogió en vilo. Ella se agarró a su cuello y mordió su labio inferior cuando sintió como la polla se le incrustaba en su coño sin compasión. Jhony no descansó de penetrarla contra la puerta del baño hasta que se corrió. La mujer hacía fuerza con sus piernas alrededor de su cintura, intentando clavar sus tacones en las nalgas del hombre obligándole a que no saliera de su interior.
El ruido había alertado a los encargados de la cafetería. Incluso llegaron a asustarse con los gritos de la mujer. El hombre fue el primero en salir con media sonrisa ante la expectante mirada de una camarera. La puerta quedó entreabierta mientras que Marta terminaba de subirse el tanga delante del encargado y la camarera. Sin mediar palabra, la letrada abandonó el baño y posteriormente la cafetería en dirección a su coche. Jhony lo había hecho sin esperarla.