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La putita del vecindario (Parte 2)

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Pasó menos de un minuto desde que Julián finalizó la llamada y ya tenía a su lado a su compadre,  un hombre de casi 60 años, era aún más gordo que Julián, igual de moreno, pero de baja estatura.  Tenía un bigote muy tupido que se veía mojado por la cerveza que estaba tomando. Empezaron a platicar en voz baja entre ellos, y lo único que pude entender de lo que decían fue que el nombre de su compadre era Felipe, y que tenían suerte de encontrar a una putita como yo. Felipe se acercó a mí y empezó a manosear mis piernas y mi trasero.

- “Oye Julián, no seas cabrón, esta puta tiene semen escurriéndole de la cara ¿ya te la cogiste y no me invitaste?” Le dijo Felipe en tono burlón.

- “Solo fue una mamada compadre, tenía que probar antes la mercancía ¿no cree? Además yo solo salí a mear y esta puta se me quedó viendo y solita se acercó para chupármela, ni tiempo tuve para sacudírmela”, contestó Julián riendo. “¿Entonces compadre? Nos la llevamos a su camión o al mío?”

- “Vamos para el mío, ya lo descargaron y tengo unas cervezas, así que hay espacio y ahí nos podemos divertir más.” Y dirigiéndose a mí, Felipe me nalgueó, y apretando una de mis nalgas, viéndome fijamente a los ojos, me dijo: “Vas a hacer todo lo que te digamos y nos la vamos a pasar bien, ¿entendiste?”

Yo solo mordí mi labio inferior y sumisamente le dije que sí con un breve movimiento de mi cabeza. Caminamos hacia uno de los camiones y Felipe abrió una de las puertas del compartimento de carga. Me hicieron pasar mientras subía a ese altísimo camión, estando segura de que disfrutaban la vista de mi culo completamente expuesto mientras iba subiendo. Entré y ese enorme espacio estaba completamente vacío, me siguió Julián y al poco tiempo entró Felipe con un cobertor que tiraron en el piso del camión y una caja llena de cerveza. Abrieron una para cada quien y me invitaron una, la acepté y empezamos a tomar. No llevaba ni la mitad de mi cerveza cuando Felipe se desabrochó el pantalón y se sacó la verga. Me sorprendió que siendo tan chaparro y gordito la tuviera de tan buen tamaño, y aún no estaba completamente erecto. Tomó mi mano y la llevó hasta su verga, empecé a jugar con ella mientras lo veía cuando de pronto se aceró a mí y me besó, metiendo completamente su lengua con sabor a cerveza y cigarrillos dentro de mi boca, mientras Julián manoseaba mis piernas y mis nalgas. Me ordenaron que me pusiera en cuatro y obedecí de inmediato. Mi boca fue directamente a la ya completamente erecta verga de Felipe, la cual pude tomar con una mano mientras lo masturbaba, y aún me quedaba suficiente para seguir chupándosela. Mientras estaba en eso, sentí como Julián levantó mi vestido, hizo mi tanga a un lado y empezó a comerme el culito, metiendo su lengua profundamente mientras hacía movimientos circulares, haciéndome estremecer con cada lamida y cada beso.

Sentí de pronto una presión en mi hoyito, mientras Julián colocaba su verga y la empujaba lentamente hacia mí, abriéndose paso dentro de mi culito apretado y ensalivado, hasta que estaba completamente dentro de mí. Soltó un leve gemido, me saqué el pene de Felipe de a boca y miré hacia atrás, sobre mi hombro, para observarlo dando un trago grande a su cerveza hasta terminarla y empezar un movimiento rítmico y suave, entrando y saliendo de mí muy lentamente. Regresé mi atención hacia Felipe y, más caliente que antes, le chupé frenéticamente la verga, desde la base hasta a punta, sin dejar un solo centímetro sin atender con mis labios y mi lengua. Solo podía imaginarme la imagen del espectáculo que estaba protagonizando en ese momento: una putita rubia tirada en cuatro dentro de un camión, con el vestido levantado, la tanga hacia un lado, siendo penetrada por dos hombres que tenían más del doble de mi edad, gordos, viejos, con un penetrante olor a cerveza. Este pensamiento me puso a mil, ya no pude más y empecé a gritar de placer y a rogarles que me cogieran más fuerte.

- “¡Ughhh! Me encanta como me cogen, denme más fuerte, quiero que me cojan con todas sus fuerzas, que me destrocen mis hoyitos, ¡soy su putita!”

Al escucharme empezaron a reír y a decir entre ellos:

- “¿Cómo ve a esta puta compadre? Coge muy rico pero no sabe lo que está pidiendo”, dijo Felipe.

- “No se apure, si quiere verga vamos a dársela, hace mucho que no nos encontrábamos algo así y no la voy a dejar ir tan fácil”, respondió Julián para después dirigirse a mí mientras aceleraba el ritmo de sus embestidas: “¿Quieres verga putita? ¿Crees que puedes aguantarnos a los dos? Te vamos a cumplir tu deseo aunque te arrepientas”, y me dio una nalgada fuertísima que dejó ardiendo mi nalga derecha.

Julián me tomó fuertemente de la cintura, empujándome hacia abajo, mientras sus embestidas aumentaban en intensidad. Sentía como entraba y salía casi por completo, calentando mi hoyito y haciendo temblar mis rodillas. Me nalgueaba de vez en cuando mientras me decía obscenidades, que yo era su puta, que era una zorra, una pendeja, que lo único para lo que servía era para que me metieran la verga, y a cada palabra me excitaba más y más.

Intentaba gritar, pero mi boca estaba completamente ocupada con Felipe, quien tomaba mi cabeza por los lados para embestirme igual de fuerte, metiendo su verga hasta donde mi garganta lo permitía, dejándome clavada y sin respirar hasta que se le antojaba, siempre en silencio, sin emitir mayor sonido que el de sus ocasionales gemidos y su respiración fuerte, hasta que sacó su verga, la apuntó a mi boca y dijo “abre bien la boca, no desperdicies ni una gota” y eyaculó sobre mí cara, entrando la mayor cantidad en mi boca. Fue una descarga de semen muy abundante, espeso, con un sabor delicioso. Acercó su verga a mí y lamí hasta la última gota, dándole un pequeño beso en la punta al finalizar, para verlo directamente a los ojos guiñarle un ojo mientras le sonreía.

Julián, que seguía con su ritmo frenético, al ver cómo devoraba el semen de su amigo, sacó su verga de mi hoyito diciendo “¿Así que te gusta la lechita? Aquí hay más para ti puta”, y clavo su verga en mi boca sin darme oportunidad de nada, obligándome a saborear mi propio culito, y corriéndose dentro de mi boca. Sentí el primer chorro contra mi paladar y detuve el resto con mi lengua, mientras estaba sentada en el piso, con mi culo adolorido, bebiendo mi tan merecido premio. Sacudió su verga en mi frente, dándome unos pequeños golpes, para después limpiarse, voltear con Felipe y decirle “Compadre, tengo que irme porque mañana temprano descargar mi camión. Aquí le dejo a esta zorrita, no se vayan a desvelar mucho”. Después se dirigió a mí, me levantó para manosearme de nuevo el trasero y viéndome fijamente me dijo “Me la pasé muy bien Adriana, coges riquísimo. Espero que nos volvamos a ver pronto”, salió y me dejó a solas con Felipe.

Acomodé mi vestido y me senté a un lado de aquel hombre que había quedado conmigo, me invitó algo más de tomar, lo cual acepté, y empezamos a platicar. Me contó sobre su vida, tenía 59 años, era divorciado desde hace dos o tres, sin hijos, siempre había trabajado como transportista y, aunque ya no era joven, prefería seguir manejando pues la carretera siempre fue su vida. Me pareció impresionante que se abriera así conmigo, y me llenó de confianza. Le platiqué acerca de mí, de mis gustos, de mi aventura con Don Julio y cómo fue el primer paso de muchos que pensaba dar en ese camino. Nos caímos bien, más allá del sexo que habíamos tenido hace unos minutos, tuvimos una conexión.

Y mirándonos fijamente nos fundimos en un beso apasionado, no hacía falta decir algo más, me senté sobre él mientras pasaba mis manos por detrás de su cabeza, y el acariciaba lentamente mis piernas y mis nalgas, delicadamente, subiendo poco a poco mi vestido hasta quitármelo por completo. Besó mi cuello y me hizo estremecer, pero cuando bajó un poco más y sentí su lengua juguetear lenta y suavemente sobre uno de mis pezones, un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo. Me dio a lamer uno de sus dedos, el cual lo dejé bien ensalivado, para que después lo metiera poco a poco en mi hoyito. La sensación de sus labios y su lengua sobre mis pezones, una de sus manos tomándome firmemente por la espalda, mientras me masturbaba con un dedo, me hicieron rendirme completamente. Me separé para llevarme su pene a mi boca y él no lo permitió, se recostó y solo me dijo “Ven”, y entendí lo que quería. Me quité la tanga y unté un poco más de saliva en mi hoyito, para después poner mis piernas a sus lados y sentarme lentamente sobre él, dirigiendo su durísima verga a la entrada de mi culito y metiéndola un poco, para después dejar caer mi peso y sentirla por completo. Él no dejaba de verme, yo admiraba a ese hombre, con su abdomen abultado y pecho completamente cubiertos de vellos; estaba fascinada.

Comencé a cabalgarlo a un ritmo lento, no teníamos prisa y se notaba que le encantaba. Sentía cada centímetro de su pene entrar y salir, palpitar dentro de mí, volviéndome loca. Él se limitaba a verme en silencio, a juguetear con mis pezones y pellizcarlos suavemente. No podía esconder mi enorme excitación y mi pequeño pene se endureció, lo cual no parecía importarle. Después de unos minutos así me pidió que me acostara, lo obedecí y se acercó a mí. Abrió mis piernas y las colocó sobre sus hombros, para después penetrarme profundamente, tanto como no lo había sentido antes, dejando escapar un pequeño gemido. Siguió penetrándome, acelerando poco a poco sus movimientos. Pequeñas y saladas gotas de sudor resbalaban de su frente y caían sobre mí, estaba sumamente excitado y me cogía durísimo, pero sin quitarme la vista de encima. Sin dejar de penetrarme, quitó mis piernas de sus hombros y las separó, se acercó a mí y nos fundimos en un apasionado beso, sintiendo su agitada respiración y su cuerpo velludo aplastándome contra el piso. Estaba tan excitada que no pude más y empecé a lanzar algunos chorros de semen sobre mi abdomen. Felipe se dio cuenta y los recogió con sus dedos, para después alimentarme con ello, haciéndome probar mi propio semen, a lo que yo respondí lamiendo y relamiendo sus dedos hasta quedar satisfecha.

Estaba aún terminando de limpiar mi semen de sus dedos cuando sentí que me clavó su pene completamente, para después sentir cómo cobraba vida dentro de mí, expulsando un chorro tras otro de semen caliente, llenándome, marcándome, haciéndome suya. Felipe suspiró, se separó lentamente de mí, se limpió y tomó su ropa. Hice lo mismo y al terminar de vestirme ambos salimos sin decir una sola palabra, ya estando afuera me tomó de la mano y me dijo:

- “Adriana, en verdad eres toda una mujercita, caliente y decidida, cómo me gustaría que me acompañaras en uno de mis viajes para no sentirme tan solo. Te dejo mi número, aquí vengo cada dos semanas y me gustaría volver a verte” Anoté su número y le prometí volver, me ayudó a conseguir un taxi y me dirigí a casa.

Pasaban ya las 4 a.m. y me dirigía a casa, después de ser cogida por extraños, a los cuales no les importé en absoluto, hasta estar a solas con Felipe, quien resultó ser todo un caballero, caliente como nadie, pero caballero a final de cuentas. Iba inmersa en este pensamiento cuando el chofer del taxi me despertó de ese trance.

- “Oiga señorita, se ve que tuvo muchos clientes hoy, a ver si puede quitarle todas esas manchas a su vestido” Al escuchar esas palabras miré mi vestido, con manchas de semen seco por varios lados, y recordé que era una putita iniciando su camino en la vida, y que no debía dejar pasar ninguna oportunidad. Reí discretamente y le respondí al taxista.

- “Así es, fue una noche muy ocupada, ¿pero sabes? Creo que me quedan ganas de una verga más, ¿qué te parece si te la mamo y no me cobras lo del viaje?”

- “Ok, pásate para el asiento de enfrente y sigo manejando” Se detuvo, salí del taxi entré por la puerta del copiloto. Él ya se la había sacado y empezaba a masturbarse, me incliné hacia él, me llevé su pene a la boca y mientras se la mamaba siguió conduciendo el taxi. Sentí que se detuvo a los 5 minutos y me dijo “Ya llegamos, apúrate”, por lo que aceleré el ritmo de mi lengua sobre su glande y mis labios alrededor de su verga. No tardó mucho en expulsar dentro de mi boca chorros de semen, abundante pero muy líquido, ordenándome no derramar ni una gota para no manchar el asiento.

Me incorporé y salí del taxi, que se había detenido en la esquina de la calle donde vivía. Le agradecí mandándole un beso, y aún con semen escurriendo por la comisura de mis labios, me dirigí a casa, feliz de que mi primera noche como putita fuera todo un éxito.

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