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Mamá-da

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Me encontraba desnudo en la cama de mis padres. Esperaba con una mezcla de ansia y un nerviosismo que apenas podía dejarme quieto. Aunque estábamos en pleno verano yo tenía hasta algún que otro escalofrío, mientras mi frente se perlaba por pequeñas gotas de sudor.

Mis nervios estaban bien infundados. Desde hacía unos meses tenía una relación sexual, la primera de mi vida y pensando que ya tenía los 18 años, ya iba siendo hora. Había tenido sexo, unos maravillosos coitos que me habían llevado al cielo. Ahora sentado en la cama con los pies en la mullida alfombra esperaba a mi amante.

Tenía ganas de verla, lo deseaba. Hacia más o menos dos semanas que no teníamos contacto físico, únicamente algún que otro beso furtivo que me erizaba la piel. Me estaba volviendo loco dentro de aquella casa, la presencia de mi padre me ponía de los nervios y cada vez tenía más ganas de estar solos, sin embargo eso muy pocas veces pasaba. Hoy era una de esas ocasiones.

Escuché los primeros pasos, la puerta del baño se cerraba y mi amante venía al cuarto dispuesta a hacer lo prometido. Sus ligeros pies apenas hacían crujir la madera, sus firmes piernas sostenían un cuerpo que me había vuelto loco desde que tenía memoria y que por fin, cumplía mis deseos.

Al final entró, con una bata y su belleza habitual lista para cumplir con su palabra. Con una luz tenue los dos quedamos iluminados en el cuarto de mis padres dispuestos a hacer lo que tanto deseábamos. Sin embargo, esta vez no sería recíproco, hoy solo me tocaba a mí terminar satisfecho. Me había prometido hacer lo que tanto anhelaba y lo que obviamente nadie antes me había hecho, mi reina así lo quería. Mi madre me iba a hacer mi primera mamada.

Caminó despacio hasta donde me encontraba, no parecía que sus pies se movieran, se movía con tan gracilidad que levitaba por encima de la madera. Su bata de color rosa la llegaba hasta los muslos, no tenía nada en especial, ninguna cosa que llamara la atención, era su prenda habitual para estar por casa. No obstante, para mí cualquier cosa que llevara puesto era un objeto hecho para la seducción.

Llegó hasta donde me encontraba, tan despacio que sentí que el tiempo se había detenido y que solo nosotros habitábamos una dimensión paralela en la que nos habíamos sumergido. Pasó con lentitud su mano por mi cabello moreno al igual que el de ella. Enredó los dedos masajeándome el cuero cabelludo con unas uñas de color negro perfectamente arregladas y largas en su justa medida.

El recorrido de sus dedos viró por detrás de mi oreja, haciendo que un escalofrío recorriera mi cuerpo desnudo y temblara sin poder evitarlo. Mi madre sonrió, era su pequeño cachorro, un animalito asustado ante semejante hembra.

Sus dedos rozaron mi mejilla, estaba tan caliente como todo mi cuerpo, una hoguera había nacido en mi interior esa misma mañana y esperaba ser aplacada. La uña pasó tocándome la piel hasta recorrer mis labios. Con la yema de su dedo índice se llevó un poco de saliva caliente que no pude meter dentro de mi boca. Puso un dedo flexionado en mi barbilla y me levantó aún más el rostro, quería que la mirase a sus preciosos ojos verdes.

Ella se agachó ligeramente, quedando su boca muy cerca de mi oreja. Notaba su aliento caliente, ese que varias veces me golpeaba en mi rostro mientras lo hacíamos de manera salvaje. Escuché como se humedecía los labios para decir algo, sentí como su lengua salía y entraba de nuevo en su boca, soñaba con aquel músculo húmedo en otra parte de mi cuerpo desde hacía mucho tiempo.

Mantenía mis ojos quietos con la vista al frente, al tiempo que notaba como aspiraba aire para hablar. Veía colgar de su cuello la fina cadena de plata que coronaba una pequeña cruz hecha del mismo material. Se movía tambaleante en su sedosa piel, pero más atrás, algo que me gustaba más se encontraba.

Su mano derecha trataba de tapar lo que tanto me gustaba, sin embargo tampoco le ponía mucho empeño. Aunque tuviera unidos ambos lados de la tela de la bata, sus pechos juntos, grandes y esponjosos podían verse dentro de la tela rosa de la cual sentí rabia por su existencia.

Noté el aire salir de su boca, iba a soltarlo ¿Qué querría?

—Tranquilo.

Su voz melosa me embargo. Rozó con sus labios la piel de mi oído y toda la parte derecha de mi cuerpo sintió un corto circuito. Era la voz más sexy, más erótica que había escuchado y todo en boca de la mujer perfecta.

Dio dos pasos hacia la cama, se agachó y cogió un cojín que estaba junto al cabecero. Me miró dedicándome una sonrisa de lo más normal, sin embargo el fuego de sus ojos hacia que la expresión de su rostro cambiase por completo. Lo arrojó entre mis piernas al mismo tiempo que se colocaba delante de mí, una diosa ante un pobre infiel que iba a comenzar a creer en las deidades.

Sus manos recorrieron lentas la tela de la bata, llegando al pequeño nudo que estaba a medio deshacer. Cumplió mis deseos quitándolo del todo, aunque lanzándome una sonrisa maliciosa me hizo esperar unos segundos para ver su espléndido cuerpo.

Al final separó la ropa y delante de mis ojos vi de nuevo mi más oculto deseo, el cuerpo de mamá. Era como ver la luz en un día oscuro, como un fuego en la fría noche, aquellas curvas estaban hechas para descarrilar y yo estaba dispuesto a ello.

La bata rosa que usaba siempre se deslizó por sus finos brazos cayendo hasta el suelo, donde formó un semicírculo en sus pies. La miré de arriba abajo mientras colocaba sus brazos en la cintura esperando a que analizase cada centímetro de su piel.

La única tela que recubría algo de su cuerpo era un fino tanga de color amarillo. Color bastante cantoso para mi gusto, pero ¿de qué me podía quejar? De nada. Las manos las tenía posadas en una cadera que se habían ensanchado un poco debido al embarazo. Con una ligereza apabullante estas comenzaron a subir, haciendo que mis ojos no pudieran dejar de mirarlas.

Las uñas negras contrastaban en su piel del color de la luna, aunque estas desaparecieron cuando se cerraron en torno a la goma del tanga. Subió esta hasta el límite de la rotura, donde pude percibir como debajo de la tela dos labios bien marcados me saludaban con una graciosa humedad.

Mi pene ya llevaba tieso desde el amanecer, pero viendo el beso que me mandaban sus labios vaginales, dio un respingo también a modo de saludo. Mi madre no soportó ver ese curioso movimiento arriba y abajo. Sonrió al tiempo que soltaba las gomas y el chasquido sonaba similar al de un látigo recorriendo todo el cuarto.

No cesó allí su movimiento ardiente, sino que tenía un objetivo muy superior. Desde pequeño me han encantado los pechos, siempre es lo que más me ponía de las mujeres y ahora que por fin pude obtener a mi madre lo entendí. ¿Cómo no me iban a gustar? Los pechos de mi progenitora eran perfectos, grandes y gordos, duros y esponjosos, ni un artista podría haberlos moldeado mejor en una escultura de mármol.

Sentí envidia de sus manos cuando llegaron a estos y trataron de taparlos con toda la extensión de sus dedos, no podían, era imposible. Los pezones se filtraron por la abertura que quedaban entre las falanges, deseaba comérmelos. Apretó… mucho… hasta tal punto que mostró de forma ardiente unos dientes apretados que siseaban como una serpiente dentro de su boca.

No podía mantener la cordura, no pensaba en su felación, quería penetrarla, aunque por cómo estaba, duraría un minuto… pero ¡qué minuto!

Dejó de contonearse para mí. Demasiado espectáculo, no me merecía tanto y si lo merecía, no era recomendable, ya me salía humo por las orejas, debía empezar. Estaba comenzando a impacientarme, no por su culpa, sino porque mis ganas de que se metiera mi pene en la boca desbordaban.

Sin embargo empecé a ver la luz. Primero una pierna y después la otra se arrodillaron sobre el cojín que amortiguaba el roce con la alfombra. Aunque el pensamiento de que no le sería muy necesario pasó por mi mente, pronto acabaría.

Ambos índices me los clavó en las rodillas. Empujó con ganas alejando una pierna de la otra, dejándome totalmente expuesto para lo que pretendía hacer. Apretó con todos los dedos por encima de mi rodilla, sentí que las dos manos hacían una tenaza de la que no podía soltarme… ni se me hubiera ocurrido.

Ella acercó aún más su cuerpo, solamente unos pequeños pasos con sus rodillas haciendo que con tal cercanía, uno de sus pechos se moviera y golpeara sobre mi capullo. Sentí el cielo y el infierno en el mismo lugar, el placer era indescriptible, solo con su roce había sido maravilloso, pero el calor que mi cuerpo producía no era sano.

Sus manos recorrieron mi muslo mientras sus ojos verdes se fijaban en los míos sin parar. Su movimiento era lento, pero sentido, similar a una masajista haciendo bien su trabajo. Sus pulgares se metían entre mis músculos dejando una marca blanca que en unos segundos se convertiría en roja, el mismo color que el fuego.

Estaba muy cerca de mi zona pélvica cuando se acercó aún más a mi cuerpo, sus pechos quedaron pegados a mi miembro viril, metiéndolos entre ellos para protegerlo. Alzó su rostro, acercándolo mucho al mío y vi que se mordía el labio a la par que me lanzaba una sonrisa cómplice, estaba tan caliente como yo.

Me fui a agachar, a acortar centímetros para besar sus gruesos labios pintados de un color rojo oscuro que me enloquecía. Ella no se dejó y volvió a su posición haciendo que mi polla saliera de entre sus senos y rebotara maldiciendo por su mala suerte.

Sin dejar de mirarme y sin quitar su malévola sonrisa descendió por mi cuerpo. Su cuerpo estaba demasiado cerca del mío, podía notar el calor que manaba del suyo, pero sobre todo una parte de mi entrepierna sentía más que el resto.

Tanto bajó su rostro que este se topó de frente con lo que buscaba. Estaba colocada casi a cuatro patas, como lo habíamos probado dos semanas atrás ¡Menudo placer! Mi corrida había sido espectacular y también… la última. Había decidido no eyacular más por mi cuenta, mi semen solo estaría destinado para ella y a mi madre la idea le gustó, es más… creo que la encantó.

Dejó de mirarme con sus ojos que producían una intensidad abismal en mi interior, para preocuparse de la herramienta que tenía a escasos milímetros. Estaban a un palmo, quizá no entrarían tres dedos entre la distancia de su cara y mi pene. Ella respiraba con fuerza, notando como hacia vibrar mi punta con cada expiración de aire caliente, me iba a marear.

Sus manos estaban en la parte más alta de mis mulsos y también muy cerca de mi miembro. Toda ella estaba cerca, pero… nada me lo tocaba. Allí admiró mi pene, parecía observar cada poro de mi piel en el cual el vello había sido recortado hasta el límite. Mi saco escrotal, lo analizo a profundidad, observando como dentro colgaban dos genitales rellenos de un líquido blanco que iba a explotar.

Lo miraba todo, deteniéndose para no perder ni un detalle y mirar cada milímetro cuadrado. Arrastró entonces su mano, una mano caliente y suave que recorrió la distancia desde mi muslo hasta la base de mi pene.

Por primera vez sentí sus dedos sobre mi miembro, aunque fuera un mínimo roce, pero al fin sentí algo. Me estremecí y eché la cabeza hacia atrás soltando un pequeño sollozo que no pude mantener en mi garganta. Cuando volví la cabeza a su lugar, mi madre me miraba con la misma sonrisa pícara, era perfecta.

Volvió a su tarea una vez me serené. De nuevo su vista se centraba en mi pene, que tenía una erección de caballo que nunca había visto. Sacó su mano de la base de mi aparato reproductor y al momento pensé que la había fastidiado con mi gemido, me equivocaba.

Un único dedo se posó en la base del tronco, junto a mi vena más prominente. Notaba la uña clavarse levemente en mi suave piel, sin poder hacer nada en el durísimo músculo. Subió poco a poco, mirando el recorrido de su uña negra y con la boca medio abierta respirando profundamente.

La yema del dedo me provocaba un placer sin igual, no me podía creer tales sensaciones, aunque seguro tendría algo que ver mi abstinencia sexual. Consiguió recorrer la mitad sin que abriera la boca, pero al final lo hice, suspirando con ganas mientras ella se alegraba. No obstante, no movía los ojos del recorrido pausado de su dedo, hasta llegar al final.

Coronó el monte en el que se había convertido mi polla. Llegando a la parte donde la piel escondía un prepucio hinchado como nunca y allí posó su dedo. Lo sacó un instante después habiendo encontrado lo que buscaba.

Tenía una buena cantidad de líquido preseminal que había salido de mi interior allanando el camino a una futura corrida masiva. Ella lo miró, era trasparente y pegajoso, con la tenue luz emitía un leve brillo que parecía esconder millones de diamantes microscópicos. No pensó mucho que hacer con él. Dedicándome la más firme de sus miradas, sacó la lengua de manera poco natural y dejo el excedente de mi central lechera en su lengua, degustándolo con ganas para cerrar la boca, tragándolo directamente a su estómago.

No podía más, tenía que empezar, casi podría haberlo rogado. Me aferraba con fuerza al edredón, mirándola con ojos vidriosos y con una franja roja que recorría ambas mejillas, estaba desatado por la lujuria.

Se me pasaron miles de cosas por la cabeza. Sobre todo una que incluía agarrar a mi madre por las dos pequeñas que se había hecho. Apenas tenían la longitud de un dedo meñique, pero tenía la certeza que podría amarrarlas bien y obligarla a comenzar con lo que tanto deseábamos.

No hice nada, aunque mis ojos sí que se posaron justo detrás de sus hombros admirando sus dos pequeñas coletas tratando de dar rienda suelta a mi imaginación, sin embargo me quedé quieto. Esperé el siguiente movimiento, que aunque me parecía que iba en cámara lenta, aquello se debía más a mi ansiedad por recibir la felación.

Mi madre volvió a poner la mano derecha en la base de mi pene, agarrándola únicamente con el pulgar y el índice, haciendo una pequeña pinza que le valía de sobra para maniobrar.

Acercó sus labios a la parte trasera de mi tronco, mirándome sin parar con su miraba felina, no quería que me perdiera nada. Sus labios se acercaron tanto que noté el leve contacto que ocasionaron, supongo que habrían dejado una mínima marca en mi tronco, sin embargo, poco me importaba.

Subió la cabeza, dejando su ardiente boca tan cerca de mi pene que podía sentirla como si estuviera besándome. Me estaba perdiendo en la impaciencia y en la locura que mi madre me provocaba, era la mujer perfecta jugando al juego de la perdición.

Llegó hasta mi punta, soplando ligeramente y haciendo que me estremeciese sin vergüenza. Un calor muy reconocible se concentraba en mis genitales, haciendo arder un líquido que rugía por salir.

Fue entonces que la vi abrir la boca, era el momento. Sus labios se separaron y unos dientes de un blanco impoluto hicieron hueco para que mi tremendo coloso se colara en su interior. Sus ojos no pestañeaban ni siquiera se movían, seguían fijos en un mismo punto de vista, en mí.

Comenzó a descender, su cabeza se movió hacia abajo y por primera vez vi desaparecer mi polla dentro de una boca. Mis pulmones se agitaron y mi respiración se hiperventiló. El pecho me subía y bajaba como loco sintiendo un placer sin parangón.

La cabeza volvió a bajar, tanto que la mitad de mi poderoso pene estaba dentro de su boca. Pero algo no iba bien, o no iba como yo pensaba, porque mi madre que cuando quiere es un demonio, no me la estaba tocando.

Su boca seguía abierta y mi polla en su interior, sin embargo, ningún milímetro de mi piel estaba siendo tocada, ya fuera por su lengua o por su boca en general. Me observó y escuché un ruido similar a una risa, mi madre volvía a jugármela. De nuevo por mi mente apareció la imagen de las dichosas coletas, de sujetarla y decirla que se dejara de juegos, yo quería mi gran mamada.

Salió antes de que hiciera nada, con una sonrisa volvió a alzar su rostro y esta vez lo puso delante de mi polla. Era malvada, un verdadero demonio nacido del infierno, estaba jugando conmigo hasta el punto de matarme de un infarto. Sin embargo lo que yo no sabía era que ella estaba igual de caliente y no podía soportarlo más.

Alejando sus ojos de todos los centímetros que mi sable le ofrecían, me dedicó una fascinante mirada. Leí en sus glóbulos oculares un “té jodes…”, un “te fastidias, pero a tu madre le gusta esto”, sin embargo, sabía que en el fondo era buena y al final vendría mi recompensa.

La lengua emergió de su boca. Atravesó los labios pintados en aquel tono rojo oscuro casi granate y la vi húmeda, muy mojada, con algún hilo de saliva queriendo resbalar por ella. Estaba muy cerca, demasiado… sabía que no había vuelta atrás, esta era la buena. Su lengua estaba próxima a su mano en la base de mi polla. Seguía agarrándomela como si se fuera escapar… jamás lo permitiría.

La acercó… estaba a milímetros, a nada… y al final, su lengua, contactó con la base de mi tronco. Sentí el paraíso del placer, su humedad producía un calor inigualable en el que tuve que soltar un audible.

—Aahh.

Esta vez no sonrió, no paró un momento a mofarse de los sonidos de su hijo. Siguió el recorrido de su lengua haciendo que lo notara por toda la parte inferior de mi pene. Dejaba un rastro de saliva abundante, por si el camino de vuelta se le fuera olvidar, imposible… conocía muy bien mi polla.

Llegó a la mitad y miré con ansia como subía y subía. Estaba en el prepucio y al fin dio un último lametazo a mi punta haciendo que esta se moviera agitada rogando por muchísimo más. Esta vez sí que mostró el gesto de sonrisa, pero era diferente, era de alegría, de saber que aquella polla que portaba la enamoraba y que se iba a dar un buen atracón.

Ya ninguno de los dos podía volver sobre sus pasos, estábamos desatados. Mi madre se había contagiado debido al calor que manaba de mi pene y que había aspirado. Volvió la cabeza hacia abajo, mirando de tú a tú el pene que tenía en su mano. Subió esta, dejando el pequeño agarre que tenía en la base y rodeó el gran grosor con todos y cada uno de sus dedos.

Hizo fuerza. Sin embargo, no podía romper nada, mi dureza era abismal, ni un martillo hidráulico habría podido. La miró con deseo, muchísimo deseo… entonces, su mano se movió hacia abajo y después hacia arriba.

Mi piel se mecía como acunaba en la cuna que era su mano, su visión volvió a coincidir con la mía, su cara… ahora me sonaba más. Era el mismo rostro que ponía cuando estaba encima de ella y se la introducía sin parar, estaba disfrutando.

El capullo salió con el sube baja constante, un amoratado champiñón que daba avisos de lo que venía. Trató de ocultarla con mi piel, aunque tampoco con mucho ímpetu, era imposible, mi piel no volvería a cubrirlo hasta que me corriera y aquel monstruo bajase de volumen.

Estaba preparado, listo para lo que ella quisiera, incluso en tal momento de lujuria que estaba me hubiera conformado con una simple masturbación. Pero mi madre lo que dice, lo hace.

De rodillas sobre el cojín, volvió la visión a su objetivo, estaba concentrada, nadie la iba a parar. Abrió la boca, de nuevo formando un círculo grande con sus labios y dejando ver sus perfectos dientes. Bajó la cabeza… esta era la buena, lo supe en el momento que gimió cuando mi polla quedó atrapada por sus labios.

Sentí que mis ganas por eyacular ya aparecían. “Impresionante” gritó mi mente atorada de tanto placer. Ya podía controlar cuando lo hacíamos, pero la felación era otro nivel. Bajó sus labios tratando de introducírsela entera en su interior. Hizo un intento, luego el segundo, al tercero, logró introducirla más de tres cuartas partes. Pero noté que el límite era aquel, sentí su garganta abriéndose a mi paso, sin embargo, no entraba nada más. Tras un pequeño sonido gutural que pareció una arcada la sacó entera, llena de babas que caían traviesas por mi tronco.

Respiró profundamente llenando los pulmones, se había quedado sin aire. Aunque yo más me fijé en el hilo de líquido que le salía por la comisura labial y que por algún motivo me puso demasiado.

Volvió a la carga, esta vez atrapando el prepucio con su boca y succionando a la vez que se movía. El color de sus labios quedó marcado en mi tronco, el rojo oscuro comenzó a pintarme el pene a cada bajaba. ¡Qué poco me importaba aquello! Lo importante era la succión, el calor, el placer que sentía mi pene y que llegaba a cada nervio de mi cuerpo.

Su mano había comenzado a masturbarme con ganas y su cuello se movía con la misma rapidez para hacer una mamada sensacional. El colgante tan fino que llevaba hacia que con ese movimiento la cruz golpease una y otra vez, primero por debajo del final de su cuello y después en mis ardientes huevos.

Estaba preparado para el final, más bien lo estaba desde el momento que se quitó la bata mostrándome su precioso cuerpo. Noté mi polla hincharse aún más de lo que estaba, parecía cobrar vida dentro de la boca de mi progenitora mientras esta lamia aquel prepucio como si fuera un manjar.

El líquido preseminal ya había salido por completo, quedaba el premio gordo, no tardaría. Mi madre mantenía fijos sus ojos en mí, una mirada verde que me estaba volviendo locos. Al final cedí, terminé por dejarme llevar ante tal despliegue de habilidad y solté el primer gemido.

—Aaaahhh.

Ella pareció entenderlo porque aceleró el movimiento y succionó con más fuerza. Sus mejillas estaban metidas para dentro dándole a su rostro facciones de pez. Pero poco estaba yo para pensar en eso, porque al momento, un rayo recorrió mi espalda haciéndose que se moviera como una serpiente.

Apreté el edredón con fuerza para después soltar un bufido que a mi madre la encantó porque todavía aumentó la velocidad. ¿Eso era posible? No me dio tiempo a buscar una respuesta porque comenzó a masajearme los genitales.

Vi el mundo a mis pies, una apoteosis final a la altura de la mejor mamada que alguien pudiera soportar. Mi madre sacó de su boca aquella extremidad que más parecía un brazo que una polla. Sus venas estaban infladas como un globo, llevando una sangre que apenas tenía en mi cuerpo. Su dureza era comparable a la del cemento y aquella punta… iba a estallar.

Colocó la lengua en lo más alto de la polla, justo detrás de esta, dejando la abertura por donde todo sale directamente pegada a su lengua. Apreté mis nalgas a la vez que gritaba, no podía expresar, ni con palabras, ni con gestos lo que sentía, simplemente era felicidad, plena felicidad.

Todo un remolino de calor se adueñó de mi cuerpo y sentí el recorrer del líquido blanco por todos los centímetros de largura de mi pene. El primer disparo salió, pero no como esperaba. No era una erupción volcánica, un géiser que haría que mi madre se estrellara contra la pared. Todo lo contrario.

Un espeso y borboteante líquido blanco comenzó a brotar lenta y paulatinamente de mi polla mientras mi madre pausaba la masturbación. Traté de mirar la escena, pero un ojo se me cerró hasta el punto de que casi me quedé inconsciente allí mismo. Tuve que sacar toda la fuerza de voluntad como si estuviera luchando contra la misma muerte.

El semen resbaló por su lengua, tan abundante era que en unos pocos segundos había anegado la barbilla de mi progenitora y en dos ríos independientes cruzaban su cuello dirección a los senos.

Seguí manando semen de mi interior sin cesar durante unos diez segundos. Ella paró como si supiera el momento exacto que debía hacerlo y yo por poco me pongo a llorar por el placer que descontrolaba mis sentimientos.

Mi madre como colofón final, mientras el néctar blanco seguía resbalando por su boca llegando incluso a manchar su amada cruz plateada, volvió a meterse mi pene en la boca. Esta vez de una manera más calmada, simplemente limpiando los últimos vestigios de mis genitales que estaban secándose.

Aproveché para pasar mi mano por su pelo, enredar mis dedos en él y llevarla con un ritmo lento de como quería que me la mamase. No era el agarre de coletas que me había imaginado, pero por algo se empezaba.

Al final se levantó, quedándome tumbado en la cama con un pene que parecía no querer disminuir. Me miró con un rostro encendido de calor y con unos ojos que destilaban fuego, se había quedado cachonda, no podía ser. La vi en todo su esplendor, con su tanga amarillo húmedo, con varios ríos llegándole hasta sus poderosos senos y unos pezones en punta de lo más golosos.

Pasó su mano por la barbilla, la tenía temblando por el placer que había tenido y con calma y sin que yo me lo perdiera, chupó dos de sus dedos lamiendo todo el semen que podía. Lo degustó en su boca, haciendo que su paladar se estremeciera para después dirigir aquel líquido caliente por su garganta.

Lamió sus labios de forma erótica mientras yo la admiraba con un ojo medio cerrado a punto de desfallecer. Quería dormir allí mismo, pero su voz me despertó. Con media cara llena de mis fluidos, su cruz anegada y los pechos recubiertos de leche me sugirió.

—Vamos a la ducha, en nada viene tu padre. —no parecía que me fuera a esperar y traté de levantarme. Antes de que lo consiguiera se dio la vuelta con una mano en la puerta y con voz muy grave y cachonda me ordenó— Hay que repetirlo.

FIN

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