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La promiscua
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Tiempo de lectura: 5 minutos

No lo puedo remediar, soy muy promiscua. Lo fui en mi juventud cuando empezaba a salir de marcha con mis amigos y cada vez me tiraba a alguien diferente. En aquella época tuve todo tipo de amantes.

Recuerdo haber estado con un casado 10 años mayor que yo entonces, con el dueño del bar donde solíamos acabar, con un chico que conocí en una excursión en COU. Incluso recuerdo haber desvirgado a un par de chicos. Tíos con pollas grandes, pequeñas, normales, gordas, finas, eyaculadores precoces y auténticos sementales… Con ese currículum ya me dirán…

Con 30 decidí sentar la cabeza. Me gustó un chico, amigo de mi mejor amiga. No estaba nada mal. Guapo, buen cuerpo, educado, y según decía poco dado a los rollos de una noche. Tengo que confesar que me encoñé del tipo. De eso ha pasado 8 años y ahora somos pareja y padres de un niño de 3.

Pero desde hace 2 mi espíritu promiscuo ha vuelto a salir. Me es inevitable coquetear con otros tíos, siempre con cuidado de que Ángel, mi marido no sé de cuenta. Y es que él está totalmente ciego de amor por mi. Me tiene en un pedestal y no concibe que le pueda ser infiel. Pero reconozco que pasado el encoñamiento inicial mi pasión por él se apagó. Siempre le vía como un buen padre pero a nivel sexual siempre me ha ido otro tipo de hombre…

Siempre he estado convencida de que la monogamia es una cuestión cultural antinatural. El ser humano se siente atraído por más de una pareja. Hay quien puede controlarlo y vivir siendo fiel, y otros, como es mi caso, en que se nos hace imposible. Llega un momento en que tenemos que salir a buscar algo diferente que nos permita seguir adelante.

Esa es la explicación de lo que pasó aquella noche. Habíamos salido a cenar, mi marido, yo y una amiga… muy parecida a mí… Tras la cena acabamos en un bar de copas bailando.

Durante una hora mi amiga Sandra había estado calibrando al personal masculino. Y en eso crucé mi mirada con un tipo al que conocía de vista. Hacía tiempo que nos mirábamos cuando nos cruzábamos. El tío era bombero, con todo lo que eso supone. Alto, fuerte y con un cuerpo de escándalo. Metido en la treintena tendría cinco años menos que yo. Junto a él un colega también de cuerpo anabolizado en un gimnasio.

Mientras hablábamos Sandra, Ángel y yo, me las apañé para hacerle señas a mi amiga sin que mi marido se enterase. Ella lo captó enseguida. Desde ese momento comenzamos el coqueteo. Los dos tipos se fueron acercando a nosotros. No era nada extraño dado que Ángel también les conocía de vista. Una noche de alcohol es fácil entablar conversación con algún conocido con el que normalmente no hablas.

Reconozco que hay quien puede verme como una mala persona pero estaba disfrutando del coqueteo con aquel tío sin que mi marido se diera ni cuenta. Aprovechando que Ángel fue al servicio, Sandra y yo quedamos con aquellos dos amigos para una hora después. Me las apañaría para deshacerme de mi marido.

A la vuelta del servicio, los dos tipos se habían largado

Sandra y yo nos pedimos otra copa y nos fuimos a la pista a bailar. Yo sabía que a Ángel no le gustaba bailar y antes o después se aburriría. Volví un momento a la barra donde estaba solo:

-Esta quiere quedarse y yo estoy cansada, pero me ha pedido que la acompañe un rato más… ¿Si quieres vete tú y yo voy en un rato…?

-Pues la verdad es que no me entra ni una gota más de alcohol. Así que te tomo la palabra y me voy a casa. Te espero allí.

Nos dimos un "pico" y se largó. Yo volví a la pista con Sandra mientras Ángel abandonaba el local en dirección a nuestra casa. Ahora teníamos el campo libre. Busqué a los dos amigos con la mirada y con un leve movimiento de cabeza les hice saber que ya estábamos solas.

Los tipos, Alfonso (el bombero) y Josemari (su amigo), llegaron hasta donde estábamos nosotras bailando y se nos unieron. Después de un rato de baile, con roces e incluso algún "pico" nos fuimos a la barra a por otra ronda. Pero el bombero tuvo la idea perfecta:

-¿Y si nos tomamos la siguiente en mi casa?

Por supuesto, ninguna nos opusimos. Al revés, era la mejor forma de romper el hielo. Nos metimos en su AUDI A3 y callejeamos un par de manzanas hasta una pequeña urbanización de chalets adosados. Entre risas producto del alcohol y el calentón, entramos en la vivienda del bombero. He de decir que las que estábamos pecando éramos las chicas, ya que ambas estábamos emparejadas. Sandra llevaba un año saliendo con un chico de otra ciudad, en mi caso llevaba diez con Ángel. Pero estos dos amigos no lo estaban. Alfonso estaba divorciado y Josemari lo había dejado hacía unos meses con su última chica. Ellos aprovechaban su soltería para picar de flor en flor. Y esta noche habían enganchado a dos puretas de armas tomar sin demasiados escrúpulos.

Prácticamente sin darme cuenta me encontré sentada a los pies de la cama de Alfonso comiéndole la polla. No tenía un pollón de actor porno, ni mucho menos. Tampoco era más grande que la de mi marido. Era una polla estándar que me daba mucho morbo. Otra cosa era su cuerpo esculpido en mármol. No dudé en recorrer con mis manos su abdomen totalmente marcado con una tableta de chocolate que yo solo había visto en televisión. Tenía el cuerpo más perfecto que podía imaginar. Hombros anchos. Pectorales voluminosos. Abdominales perfectamente definidos. Bíceps de inabarcables y marcados por un tatuaje a modo de brazalete.

El tipo me marcaba el ritmo de la mamada mientras resoplaba de gusto y me definía de manera morbosa:

-Joder, vaya guarra comepollas que eres…

Al oír esto, yo me empleaba a fondo, engullendo su polla entera antes de dejarla salir lentamente mirándole a los ojos. Sentía como se me empapaba el coño con mis propios jugos. Mis tetas se movían al ritmo que marcaba mi cabeza a lo largo del rabo del bombero. Mis pezones puntiagudos y rosados se retorcían sobre sí mismos por la excitación.

Antes de correrse, Alfonso me ordenó parar. Las babas quedaron pendiendo desde su capullo hasta mis labios. El tipo me hizo tirarme boca arriba y apoyando los pies sobre el colchón en una postura que me exponía bastante. Luego se arrodilló en el suelo y llevó su cabeza a mi entrepierna. Su lengua de fuego comenzó a pasear desde mi ano hasta mi clítoris. Separando los labios vaginales, apenas cubierto por una fina tira de vellos, y hurgando en cada pliegue interior. Cada vez que roza a mi clítoris con la punta de lengua un escalofrío recorría mi columna y estallaba en un punto indeterminado de mi cerebro:

-Come, joder. Qué boca tienes cabrón. -Me había desatado. Con las piernas abiertas me agarré a la cabeza de mi amante y me dispuse a disfrutar de una buena comida de coño.

Comencé a oír los gritos de Sandra llegando a un orgasmo y me puse mucho más cachonda. El bombero se incorporó y se colocó sobre mí. Nos buscamos las bocas para entrelazar las lenguas en un apasionado beso. De un golpe de cadera me incrustó la polla en mi vagina abundantemente lubricada. Yo trataba de abarcar el inmenso cuerpo de Alfonso. Estaba duro, fibrado, empapado en sudor. Clavé mis uñas en sus hombros antes de descender por su cuerpo y llegar a su culo apretado y palmearle varias veces. Le alentaba a que me diera más fuerte. También le clave las uñas en los glúteos.

En mi vida me había follado un cuerpo como aquel. Ninguno de mis amantes tenían aquel físico espectacular. Pese a mi currículum, esta era una carencia que se saludaba hoy. Alfonso se levantó y me volteó sin esfuerzo hasta colocarme a cuatro patas. Agarrado a mis caderas me penetró fuerte y profundo arrancado me un grito de placer. Con la cabeza en el colchón y apretando las sábanas con mis manos me dispuse a ser follada de manera salvaje por aquella fuerza de la naturaleza. Mi cabeza daba vueltas. La imagen de mi marido abandonando el bar de copas, el coqueteo con este tipo, su cuerpo perfecto, todo se amontonó en mi cabeza cuando le oí bufar, su cuerpo se tensó ye di cuenta que se iba a correr e iba a rellenar el coño con su leche caliente.

Un leve roce de mis dedos sobre mí palpitante clítoris unido al calor de sus chorros de lefa en mi útero fue el detonante de mi orgasmo. El bombero me había llevado a mi segundo orgasmo de la noche. Su leche inundaba mi vagina y se salía con los últimos puntazos. Caí derrengada sobre el colchón mientras él lo hizo boca arriba a mi lado:

-Cabrón, que polvazo me has echado… -acerté a decirle con la boca seca.

Con mucho trabajo me logré poner de pie, me temblaban las piernas. Me dirigí al baño a lavarme un poco. Había pasado más de dos horas desde que llegamos y más de tres desde que le di esquinazo a mi marido. Tenía que volver a casa a dormir junto a él.

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