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La tía de Pedro

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Sucedió una tarde calurosa de noviembre. Nahuel, Pedro y yo necesitábamos terminar un trabajo de Geografía. Como era usual, su tía nos esperaba con un bizcochuelo de limón y una jarra de jugo de naranjas recién exprimidas. Entramos en torbellino y lo devoramos todo como langostas antes de desplegar los mapas. Norma, la tía de Pedro a la que todos los chicos querían conocer, o volver a ver, retiraba los platos, reemplazaba la jarra vacía por otra llena o traía galletas horneadas dejando, cada vez, una persistente estela de perfume. Esa tarde llevaba un vestido acampanado que insinuaba ese culo que tantos comentarios despertaba a espaldas de nuestro amigo. Nahuel y yo la espiábamos de reojo cada vez que se inclinaba sobre la mesa. Sus pechos eran modestos pero la piel suave los volvía tan excitantes que, a nuestros diecisiete años, provocaba una verdadera revolución debajo de la mesa.

Nahuel no tardó en declarar que debía irse (siempre echaba mano del mismo recurso cuando la tarea se volvía tediosa) y Pedro se ofreció a alcanzarlo con su moto nueva hasta Monte Blanco. Mientras tanto, yo completaría el aburrido trazado de pueblos antiguos en ambos márgenes del Nilo. Llegaba a la frontera oeste de Egipto cuando Norma entró de nuevo, trayendo esta vez un plato con galletas. Una sonrisa asomó a sus labios y un brillo diferente relució en sus pupilas oscuras.

Se sentó en la silla donde un rato antes había estado su sobrino.

−Uno trabajando para todos. ¿Interesante?

−Como cualquier clase de la Morandi –agregué al notar su expresión inquisitiva.

–¿Puedo ver?

Aspiré el aroma a manzana de sus cabellos y un cosquilleo violento sacudió mi entrepierna cuando posó casi sin querer su mano en mi muslo derecho. La dejó allí apenas unos segundos, los suficientes como para que mi verga se convirtiera en un bloque de piedra. Se incorporó y sonrió, sus pechos subían y bajaban bajo la tela morada. Una gota de transpiración se deslizaba perezosa a lo largo de su cuello.

–No entiendo nada de todo esto –rio apoyando una mano en mi antebrazo.

Me metí en la boca una galleta al sentirme estudiado por esas miradas de pantera. Volvió a la carga con un suspiro de calor.

–¿Así que salís con Ángela?

–Nos vimos un par de veces. Nada más.

–¿Sabías que es mi ahijada? Es una buena chica y me cuenta muchas cosas.

Me puse como un tomate, la conversación estaba volviéndose incómoda. El aliento de Norma olía a chicle mentolado. No me pude contener y dejé caer una mirada de deseo en el interior de su escote. Llevaba un corpiño rosa.

–¿Querés saber qué me dijo?

–Bueno… Sí –dudé y mi duda la divirtió.

Se inclinó sobre mí como si fuera a hacerme una confesión y apoyó por segunda vez la mano sobre mi muslo, solo que esta vez un poco más arriba. Las puntas de sus dedos rozaron despreocupados mi bragueta a punto de explotar.

–Me dijo que quedó muy dolorida.

Su mano se posó suave sobre mi bragueta. Sus pupilas centellearon y sus labios dibujaron una sonrisa lasciva.

–¿Puedo?

Tenía la garganta demasiado seca para responder. Recostado hacia atrás, dejé hacer. Con dos dedos, tiró del cierre. Su mano buceó con delicadeza en el interior de mi bragueta. La sorpresa inicial se encendió con una sonrisa cargada de malicia cuando mi miembro completamente duro emergió de su encierro.

–¡Mirá vos el tamaño de esta pija!

Se escurrió debajo de la mesa. Con una mano me masajeaba la verga mientras la contemplaba como a una reliquia de oro puro. La reconoció con la punta de la lengua, caliente y suave. A la tercer lamida, mi glande estaba dentro de su boca y lo chupaba como al helado más refrescante del universo. Lo succionaba con devoción, los gemidos se mezclaban con las arcadas cuando el entusiasmo la hacía engullir más de la cuenta.

–¡Al sillón! –ordenó, imperiosa.

En la sala, espié en dirección a la puerta de entrada.

–Tranquilo. Ese boludo seguro que está refregándose con la prima de Nahuel.

Un empujón y reboté sobre el sillón. Se encaramó con mirada ávida y se quitó el vestido por encima de la cabeza, no llevaba bombacha y su entrepierna estaba caliente y mojada. Presioné contra mi cara esos pechos menudos. Con movimientos torpes, logré desabrochar el corpiño. Lamí con frenesí esos pezones de aureolas pequeñas y rosadas. Todo en esa mujer era pequeño y delicado. Con destreza se llevó una mano detrás, atrapó mi miembro y, con un gemido que me pareció contenido en la garganta durante mucho tiempo, apoyó el glande en la entrada de su vagina. Lo sostuvo unos segundos, gozando con la presión por abrirse paso. Poco a poco, disfrutando cada centímetro, fue descendiendo con los párpados entornados y los labios distendidos en una sonrisa satisfecha.

–No creo que entre toda -protestó.

Me aferré a su cintura, sus pechos rebotaban elásticos delante de mis ojos a medida que su cabalgata aumentaba el ritmo. Sus uñas se clavaban en mis hombros y sus dientes en mi cuello. Su cadera se movía adelante y atrás frenética, jadeando cuando mi verga le llenaba la vagina. Mi vello púbico se humedecía con sus jugos.

−¡Qué hermoso, por Dios! Quiero acabar, ahora mismo.

Echó la cabeza hacia atrás y su garganta en tensión dejó escapar un largo gemido. Se estremeció, tembló. Se desarmó como un ser cartilaginoso, la abracé por la cintura para atraerla y la embestí con fuerza entre los espasmos del orgasmo reciente. La apreté contra mí y, con un rugido prolongado, me vacié dentro de su concha empapada. Permanecimos así hasta que nuestras respiraciones se aquietaron. Se tiró el pelo a un costado y me miró con ojos relucientes, maravillados por el inesperado descubrimiento.

−No quiero salir, no quiero -lloriqueó. Quédate adentro mío.

Empujé una vez más y se estremeció entera, se mordió el labio inferior y hundió su lengua en mi boca. Se dejó caer a mi lado, miró el reloj sobre la chimenea y hacia la puerta. Apoyó ambas manos a los costados como tomando impulso para incorporarse.

−Tu amigo puede venir en cualquier momento. ¿Vas a quedarte ahí sentado?

−Te estás olvidando el vestido –respondí mirándola de pie frente a mí, excitado por el incipiente cosquilleo que hormigueaba a lo largo de mi miembro.

Una gota de leche rodó densa por la cara interna de su muslo.

Se rio y se dio media vuelta para que la viera menear el culo en dirección al baño.

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