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Las fotografías despertaron su calentura

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Llegué de uno de mis acostumbrados viajes y la encontré a ella un tanto susceptible. No encontraba razón alguna para que se mostrara un tanto fría y distante, lo cual ciertamente me molestaba un poco. Después de varios días de ausencia y con ganas de volver a casa, lo que menos esperaba era que ella tuviera ganas de reñir conmigo. Y, como yo no estaba en plan de discusiones, me comporté igual. Pregunté por los asuntos triviales y de común preocupación en el hogar; que cómo estaba ella, qué había pasado en mi ausencia, qué había habido de nuevo, qué se sabía de su familia, qué de la mía, qué novedades había con los hijos y cosas así.

Había llegado tarde y bastante cansado del viaje aquella noche, así que tan pronto puse mi cabeza sobre la almohada quedé dormido. Y bien agotado vendría porque no supe de mí hasta el día siguiente cuando me desperté. Nos levantamos, con la rutina de siempre, me vi con los hijos antes de salir a cumplir sus rutinas, desayunamos, conversamos un rato y al final, después de dedicarle un tiempo al uno y al otro, quedamos solos con mi esposa.

Sin embargo, dado que ya hay rutinas establecidas, no se tardó en pedirme que la acompañara a realizar algunas diligencias. Había quedado de ir a recoger unos libros donde una amiga, tenía que hacer unos pagos programados, dejar algunas cosas en casa de su mama, ir a comprar una ropa interior que le había encargado la hija y, si te parece, podemos aprovechar y almorzar por fuera. Y, ante esa agenda tan apretada, qué podía decir. Bueno, vamos. Así que me tocó de chofer, acompañándola a cumplir las diligencias a las que se había comprometido.

Después del mediodía, y aun faltando cosas por hacer, decidimos darnos un respiro y almorzar por ahí, en algún lugar tranquilo, de manera que al fin pudiéramos hablar. Había regresado de Estados Unidos, dónde había permanecido por una semana, atendiendo compromisos de trabajo. Y ¿cómo te fue por allá?, preguntó. Bien, respondí. Lo normal. ¿Mucha actividad social? ¿Qué tal las viejas, por allá? Bueno, no sé por qué preguntas eso, si bien sabes que vamos en plan de trabajo y más bien poco tiempo queda para eso, entre otras cosas porque no sabemos a dónde ir, no conocemos a nadie e irnos en plan de exploración requiere no sólo tiempo sino también la disposición a gastar. Y tú sabes que lo que nos dan de viáticos no permite darse esas libertades. Tocaría comprometer los ahorros, pagar con tarjeta de crédito y después terminamos discutiendo por la plata que nos hace falta.

Bueno, pero no me digas que no les echan el ojo a las mujeres por allá. Pues, ya sabes, que, por allá, por acá, cada quien tiene libertad para ver lo que le llame la atención, contesté. Pero de ahí a pensar que de sólo ver a una mujer de esas ya se sostuvo una relación, no tiene sentido. Y, es más, la gente que va conmigo está más interesada en ir a centros comerciales y comprar diferente tipo de cosas, que en gastar su dinero socializando o visitando sitios para entretenimiento de adultos. Más bien, ya que estás interesada en picarme la lengua, yo te preguntaría, ¿en qué van tus calenturas? Normal, dijo ella. Hace rato que no salimos.

Entiendo. Con eso quieres decir que estás con ganas de que te peguen una de esas revolcadas memorables, que tanto te gustan. Yo no he dicho eso, contestó, pero a veces siento que algo de eso hace falta. ¿Y a qué te refieres con que algo de eso hace falta? Pues que a veces una necesita sentir que alguien se interesa en sus necesidades. ¡Ya! Entiendo, repliqué. O sea que ¿haber permitido que tú te dieras tus libertades con otras personas no es estar interesado en tratar de satisfacer tus necesidades y caprichos? No, no me has entendido.

¿Estamos hablando de tener sexo con alguien que te despierte los más hondos instintos?, ¿Estamos hablando de tener una relación afectiva con alguien, que se comporte contigo como si fueran novios?, o ¿estamos hablando de ambas cosas a la vez? Creo que deberías hablar más claro, dije. Reconozco que, en un matrimonio, con el tiempo, muchas cosas se dan por sentadas, de manera que se pierde el encanto del cortejo, de la conquista, de la aventura, porque ya se siente que todo debe darse dada la relación y compromiso que se ha establecido. Mientras que, en esas aventuras, por el contrario, nada se da por sentado.

Los hombres, por lo general, buscan la oportunidad para tener sexo con una mujer, y si además es con alguien que les guste, pues mucho mejor. Pero llegado el caso, con tal de hundir su verga en una vagina, se le miden a cualquier posibilidad. Generalmente ustedes son las que disponen y deciden si aquello va o no va, así que, teniendo el poder de decidir lo que se quiere, no sé porqué entramos en este tipo de conversaciones. Para mí sería más fácil que me dijeras, oye, sabes que, tengo ganas de follarme un hombre y tengo visto a este o a este otro. Nos ahorraríamos muchas malas interpretaciones, ¿no crees? Y, pensándolo un rato, dijo, pues sí.

Lo que pasa es que ustedes son más prácticos. Nosotras le ponemos mucho sentimiento a las cosas y nos enredamos. ¡Si! Ustedes nos dicen cosas bonitas y nos cortejan sólo con el interés de tener una relación sexual, pero, en el fondo, verdaderamente no existe ese interés. Bueno, pues, puede que si lo haya, pero una discoteca no es el sitio para encontrar al amor de su vida. Allí cada quien está esperando la oportunidad de divertirse, pasarla rico y sin compromiso. Y se entiende que todos los que van allí están en el mismo plan.

Recuerdo que Xiomara, alguien que mi esposa conocía muy bien, me decía que lo que le aburría de esos planes era que, aceptar ir de rumba, era consentir que ellos tenían derecho a todo. Y yo le decía, pues, si no te gusta, ¿por qué aceptas? Y ella contestaba, que, si no lo hacía, nunca la invitaban a nada. Ella, entonces, estaba esperando otra cosa, una relación más duradera, hogar, familia, hijos. Una rumba no es para eso. Pero si se está pensando en retozar con un hombre, sin ataduras y compromisos, el plan de la discoteca puede ser perfecto. Y pregunté, acaso no te has dado cuenta que en las proximidades a las discotecas hay moteles y sitios para pasar un rato? ¿Por qué será?

El problema no es querer estar con un hombre sino en no distinguir muy bien qué es lo que se quiere realmente en ese tipo de situaciones. De ahí que lo más fácil sería tener claro cuál es el propósito y así sería más fácil llevarlo a cabo. Claro, también entiendo que el cortejo, las palabras bonitas y el aparente y sincero interés del hombre por la mujer sirva para calentar el momento y a entrega sea más placentera. Pues sí, dijo ella, ustedes son más prácticos. Esa es la palabra.

Salimos de allí sin concluir la conversación y continuamos con los asuntos pendientes hasta que, desocupados, ya más tarde, regresamos de nuevo a la casa. En la noche, ya descansando en nuestra cama, se me ocurrió utilizar el PC para proyectar, en la pantalla grande del televisor, las fotografías calientes que le he tomado en cada uno de sus encuentros sexuales. Bueno, ya que estás como rara con el tema, ahí tienes para que revivas situaciones y me digas realmente en qué estás pensando. Ten en cuenta, por ejemplo, que casi no hay fotografías de nosotros dos, porque nunca hemos tenido el cómplice que nos tome fotos mientras estamos juntos. Mientras que ellos y tú si tienen esa oportunidad, porque yo soy el fotógrafo designado.

Fui pasando las fotografías y ella, con cada proyección, hacía su respectivo aporte. En una de ellas, se nota en su rostro la emoción, con un gesto que pareciera la elevó al cielo mientras el macho que la atendía besaba su sexo. Ufff, aquello fue intenso. Cuando él puso su lengua en mi clítoris sentí que se me calentaba todo el cuerpo. Me cogió por sorpresa porque, siendo la primera aventura, yo no sabía cómo iba a reaccionar. Hasta ese momento todavía pensaba que, para tener sexo con otro hombre, diferente al marido, había que tener una relación más íntima con él. Bueno, y si eso fue lo que experimentaste y aprendiste, porqué estabas diciendo lo que me comentabas esta tarde. No sé. Bobadas mías.

En otra, donde ambos están desnudos, él toma su rostro con ambas manos para besarla y ella acaricia su pene erecto. Sentir el pene erecto de eso hombres me excita, me humedezco ahí mismo, dijo. Las sensaciones fueron intensas esa vez, porque yo no me lo esperaba. Estábamos de aniversario y ese fue mi regalo. Y, para qué, ese tipo me dispara la calentura. Además, me trató con mucha decencia y fue muy espacial conmigo. ¿Cómo así, especial?, pregunté. No era brusco. Se sentía su energía y era muy varonil, pero para nada brusco conmigo.

En otra, un mulato, bastante acuerpado y más grande que ella, la está penetrando en posición de perrito. Ese tipo tiene un pene bastante grueso y yo me sentía totalmente llena cuando me penetraba, afirmó. Fue una sensación diferente a las otras, pero bastante agradable. No sé si fue porque habíamos bailado y bebido unos tragos antes de eso, pero ese día yo estaba bastante relajada y entregada a la situación, sin importar que apenas lo habíamos conocido. Fue chévere.

En otra fotografía, su actual corneador la está penetrando en la posición del misionero y el rostro de ella expresa una satisfacción inmensa con lo que está pasando. Bueno, Wilson no es un tipo que digamos atractivo, pero tiene un algo que hace que yo desee estar con él. ¿Y no será el tamaño de su verga lo que te convence? Me atreví a preguntar. No, contestó ella, porque no lo conocimos desnudo y, antes de eso, ya sentía yo su energía, incluso antes de salir con él. Cierto es que, cuando estuve cerca de él y lo sentí cerca, la calentura subió. Y ya no hubo dudas. ¿Recuerdas? ¡Claro! Como si fuera ayer, dije.

Y así estuvimos, casi hasta la media noche, repasando todas sus aventuras, sus encuentros, poses, las miradas, los gestos en su rostro y, en medio de aquello preguntó, ¿no te disgustan mis caprichos, ¿verdad?, de pronto son inseguridades mías. Bueno, pues eres tú quien las resuelve, dije. Fotos y conversación, todo eso hizo que la comunicación mejorara y luego, abrazados, nos dormimos.

Al día siguiente tuve que ir hasta mi empresa y, estando allí, recibí una llamada de ella. Hablé con Wilson, está disponible hoy, y no sé si tengas tiempo para que nos veamos con él. Hoy es martes, anoté. El ambiente en los alrededores no es el mejor en esos lugares. Pues, dijo ella, se trata de que nosotros hagamos el ambiente ¿no te parece? Bueno, dale. ¿Cómo a qué hora nos encontraríamos?, preguntó. No sé, temprano, dije, con eso, si se alarga la cosa, no nos trasnochamos mucho. Creo que a las 7 pm está bien, dijo. De acuerdo, contesté. Llego como a eso de las 4 pm, anoté. Okey, dijo ella.

Cuando iba de camino a casa, recibí una llamada de Wilson, el corneador. Hola, contesté. Hola, me dijo, No sé si sabía; me llamó la patrona. Y ¿por qué le dice así?, pregunté. Por qué ella es la que ordena, me contestó riéndose. Y quería saber si ella desea algo especial, pues, para complacerla. Pues, lo de siempre, dije, ella lo que extraña es las cogidas magistrales que usted le da y sentir su verga dentro. ¿Le parece poco? Espero no decepcionarla, me replicó. Váyase pintoso y bien perfumado. No se preocupe, contesto. Bueno, más tarde nos vemos.

Cuando llegué a casa pude darme cuenta que ella había estado en el salón de belleza. Tenía su cabello arreglado, cepillado. Su cara maquillada y sus labios pintados con un rojo intenso, al igual que las uñas de manos y pies. Supuse que quería hacer de aquel encuentro algo especial y metérsele por los ojos a su corneador, de tal manera que este se esmerara en atenderla como ella esperaba. Las características del encuentro, sin embargo, se apartaban de su modelo de relación, porque aquel no la iba a cortejar, a tratar de conquistarla, sino que, encontrados, y ambos con deseos, como siempre, la desnudez y la satisfacción del deseo no se harían esperar.

Ella, definitivamente, quería exaltar la pasión y el deseo, así que se vistió toda de rojo para la ocasión, utilizando como ropa interior un baby doll escotado en su torso, una mini tanga, medias con liguero y zapatos de tacón alto. Encima se colocó una corta falda, también de color rojo, y una chaqueta blanca. Adornó su cuello con collares blancos, aretes en sus orejas y pulseras en sus muñecas. Mejor dicho, haciendo uso de sus mejores galas para la ocasión.

Poco antes de salir, el corneador la llama para saber por dónde vamos, pues él ya está próximo a llegar al lugar acordado. Ah, bueno, perfecto, dice ella. Entonces, escoge la habitación y nos esperas. Cuando lleguemos allá nos cuentas dónde estás y te caemos. ¿Te parece? Nosotros no nos demoramos. A lo sumo en media hora debemos estar llegando. Al colgar, ella me dice, toca apurarnos, porque él ya está allá. Apurarnos ¿para qué? dije yo. Para no hacerlo esperar, contesta.

En camino al lugar de encuentro, le pregunto a ella, ¿cómo lo contactaste y qué le dijiste para acordar el encuentro? Nada especial. Le dije que estábamos perdidos y que nos gustaría compartir de nuevo con él, si tenía tiempo. Me dijo que estaba libre hoy y que el resto de semana tenía compromisos. Como quien dice, tenía que ser hoy si o si, de modo que le dije que bueno y que después lo llamaba para ver dónde nos veíamos. Y ¿dónde nos vamos a ver? Yo le dije que mirara a ver si cambiábamos de escenario, por eso llegó más temprano. Cuando estemos cerca lo llamamos y le pregunto dónde debemos llegar.

Ya, próximos al lugar, ella lo llama de nuevo. Hola, entonces, ¿a dónde llegamos? Bueno. ¿Es cerca de donde hemos estado? Perfecto. Ya estamos llegando. Ya nos vemos. Es en el Jardín Real, al lado de donde hemos estado. Me dijo que está esperándonos en el primer piso, habitación 103. Okey, dije. Espera y parqueamos. Y lleguemos juntos. Bueno, dijo ella. Pero, sugiero, te quites las bragas, le dije. Y ¿por qué? dijo ella. Creo que no las vas a necesitar y cómo estas preocupada por no hacerlo esperar, eso facilita las cosas que van a venir. Bueno, dijo riéndose, mientras se las arreglaba para despojarse de las diminutas bragas, que a continuación me entregó. No me las vayas a botar, dijo. Pues, dejémosla aquí en el carro…

Bajamos del vehículo y nos dirigimos directamente a dónde se nos indicó. Ella tocó a la puerta que, de inmediato se abrió. Y no sé si ella fue la más sorprendida o yo, porque este muchacho nos recibió totalmente desnudo, con su miembro totalmente erecto. Apenas la vio, le dio un beso en la mejilla y tomó una de sus manos, dirigiéndola directamente a su pene. Mamita, hace tiempo que tenía ganas de verte y mi verga estaba extrañando la suavidad de tus manos, así que no pude esperar. ¿Quieres probarla ya?, dijo. Sí, respondió ella.

Bueno, vamos, entonces. La habitación tenía dos niveles. El primer piso estaba amoblado con un sofá. Una escalera en forma de caracol conducía al segundo nivel, donde, rodeada de espejos, había una gran cama frente a un televisor donde proyectaban películas pornográficas. Se contaba con un baño bien dispuesto y limpio. Las paredes tenían cuadros con figuras de parejas enamoradas, todo muy bien organizado y llamativo. ¡Claro! Para ese instante, eso era lo que menos les importaba a ellos. Era yo quien ponía atención a los detalles.

Y, en el sofá de ese primer nivel, Wilson se sienta en el borde y atrae a mi mujer para que se instale encima de él. Ella, sin quitarse la ropa, así lo hace. Y, como no tenía las bragas puestas, esa primera maniobra resulta fácil. Ella abre sus piernas, dejando las piernas de él en medio, acomoda su vagina sobre el pene de aquel y deja caer su cuerpo. Apenas siente que su miembro la penetra, exclama un sonoro, aaahhh… muestra de la inmensa expectativa que guardaba esperando ese momento.

Empieza a mover su cuerpo, adelante y atrás, instalada sobre aquel, pero parecen estar algo incómodos y no poder maniobrar con libertad. De modo que él, después de varios intentos errados por acomodarse, le dice… “Mamita, mejor vamos arriba”. Si, vamos, replica ella. Estás incómodo, ¿verdad? Si, dice él, mientras se incorpora, la toma de la mano y la arrastra escaleras arriba. 

Al llegar al segundo nivel, él se tiró de espaldas sobre la cama y le hizo señas para que se acercara y siguieran con lo que habían empezado allá abajo, así que mi esposa se retiró la pequeña falda roja, su chaqueta blanca y se acomodó de nuevo sobre aquel. Ahora sí, con entera libertad, ella empezó a moverse a gusto sobre el pene de aquel. Primero movía su cuerpo adelante y atrás, pero, con el pasar del tiempo, poco a poco, empezó a moverse de manera circular sobre su pene, presa de la mayor excitación, pues gemía, su rostro se contraía y con sus manos se acariciaba sus propios pechos. Aquel, sabiendo lo que pasaba, de cuando en vez, la aprisionaba por sus nalgas y le insinuaba cómo mover su cuerpo.

Pasados los minutos ella parece alcanzar el clímax y se retira de aquel, tumbándose a su lado y aun contorsionándose, presa de la emoción. Wilson, le pide que se coloque de espaldas y ahí, tumbados sobre la cama, la penetra desde atrás, ahora sí, empujando con gran vigor e intensidad. La escena es excitante, porque a medida que el empuja y empuja, la excitación de ella va otra vez en aumento y ya no gime, grita, con cada embate de este macho persistente. Mientras lo hace, sus manos se entretienen acariciando los hinchados y agitados pechos de mi mujer. Voy a complacerte como nunca antes, para que no me deje olvidado tanto tiempo, como esta vez, dijo. ¿Te gusta? Si, dijo ella. ¿Qué es lo que más te gusta? Sigue así, dijo ella.

Al rato, y después de darle y darle, el hombre pareció alcanzar su máxima sensación y, apretando las caderas de mi esposa con sus manos, la retuvo contra su cuerpo empujando y reteniendo su miembro en el contraído sexo de mi mujer mientras eyaculaba. Al rato se retiró y se pudo ver el condón lleno de su semen. Así que se levantó y fue al baño. Ella, mientras tanto, permaneció tendida en la cama, aún sobrecogida por la emoción y el esfuerzo puesto de manifiesto en aquella cogida. Se la veía muy contenta y, al parecer, satisfecha.

Su corneador volvió, se tumbó nuevamente a su lado, y, mientras le hablaba, se dedicó a acariciar su cuerpo; especialmente sus piernas. La charla, por ahora se enfocó en preguntar porqué lo teníamos tan olvidado. Ella dijo que habíamos tenido muchos compromisos y que, distraídos con tanta cosa, se había pasado el tiempo. Bueno, recuerda que no tienes sino que llamarme, y yo, con mucho gusto te complazco, donde sea y a la hora que sea. Y si el patrón no está, porque anda de viaje, pues lo llamamos y le pedimos permiso. ¿Por qué no?, dijo.

Pasado un rato, él colocó una de las manos de ella sobre su pene para que lo empezara a estimular de nuevo. Esta maniobra dio resultado, porque al poco tiempo su miembro volvió a estar disponible. Sin embargo, no pasó nada de inmediato. El seguía acariciando a mi esposa, y comentando cosas, sólo que ahora su miembro ya estaba duro y listo para entrar en acción. ¿Ya descansaste?, peguntó. Si, ¿por qué?, dijo ella. Pues para que lo hagamos otra vez, ¿si te parece? Si, dijo ella, y abrió sus piernas de manera mecánica.

El pareció entender la sugerencia y, de inmediato se incorporó, se acomodó en medio de las piernas de ella, dirigió el pene a su vagina y, al parecer muy entusiasmado, la penetró de nuevo. Lo hizo de manera delicada inicialmente, lentamente, y poco a poco, su miembro fue entrando más profundo dentro de ella. Sus embestidas empezaron de manera pausada al principio, y luego, un tanto más rápido, cuando aquel morocho empezó a mover su cuerpo en todas las direcciones. Ella le aprisionaba sus nalgas, atrayéndole hacia sí, quizá porque la sensación de placer empezaba a hacerse presente de nuevo.

Resulta un tanto cornudo decirlo, pero causaba excitación ver como los músculos de las nalgas y piernas de aquel hombre se tensaban cada vez que se acomodaba para empujar dentro de mu mujer, y como, poco a poco, su piel empezaba a ponerse brillante por el sudor que ya se empezaba a hacer visible. Mientras tanto ella, excitada con tanto movimiento, gemía cada vez más alto y movía sus piernas con intensidad, tratando de rodear y atenazar el cuerpo de aquel vigoroso hombre, que, la llenaba de placer.

Wilson quería alcanzar su máxima sensación, porque ella, al parecer, y de nuevo, ya parecía estar llegando, así que corrió su cuerpo al borde de la cama, permitiéndole que ella apoyase sus pies contra la pared, quedando el en libertad de embestir y embestir, permaneciendo de pie al borde de la cama. Esta posición, de hecho, permite llegar más profundo dentro del sexo de ella y maniobrar con mayor espacio, amasar los senos de mi mujer, a voluntad, y jugar con sus piernas, abriéndolas o cerrándolas, tal vez para sentir su pene más o menos aprisionado dentro de su cuerpo.

Sea como fuere, esa posición resultó fabulosa. El rostro de ella se congestionó, se puso colorada de la excitación y, después de varias embestidas y numerosas variaciones en lo forma en que aquel la penetraba, finalmente soltó un estruendoso grito que, con el apaciguamiento de la sensación, de a poco fue bajando en volumen. Se agarró del cuello de Wilson y retuvo su cuerpo, unido al de ella, mientras disminuía toda la excitación que había surgido en aquella singular follada. Él se retira dejando ver en el condón los restos cremosos de su semen mientras que ella, aun agitada, permaneció tendida en la cama. Su respiración aún era agitada y sus pechos se movían arriba y abajo.

El muchacho entró al baño, se duchó y, al poco rato, salió relajado y con cara de satisfacción. Al fin y al cabo, para no haberse visto por algún tiempo, parecía que ya había recuperado los polvos perdidos y había sabido gozar de ella lo suficiente. Se sentó en la cama y, sonriente, dijo, ahora sí le recibo un trago. Creo que me lo merezco. Usted dirá, contesté. Un ron con coca-cola estaría bien. Bueno, espere lo pido, pues con esa arrechera suya, no hubo tiempo de pedir nada. Tranquilo, no se preocupe, yo espero… Ella, mientras, se había levantado y entrado al baño.

Hice las llamadas respectivas para solicitar el servicio y mientras esperábamos estuvimos charlando. ¿Cómo le ha ido? Todo bien, me comentó. Bueno, y ¿qué tanto compromiso tiene? No, lo normal, nada especial. Bueno, pero Laura me dijo que andaba ocupadísimo y que, si no era hoy, ya no sería. Dije eso porque, si lo aplazaba, de pronto ella se arrepentía y la cosa quedaba en veremos. Mejor aprovechar que ella tomó la iniciativa y sacar provecho que anda deseosa. Pues, sí, dije. Al parecer así ha sido, ¿no le parece? Si, dijo él, está bastante caliente el día de hoy. Bueno, esos es señal de que lo estaba deseando a usted desde hace días. Hay que aprovechar, dijo…

Llegadas las bebidas y ya reunidos los tres, continuamos la conversación al calor de unos tragos. Bueno, no te puedes quejar, le dijo él a ella; me he esforzado bastante. Está bien, respondió ella, no tengo queja. Esperemos un rato a ver si levanto presión de nuevo. Admiro tanta energía, dijo ella, porque yo ya estoy que no doy más. No te creo, respondió aquel. Cuando estás así, resultas insaciable.

Pasado un larguísimo rato, él, de nuevo, empezó a acariciarla y, con sus manos, tratar de estimular su clítoris, a ver si ella se animaba de nuevo. ¿Sabes qué?, dijo ella, la verdad, yo ya estoy agotada. Yo creo que mejor guardamos fuerzas para otro día. Y, con más ánimo, nos encontramos de nuevo. Bueno, dijo él, pero, entonces, para despedirnos, déjeme bañarla. Nunca lo hemos hecho. Buuueeeno, dijo ella, no muy convencida. ¡Vamos pues! Dijo él y me picó el ojo sonriendo, con cara de travieso.

Entrados al baño fueron directo a la ducha, que estaba bastante amplia y se separaba del resto del mobiliario con un gran vidrio transparente. Abrieron la llave del agua y bien pronto el recinto se llenó de vapor; el agua estaba caliente. Él tomó la iniciativa, cerró la llave del agua y empezó a enjabonarla a ella, llenándola de espuma en todo su cuerpo. Mientras lo hacía, ponía especial atención en estimular su clítoris. Ella, en respuesta, hizo lo mismo, enjabonando todo su cuerpo y, desde luego, con énfasis en su miembro que ya para ese momento estaba endurecido y erecto.

La mutua enjabonada sirvió de pretexto para que él arrimara su cuerpo al de ella y, en un estrecho abrazo, la besara. Ella no lo rechazó y, por el contrario, hizo de esa caricia un simulacro de cópula, sólo que estaban ambos de pie y, por la diferencia de altura, una penetración en esa posición resultara imposible, a menos que ella se apoyara sobre algo. Pero no habiendo como, ella, percibiendo la dificultad, se puso de espaldas a él, apoyo sus manos en las llaves de la ducha e inclinado su cuerpo, meneó sus nalgas, ofreciéndoselas a aquel.

El no desaprovechó su gesto y, rápidamente se apresuró a penetrarla. Ella abrió la llave del agua y aquella follada se dio estando los dos bajo un chorro de agua caliente. Wilson acariciaba los senos de mi esposa mientras empujaba y empujaba, y ella, apoyada en las llaves, tan solo resistía sus embestidas. No paso mucho tiempo para que empezara a gemir, a mover sus caderas, a contorsionar su cuerpo, mientras Wilson la atenazaba por sus caderas para que no se fueran a desconectar. Ella, totalmente excitada, gimió de lo lindo y pareció haber alcanzado su orgasmo, de modo que aquel se retiró su miembro todavía erecto y, sin vergüenza, le pidió a ella que se lo mamara.

Mamita, deme ese regalo, ya que hoy no lo hemos hecho. Y ella, obediente, tomó su pene en las manos y se lo llevó a la boca. Seguramente él, también, ya estaba próximo, porque no tardó en venirse. Y ella, aprovechando que caía agua sobre ellos, siguió chupando aquel miembro hasta que fue perdiendo dureza y las cosas se fueron calmando. Estuviste súper, dijo él. Llámame cuando quieras, que siendo así vengo sin tardanza, dijo. Ella tan sólo contestó sonriendo. Yo me salí a esperarles afuera.

Se demoraron un rato en salir, así que supongo que hubo otro espacio para besos y abrazos, más reservados, quizás más espontáneos, ajenos a mis miradas. Cada uno, por su lado, empezó a vestirse, sin decir nada y tan solo mirando de rejo las escenas pornográficas que se veían en el televisor. Era curioso, sin embargo, como aquellas escenas captaban su atención, tanto, que llegué a decir, pues si quieren esperamos otro rato y practican esas poses. ¿Te le mides?, dijo él. ¡No! ya está bien, dijo ella. ¿Es que nunca te cansas? Contigo no, mamita, le respondió.

Una vez vestidos, quién iba a imaginar que aquellos, poco rato antes, habían estado follando a más no poder. Todos salimos de allí con rostros satisfechos. Ella, porque había logrado aliviar la inmensa tensión sexual que venía acumulando desde días atrás y que, minutos atrás, había desfogado con toda su intensidad. El, porque la oportunidad de follarse a una hembra tan caliente y deseosa, como estaba mi esposa aquel día, no se da muy seguido. Y yo, por supuesto, por haber presenciado, en vivo y en directo, la magnitud de tal faena.

Ya en el carro y habiéndonos despedido de Wilson, dije, ¿no te puedes quejar? No, dijo ella, él, como siempre, es inagotable y soy yo la que no le da la talla. Para estar con él uno tiene que tener muy buen estado físico y estar preparada. No hay queja. El tipo sirve para esto. Pues sí, dije, hay que reconocerlo. Y, bueno, ¿eran tantas las ganas que tenías? Pues, verse con él resulta agradable, pero no tanto como para decir que si no se da se acabó el mundo. Y ¿entonces? ¿Tú fuiste la que organizaste la cosa? Pues, sí. La verdad, ver esas fotos anoche, me calentaron y me animaron a hacer esto. Vaya, vaya… dije yo. Y volvimos a la casa, por supuesto, a descansar después de una noche de sexo muy intensa.

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