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Mario (12 de 22): La mentira tiene el camino corto

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Ahora ya estábamos en un hotel, que no era lo importante, pero resultaba más cómodo, en recepción hizo la reserva para tres noches y eso me extrañó.

Empezaba a reconocer las señales que anunciaban el final del viaje. Mandamos lavar la ropa, toda ella salvo lo que no podíamos quitarnos para no ir desnudos.

El hotel disponía de piscina, la playa al otro lado de la carretera, comedor, bares y sala de fiestas, una oferta de ocio completa. El primer día a la mañana pasamos la carretera para estar en la playa que era inmensa, comimos en un chiringuito unos pescados fritos y volvimos al hotel.

-Vamos a dormir un poco para salir a la tarde y visitar el casco viejo. -le miré mientras recogía la ropa lavada que nos habían dejado en la habitación, limpia y planchada.

-¿Te apetece salir de noche? -se había desnudado, apagó el aire acondicionado y se tumbó en la cama.

-Mas bien salir a la tarde y comer alguna cosa en la terraza de un bar, ver el ambiente y a la gente pasear.

Le entregué un beso y le observé, el que no estuviera tocándome me tenía preocupado.

-Te pasa algo, ¿me lo dirás?

-Quiero que te vengas conmigo a Chicago y no sabía como proponértelo. -era lo que menos esperaba oír.

-Eso no puede ser, creo que es difícil obtener un visado para entrar. -tenía que estar pensando a toda velocidad y le veía estrechar la mirada concentrándose.

-Papá lo arreglara. -yo dudaba que Guillermo estuviera interesado pero eso me lo callé.

-Además ¿qué voy a hacer yo allí, tu tienes una labor? No creo que tu padre pueda intervenir en esto. -repentinamente se sentó con una mirada de triunfo.

-Ya tengo la solución. -esperé a que se explicara y debía estar analizando los detalles.

-Nos casaremos y tendrán que darte el visado, serás mi marido acompañándome.

Decía una locura tras de otra y le miraba alarmado por su terquedad.

-Se lo diré a papa cuando lleguemos. -ya no sabía que más argumentar, si decirle claramente que no quería ir, o simplemente la verdad.

-No creo que tu padre esté de acuerdo, en eso no.

-Yo le convenceré, tu confía en mi.

Parecía que los problemas, además de no resolverse, cada vez se agravaban y surgían más.

A partir de ese momento Robert parecía eufórico, satisfecho en su interior de haber encontrado una solución para conseguir lo que quería.

Después de descansar un rato nos duchamos y salimos de paseo. Anduvimos hasta llegar a la parte vieja del pueblo, el camino era llano y no importaba el calor, a partir de allí teníamos que ascender.

-Subamos hasta el castillo para ver el paisaje desde allí. -me agarró de la mano e iniciamos la escalada, las callecitas estrechas y retorcidas estaban llenas de tiendas.

-Espera Robert, mira estas camisetas, ¿no son bonitas? -sobre el fondo naranja de la tela tenían dibujada la silueta de las almenas del castillo semejando una bandera.

-¿Te gustan?

-Sí, entremos, quiero comprarlas.

-Me gustaban y pedí dos, de talla pequeña y mediana. -Robert me miraba extrañado.

-¡Ja, ja, ja! Te has quedado sorprendido, son para el hijo de Marcos y para mi amigo Miguel. -seguro que les ilusionaría a los dos.

Admiramos el hermoso paisaje del mar, podíamos observar todo el pueblo viejo, y la parte moderna, con hoteles nuevos a lo largo del enorme arenal.

Mientras bajábamos por una estrecha callecita encontramos un restaurante con pocas mesas y nos quedamos allí. Cenamos y caminamos por la arena, escapando de las suaves olas que amenazaban con mojarnos los pies.

Me sujeté de su cintura y apoyé la cabeza en su brazo. Sentía una inmensa paz, aun sabiendo que esa felicidad no sería duradera y pronto habría un final.

-Estoy feliz Robert.

-Yo te haré siempre feliz amor, confía en mi. -se detuvo y me sujetó de los hombros con ambas manos, deseaba que el beso no finalizara nunca, permanecer para siempre al arrullo del agua que lamía nuestros pies, cogido entre sus amantes brazos y sintiendo el calor de su boca pegada a la mía.

-Nunca volverás a separarte de mi Marín mío. -miré las luces reflejadas en el mar, temblorosas por el movimiento del agua, apagándose y volviendo a destellar acunadas por el continuo oscilar, y pensé que yo era como una de aquellas luces, sin voluntad propia, ahora encendida por el amor de Robert.

En el hotel tenían un grupo de música en el jardín y habían colocado mesas rodeando las piscinas, tomamos un refresco mientras contemplábamos a las parejas que se decidían a bailar en una pista improvisada.

La noche estrellada y el aire cálido animaba a que los clientes bebieran y chalaran entre ellos, estreché la mano de Robert con calidez.

-Aquellos dos chicos nos están mirando demasiado. -a unas mesas de nosotros estaban dos hombres vestidos de pantalón corto, aparentaban ser mayores que nosotros, pocos años más. Uno de ellos levantó su vaso saludando cuando nuestra mirada se cruzó.

-Seguramente te mirarán a ti como tu les miras a ellos, y no es raro que lo hagan, otros te miran también.

Dos minutos después el que elevó el vaso estaba ante nuestra mesa.

-Hemos visto que estáis solos como nosotros, si no os importa podríamos sentarnos juntos y charlar. -Robert hizo un gesto ofreciéndole las sillas vacías de nuestra mesa.

Trajeron lo que estaban bebiendo y se sentaron con nosotros.

-Mi nombre es Dídac y mi amigo Jaume. -cada uno de ellos nos ofrecieron la mano.

-Mi nombre es Robert y mi novio Mario. -remarcó muy bien lo de que yo era su novio.

Resultaban dos muchachos simpáticos, atractivos ambos y con ganas de hablar. Habían llegado de Barcelona para pasar el fin de semana y buscaban compañía para disfrutar.

-Tu nombre nos parece raro, Dídac, nunca lo había escuchado.

-¡Ja, ja, ja! Para alguien que no sea catalán si que lo es, pero podéis llamarme Diego que es lo mismo. Terminaron las bebidas y pidieron otra ronda, Robert se pasó a la cerveza igual que ellos y a mi no me apetecía tomar más.

La charla se prolongaba y aunque me encontraba a gusto también quería ir a la cama, toqué a Robert en la pierna y entendió a la perfección lo que deseaba.

-Nosotros nos vamos a retirar, hemos caminado demasiado y creo que Mario necesita la cama. -los dos chicos asintieron comprensivos.

-Tenemos reservado billetes para hacer una excursión mañana, si os animáis podríamos ir juntos, un viajecito corto en barco a visitar las Columbretes, comer allí y a la vuelta nos dan un recorrido por los acantilados al pie del castillo. -Robert me miró y encogí los hombros.

-Conforme, no tenemos algo mejor que hacer, pero el problema son los billetes para nosotros. -Jaume se levantó entonces.

-Eso lo arreglo yo, los venden en la la recepción del hotel. -no espero más y se alejó a largas zancadas.

-Creo que mi amigo está impaciente por visitar los islotes en vuestra agradable compañía. -minutos después Jaume volvía blandiendo en sus manos dos billetes para el viaje.

-¿Cuánto es el precio? -Robert hizo ademán de sacar dinero del bolsillo para pagarle.

-Tómalo como una invitación, somos los culpables de este gasto. -tranquilamente admitió el regalo.

-Entonces a nosotros nos toca pagar la comida de mañana.

-¡Ja, ja, ja! Vais a salir perjudicados. -Jaume explotaba de risa.

-Mejor hacemos cuentas al final y pagamos a medias, es lo mejor. -Dídac daba por zanjado el problema.

Nos despedimos de ellos, estrecharon la mano de Robert, Dídac hizo lo mismo conmigo y Jaume me estampó dos besos en las mejillas.

-Perdona, pareces tan jovencito que me recuerdas a mi hermano.

Al entrar en la habitación me dirigí al baño.

-Parecen simpáticos. -escuchaba la voz de Robert.

-Han tenido una buena idea para hacer algo diferente. -unos minutos después entraba desnudo y se me quedó observando.

-Jaume tiene razón, acostumbrado a ti no me doy cuenta de que aparentas tener menos años que yo.

-Eso es porque soy más pequeño. -yo había terminado pero me quedé envuelto en un toallón de felpa blanco, sentado en el inodoro.

-Preferiría haber estado solos. -a pesar del ruido del agua escuchó lo que le dije.

-Yo también amor, tendremos que acostumbrarnos a estar y convivir con otras personas, en Chicago deberás soportar a mis compañeros y a veces son algo brutos, las chicas te encantarán cuando las conozcas bien, todos seremos amigos.

Cuando Robert acabó se lavo la boca y salió desnudo a la habitación, yo, distraído, había olvidado lavármela y lo hice en ese momento.

Miraba la negrura de la noche, las luces de algunos barcos lejanos balanceándose en el agua, la iluminación de la parte vieja con el castillo en la cumbre, Robert lucia varonil y hermoso, como la estatua de un juvenil dios griego, me acerqué y abracé su cintura, apoyé la cara en la espalda.

Nos mantuvimos en silencio unos minutos, inundados del sentimiento mágico de nuestro amor vivo, de nuestras pieles unidas y algo frías por el aire acondicionado.

Bajé la mano acariciándole el abdomen y besándole la espalda.

-Vas a quedarte frío, será mejor que bajes el aire, o mejor lo apagas. -se volvió y me rodeo con sus brazos.

Comenzó a besarme y me sujeté de su cuello, él me subió y le rodeé la cintura con las piernas, me las cogió haciendo que me abriera como un libro.

-Que poco pesas Marin.

-Tu eres muy fuerte. -susurré en su oreja.

-Te adoro, me calientas, eres un brujo y me has dado una pócima.

-Bésame Robert, no dejes de besarme nunca, tu eres el brujo mi vida, el dragón de fuego. -la polla se le había puesto dura y cuando me resbalaba bajando, mi culo tropezaba con ella. Me mojé los dedos en saliva y los llevé a mi ano, busqué con la misma mano su verga y la emboqué en mi hoyo.

-Métela Robert, fóllame amor mío.

A partir de ese momento todo se convirtió en lujuria placentera. Me penetraba suavemente, sin apuros, dejando que mi propio peso me venciera y me empalara en su polla. Cuando no podía meter más se quedó quieto y busqué su boca.

-Estarás más cómodo en la cama, llévame Robert, quiero que esto dure mucho.

Me depositó con delicadeza y se tumbó encima mío, sin separarnos un milímetro, aplastando su pelvis sobre mis nalgas y sus testículos en la entrada de mi culo.

Mezclábamos nuestros jadeos, mis suspiros y los hondos gemidos que se le salían del pecho.

-Marín, estas delicioso amor.

-No te detengas, fóllame rico. -nuestro hablar eran tiernos gemidos. Gozábamos el uno del otro sintiendo nuestros cuerpos, buscando nuestras miradas y uniendo nuestros alientos. Cada día era mejor y más rico, cada vez descubría un nuevo punto para darme placer en mi cuerpo haciéndome gozar más y más.

-Robert, voy a terminar. -sacó la polla y mi desolación fue total, pero duro poco, me dio la vuelta colocándome en el borde de la cama y me la volvió a meter.

-Ahora no pares Robert, haz que me corra amor. -escuchaba sus jadeos, y los míos, hasta que me fui y grandes chorros de blanco semen cayendo sobre la cama.

Contraje el culo cuando Robert aceleró el ritmo entrando y saliendo, y fuertes gruñidos empezaros a surgir de él.

-Me corro mi amor, Marín me corro…

Con la verga metida hasta el final de mi vientre y entre temblores se vaciaba los huevos en mi culo.

Me tuvo así unos minutos, temblando los dos, abrazado a mi pecho, montándome posesivamente como un macho a su hembra a la que termina de preñar.

Su verga se fue ablandando hasta que lentamente se salió de mi sin que mi culo la pudiera retener. Se desmontó de mi espalda y me cogió en brazos para llevarme al aseo, sintiendo los regueros de semen que se me escapaban del culo vacío y sin el tapón de su verga.

**************

Dídac nos llamó por el teléfono interno para que bajáramos a desayunar con ellos y luego marchar hasta el punto de donde partiría el barco a Columbretes.

El trayecto se nos hizo corto entre bromas, y escuchando a la chica que hacía de guía turística, y nos explicaba historias inverosímiles, algunas ciertas o inventadas, que habían ocurrido en el pasado lejano.

Las islas eran pequeños islotes, uno de ellos con forma de media luna, allí pasamos más tiempo y comimos. A la vuelta escuchamos nuevas historias, participadas por piratas y corsarios que en otro tiempo había navegado aquellos mares.

Los acantilados que defendían la fortaleza, antigua residencia y refugio del Papa Benedicto XIII de Aviñón, o Papa Luna como era más conocido, resultaban al menos impresionantes, haciendo inútiles las tentativas para rendir la fortaleza si era atacada por el mar.

La excursión había resultado todo un éxito, la comida la pagó Robert y los barceloneses nos invitaron a salir para cenar.

A la vuelta nos duchamos, realmente estaba cansado, no solamente habíamos dado el paseo sentados en el barco, también tuvimos que caminar, y subir paseando por las cumbres de la isla para ver las maravillas cercanas: (el inmenso e interminable mar).

La cena fue deliciosa a base de pescados fritos y asados, nuestros nuevos amigos, igual que Robert, debían tener la tarjeta oro y no la permitían descansar.

Llegamos tarde al hotel y pasamos a la sala de fiestas que estaba abierta y con bastante público, por ver el ambiente y tomar la última copa, por el decir popular, ya que fueron dos.

-Podíamos seguir la fiesta los cuatro solos en una de las habitaciones. -Jaume esbozaba una sonrisa conciliadora por la respuesta que pudiera recibir a su propuesta, claramente entendible para cualquiera.

-Tendremos que dejarlo para otro día Jaume, nos volvemos mañana para casa y debemos descansar. -en principio me sorprendió que no me lo hubiera dicho, y después sentí desolación.

Jaume no pareció que se lo tomara a mal, hubiera sido una disculpa, o una negativa elegante a su sugerencia, prono lo olvidó para llevarme a bailar.

-Tu novio te cuida mucho, deberás quererle un montón.

-Así es Jaume. -el chico aprovechó que me tenía abrazado para besarme en los labios.

-Me hubiera encantado llegar a más.

-Como Robert ha dicho, lo dejaremos para otro día.

**************

Esperaba que Robert comenzara a hablar.

-He hablado con papá, quiere que le acompañe a un viaje que va a hacer, creo que será el momento ideal, cuando estemos los dos solos, para hablarle de lo nuestro y convencerle mejor.

-Entonces…, ¿ya se acabó?

-De todas las maneras nuestra estancia aquí ya no tenía sentido, no me gustaría ver a mi novio disfrutar de tres machos a la vez. -me tiré encima de él y comencé a golpearle el pecho.

-¡Ohhh, Robert! Eres un cínico, un descarado y vas a conseguir que te odie.

-¡Ja, ja, ja! ¿Yo un cínico? Nunca mi amor, ¿qué crees que deseaba Jaume, o Dídac aunque este fuera más prudente?

-Ven aquí, yo voy a hacerte lo que ellos querían. -me sujetó, y entre risas y besos, antes de que me diera cuenta, tenía su verga dentro de mi culo.

-Eres un capricho amor, pero eres mío.

-Aprovechas cualquier oportunidad o motivo para follarme, ¿te das cuenta?

-Lo se cariño, pero hace poco me decías que tu sentías y deseabas lo mismo.

Fue una follada muy simple, romántica y llena de besos, y de pequeñas sátiras que nos dirigíamos para retrasar el momento y durar más.

Como despedida desayunamos con Dídac y Jaume, después a pagar la cuenta del hotel, recoger el equipaje y emprendimos el viaje de regreso, dormimos en Zaragoza y al día siguiente sería la última jornada para llegar a casa.

Seguramente era nuestro estado nervioso el que nos cansaba más que el propio viaje, conseguimos habitación en un hotel del centro de la ciudad y cerca de la Basílica del Pilar, nos dimos una ducha rápida y salimos a pasear, ninguno de los dos sentía hambre, un imponente nudo se formaba en el estómago y me impedía tragar.

Una vez vueltos al hotel, habiendo tomado una cerveza como única cena, subimos a la habitación, nos desnudamos el uno al otro besándonos con pasión, desesperados y caímos sobre la cama.

Busqué ciego de deseo su verga y comencé a chupársela lo mismo que me hacía él, habíamos conseguido un sesenta y nueve donde enterrábamos nuestras cabezas en el sexo del contrario. Empezó a comerme el culo y yo continuaba chupándole la polla que sabía a gloria.

Cambiamos de postura para besarnos las bocas y sentir el sabor de nuestros sexos, a la vez iba disponiendo mi culo a la altura de su verga hasta encajarla, y fui sentándome en ella hasta que me entró del todo.

Sentía que me iba a correr de un momento a otro y ralentizaba mi cabalgada, llegando a pararme para buscar su boca y besarle. Entonces él subía las caderas deseando continuar follándome.

-Me voy a correr Marín. -también yo estaba a punto y comenzamos a colaborar para follarme duro, la potente polla entraba en mi culo como un émbolo neumático, hasta que elevó el culo de la cama buscando la más profunda penetración.

Ambos gemíamos locos de deseo y angustiados cuando inundé su pecho con la leche que me salía con fuerza, a la vez notaba salir el semen de su polla llenándome.

Nos quedamos abrazados, pegados el uno al otro con la leche que había tirado. Me sentía muy cansado, agotado. Había sido un coito repleto de sensaciones imposibles de describir, donde por mi parte, primaba el temor de que esa fuera la última vez que lo hiciéramos.

************

Robert me dejó delante del portal, se le veía tranquilo y esperanzado de conseguir convencer a Guillermo.

-Te llamaré, estaremos en contacto, y ya puedes ir preparando lo que quieras llevar.

-¿Robert?

-Dime Marín, lo que quieras, no te lo calles.

-No, nada, que tengáis un buen viaje. -no podía decirle la cruel presunción de mal augurio que martilleaba en mi mente, que estas serían las últimas palabras no intoxicadas de odio que compartiríamos.

La casa estaba vacía, la nevera con suficiente comida y bastante suciedad por todos lados. Parecía que Aldo había estado surtiendo al abuelo como le había pedido.

Me puse manos a la obra, para recoger las cosas que había traído e intentar limpiar la casa. Llamé a Migue para quedar al día siguiente y di por finalizada mi labor aunque no había terminado.

-Regresaste. -sus palabras fueron secas, sin asomo de cariño

-Ya estamos aquí de nuevo abu.

-Miras muy alto y este viaje ha sido un error, no lograréis vuestros deseos. -también yo estaba convencido de que acertaba, pero tampoco pude negarme, o no quise hacerlo.

A la mañana siguiente me llegué a la tienda de don Andrés, Aldo estaba en el mostrador y no se veía a sus tíos por parte alguna, me acerqué y el muchacho me miraba con timidez.

-¡Gracias Aldo! He visto que a mi abuelo no ha le faltado comida, vengo a pagarte si tienes la cuenta de lo que debo.

-Te la preparo en un momento, solo tengo que sumar los tickets de las entregas. -buscó en el cajón de la máquina registradora y extrajo lo que buscaba.

-Espero que mi abuelo no te haya dado problemas.

-Para nada, hasta nos hemos hecho amigos, le convencí de que era mejor que fuera al gimnasio de un amigo y no estuviera tanto en el bar. -le miré, hablaba ilusionado.

-¿Lograste convencerle?

-¡Ja, ja, ja! No del todo, sigue acudiendo al bar, pero también al gym, allí se entretiene y ayuda en algunas cosas, tu abuelo aunque esté delgado es fuerte como un roble. -me sentía impresionado con la noticia que me resultaba inverosímil pero al parecer cierta.

-Gracias Aldo.

-No tienes que dármelas, también a mi me gusta tener con quien hablar sin que se me insulte o se rían de mi. -Iba a resultar que mi abuelo sentía más empatía por un extraño que por su nieto, pero lo di por bueno si servía para un buen fin.

-Aquí tienes la cuenta. -le pagué con la tarjeta y observé que el chico no tenía problemas para hacer bien su trabajo.

-Ya sabes que cuando necesites algo solo tienes que pedírmelo.

-Otra vez gracias, traeré la nota uno de estos días. -me disponía a salir y escuche la voz de Aldo.

-Intentaré ocuparme de tu abuelo lo que pueda. -solamente le dirigí una sonrisa agradecido, había encontrado una gran ayuda sin pensarlo.

Antes de comer había quedado con Migue que traía a Marquitos de la mano, después de los abrazos correspondientes, les entregué las camisetas, tuvimos que quitarle al niño la que llevaba y ponerle la nueva.

Migue estaba impaciente por saberlo todo, y a grandes rasgos le conté lo del viaje, pero también él estaba impaciente por comunicarme sus noticias, así era mejor ya que no me pedía los detalles de mi aventura con Robert.

-Ha pasado algo increíble Marito. -observé que le temblaban las manos.

-¿Tiene que ver con mi primo?

-Nada de eso, no lo adivinarías.

-Bien, pero creo que no vas a tardar en decírmelo.

-Lorenzo quiere que le ayude, creo que tengo ya un trabajo. -le brillaban los ojos y estaba entusiasmado.

-Primero dime quién es ese tal Lorenzo al que no conozco y luego cual es ese trabajo.

-Si que lo conoces, el dueño de la tienda de ropas donde compramos las que llevaste a la fiesta de Robert. -me dejaba sorprendido pero quería que siguiera contándome.

-Pasé por delante de la tienda, ya sabes como me gusta la ropa y me quedé mirando el escaparate, me vio a través del cristal y me saludo, entonces entré y hablamos. Me pidió que le ayudara a preparar las prendas que sacará de rebajas después del verano. -hablaba entrecortado y hasta se comía las palabras, tenía que adivinar lo que decía.

-Me alegro muchísimo Migue, pero es un trabajo para unos días al parecer.

-Lorenzo dice que luego ya se verá, porque tiene ideas y necesita tiempo libre.

-¡Oh mi vida! Me alegro tanto, seguro que querrá que trabajes para él. -nos abrazábamos, nos besábamos, y llorábamos los dos.

-Por cierto Marito, me preguntó por ti, creo que le interesas, o mejor, que tu le gustas…

Al día siguiente Robert me llamó por teléfono, estaban en Paris pero tenían que llegarse hasta Colonia en Alemania, allí su padre tenía que mantener varias reuniones de trabajo, había hablado con Guillermo y en un principio se negó tajantemente a sus pretensiones.

Robert seguía manteniendo la confianza en si mismo de que al final su padre cedería, convencido por su razonamiento. Dudaba que eso fuera cierto sin dejar de albergar cierta chispa de esperanza, luego razonaba y veía la imposibilidad de que nuestros sueños se realizaran y hasta dudaba de que yo fuera algo bueno para Robert después de lo habido con Guillermo.

Dos días más tarde recibí otra llamada, Robert exultaba de alegría y era incapaz de pronunciar las palabras que quería decirme.

-Marin, amor, ya esta hecho, cede, con algunas condiciones pero esta de acuerdo, tenemos que ir muy rápido, tienes que irte conmigo y no más tarde como él propone. -noté que Roberto lloraba aunque intentaba que no me diera cuenta y cortó la comunicación de repente.

La siguiente llamada que recibí, días más tarde, no era la esperada de Robert.

-Mario tenemos que hablar, Robert saldrá a hacer compras y podremos estar solos hasta su vuelta, llégate esta tarde a mi casa antes de las siete.

Guillermo me hablaba muy nervioso y no me dio oportunidad de poderle preguntar por Robert, ni hacerle cualquier pregunta. Todo resultaba muy extraño, lo era que quisiera verme sin estar Robert presente.

La premonición de que algo fallaba, y que todo no era como Roberto lo veía, no me abandonaba un segundo, pero no podía faltar a la cita, fuera para bien, o lo más seguro, para mal, era una jugada importante de la partida donde me lo iba a jugar todo.

A la hora prevista pulsé el timbre de la puerta del jardín, una voz de mujer me avisó de que me abría. La criada vestida de uniforme negro y blanco me esperaba en la puerta principal, me llevó hasta el despacho de Guillermo y cerró dejándome dentro.

Guillermo, al lado del gran ventanal que daba al jardín, se dirigió de prisa hacía mi.

-¡Marito! -se detuvo a dos pasos mirándome con aire asustado. Pensé que estas semanas había envejecido y que le veía más canas en su cabello moreno.

-¡Marito! Estas precioso. -me sujetó de los hombros y se inclinó besándome la boca. Algo seguía martilleando en mi cabeza, aquel no era el recibimiento que esperaba.

-He pensado tanto en mi pequeño, tantos días sin verte me ha supuesto un infierno. Te necesito pequeño, no sabes cuanto. -me besaba desaforadamente toda la cara, su bigote me raspaba el rostro de lo apretado que lo hacía, y empezaba a sentir como se apretaba a mi cuerpo.

-Cálmate Guillermo, por favor me estas asustando. -como respuesta empezó a querer bajarme los pantalones mientras me llevaba hacía un enorme sofá chester de cuero, al lado de la ventana y donde más claridad había.

Aquello no era normal, sentía pegado en mis nalgas el tremendo bulto de la entrepierna de Guillermo, parecía urgido y necesitado hasta un límite insospechado y que yo nunca le había visto.

-Necesito hacerte mío bebé, lo necesito ahora, he pasado muchos días sin ti.

-No Guillermo, por favor, va a llegar Robert.

-No te resistas bebé. Tenemos tiempo, tardará con lo que tiene que hacer. -era imposible luchar con aquel hombre, me controlaba y dominaba como si yo fuera un simple muñeco, prácticamente sentía que iba a violarme, me tiró sobre el sofá, me sacaba los pantalones a la fuerza hasta dejarme con ellos y el slip colgando sobre los pies.

-Está bien Guillermo, haré lo que quieres y no me resistiré, pero vamos a tu habitación, que sea allí por favor. -no atendía a razonamiento alguno, me levantó en sus brazos y me dejó colgado sobre un brazo del sofá, con el cuerpo hacia el asiento y las piernas al aire, el culo en pompa, desnudo.

Él no se quitó el pantalón, se bajó la cremallera, el sonido restalló como una sierra al cortar madera. Por el lado libre del sofá, y mirándolo del revés, podía verle maniobrar, sacó su enorme verga, ennegrecida por el torrente sanguíneo que la llenaba endureciéndola, con una mano me separó las nalgas localizando mi ano y comenzó a penetrarme.

Estaba seco, sin preparar ni dilatar lo más mínimo, el dolor era el mismo o mayor de cuando la primera vez me desvirgó, gemí y pensé que perdía el sentido, no tuve esa suerte, el martirio simplemente había comenzado.

Entró del todo en mi cuerpo, y sin detenerse para que me acostumbrara, comenzó a follarme como ido, como un loco dando rugidos. El dolor era terrible, insoportable. Entonces escuché el ruido de algo que caía rompiéndose contra el suelo, cerca de donde mi cabeza colgaba, tintineos rodando sobre la madera, el sonido se detuvo cuando llegó a los flecos de la alfombra, justo a veinte centímetros de mis ojos, un aro de brillante oro, una anillo de boda. Otro sonido más lejano rebotó en la pared del fondo y el cantarín sonido se aceleró hasta terminar del todo.

-¡Traidores! No quiero veros jamás en mi vida, a ninguno de los dos. -el sonido seco de una puerta al cerrarse, con un fuerte golpe lleno de furia, sonó como un trueno que retumbara en el aire seco del verano.

(9,40)