A la mañana siguiente me despertó el ruido de la puerta. Por la puerta entró Aifon y una luz que casi me ciega. Pude ver el cielo de azul limpio e intenso y la cara de Aifon con esa sonrisa en su boca de la que pocas veces se desprendía. Sentándose en la cama, me bajó las bragas hasta quitármelas, abrió mi sexo colocando los pulgares en los labios y lo estudió detenidamente. Me dio la vuelta y repitió la operación revisando las nalgas y separándolas para ver el ano.
Por el tono de su voz y su gesto, comprendí que todo estaba perfecto y a su gusto. Para mí también, ya que salvo la forma repentina de despertarme, me encontraba estupendamente, libre de dolores y escozores. Me puso las bragas, me ayudó a levantarme del camastro y me llevó fuera de la cabaña. Atravesamos el poblado y Aifon me llevó a una choza que estaba un poco separada del resto, casi entre los matorrales que daban entrada al bosque. Aquella mañana parecía que había pocos hombres por allí, los niños se dedicaban a jugar y las mujeres estaban ocupadas barriendo con ramitas, hablando entre ellas o preparando comida. Antes de salir, Aifon me había llevado agua y fruta para desayunar. Me lo comí y bebí todo.
Llegamos frente a esa choza casi aislada del poblado, y ya antes de pararnos Aifon y yo, de ella salió un hombre fornido y alto. Reconocí al indígena que llamé Samsung en primer día que lo vi. Ese mañana lo pude ver a la luz del sol y de cerca; hacía días que no lo había visto, ni siquiera había participado en las orgías a la que sus convecinos me habían sometido. Junto a él estaba Nokia, el hombre mayor al que yo seguía dándole el título de jefe. Nada más llegar, Nokia nos dejó solos y pude centrarme en observar a Samsung. Era musculoso, los hombros anchos, los pectorales muy definidos, cintura y caderas marcadas, piernas largas y musculosas, brazos fuertes… un hermoso semental. La nariz no muy chata, pómulos marcados y una piel marrón brillante.
Sin mediar palabra y tan siquiera dirigirse a Aifon o a mí, se quitó el taparrabos, dejando al aire una polla erguida y divina. Siempre había pensado en el mito de las vergas de los negros, y que no era tan importante el tamaño o el grosor, sino la forma de usarlo y la pasión que se pone al follar. Pero tengo que reconocer que las medidas de Samsung eran furiosas y bellas. Su polla estaba totalmente empalmada y cada vez que Samsung se movía, ese precioso miembro temblaba y su piel parecía hasta tener cierto brillo a la luz del sol. Se agachó y me quitó las bragas, me dio la vuelta poniéndome de cara a Aifon, me inclinó hacia adelante y colocó mis manos agarrando las caderas de Aifon para sujetarme. Ya me imaginaba metiendo aquella verga en mi cuerpo sin más preámbulos ni preludios, y me dio miedo.
Sujetando su polla con una de las manos, me rozó entre los muslos y la entrada de la vagina con el glande. Estaba totalmente contraída, y Samsung apartó la polla y me sondeó con la mano y los dedos, tuvo que tomarse su tiempo para poder meter en mi coño su dedo. Sacó su dedo y me puso erguida de nuevo cogiéndome por los hombros. En su cara el gesto era como de frustración. Le dijo algo a Aifon, dio una palmada al aire y ella se fue hacia los árboles. Al rato volvió con una de las varillas con las que me habían azotado días atrás.
-¡Oh mierda! ¡No! -dije mientras contraía el culo y lo ponía duro.
Aifon tenía esa odiosa sonrisa que se le ponía antes de castigarme. Giré la cabeza a Samsung y con mirada de cordero degollado le supliqué, pero evidentemente no me entendió. Me hizo una señal con la mano para que siguiera a Aifon, mientras ella ya se había preocupado de cogerme por una de las muñecas y llevarme a rastras hasta un pequeño montículo de hierba. Se sentó y con la habitual energía y decisión que tenían esos salvajes, me puso en sus rodillas boca abajo. Hice fuerza y contraje el culo con todas mis fuerzas a la espera del primer azote. Samsung se acercó a nosotras y cogió el brazo de Aifon para detener el golpe. Giré la cabeza y lo vi como si estuviera pensando.
Su polla que antes se había casi desinflado, volvía a estar erguida, dura y brillante. Me levantó y me puso de pie mientras le decía algo a la muchacha. Aifon me lanzó una mirada fulminante, se levantó y Samsung me dijo que me sentara con un gesto de su brazo. Aifon se puso en la misma postura en la había estado yo hacía unos instantes. Había aprendido en los días que llevaba conviviendo con aquellas gentes, que se excitaban con los azotes; ellas se mojaban y a ellos se les ponía la verga dura. Y parece ser que Samsung quería experimentar si yo era capaz de mojar mi sexo azotando a Aifon. Por un lado, me dieron ganas de vengarme de esa cabrona, pero por otro nunca me ha gustado la violencia en el sexo o hacer daño a nadie. Le quité el taparrabos y le abrí un poco las piernas. La piel de sus nalgas estaba tibia y suave y al igual que yo, hizo un intento por cerrarse, pero levanté un poco las piernas consiguiendo con eso poner más alto su culo.
Además, lo hice con energía para que entendiera que ahora era yo la que mandaba. Su culo era parecido al mío pero algo más pequeño teniendo en cuenta su menor corpulencia. Era un culo precioso, redondo, respingón y aterciopelado. Samsung me dio la vara y le di a la chiquilla unos golpes leves, como de calentamiento. La golpeé de forma seca y dejando unos segundos entre azote y azote. Después de unos golpes, tiré la varita y con la mano abierta azoté aquel precioso culo. Con cada golpe sentía que Aifon contraía las nalgas y se crispaba. Tenía la boca cerrada, pero eso no impedía que escuchara unos leves gemidos. Tengo que reconocer que la muchacha tenía aguante, yo en su situación ya estaría derrumbada.
Samsung estaba de pie, con los brazos cruzado en su pecho, las piernas semi abiertas y con la polla tan empalmada que pensé que iba a romperse. Con una voz grave me dio lo que me pareció una orden, y que yo interpreté como que quería más energía por mi parte. Le di unos pocos azotes mucho más fuertes y sus gemidos pasaron a ser gritos para terminar con un gimoteo más propio de una niña. Se me pasó por la cabeza la loca idea de pasear mi mano por su sexo y meter mi dedo en su coño, la imaginaba llena de líquido, mojada, y las gotas de su flujo mojando mis muslos. Samsung me cogió de la mano para que parara y nos levantó a las dos.
Estaba excitada y no sé muy bien porqué, noté mi vagina húmeda. Aifon estaba congestionada, y con los ojos llorosos. Me puso frente a ella, me curvó y al igual que antes, puso mis manos en las caderas de Aifon. Tenía el coño de la muchacha a la vista y esa visión me alteró aún más. Separé mis piernas sin que me dijeran nada y mostré mi culo y la entrada de mi sexo. Sentí unas ganas enormes de besar aquel vientre y el ombligo… y no me aguanté. Mientras lo hacía, la polla de Samsung se acercó a mí y me penetró por la vagina hasta el fondo.
Era un jodido semental, sujetándome por las caderas sacaba su verga y me la volvía a hundir. Sentía mi coño lleno y había cedido para dar hueco a esa enorme polla. Samsung gemía de forma ronca, “¡oh!, ¡oh!, ¡oh!”, y los acompañaba con unas embestidas enérgicas. El placer me daba punzadas y el primer orgasmo me pilló con la boca en la vulva de Aifon. Ni si quiera con la boca ocupada pude reprimir un largo grito de placer. Las sacudidas de Samsung se volvieron salvajes, y cuando el retrocedía su polla, yo con un movimiento me echaba hacia atrás para atraparla. Las manos tensas de Samsung me apretaron las caderas al correrse, al mismo tiempo que lanzó un grito de placer. Sentí como su leche caía en mi espalda y por mis nalgas. Las gotas de su semen me acribillaron. No sé muy bien cómo, pero terminamos los tres en el suelo rodando, los tres cuerpos a la vez. Aifon me rodeó con los brazos y empezó a besarme y a comerme la boca. Los tres acabamos tirados en el suelo jadeando.