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Mario (08 de 22): Semana loca con algún recuerdo

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-Ha sido de locura papi.

Estaba con la cabeza apoyada en los pelos de su vientre mirando hacia él, volvió a cogerme del pelo y me levantó la cara para mirarme.

Ya no volverá a ser igual, ahora siempre lo pasaras divino, cada día mejor, ya estás preparado para esto… -lo dejó en suspenso sin decir el para qué estaba dispuesto.

-Me llamarás algún día esta semana.

-No, lo nuestro queda para los sábados, o viernes noche y sábados, tu tienes que vivir tu vida y yo la mía, no estoy ya para follar a todas horas, pretendo que esto dure y seguir así.

-Me voy a llevar una boquilla de limpieza anal.

-Y esa caja con todo lo que contiene, usa el plug pequeño de vez en cuando, no te vendrá mal.

Guillermo se levantó y fue hacia el baño.

-Tienes que marchar, ven a refrescarte.

Iba a colocarme las braguitas y lo interrumpí mirándole.

-¿Quieres quedártelas?

-Déjalas para la colección, tu primera y segunda vez.

-Esta ha sido mejor, mucho mejor, gracias papi.

Ya vestidos recogimos lo que tenía que llevarme.

-Necesitas para el autobus.

-No tengo nada, pero también puedo ir andando, para añadir el paseo al de la mañana que fue muy corto.

-Espera, ahora vuelvo. -regresó con unos billetes en la mano y me los entregó.

-No quiero verte otra vez sin dinero, cuando manejes tu cuenta gasta lo que necesites, no andes temiendo gastar, en el banco ya tiene órdenes precisas.

Nos íbamos a despedir sin más y le agarré de la cintura abrazándole.

-Dame un beso. -necesitaba algo de calor y cariño para no sentirme un puto.

*****************

Regresaba a casa sonriente en el autobús, hoy no tenía que tener cuidado al sentarme, feliz pensando y soñando.

“Robert era el motivo. (No seas tonto, solo quiere despedirse, otra cosa no puede ser, y aunque lo fuera ya no hay vuelta atrás. Ahora eres el amante de su padre, su puto, su hembra. Tienes que alejarte de él.)

¡Mario, borrarle de tu pensamiento! -me decía en la cabeza un duende bueno.

Bastante será para ti poder estudiar, haber tenido esta suerte que te busco y fabrico tu abuelo, a tu medida, lo mas que puedes llegar a ser.

¡Ahora quieres más? ¿El amor de Roberto? El ya te dio más de lo que merecías”

*****************

-¿A donde vas Marcos?

-Venid, voy enseñaros algo.

Robert me agarró de la mano y seguimos a aquel muchacho, atrevido y grande sin cumplir catorce años. El camino conducía a la caseta de aperos del jardín usada por el abuelo, donde tanto nos habíamos escondido en nuestros juegos, desde donde escuchábamos las voces llamándonos cuando había que partir ya atardeciendo.

-¿Que nos ocultas Marcos?

-Tu calla Robert y seguidme.

Encendió la cerilla, el cigarrillo se prendió, el primer humo salió de la boca de Marcos.

-El abuelo se enfadará cuando se entere.

-No le vas a decir nada al abuelo, ahora te toca a ti. -se quitó el cigarrillo de los labios y me lo entregó.

-No, no lo voy a hacer.

-Para ser hombres hay que fumar y además, lo harás o le diré al abuelo lo que haces con Robert.

-¡Si no hacemos nada!

-Os besáis. -nos miramos entre nosotros asombrados, era cierto que nos besábamos, cuando nos encontrábamos y al despedirnos, Marcos nunca besaba a Robert, tenía razón, pero eso no era malo, lo veía doña Amelia y don Guillermo, la abuela Rosa. Aun cabía la duda de que el abuelo no lo viera como los padres de Robert.

-No le vas a decir.

Se lo diré si no me obedeces. -las volutas de humo danzaban, hacían dibujos en los rayos de luz que entraban por las rendijas de las tabla de la pared mal ajustadas.

-Lo haré, solo un poquito.

-Robert también tiene que hacerlo.

Primero el uno y luego el otro cogimos el cigarrillo y nos lo llevamos a la boca, aunque no queríamos, la curiosidad nos mataba, aquello sabía asqueroso y gruesas lágrimas, con toses agudas, se nos formaban a los dos.

Marcos se reía revolcándose en el suelo.

-Ahora que ya sois hombres os enseñaré otro secreto, este es muy importante.

-¿Cuál, cuál? -se nos había olvidado lo del cigarrillo, aquello había quedado atrás, ahora una nueva novedad se nos ofrecía.

-A besar, a besar de verdad, no como lo hacéis vosotros.

-Primero tu Marito, acércate. -un beso no es nada malo, me acerqué a la cara de mi primo e iba a darle un beso en la mejilla, entonces me sujetó la cabeza y juntó los labios con los míos, sentía la lengua de mi primo lamiéndolos. Se separó de mi.

-Tienes que abrir bien la boca y sacar la lengua como lo hago yo. -entonces comenzó el primer beso de mi vida, diferentes a los que Roberto y yo nos dábamos al encontrarnos. La suavidad de la lengua de Marcos me gustaba al rozarse con la mía, jugué imitando lo que él me hacía.

-Ahora tu Robert, ven aquí.

-No, yo no.

-Te va a gustar y luego podrás besar a Marito, ¿a ti no te ha gustado Marito?

-Sí, tiene razón Robert, sabe rico. -Robert se acercó andando de rodillas hasta llegar donde Marcos, aquí no hubo beso de mejilla, Marcos directamente le cogió la cabeza y le hizo lo mismo que a mi.

Me pareció que el beso duraba demasiado y sujeté a Robert del brazo separándolos.

-Tu has estado más tiempo ahora me toca a mi. -ya sabía lo que tenía que hacer, había aprendido rápido y saqué la lengua para buscar la de Marcos, él me la atrapó con la boca y me la succionó, pensé que me la iba a comer pero no, aquello era mejor aún que lo primero y me apreté contra él para meterle más lengua.

Marcos pronto se cansó y me separó.

-Otra vez Robert.

-Si Robert, esto es mejor que lo otro. -también a Robert pareció gustarle el beso. se separaron y le interrogue.

-¿Te ha gustado Robert?

-No lo se.

-Cómo que no lo sabes, no te separabas de Marcos. -Robert se encogió de hombros.

-Lo que pasa es que Robert prefiere que seas tu Marito. -Robert se había puesto muy, pero muy rojo.

-¿Quieres hacerlo conmigo?

—Si tu quieres. -nos acercamos y lentamente coloqué mis labios sobre los suyos, tímidamente Robert sacó la lengua y me acarició los labios con ella. En el primer momento me quede inmóvil como muerto, un ramalazo eléctrico me había cruzado el cuerpo, lo mismo debió sucederle a él porque no hacía nada.

Nos separamos un momento para mirarnos.

-¡Marito!

-¡Robert!

Ninguno de los dos hablaba, solamente nos mirábamos echándonos los alientos en la cara del contrario y respirando con angustia.

-¡Maricones! -exclamó mi primo, pienso que en aquel momento, ni Robert, ni yo, teníamos claro el sentido y concepto de la palabra que soltó Marcos.

-Ahora viene lo mejor, veréis lo que que es una verga de verdad, de hombre. -se bajó el pantalón, ya le habíamos visto otras veces desnudo, pero con la polla lacia que no parecía nada del otro mundo, nos llamaba mas la atención el abundante vello negro que rodeaba la base.

Ahora la tenía a tope de dura y tiesa. -los dos menores le mirábamos asombrados, aquello no era lo que enseñaba otras veces al mear o cuando nos cambiamos de ropa al secarnos después de la piscina, y tampoco en casa le había prestado excesiva atención.

Se pasó la mano por ella y parecía que le daba gusto.

-¡Ahhh!, esto si es rico, cuando os crezca lo sabréis.

-¿No te duele?

-No, al revés, está muy bien tocártela, y al final sale la leche. -comenzó a subir la mano por su polla, cerraba los ojos y saltaba a veces su culo elevándose del suelo…

Algo nos interrumpió, entretenidos como estábamos no nos habíamos dado cuenta que la luz que entraba por las ranuras de las tablas, primero se había opacado y luego volvió a lucir igual, no habíamos escuchado gritos llamándonos como otras veces, pero se escuchaban voces cercanas hablando.

Marcos se puso inmediatamente de pie y escondió la polla dentro del pantalón.

Camino de la casa y a lo lejos, veíamos caminar delante de nosotros a don Guillermo y al abuelo hablando con gestos altaneros.

Desde aquel día Marcos dejó de ser asiduo visitante de la casa de Robert, volvió al cabo de algún tiempo, para acontecimientos especiales donde doña Amelia le pedía a la abuela Rosa que lo llevara.

En el camino y antes de llegar a la casa Robert me cogió la mano.

-Marin, no me gusta que Marcos te bese.

*****************

Había llegado a mi parada y bajé del autobús, caminé con rapidez hacia mi casa y subí las escaleras de dos en dos, abrí la puerta con sigilo para que no hacer ruido y poder ocultar la caja que llevaba, para que mi abuelo no la viera.

Afortunadamente la casa estaba vacía, era muy probable que el juego se prolongara y el abuelo volviera tarde. Escondí la caja debajo de la cama, al fondo del todo, con otros objetos y cajas de zapatos viejas.

Bajé a buscar a Migue, necesitaba hablarle y pedirle que me acompañara el lunes, él era mejor que yo eligiendo ropa y tenía que ayudarme.

Su padre se tomó su tiempo antes de abrirme la puerta, pensaba ya que no había nadie cuando rechinó el cerrojo. El señor como siempre daba lástima, llevaba solamente una camiseta de tirantes blanca, muy sucia y una especie de bañador de pata larga.

-¿Miguel?

-No está en casa. -y sin más cerró la puerta con portazo.

Regrese y comencé a preparar algo para la cena, había poca cosa y era fácil elegir, recordé la comida que tiró don Guillermo a la basura y por poco me pongo a llorar.

Encendí la televisión y sin quererlo me quedé dormido. Era muy tarde, las once de la noche y el abuelo no había aparecido.

Comencé a preocuparme, podía retrasarse pero no hasta tan tarde, decidí esperar un poco más y le llamé a Marcos por si sabía algo, no me cogía el teléfono y mi inquietud iba creciendo.

Me decidí a ir a buscarlo, la calle estaba vacía, tenía que recorrerla en sentido contrario a donde estaba la casa de Marcos, llegando hasta el final y donde había edificios semi derruidos, una zona peligrosa para la noche, llena de ratas y desperdicios, refugio de vagabundos, traficantes de drogas y gente sin hogar.

El bar donde el abuelo acudía a jugar, y donde llevaba a Marquitos, estaba cerca de aquel lugar, no me gustaba nada que llevara al pequeño, y tampoco que lo cuidara él. Sabía que quería al niño pero no confiaba en mi abuelo.

No es que tuviera miedo, pero miraba disimuladamente las zonas en sombra por precaución, para tener tiempo, si era atacado, y salir corriendo.

Llegue al bar, un cuchitril que olía mal, estaba el dueño tras el mostrador, fumando y hablando con dos clientes del otro lado. Los tres volvieron la cabeza al sentirme entrar. Eran dos tipos mal encarados, no muy mayores.

-Quién es esta nena que viene ahora a divertirse. -habló uno de ellos.

-Acompáñanos nenita, bebe con nosotros, luego te haremos un favor.

-No os metáis con el muchacho, es nieto de Roman, dejarle en paz.

Me acerqué al mostrador mirando con miedo a los hombre.

-Eres muy guapo muchacho, ya que eres el nieto de Roman, podemos llegar a un trato, te pagamos bien por un par de horas, a tu abuelo no le importará esperar. -no le atendí y me dirigí al dueño.

-Mi abuelo, por favor, vengo a por él. -me señaló la puerta cercana al aseo sin hablar.

El abuelo estaba en un estado deplorable, sentado en una silla y con el pecho y la cabeza sobre la mesa que aún tenia un paño verde de fieltro, no se movió cuando entré.

-Abu, soy Mario, tenemos que ir a casa.

-Déjame. -hizo un gesto brusco y casi se cae. -volví a salir al bar.

-Me puede dejar un paño, por favor. -otra vez, sin responder, el dueño me alargo el que tenía sobre el hombro.

En el aseo, asqueroso, humedecí el sucio trapo y volví donde el abuelo. Estuve un tiempo mojándole la cara hasta que pudo levantar el pecho de la mesa.

Sacaba fuerzas de donde no tenía para soportarle apoyado en mi.

-Venga abu ponte derecho y anda.

-Al salir entregué el paño al dueño.

-¡Gracias! -el hombre solo movía la cabeza, pensé que mirándome con lástima.

-Va Roman, ya sabes, cuando no tengas dinero para jugar, puedo pagarte bien por tu nieto. -los dos hombre empezaron a reír y nosotros emprendimos el camino a la salida.

Avanzábamos con dificultad, cada varios pasos teníamos que apoyarnos en las paredes para descansar, en ocasiones temía que el abuelo se me cayera.

Había caminado una manzana y en un descanso, al mirar hacía atrás, vi a los hombre saliendo del bar y coger nuestra dirección.

-Venga abu, tenemos que seguir. -lentamente la distancia se iba reduciendo, ellos iban trastabillando, cogidos de los hombros apoyándose el uno en el otro, pero andaban más deprisa.

Ahora si que empecé a sentir miedo, ya no estaba el propietario del bar que les impidiera hacerme lo que quisieran. Tiraba de mi abuelo con las fuerzas exiguas que me quedaban y escuchaba atentamente las pisadas acercándose, mi corazón galopaba en mi pecho fatigándome mas.

Al final llegaron a nuestro lado.

-Mira a quien hemos vuelto a encontrar, nos estabas esperado preciosa. -uno de ellos me cogió de un brazo y el abuelo quedó apoyado tambaleante contra la pared.

-¡Suélteme o gritaré pidiendo ayuda!

-Ja,ja,ja, puedes gritar si quieres, sabes que nadie va a acudir en tu auxilio. -sabía que era verdad, nadie abriría una ventana para atender la llamada de socorro.

Me revolví y le di una patada al que me sujetaba. Mucho daño no debí hacerle.

-Ja, ja, ja, Es bravo el chico.

-Ven aquí guaperas, verás que rica la tengo. -me empujó hacía una zona oscura mientras su amigo nos seguía.

-Fóllalo ya y luego voy yo. -me sentía sujeto mientras intentaba buscar mi boca, su aliento olía asquerosamente a alcohol. tiró de mis pantalones y me los bajó agarrándome las nalgas.

-Ya tengo tu rico culo maricón, ahora conocerás a un macho de verdad… -me sentía totalmente perdido, y yo me lo había buscado yendo a por mi abuelo, conociendo la fama del lugar a esas horas intempestivas.

-¿Qué hostias pasa aquí? -escuché el grito a la vez que el sujeto se separó de mi, había caído rodando al suelo.

Una sombra gigante, proyectada por las farolas, se reflejaba en el suelo

-Tú cabrón de mierda, ayuda a tu amigo a levantarse y macharos antes de que os reviente la cabeza. -una mano fuerte me ayudó a levantarme, a la luz de la distante farola que lo distorsionaba, vi el perfil de quien menos esperaba encontrar.

-Aldo, ¿qué haces aquí?

-Parece que llegar a tiempo, y tu, ¿qué buscabas en este lugar?

-Vine a recoger a mi abuelo. -le señalé al guiñapo humano que estaba tendido junto a la pared.

-Está borracho perdido y sin conocimiento.

-Si, no se como llevarlo a casa.

Aldo se acercó al abuelo, sin aparente esfuerzo lo sujetó por la cintura y se lo subió en un hombro como si fuera un saco.

-Ve delante. -su voz sonaba tajante y autoritaria, nunca lo había visto actuar así.

Andaba casi corriendo, deseando dejar aquel lugar y alejarme cuanto antes, me seguía Aldo que a pesar de su fuerza le costaba acarrear el cuerpo pesado del abuelo.

No espera encontrarme con el sobrino de don Andrés el tendero, y menos en aquel lugar y circunstancia, en otro momento hasta le hubiera esquivado para no pasar a su lado, ahora resultaba ser mi salvación.

-No corras tanto, tu no llevas su peso.

-Perdona Aldo, es cierto. -reduje mi velocidad y me mantuve a su lado.

-¿Como se te ocurre venir aquí solo? -a pesar de que respiraba con dificultad tenía ganas de saber, yo no quería hablar y denunciar lo que pasaba con mi abuelo y callé adelantándome unos pasos.

Subir las escaleras debió de ser agotador para Aldo a pesar de su enorme fuerza, en el instituto siempre nos reíamos de él por su torpeza sobre todo, también por falta de cabeza o inteligencia, no porque fuera tonto, todos teníamos lo nuestro.

Nos habíamos hablado muy poco, solamente en la tienda de sus tíos donde yo acudía a buscar los encargos del abuelo.

-¡Puto viejo, como pesa! -murmuraba a la vez que sordos juramentos le salían de la boca.

Le guié para que lo depositara en su cama, simplemente le tapé con una colcha, mañana, o cuando despertara, me ocuparía de él.

En la cocina Aldo se lavaba la cara en el fregadero.

-Parece de plomo el cabrón del viejo.

-No hables así de mi abuelo Aldo.

-Tu abuelo me importa un carajo, yo te he ayudado a ti.

-Y te doy las gracias, sinceramente no creía que fueras así.

-¿Cómo crees que soy? -le vi una mirada rara, malévola.

-Bueno, me has ayudado y te lo agradezco. ¡Gracias!, de alguna manera te pagaré el favor. -se acercó hacia mí, su cabeza rozaba la bombilla pendiente del techo.

-Puedes hacerlo ahora mismo.

-No tengo dinero Aldo, el lunes pasaré por la tienda.

-El dinero es cosa de mis tíos, yo necesito algo más de ti. -podía haber escapado en ese momento, o intentarlo, pero rápidamente sus potentes brazos me tenían sujeto.

-Que no se te ocurra gritar putito. -con una mano agarró mi cuello apretando hasta sentir ahogo.

-Quiero cobrarme ahora mismo.

-El lunes te daré lo que quieras, ahora no tengo nada para darte. ¡Mi móvil si lo quieres!. -dejó de sujetarme el cuerpo con la otra mano y las dos se aferraron a mi cuello llevándome la cabeza hasta que sus labios estuvieron en mi oreja.

-No te hagas el tonto, sabes perfectamente lo que deseo, lo que quiere la mitad de los hombres del barrio, ¿adivinas ahora? -me había soltado una de las manos y la llevó a mi culo.

-No sabes como provocas putita, cuando paseas moviendo tu culo de maricón que todos queremos, no eres tan inocente para no saberlo.

-El lunes sacaré dinero y podré pagarte lo que me pidas, ahora déjame Aldo.

-Tu no tienes dinero marica, y no lo tendrás nunca, vivirás a crédito como tu abuelo, solo que tu tienes una tarjeta de crédito bien hermosa. -tiró de mis pantalones y me los bajó, llevó la mano a mis nalgas y las moldeó apretándolas.

-Esto es lo que quiero puto, lo único que tienes que merezca la pena.

-Si sigues así gritará, tienes que irte ya de mi casa. -apretó la mano que contenía mi cuello.

-Ni se te ocurra putita, el inicio de un grito y te rompo el cuello, sabes que puedo hacerlo.

-Dime de una vez lo que quieres, ¡joder! -tampoco le creía capaz de cumplir su amenaza

-Vaya modales que tienes mariquita, ya te lo he dicho, colabora y todo ira bien, lo primero, chúpame la polla y luego quiero tu culito y si gritas… -volvió a atenazarme el cuello hasta hacer que mis ojos se abrieran increíblemente angustiados.

-De acuerdo, haré lo que tu quieras, pero no me hagas daño.

-Eso me parece mejor zorra, que sepas el puesto donde estás, ahora abre la boca y cumple tu labor de puta o te arrepentirás.

-Me soltó un momento para bajarse los pantalones, seguía con una mano en mi cuello, sabía que no podía resistirme, que sería peor, además del escándalo que surgiera, donde toda la culpa sería cargada en mis espaldas.

-¿Vas a cooperar?

-De acuerdo haré lo que mandes pero no me hagas daño.

-Así me gusta puto. lo vas a pasar muy bien.

Arrastró mi cabeza sujetada por el cuello hasta su ingle, tenía la polla dura, muy dura, era curvada hacia el ombligo, y para mi suerte, inversamente proporcional a su fuerza, no le medía más de quince o dieciséis centímetros, tampoco era extremadamente goda

La tragué de un bocado, no era difícil hacerlo, aunque por su dureza extrema arañaba mi glotis al pasar, aquí no había amor, mi siquiera pasión, se trataba de la violación de mi boca, atacada con una saña perversa para causarme dolor y daño y él satisfacerse.

Me folló unos minutos la boca sin descanso, hasta que se dio por satisfecho, entonces me ordenó quitarme los pantalones, él solamente con los suyos bajados en los tobillos.

-Túmbate en la cama puto, y levanta el culo. -me puse como él quería, y desde arriba apuntó la verga y me perforó de un golpe sin sentido, pero le hizo sacar un gordo suspiro de satisfacción.

-¡Ahhhhh! mariconazo, mi tío se morirá de envidia cuando sepa que me he adelantado a él. -me follaba con violencia inaudita, como si me castigara, azotándome con fuerza el culo al meterme la verga toda ella, la bolsa de sus huevos se estrellaba haciendo un sordo ruido de aplastamiento al golpear en mis nalgas.

Sin darme cuenta comencé a sentir al macho que estaba sobre mí, involuntariamente me sometía sin dejar que notara mi entrega a su poder, una verga que era una minucia me hacía disfrutar, me sentía tan puta y miserable, pero gozaba y sentía sus golpes imponentes en mi culo.

Mordí mi mano para no gemir, Guillermo tenia razón, cualquier objeto que me tocara el ano se convertía en mi dueño.

-Toma puto, toma verga, siente quien es tu dueño. -palabras huecas que a veces escucharía, que seguiría oyendo mil y una vez, pero eso no era lo importante, el sentimiento de no saber controlarme y sentir, sentir placer sometido a cualquier hombre, esa era la realidad que experimentaba mi ser.

Todo fue breve, no llegué a eyacular, solo los ríos de líquidos que expulsaba por el pene eran la muestra de que había gozado la follada de Aldo, pero él no se dio cuenta, estaba a lo suyo y eyaculó, tampoco en eso era un fenómeno.

Se separó levantándose de la cama, rápidamente ocultó el pene, quizá avergonzado de no haber conseguido hacerme gozar, o que viera su verga ya diminuta, escondida entre los pelos del pubis.

Escuché cerrarse la puerta de la calle y ya solo lloré, lloré la humillación, el sentirme vulnerable y de alguna manera derrotado por mis mismos sentimientos.

(9,50)