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La piscina de nuestra vecina

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El verano que nos conocimos había sido de un calor tan intenso que te hacía soñar con el invierno.  Como un huésped que se ha quedado más tiempo de lo esperado, un cálido frente se apoderó de la región sin intenciones de empacar o seguir adelante. Los que no teníamos aire acondicionado nos vimos obligados a salir al aire libre en busca de temperaturas más frescas, dondequiera que pudiéramos encontrarlas.

Encontré un respiro en el mercado, frente a un congelador abierto.

“¿Me permites pasar?” dijo una voz masculina por encima de mi hombro. Me di la vuelta, mi aliento atrapado como encaje en las garras de un gato. Era aún más encantador de cerca: rizos gruesos y oscuros, ojos también oscuros, una mandíbula fuerte y, por fin uno: ¡sin barba!

Era nuevo en el barrio. Lo había visto trotar de camino al trabajo todas las mañanas. De tarde, frente a su casa, trabajando en su automóvil o lavándolo, a menudo sin camisa. Esas noches, mi perra Pippa y yo siempre lográbamos dar dos vueltas a la manzana.

Me moví hacia un costado para darle pase. "¡Perdón, perdón!"

"No hay problema." El hombre tenía una sonrisa como un amanecer; iluminaba todo su rostro. Agarró una bolsa de hielo y luego se detuvo para estudiarme. “Espera, ¿no vives en una casa a dos puertas de la mía? Tienes un perro. ¿Cuál es su nombre?"

El calor llenó mis mejillas; se había dado cuenta de que me gustaba. "Pippa".

"Lindo nombre." Él ofreció su mano. "Soy Claudio".

Estreché su mano, rezando para que mis palmas no estuvieran sudorosas. "Rosa".

"Encantado de conocerte, Rosa". Se humedeció los labios como si le gustara el sabor de mi nombre. Mi propia boca hormigueó en respuesta. "¿Cuánto tiempo hace que vives en...".

"¿Eres tú, Claudio?" Alma Amorim, vecina de Claudio y mía, conducía su carrito chirriante por el pasillo hacia nosotros. “Oh, hola, Rosa. Casi no te reconocí entre los vivos."

Apreté el asa de mi cesta de la compra. “Hola Alma.”

Se inclinó hacia Claudio como si estuviera a punto de contarle un gran y jugoso secreto. El término entrometida era un eufemismo cuando se trataba de Alma. No podías podar un arbusto sin que ella asomara la nariz por encima de la cerca para ver qué estabas haciendo. “Nuestra Rosa ha estado un poco encerrada desde el divorcio”.

Claudio me miró con curiosidad. Casi esperaba que mi cara comenzara a humear. "Parece que estás cocinando para una horda, Alma", dijo, cambiando de tema.

“Mi sobrina y su esposo traerán a sus hijos este fin de semana. Adorables pequeños diablos. Vamos a hacer una barbacoa mañana por la noche, tal vez asar algunos chorizos y unas tiras de asado." Tomó dos bolsas de hielo y las puso en su carrito. “Ustedes dos deberían venir y toman un trago o algo fresco."

“No me gustaría incomodar”, dijo Claudio.

“No es una incomodidad. Habrá suficiente comida. Y Rosa, te vendría bien salir de casa, hacer algo divertido para variar.

En todos los años que habíamos sido vecinos, nunca había aceptado las ofertas de Alma para usar su piscina. No importaba lo caluroso que estuviera; no iba a darle otra oportunidad de meter la nariz donde no debía.

El día que llegó el camión de mudanzas para recoger las cosas de mi ex esposo, Alma Amorim se paró en su porche y observó cómo cada caja y mueble subían al camión. Después, apareció en mi casa con una botella de whisky y un hombro para llorar. Como ella misma era divorciada, afirmó entender por lo que yo estaba pasando. Pero a medida que pasaban las horas, comenzó a exhibir un júbilo, como dicen los alemanes, schadenfreude [sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro] por la situación. Como si le complaciera introducir a otra mujer en el club de los corazones solitarios.

"Confía en mí", dijo. "Todo sucede por una razón."

"¿Y cuál es esa razón?" pregunté; Es posible que haya estado un poco borracha en ese momento. “¿Cuál es el gran esquema detrás de mi matrimonio que se desmorona? Si sabes lo que es, dímelo, porque no tengo ni la más puta idea."

“No lo sé, linda. Al destino le gusta mantener sus cartas cerca de su pecho. Creo que cuanto antes aceptes el hecho de que él no va a volver, más rápido podrás seguir adelante”.

No quería seguir adelante. Quería ser feliz para siempre con aquel por el que luché y perdí. “Creo que deberías irte”, dije, y no importa cuántas invitaciones me lanzó después de eso, nunca me acerqué a su casa.

“Suena divertido”, dijo Claudio, llevándome de vuelta a la sección de congelados. "¿Tal vez te vea allí también, Rosa?"

Fingí estar interesado en una lasaña congelada. “Tengo algunas cosas que hacer mañana. Fue un placer conocerte, Claudio."

Fui a la caja para pagar, sintiéndome segura en mi determinación. El nuevo vecino era hermoso, sin duda, pero ya estaba harta de citas y relaciones. Actualmente me sentía cómoda en mi casa y en mi trabajo. Y no estaba dispuesta a arriesgar esa satisfacción con alguien con quien tendría problemas para evitar cuando las cosas inevitablemente se desmoronarían.

El enamoramiento había sido divertido mientras duró; me sentía contenta por haber podido salir antes de que me aplastaran.

Ninguna brisa agitaba las cortinas. La sábana se sentía húmeda debajo de mi espalda. Hacía demasiado calor para dormir.

Normalmente, cuando me sentía inquieta, dejaba que la neblina posorgásmica me adormeciera hasta dejarme inconsciente. Empapada en sudor y sobrecalentada, no podía imaginarme sentirme más acalorada y molesta de lo que ya estaba. Pero eso no impidió que mi mente fuera allí.

Habían pasado dos años desde que tuve sexo, pero no había olvidado lo que era tener los labios de un hombre en mi cuello y su pene duro y palpitante en mi mano. Por supuesto, la de Claudio fue la primera cara que imaginé. La boca de Claudio sobre mí, su polla en mi mano.

Mis músculos pélvicos se tensaron ante la idea. Consideré asaltar el cajón de mi mesita de noche en busca de un juguete, pero el esfuerzo por sí solo habría sido demasiado. Fruncí el ceño al ventilador de techo y pensé en ir a buscar un vaso de agua, hasta que recordé que..., me había olvidado de comprar hielo.

La sábana se me pegó en la espalda mientras daba vueltas y vueltas, y luego rodé para quedar de cara a la ventana. No brillaban luces desde el interior de la casa de Alma Amorim. Me la imaginé durmiendo profundamente en su habitación con aire acondicionado, sus críticas de esa tarde resonando en mi mente: yo era una enclaustrada que no sabía cómo pasarlo bien.

Fue una evaluación injusta. El hecho de que mi idea de la diversión no implicara estar borracha en las comidas compartidas no significaba que fuera una miserable. Desde mi divorcio, me había propuesto mimarme con alimentos ricos en calorías y pedicuras, por no hablar de mi extensa colección de juguetes sexuales. Era perfectamente capaz de complacerme cuando quería. Y esta noche, quería hacerlo.

Aparté la sábana, me levanté de la cama y me puse una camiseta y unos pantalones cortos. Pippa levantó la cabeza de donde estaba tendida en su camita para perros. Le dije que se quedara, luego bajé las escaleras, salí por la puerta trasera y me adentré en la noche.

La luna era lo suficientemente brillante como para ver. Evité cruzar por el garaje de Alma por miedo a que se disparara la alarma. En cambio, opté por la escalera que había estado usando para pintar mis contraventanas.

Una vez que crucé la valla, atravesé en silencio su patio, dudaba que pudiera oírme con todas las ventanas cerradas. La luz de la luna se reflejaba en las ondas de la piscina. Sintiéndome mareada, me quité la camiseta sin mangas y los pantalones cortos y me dirigí a la parte menos profunda de la piscina.

Un suave gemido flotó de mis labios mientras descendía los cuatro grandes escalones. Incluso ligeramente tibia, el agua se sentía deliciosa contra mi piel caliente. Me sumergí para mojarme el pelo, me impulsé hacia el centro de la piscina y luego resurgí. Me limpié el agua de los ojos y respiré satisfecha.

"Se siente genial, ¿no?"

"¡Quééé!" Casi salté fuera de mi piel ante el sonido de la voz de Claudio. Examiné el agua hasta que lo localicé, metido en el recodo de la piscina. "¿Qué estás haciendo aquí?" pregunté.

"Lo mismo que tú", dijo. “Dándome un chapuzón a medianoche. Disculpa si te asusté."

No sonaba arrepentido. Sonaba divertido. Me moví para cubrirme, aunque dudaba que pudiera verme en la oscuridad. "¿Por qué no te anunciaste?" -le dije.

"Avisarte no habría sido muy inteligente, ya que se supone que no debo estar aquí. Y viendo cómo te escabulliste por la valla, supongo que tú tampoco."

"No exactamente. Alma no lo tomaría a mal. Simplemente trato de evitarla y de deberle favores."

Claudio se acercó nadando de costado, empujándose hacia mí. Sus dientes brillaban. "Honestamente, estaba admirando la vista."

"¿Lo estabas, ahora?" Mi lengua se sentía torpe, demasiado grande para mi boca. Lo único que pasaba por mi mente es que él me estaría acechando pera llevarme a algún lugar para follarme. Era como si el destino me desafiara a pecar más fuerte. Bueno, no se podía negar que Claudio era sexy como el pecado.

Se acercó sigilosamente a mí, las gotas de agua en su pecho y brazos bien tonificados brillaban como diamantes. "Sé que me has estado mirando en tus paseos nocturnos con Pippa." -dijo.

Apunté mi sonrisa al agua. Había recordado el nombre de mi perra. "¿Era tan obvio?"

"No. Solo me di cuenta porque también tú me estabas mirando a mí."

Un cálido escalofrío recorrió mi piel; sentí como si me hubieran dejado caer en una copa de champán. Floté sobre mi espalda antes de recordar que estaba desnuda.

Mis pezones se arrugaron hasta convertirse en picos apretados. Me pregunté si Claudio estaba mirando mis pechos, lamiéndose los labios e imaginando a qué sabrían. La excitación se deslizó como gotas de lluvia en un palo desde el vértice de mis muslos hasta la punta de los dedos de mis manos y pies.

"Sabes", dijo, "la primera vez que te vi no podía apartar los ojos de ti, especialmente de tus piernas".

Mis piernas siempre habían sido una de mis mejores características. A menudo usaba faldas cuando paseaba a Pippa, con la esperanza de que Claudio se diera cuenta. Me enderecé en el agua, plantando mis pies para poder juntar mis muslos.

Claudio nadó más cerca. “Pensé en ti más tarde aquella noche. Sobre cómo se sentiría arrodillarse frente a ti y que me cubrieras la cabeza con tu falda. Me preguntaba qué color de bragas usarías."

Me pregunté si Claudio podía leer el deseo en mi rostro tan claramente como yo podía leer el suyo, tan claro como una tiza blanca en un pizarrón negro. Mi respiración se hizo temblorosa. "¿Has pensado en mí desde entonces?"

Claudio asintió. "Cada noche."

Se acercó más hasta que estuvimos lo suficientemente cerca como para tocarnos. Me tocó, deslizando su mano por mi brazo para descansar sobre mi hombro.

"Deberías dejar que te bese, Rosa". Su pulgar acarició mi clavícula.

"¿Por qué debería?"

“Porque creo que tú querías besarme hoy en el mercado. Y me gustaría mucho besarte ahora."

¡Wow!, quería besarlo. El hombre era un gran trago de agua en un caluroso día de verano, y yo me estaba muriéndome de sed. Pero me había estado diciendo a mí misma que no durante tanto tiempo, que casi había olvidado cómo decir que sí. Claudio acunó mi mandíbula. Cerré los ojos y le ofrecí mi boca.

“Entonces bésame,” dije.

Sus labios estaban mojados por el agua de la piscina. En un instante, todo lo que alguna vez supe acerca de dar un gran beso volvió rápidamente. Él era un excelente besador. Sabía cómo usar la lengua, cuándo retroceder, qué tan fuerte sujetarme para que me sintiera acunada por él en lugar de atrapada.

A tu cuerpo le pueden pasar cosas extrañas cuando pasas mucho tiempo sin contacto físico. Comienzas a olvidar lo que se siente al ser tocada. Entonces, la próxima vez que alguien te abrace, te desorientas. Era hiperconsciente de cada centímetro de mi piel cuando Claudio se me acercó. Enganchando mis brazos alrededor de él, presioné mis pezones contra su pecho. Parecía gustarle eso, a juzgar por la erección que empujaba mi ingle a través de su traje de baño.

Su mano se deslizó hasta la parte baja de mi espalda. Me arqueé contra él. Ya no tenía sentido resistirse. Esto es lo que yo quería; ¡maldito sea el equilibrio emocional!

Envolviendo una pierna alrededor de sus caderas, metí su erección entre mis muslos. Su mano en mi mandíbula se deslizó hacia abajo para ahuecar mi pecho. Gemí en su boca mientras él jugueteaba con mi pezón con sus dedos. Rompió el beso, los dientes rasparon mi barbilla mientras dejaba besos por mi cuello.

"Sabía que eras hermosa con la ropa puesta, pero... desnuda, eres mucho más”. Claudio empujó mis pechos juntos, levantándolos por encima de la superficie para poder saborear mis pezones. Apreté los dedos alrededor de su cabello espeso y húmedo. Él lamió y chupó mis pezones como si estuvieran hechos de azúcar. Mi clítoris palpitaba, privado y celoso, mientras me apretaba contra su pene.

Agarró mi trasero con ambas manos y volvió a capturar mi boca. No me di cuenta de que nos estábamos moviendo hasta que estuvimos en el extremo menos profundo. Me sacó del agua y me acomodó en el borde de concreto. Su cuerpo encajado entre mis piernas, su boca estaba a la altura perfecta para seguir adorando mis pezones. Sus palmas acariciaron mis muslos mientras besaba una línea desde mis senos hasta mi ombligo.

"Recuéstate", dijo con voz áspera.

Mi pulso revoloteaba como las alas de los pájaros. Me recliné cuando Claudio enganchó sus manos debajo de mis rodillas y las separó. Mordiéndome el clítoris, conté los latidos de mi corazón y esperé a que hiciera lo que yo no podía hacer por mí misma.

Su lengua dibujaba un cálido sendero desde mi abertura hasta mi clítoris. Sentí el zumbido lascivo que siguió como las vibraciones de un diapasón. Lamió mi clítoris, rodeándolo un par de veces antes de cerrar sus labios alrededor de él. Me tapé la boca con una mano para suprimir el gemido que sin duda hubiera despertado al vecindario.

Lamiendo, chupando, girando. Se tomó su tiempo probando todo hasta que supo exactamente lo que necesitaba, cuándo y cómo me gustaba. No podía creer que había pasado tanto tiempo sin permitirme tener esto. Jugué con mis pechos, incrementando mi placer aún más. Claudio miraba desde mi entrepierna, su mirada oscura y hambrienta. Esa mirada fue suficiente para impulsarme hacia el punto de no retorno. Solo unos pocos lametones más, unos segundos más...

Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Mi clítoris latía. El placer, dulce y embriagador como el whisky en mis venas, brotó de mi interior mientras alcancé un orgasmo. La dura protuberancia de donde procedía toda esa gloriosa sensación pulsaba debajo de la lengua de Claudio. Fue todo lo que pude hacer para evitar que mis muslos aplastaran su cabeza.

La sonrisa en su rostro cuando se levantó para besar mi estómago hizo que mi pecho se sonrojara más. Me senté, envolviendo mis brazos alrededor de sus hombros mientras me guiaba de vuelta al agua. Nos besamos. Chupé su lengua como si fuera un pene, lo que hizo que su pene real se «iluminara».

Deslicé mi mano por la cintura de su bañador, rodeé su verga con mi mano. Claudio gimió, un sonido que cruzaba la línea entre el dolor y el placer. Empecé a acariciarla. Sus manos estaban por todas partes. Detrás de mi cuello, en mi cabello, bajando por mis brazos y espalda. Todo el tiempo, empujaba mi puño a la par de sus movimientos.

“Aaajjj,” dijo con voz áspera, “Rosa, esto es magnífico."

Me imaginé su dura polla penetrando en mí con el mismo cuidado y determinación con los que me había dado placer con su lengua. Entonces pregunté: "Sé que es un tiro en la oscuridad, pero ¿tienes algo?"

"En mi casa sí". Me mordisqueó el lóbulo de la oreja. "Ven."

Una semilla de vacilación brotó en mis entrañas. Jugar en la piscina de nuestra vecina había sido divertido (e ilícito) en parte porque estaba en territorio neutral. Pero en su casa, en la cama donde dormía, significaría algo.

"Podemos ir a la tuya si lo prefieres", dijo, captando mi vacilación. “Pero creo que mi valla es más baja y más fácil de saltar”. Besó mi cuello. Cuando todavía no respondí, se detuvo para mirarme. "¿Qué pasa?"

Saqué mi mano de su grifo. Incliné la cabeza confundida. Suspiré y dije: “Es solo que… Me tomó mucho tiempo llegar a un lugar donde me sintiera bien por mi cuenta. Supongo que tengo miedo de que si empiezo algo, perderé todo lo que he logrado y volveré donde estaba antes. No puedo volver allí."

Claudio tomó mis manos entre las suyas y luego besó mis palmas. “Rosa, esto no es más que dos personas divirtiéndose, a menos que tú tengas otros planes. Estuve casado una vez. Sé lo aplastante que puede ser un divorcio, aunque sea lo más conveniente. El hecho de que hayas podido recomponerte una vez es un buen indicio de lo resistente que eres”.

Sacó una sonrisa de mis mejillas. Dejé que se acercara. Dejé que me besara. Dejé que pasara sus manos de arriba abajo por mi cuerpo, mientras susurraba en mi oído tres palabras mágicas: “Tengo aire acondicionado”.

Agarré mi ropa y dejé que me ayudara a pasar la cerca de tela metálica que separaba su propiedad de la de Alma. Entramos por la puerta trasera de su casa.

Afortunadamente, no fue una caminata larga desde la cocina de Claudio hasta su baño, donde nos secamos rápidamente con la toalla antes de dirigirnos a su habitación. Me senté en el borde de la cama y lo vi ponerse un condón. No sabía por qué, pero al verlo hacerlo me excitó. Tal vez fue la forma experta en que se manejó, o las connotaciones de lo que significaba un condón. De cualquier manera, yo estaba al rojo vivo.

Hay un elemento de sorpresa que simplemente no obtienes de la masturbación, un cosquilleo de anticipación al no saber qué hará la otra persona a continuación. Me moví hacia atrás en la cama para que Claudio pudiera subirse. Agarrando mis tobillos, levantó mis piernas y las colocó sobre sus hombros, luego colocó su pene en mis pliegues.

Después de unos cuantos toques burlones en mi clítoris, empujó dentro de mí. Estaba tan mojada que no tuvo problemas para penetrarme hasta la empuñadura. Su miembro irradiaba calor, a diferencia de un juguete. Por mucho que amaba mis artefactos, me sentía bien tener un cuerpo unido a lo que estaba dentro de mí. Se lamió el pulgar y luego se inclinó para acariciar mi clítoris mientras se movía. La estimulación interna y externa combinada me hizo vibrar y mi interior se disparó hacia otro clímax.

Mis músculos internos lo agarraron. Claudio comenzó a moverse más rápido, su hermosa cara se arrugó en una mirada de pura concentración.

Gimió cuando eyaculó dentro de mí. Con la mandíbula y ojos apretados, me disparó en ráfagas cortas y poderosas. Sus abdominales se flexionaron y sus manos se apretaron alrededor de mis tobillos. Puteó. Su cuerpo se tensó y juro que sentí su pene latiendo dentro de mí mientras acababa.

"¡Uuuujjjj!..." Claudio dejó que mis piernas cayeran a un lado mientras se inclinaba para descansar su cabeza en mi pecho. "Eso fue..."

Pasé mis dedos por su cabello. "Eso fue algo".

"Sí." Besó el lugar entre mis pechos. "¡Ohh!"

No tenía intención de pasar la noche allí. Solo pretendía descansar la vista unos minutos. Pero los minutos se convirtieron en horas, y la siguiente vez que los abrí mis ojos era de mañana.

Con cuidado, me liberé de las sábanas de Claudio y luego fui en busca de mi ropa. La encontré amontonada en la cocina. Acababa de ponerme los pantalones cortos cuando Claudio entró arrastrando los pies, su cabeza sexy como el infierno.

"Buenos días". Sonrió somnoliento. “¿Quieres desayunar? ¿Hago unos buenos huevos revueltos, café con leche, o té?”

Un tipo que puede arreglar tu auto, «acelerar tu motor» y prepararte el desayuno... es demasiado bueno para ser verdad. Tanto es así que, hambrienta como estaba, tuve que trazar una línea. “Mil gracias Claudio, pero, francamente, tengo que ir a darle de comer a Pippa”.

“Correcto, sí. Por supuesto." Se pasó una mano por el pelo. "¿Puedo verte mas tarde?"

Allí estaba de nuevo, esa punzada de aprensión. Abrí la boca para decirle que no era una buena idea, pero las palabras se me atascaron en la garganta. Pensé en lo que él me había dicho anoche sobre mi resistencia. Me habían hecho pedazos el corazón y viví para contarlo. Si pude sobrevivir a eso, podría sobrevivir a cualquier cosa, incluida una fiesta en la piscina en la casa de Alma.

“Me gustaría”, dije.

Hicimos planes para llegar juntos al asado de Alma. Luego le di un beso de despedida, dos veces, y salí por la puerta principal.

Por supuesto, Alma tenía que estar tomando café en su porche cuando pasé por su casa.

"Parece que alguien tuvo una noche larga", dijo. No me molesté en tratar de ocultar mi rubor. Ella se rio y golpeó el brazo de su silla, luego dijo: "¡Nena, ya era hora!".

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