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Los vecinos del 104

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Ya les he comentado que mi amigo Cornelio vive en un edificio, él ocupa el departamento 003 y el departamento de los vecinos, de quienes tratará esta historia, está en un nivel superior, pero enfrentados, de tal manera que desde allí pueden ver todo lo que ocurre en el departamento de Cornelio, si éste tiene sus cortinas abiertas.

Los vecinos son una pareja con una edad cinco años mayor que Cornelio. La vecina, a quien llamaré Paty, es muy libidinosa y espía los movimientos de mi amigo; afortunadamente, parece que no es chismosa, pues al parecer no divulga las aventuras amorosas que tiene Cornelio, aunque esté al tanto de ellas. Cornelio, quien se confiesa exhibicionista, tiene relaciones sexuales frecuentemente, la mayoría de las veces con su amante Tere, o con Stella, su exesposa, y dos o tres veces al mes con la señora que hace el aseo de su departamento. Seguramente todo lo tiene registrado la señora Paty, quien es voyeur de primera fila desde su ventana. En otra ocasión les platicaré cómo fue con la mujer que le hace el aseo, por ahora me dedicaré relatar lo que me contó mi amigo sobre sus vecinos. El relato será en primera persona.

El lunes pasado estaba limpiando mi carro en el estacionamiento y se acercó mi vecino Heriberto, quien es profesor en un bachillerato técnico. Después de los saludos de rigor, me abordó con su plática.

–Te vi limpiando tu auto y me decidí venir a hablar contigo. ¿Tienes tiempo? –me preguntó.

–Sí, no hay problema, ya voy a terminar, sólo me falta el vidrio trasero, déjame terminarlo y te invito a mi departamento a platicar mientras nos tomamos una cerveza –le contesté y me pasé a terminar la tarea.

–¡Muy bien, al fin que yo ya terminé mis clases en línea del día de hoy! –expresó muy animado.

Charlamos un poco sobre cómo le hacía para llevar el control de lo que hacían sus alumnos. Por mi parte, le conté que yo iba de dos a tres días a la semana, y hoy no tenía pendientes. Cuando acabé nos fuimos a mi departamento, saqué unas latas de cerveza del refrigerador ofreciéndole una y lo invité a sentarse para iniciar la charla.

–Todavía quedan varias latas en la nevera, así que no hay problema. Te escucho con atención –le dije al sentarnos–. ¡Salud, por la amistad!

–Sí, por la amistad, y por la vacuna que nos pusieron el mes pasado, ¡salud! –completó, tomamos un trago y continuó hablando–. No sé cómo lo vayas a tomar, pero todo lo que voy a decirte es en buen plan y a sugerencia de mi esposa, con quien estoy de acuerdo en cumplirle sus locuras –dijo llenándome de curiosidad.

Vino a mi mente la figura rechoncha de mi vecina, quien tiene una cintura casi normal, pero unas tetotas y unas nalgotas que se me han antojado, pero siempre he guardado el recato cuando pasan, sin que mi mirada me delate.

–Seguramente ya te has dado cuenta que mi mujer es muy caliente y se trata de ver algo cuando traes a alguna de tus amigas al departamento –¡ y bien que lo es!, recordé cuando sin descaro se masturbó mientras que Tere y yo le dábamos una función al no cerrar las cortinas–. La semana pasada, la sorprendí masturbándose mientras ella te veía coger y entendí por qué, después de estar viendo hacia la ventana, se metía muy caliente a la cama y me daba unas riquísimas mamadas para parármela, además de ponerme una cabalgada para dejarme seco –dijo sin remilgos en tanto que yo escuchaba con los ojos muy abiertos sin acertar a entender si lo decía como reclamo para que yo cerrara las cortinas en futuras acciones, o si era por presumirme de la fogosidad de su esposa.

–Lo siento, seré más cuidadoso con las cortinas… –fue lo que se me ocurrió decir–. Espero que no te hayas molestado mucho, Heriberto.

–¡No, no me entiendes! Te lo explicaré claramente –dijo, moviendo la lata vacía en señal de que requería otra cerveza.

Atendí prontamente su solicitud implícita y me senté para seguir escuchándolo. Me contó sobre cómo conoció a su esposa y la manera en la que ésta lo apoyó desde que eran estudiantes. Se casaron, tuvieron buenos y malos momentos económicos, después vinieron los hijos, siempre bien atendidos por Paty y, subrepticiamente, porque Heriberto no lo aceptaba, ella obtenía ayuda de sus padres en los momentos más difíciles. Hasta que, en un recorte, él perdió su empleo, pero con la indemnización puso un pequeño negocio que su esposa sugirió e involucró a sus hijos dirigiéndolo ella con buen tino y que les hizo ganar dinero suficiente, incluso ahorraron una buena suma para comprar una casa. Pero todo se perdió cuando a ella la tuvieron qué operar de un tumor cerebral y su recuperación fue muy lenta, pero resultó efectiva. Sin embargo, los médicos les advirtieron a los familiares que deberían llevarle la corriente en todo lo que pudieran, para evitar una recaída debido a que no soportaría cambios bruscos en la presión arterial pues, seguramente, le provocarían algún infarto cerebral. Fue benéfico, pues cuando se acabaron los ahorros ella insistió en que Heriberto trabajara de profesor y se presentara a concurso por una plaza de tiempo completo que recientemente se había creado; hasta después mi vecino supo que su suegra había ordenado la creación de la plaza, “no sé cómo lo hizo”, insistió, en la escuela cercana al domicilio, “con retrato hablado” a sus antecedentes académicos y profesionales. También, Paty fue más segura de sí misma y tuvo mayor receptividad sexual, incluso ella le mostró al vecino varias películas pornográficas para que éste aprendiera mejor cómo hacerle el amor. Definitivamente él sabía que era importante corresponderle amorosamente a su esposa.

–Así, cuando la vi masturbarse, le pregunté si así le gustaría, refiriéndome a la manera en la que tú estabas atendiendo a tu compañía ese día. Ella respondió “El vecino es muy puto, me gustaría que lo invitáramos a hacer un trío”, me dijo y me tiró a la cama dándome una de las mejores cogidas. No le dije más. Sin embargo, lo pensé un buen tiempo y decidí platicarlo contigo –concluyó, dejándome sorprendido con su petición y admirándolo por el amor que le profesa a su mujer.

–No sé qué pensar –dije dubitativamente–… ¿Cuál es tu intención de platicármelo?

–Quizá mi mujer no te resulte apetecible, lo entiendo, es mayor que tú. Además, a ella nunca le dije que hablaría de esto contigo. Pero sí me gustaría cumplirle ese gusto. ¿Qué dices?

–Sí he hecho dos veces un trío HMH –le expliqué acordándome de las locuras de Stella, mi exesposa–, incluso una vez estuve con otros cuatro más, invitados por una mujer para cumplirle un capricho. Pero nunca he estado con un matrimonio…

–Si mi mujer no te agrada, no hay problema, aquí no ha pasado nada, y no te preocupes pues estoy seguro que ella no te dirá algo al respecto –dijo dejando la lata vacía sobre la mesa.

–Tu mujer no está mal para la edad que tiene y sí, me gustan sus tetas y sus nalgas. Pero no quisiera que me atrajeran consecuencias desagradables con tus hijos, o que los demás vecinos hablaran mal de Paty –expliqué sobre los posibles inconvenientes.

–Sí, lo he pensado y he imaginado posibles escenarios donde evitaríamos alguna situación comprometedora –manifestó mi vecino y pasó a describírmelos.

Acepté uno de ellos: un fin de semana en un hotel de cinco estrellas en Cuernavaca. Los gastos correrían por cuenta de ellos. Además, propuso aclarando enfáticamente “no te molestes por lo que te voy a pedir”, antes nos haríamos los tres una prueba clínica para saber si estamos en condiciones saludables sin problemas de enfermedades de transmisión sexual. Lo cual me pareció correcto.

–Yo me limitaría a ver, pues creo que mi esposa no se refería exactamente a ‘un trío’, sino lo que ella quiere es coger contigo –expresó, aunque Heriberto no precisó que preferiría él.

–Tú mira todo lo que gustes, y si ella quiere que también le des amor, se lo das como ella te lo pida –dije recordando lo que hacía conmigo mi exesposa–, sospecho que yo soy sólo un pretexto; las formas en que nos aman las mujeres no son entendibles para nosotros –concluí en tanto que Heriberto asentía y mostraba un rostro como el de un iluminado al revelársele una gran verdad.

Pasó un poco de tiempo antes de tener todo listo. Fue entonces en que Heriberto le dijo a Paty que ya había conseguido mi anuencia para el trío y fijamos la fecha. Ellos se irían primero y yo los alcanzaría unas horas después. Sus hijos sabían que ellos irían a disfrutar solos un fin de semana a Cuernavaca.

Cuando llegué, fui directamente a la habitación que me habían indicado por el Whatsapp. Ellos ya habían pedido que les llevaran al cuarto una cena opípara para los tres, la cual disfrutamos con exquisitos vinos y desnudos a petición de Paty.

–¿Puedo tomar mi coñac aquí? –me preguntó Paty, acercando su copa a mis huevos.

–Claro, como gustes, esta noche estamos para festejarte –le dije acariciando su rostro y le di un beso magreándole una de las tetas.

Ella aceptó mis caricias y luego se acostó boca arriba, pidiéndome que me hincara abriendo las piernas para poder lamer bien los huevos. Soltó un pequeño chorro de su copa en la cúspide de mi glande, resbalando el coñac en el tronco hasta gotear desde mis testículos. Lentamente disfrutó la bebida lamiendo y chupándome el escroto hasta que la terminó. Después se enderezó para lamer la cabeza de mi verga, abrió la boca y poco a poco se la fue metiendo hasta que la sintió en la garganta. Como si fuese una gran suripanta, subía y bajaba la cabeza estrechando mi tronco con sus labios. “¿Dónde, si no en las películas porno, habrá aprendido esta puta a hacer tan ricas mamadas?”, me decía mientras disfrutaba el calor de su saliva y del aire que resoplaba su nariz. Lleno de placer, entreabrí los ojos y pude ver la cara asombrada de Heriberto contemplando a su mujer, y seguramente se preguntaba lo mismo que yo. Cuando estaba a punto de venirme, se separó y me pidió ponerme de pie.

Nos tomó, a su marido y a mí, de los penes y nos llevó a la cama. Allí, acostada ella y nosotros de rodillas, uno a cada lado, se metió los dos a la boca, con mucho trabajo, pero su lengua venía de un glande a otro y especialmente recorría el meato de la uretra, causándome un placer tremendo, y seguramente al marido también por la cara que él ponía. Nunca supe si era presemen, orina, o qué, lo que empezó a escurrirme.

Después nos pidió que cada uno le mamara una teta. Yo aproveché para meter una mano bajo la nalga y con la otra acaricié su ombligo (porque Heriberto me había ganado la pepa). “Sí, bebés, mamen a su mami así…”, decía mientras nos acariciaba el pelo y nosotros parecíamos unas crías hambrientas.

Al rato se puso en cuatro y me ordenó: “Puto, mámame la panocha y el ano como lo se lo haces a tus amigas”. Y me esmeré en satisfacerla. Luego sacó un frasco de lubricante.

–Quiero que se vengan juntos. ¿Por dónde quieres tú, mi amor? –le preguntó a su esposo.

–Por donde quieras, mamita –respondió él y ella le dio el frasco, asignándole el lugar.

Ella palmeo la cama a su lado, indicándome que me acostara. Cuando lo hice, se ensartó en mí, y dándome un beso dejó libre su culo para que su esposo le preparara el esfínter. Paty fue penetrada por las dos vías teniendo orgasmos a raudales, entre gemidos y gritos donde se salía su líquido como arroyo resbalando por mis huevos y embarrando y enredando el vello de nuestros pubis con el movimiento. Ya sabes cómo sentía yo en mi pene con los viajes del de Heriberto, lo vivimos tú y yo con Stella.

Al terminar todos rendidos, apenas se repuso y le pidió a su esposo que le limpiara la panocha con la lengua. Heriberto compungido, se inclinó para cumplir la petición, en tanto que yo sonreí, pero me agradó la devoción con la que le chupó la raja, que pronto cambió a un ávido lengüeteo donde la lengua recorría la entrepierna, el pelambre y entraba en la vagina hasta donde le era posible. Ahora el gesto de Heriberto era de lujuria y competía en ello con el de Paty, quien seguramente seguía soltando atole en más orgasmos. Ella extendió sus brazos hacia mí pidiendo un beso y se lo di, ocupando mis manos en sus chiches.

Al rato, después de descansar un poco, Paty se volteó boca abajo, extendió su mano y me acarició la verga.

–Puto, a ti te toca limpiarme el culo y las nalgas –dijo mientras sacudía mi pene y flexionó un poco las piernas para subir sus nalgas.

Le puse una almohada bajo la panza y empecé mi tarea. Ahora Heriberto sonreía. Yo le empecé a chupar un poco la raja y el periné, luego subí las lamidas hasta llegar al ano que aún no se cerraba. Lo lamí con gusto, incluso le metí la nariz y la tallé en su oquedad. Lamí sus nalgas, viajando por toda su área, las acaricié y apreté a mi gusto; ella sabía que me encantaban ya que algunas veces en las que la vi pasar en el edificio, si no había alguien más, las movía para mí con su caminar de puta provocándome una erección instantánea. Terminé la limpieza y no pude evitar darle una nalgada que la sorprendió, y el matrimonio soltó una carcajada espontánea.

Dormimos y me despertó su boca en mi pene. Ella le acariciaba el pecho a su marido al ritmo en que me daba la mamada, tan rica que culminó en una venida abundante. Tragó un poco y sin soltarme el falo le dio un beso a Heriberto para compartirle la leche que había ordeñado. El marido la libó como si fuera miel por la dulzura del beso que le daban.

Al rato me volvió a despertar el trepidante movimiento con el que Heriberto penetraba a su esposa, quien gritaba “Sí, papacito, dame mucha verga. Siempre me ha gustado la manera en la que me coges”. Se vinieron y vino la calma. En la mañana nos metimos los tres al yacusi y le dimos otra repasada. Ahora me pidió que le diera por el culo mientras ordeñaba con la boca a Heriberto. Pensé que me tocaría el beso a mí, pero fue Heriberto el agraciado en tanto que sus nalgas movían en círculos a mi verga.

Fuimos a la alberca y todo el cariño y las caricias fueron entre ellos, parecía que andaban en Luna de miel…

Ya en el cuarto, antes de vestirnos para ir a comer y regresar. Paty me abrazó desde atrás, besó mi espalda, con su mano me jalaba la verga y huevos.

–Gracias por este fin de semana, puto –me decía empujándome hacia la cama donde me tiró y se montó dándome la espalda y ensartándose en mi pito.

Yo veía sus nalgas resbalar y eso me mantenía con la verga bien parada. Ella miraba a su marido, sentado en el sillón y le mandaba besos.

–Observa cómo lo uso, pues así te hago a ti, mi amor. Gracias por darme este regalo, nunca lo olvidaré –le decía Paty a Heriberto aumentando el ritmo de la cabalgata.

Vi en el espejo la manera salvaje en que se movían las tetas. Seguramente también hechizó a Heriberto quien se acercó para colocar su cara entre ellas. Paty grito y sentí las contracciones de su vagina, después escurrió el líquido en mi escroto, Heriberto se retiró y ella cayó hacia el frente. Yo seguía con la verga tiesa y sentí un dolor agudo que me hizo sentarme para aminorarlo, pero, cómo es la naturaleza de nuestro cuerpo, de inmediato se me puso el pene flácido. Me incline para besarle la espalda al tiempo que metía mis manos entre sus tetas para acariciarla. Ella gemía lentamente.

Comimos felices en el restaurante, platicando intrascendencias. Ellos se acariciaban continuamente y sus miradas eran de amor. Yo, casi no aparecía en el campo de su visión. Recordé que ella nunca me llamó por mi nombre, pues se dirigió a mí como “el puto”. Sí, estaba convencido, fui un pretexto para que ellos se amaran más. Me quedé pensando en Stella ¡Qué hermoso hubiera sido que ella fuera tan discreta como Paty! Seguramente yo le hubiese conseguido algún puto de vez en cuando…

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