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Memorias inolvidables (Cap. 21): Mi primo Juan
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Tiempo de lectura: 10 minutos

23 de junio (sábado)

Entre las cosas que he puesto en mi mochila al salir de casa, te he llevado conmigo, querido diario, no vayas a pensar que te iba a dejar a merced de todos. No sería capaz de traicionarte cuando tú eres testigo de todos mis pesares. Gracias.

Mi padre se ha ido temprano a ocuparse de sus asuntos, pero creo que ha sido para no presenciar lo que iba a acontecer. Todos mis hermanos estaban en el salón temprano, esperando para llevarme al comedor a desayunar, pero mi madre estaba en la puerta del comedor dispuesta a no dejarme pasar. Mi hermano Eleuterio discutió con mi madre con buenos modales, pero ella, zanjando la cuestión, dijo gritando:

— Si lo metes en mi comedor, date por despedido, te vas tú también de aquí.

Facundino se puso a llorar y las chicas corearon el llanto con él. Aquello parecía un auténtico funeral. Eleuterio se volvió para venirse donde nosotros y repentinamente dio la vuelta con el brazo en alto contra mi madre. Corrí a tiempo para interponerme y me llevé la bofetada. Eleuterio me abrazó y casi en volandas me sacó a la calle. Me besaba porque estaba arrepentido de este pronto que se le ocurrió. Pero me miraba mi cara doliente donde estaban marcados los dedos de su mano y lloraba.

— Eleuterio, no llores por mí, que esto se pasa.

— Lloro porque te vas, lloro porque me das envidia, lloro porque sé que te irá mejor que a nosotros, lloro de desesperación.

Los demás hermanos salieron. Mercedes llevaba mi mochila en las manos. Rosario se metió en casa. Yo quería irme, pero quería despedirme de Rosario y tardaba. Al poco salió con dos bolsas. Una me la metió en la mochila diciendo:

— Ahí tienes cosas por si te da hambre… —luego les dijo a los demás— vamos a desayunar en el parque los cinco, en esta bolsa está todo lo nuestro.

Nos fuimos al parque, desayunamos, paseamos un rato juntos y me preguntó Rosario:

— ¿Dónde vas a ir?

— No lo sé, ya lo iré pensando, —respondí.

Eleuterio dijo:

— No seas tonto, vete a casa de los abuelos y les explicas; ea, yo voy contigo.

— No; yo iré a casa de los abuelos, llevas razón, pero iré yo a pedirles el favor de que me alberguen por algunos días; si venís vosotros parecerá que vamos en plan presión.

Todos asintieron y quedaron en que al día siguiente ya me avisarían donde vernos. Mercedes le hacía gestos a Rosario para que hablara y esta me dijo:

— Nosotras tenemos este dinero y queremos que te lo lleves para lo que puedas necesitar.

— No —respondí—; guardad vuestro dinero para vuestras necesidades, yo he guardado dinero de hace tiempo porque imaginaba que esto acabaría más o menos así. Nunca pensé en tanta brusquedad y violencia, pero nuestra madre no se arrepiente nunca ni de sus pecados. No sé de qué le sirve tanta cofradía y tanta beatería… Vosotras guardad lo vuestro; Rosario tú lo puedes necesitar en breve, no eres tan prudente como Mercedes y no teniéndome a mí, mamá tiene que descargar con alguien, pienso que te toca. Búscame cuando me necesites.

— Yo quiero irme contigo, —dijo Facundino.

— Ya te he dicho que ahora no puedes, sé prudente y silencioso, cumple los 18 años y mandarás de tu vida. Hazme caso, cada vez que quisieras decirle cuatro casas bien dichas a mamá, piensa que tu hermano Miguel está a tu lado diciéndote: «Calla y resiste», —le reflexioné.

Se me echó al cuello y lloraba sobre mi hombro. Eleuterio lo calmó y nos despedimos hasta el día siguiente. Me encaminé triste a casa de mis abuelos. Primero les he dicho que iba a verles y saludarlos. Pero mi abuelo me dijo:

— Anda ven a cenar, te acuestas a descansar y mañana hablamos.

24 de junio (domingo)

Hoy es el santo onomástico del tío Bautista. Iremos a comer a su casa. El tío Bautista es mi tío abuelo, hermano de mi abuelo. Me nuncio esto de ir a comer a casa del tío Bautista mi abuelo mientras desayunábamos y luego se quedaron mirándome:

— ¿Qué?, —dije yo.

— Cuéntanos, antes de que venga tu padre…, dijo mi abuelo.

Algo debían saber ya porque mi abuelo llamó a mi padre para preguntarle si sabía de mí. En definitiva lo que ha ocurrido es que mi padre se presentó en casa de mis abuelos, han hablado antes de verme y han discutido. De lo que he escuchado saco el siguiente resumen:

«Que mi padre no está de acuerdo con la actitud de mi madre respecto a mí.

»Que yo debo ocultar mi «inclinación homosexual», dicho así como inclinación, es decir, un defecto, todo para tranquilizar a mi madre.

»Que debo disimular o curarme de mi mal (aunque mi abuelo le dijera que no era ninguna enfermedad, mi padre insistía).

»Que no debo juntarme con mis amigos de antes, que debo ir con otros amigos mejores para que me ayuden a cambiar mi estilo de vida a mejor.

»Que las señoras amigas de Eloise, les decía refiriéndose a mi madre, han de comprender que Eloise se ha puesto firme en su sitio y Miguel ha de reconocer sus errores ante ellas, pidiéndoles disculpas».

Este es el resumen. Mi abuelo se ha puesto furioso y ha dicho que hablará conmigo, y le decía a mi padre

—Pero has de saber que hace casi diez años, exactamente 9 años, 11 meses y 3 días, que tu mujercita no viene a visitarnos, por lo que no me merece ninguna consideración ni respeto; con esto estaría todo dicho, pero yo exijo a mi hijo que se disculpe con mi nieto y sin ninguna razón lo vuelva a admitir en su casa, de lo contrario aquí no tienes nada que hacer; si no te pones los pantalones en tu casa, no vengas a la mía a imponer los huevos de tu mujer; aguántatelos tú».

Mi abuelo se presentó ante mí y me dijo que saliera a ver a mi padre. Lo hice sin más, ni nervioso, ni acobardado ni presuntuoso. En estos casos no sirve ni la soberbia ni la falsa humildad. Saludé a mi padre como de costumbre, con un «hola, papá» y un beso en su mejilla. Me besó igualmente y me dijo un montón de excusas, que él no pensaba que iba a llegar tan lejos, y todas esas cosas que se dicen para eximir la culpabilidad o responsabilidad. Solo le dije:

— Atiende, papá, a lo que te ha dicho el abuelo; solo tienes una oportunidad para seguir siendo mi padre; si no te pones los pantalones en casa, me mandará a la calle de nuevo y no vendré a casa del abuelo para ir repitiendo operaciones. A partir de ese momento, tú y mamá dejaréis de ser mi familia.

— A tu abuela y a mí no nos metas en ese ultimátum, —dijo mi abuelo muy serio.

— No, abuelo, quizá y sin duda vendré más veces a visitar a mis abuelos; todas las veces que me lo impidió, la esposa de mi padre. Si no hemos venido más no es porque mis hermanos y yo no queríamos, sino porque tu nuera no nos lo permitía bajo amenaza. Pero yo, libre de ella que ya me siento, vendré a cumplir como un nieto con sus abuelos.

— Escucha lo que dice tu hijo —le decía mi abuelo a mi padre— y toma nota; igual te convendría divorciarte y vivir con tus hijos…

— No, abuelo, mi padre no se divorciará de su mujer, es un cobarde; él tiene otras mujeres con quienes desahogarse, no sé si adivina que su mujer hace lo mismo; son unas ratas, follan con quien les sale al paso, pero un hijo maricón debe ser mayor pecado que la promiscuidad heterosexual.

— ¿Es cierto lo que dice tu hijo? —le decía mi abuelo a mi padre.

Mi padre callaba, no respondía a mi abuelo y entonces salté:

— ¿Quieres que regrese a casa, sí o no?

— Prefiero pagarte un hotel de momento, antes de molestar a los abuelos…, —dijo mi padre.

Mi abuelo se levantó de la silla donde estaba sentado y se encaramó contra mi padre con ánimo de pegarle. Me levanté rápido, amarré con un abrazo a mi abuelo y lo hice regresar a su silla. Se levantó y se fue donde estaba mi abuela llorando. Le dije a mi padre:

— ¡Márchate, eres una mierda! No sirves para nada! ¡¡Vete!!, —le grité.

Esperé que saliera de la casa y me fui a ver qué les pasaba a mis abuelos, los sorprendí abrazados y llorando. Me abracé a ellos y les dije:

— No lloréis, llevo todo el tiempo de mi existencia sin padre y con una tirana de madre. A mis hermanos les pasará otro tanto y sufrirán, me apenan ellos. Voy a pasar esta noche con vosotros y mañana me voy para no ser una carga.

— Mi nieto no es una carga para mí, —dijo mi abuela sollozando.

La besé y le dije:

— Es que tu nieto sale de casa y va a sitios que a ti no te gustarían y hace cosas que no te gustarían y me gustan los chicos y supongo que eso no te gusta y…

— Calla…; calla…, tu abuela no mira lo que hace su nieto sino lo que su nieto es para su abuela, su sangre; si tú te sales del camino que nos gustaría es un asunto tuyo, si nos gusta o no, nada tienes que ver con ello… y si todos fuéramos iguales, el mundo sería muy aburrido, —dijo mi abuelo abrazado a mi abuela.

A la comida en casa de mi tío Bautista fui bien vestido por respeto a todos ellos. Me puse unos jean enteros de color burdeos, sin rotos, aunque todos los tengo ajustados, y una camisa a cuadros dominando el granate. Calzaba zapatillas sin calcetines porque no me acordé de llevarme. Mi abuela, cuando me vio, se alegró y me hizo quitar la camisa, rápidamente la planchó de sus arrugas de estar en la mochila y me dijo que me pusiera un sombrero o algo en la cabeza porque iríamos paseando y hacía mucho sol. Me puse una gorra del mismo color que los jeans y las zapatillas que abundan en rojo. No llevaba gafas, pero sí me puse una pulsera muy sencilla y común en cadeneta. Noté que mis abuelos se sentían orgullosos de mí y yo iba a conocer por fin a casi toda mi familia paterna. Estaba la casa llena. Mi tío Bautista, tiene tres hijos, Bautista es el mayor, le siguen Antonio y Manuel. Bautista es mayor que mi padre, Antonio es de su edad y Manuel dos años menos. Estaban dos hijas de Bautista con sus esposos, ambas tenían dos chicas cada una, mis primas eran Luisa y María, las hijas de Luisa; Marisa y Juana las hijas de Marisa. Mi tío Antonio con Evodia su esposa tenía dos hijos, mellizos, de mi edad, Antonio y Juan, este celebraba su onomástico con mi abuelo, su tío Bautista y su prima Juana. Para todos ellos hubo regalos. Manuel estaba casado con Yolanda, muy guapa y tenían un bebito llamado Manuel. También vino el hermano de mi padre Fernando, no pudo venir su esposa que estaba atendiendo a su madre anciana —todos comprendieron—, no tienen hijos. Todos me hicieron un muy buen recibimiento y todos debían saber algo, al menos los adultos. El que quiso estar siempre a mi lado y hablaba más conmigo era mi primo Juan. Las chicas protestaron porque yo estaba sentado entre mi abuelo y Juan. Mi abuelo hablaba con su hijo y yo hablaba con Juan.

Juan me contó muchas cosas, sobre todo chismes acerca de sus primas. No le gustaban nada, las consideraba una engreídas y creídas de sí mismas. Decía que se parecían a sus mamás y siempre había que hacer lo que ellas quisieran. Me decía:

— Yo prefiero ser amigo de los tíos libres como tú.

— ¿Qué sabes de mí?, —pregunté.

— Cuando acabemos de comer, vienes conmigo y te mostraré un lugar donde podremos hablar de nuestras cosas, —me dijo susurrando.

Todo fue tranquilo, pregunté a mis abuelos a qué hora nos iríamos y me preguntaron si estaba cansado o aburrido. Les dije:

— No, no estoy cansado, es por estar con los primos.

— Nos iremos después de cenar, contestó mi abuelo.

— Vale.

Y me fui donde Juan que disimuladamente, me sacó por la cocina al jardín y comenzamos a caminar para meternos entre los árboles:

— Todo esto es de mi abuelo, sigamos.

Llegamos a un cobertizo, donde estaban los perros que Juan conoce bien, los acarició y entramos, subimos una escalera y allí había un granero y mucha paja. Cogió una manta y la extendió sobre la paja. Nos tumbamos y me empezó a contar.

— Yo soy como tú.

— ¿Como yo qué?

— Yo soy gay, pero mis padres me entienden. Habrás visto cómo te han besado, abrazado y te han tratado bien…, pues sabemos lo que te pasa…

Hubo un momento de silencio y dijo:

— Eres muy guapo.

— Tú también eres muy guapo.

Nos quedamos mirándonos. Luego preguntó:

— ¿Lo hacemos?

— Ya la tengo dura, —contestó.

Nos pusimos de pie, nos descalzamos y nos quitamos yo mi camisa y él su camiseta. Nos besamos. Su pecho al contacto con el mío, lo noté caliente. Levantaba la pierna acariciando la mía, pero con poca sensibilidad. Le desabroché su pantalón recto y le bajé la cremallera. Tiré de su pantalón abajo y con unos movimientos de sus pies se los sacó. Seguíamos besándonos y me tumbé sobre la manta para poder quitarme mis jeans. Se puso de rodillas y, mientras me besaba el pecho iba desabrochando el jean y bajó la cremallera. Descubrió mi paquete que ya estaba duro de tanta espera. Se puso ante mis pies y tiró del jean. Le costó porque es muy ajustado, levanté el culo para que saliera mejor y consiguió sacármelos.

— ¡Llevas jocks! ¿Eres activo o pasivo?

— En mí no vale eso, soy versátil.

— ¡Ah!, al verte con jocks pensé que eras pasivo, porque yo soy pasivo absoluto, me dijo.

Tiró de la cinturilla del jockstraps y miró.

— ¡Oooooooh! Buena pieza tienes, no sé si me cabrá y no he traído nada…

— ¿Para lubricar?, pregunté.

— Sí.

— Ahí abajo he visto una lata de aceite, pero mi saliva y la tuya son más que suficientes, —le dije dándole un beso con lengua que nos ocupó un rato largo.

Como pude le fui sacando su slip rojo que ya tenía una mancha húmeda que ponía la teja de rojo oscuro. Salió su polla que acaricié. Distaba bastante de la mía, pero me gustó y se la mamé, poco a poco nos pusimos en 69 y él me sacó el jockstraps y me chupaba mi polla. Suspiraba cuando yo pasé a comemersme su culo con chupetones y metía la lengua adentro por su culo cuanto podía y empujaba, comencé con un dedo haciendo círculos y gemía. Yo ya estaba con ganas y tenía que meterle mi polla o me correría fuera. Me tumbé cara al techo para que Juan se acomodara encima, pero prefirió que yo tomara la iniciativa. Se de espaldas, le di la vuelta, le cogí las piernas por sus tobillos, me puse sus piernas a mis hombros hasta que su culo quedó frente a mi polla. Me sonrió y ya le estaba gustando. Su polla palpitaba. Mojé mi polla y su culo con abundante saliva y, al toque con mi pulgar, noté que no era muy apretado. Lo mié fijamente y le respondí su sonrisa con la mia y con un beso, pasando mi polla por su raja. Lo hice varias veces y apunté a su agujero. Mi polla estaba lo suficientemente dura para que no necesitara ajustarla ni sostenerla. Apunté al agujero y desde el primer instante su ano cedió y cedió. Juan estaba muy distendido y feliz por su sonrisa. Cerraba de cuando en cuando los ojos porque notaba el roce de mi polla en sus esfínteres. Llegué al fondo casi de golpe y gritó y gimió, Le salieron dos lágrimas de los ojos y me quedé quieto. Comenzó poco a poco a moverse y volvió la sonrisa a su cara.

Entonces me animé a seguir y comencé el mete y saca lentamente y pasé poco a poco y ayudado por sus movimientos a follarlo con mas vigor y velocidad. Ambos estábamos sudando, pero Juan no dejaba de sonreír y eso me iba animando, así que no cedí y continué.

— Me voy, Juan, me voy, me voy a correr, ¿donde lo quieres?

— Dentro, primo, dentro.

Y después de dos movimientos más, me quedé pegado a su cuerpo y empujando sin cesar. Juan me agarraba con una mano mi culo y con la otra se masturbaba su polla.

— ¡Ya va, Juan! ¡¡Aaaaaagh!!

Co corrí dentro de mi nuevo primo Juan y al tiempo se corrió llenándome de su semen mi pecho. Con dedo recogí una porción y me lo puse en la poca. La cara de asombro de Juan al ver que me estaba comiendo su semen era se exposición. Le tendí mi dedo lleno de su semen y lo lamió. Me sonrió y me caí sobre él. Esperé que se bajara mi polla para no dañarle y me puse detrás de él, para recoger mi semen que se iba saliendo. le lamí el culo y escuché:

— Pásame, yo también quiero.

Llené de semen mi boca y le fui a dar un beso para comunicarle mi vida. Lo degustó y dijo:

— Tu semen es más dulce.

— Lo ha endulzado el culo de un chico muy dulce.

Nos besamos. Era ya la hora de regresarnos y estábamos hechos un asco. Bajamos con la ropa en la mano y me llevó al lado de un pozo. Dio a la luz y la bomba sacó agua a un lavatorio grande. Nos metimos dentro y nos lavamos. Luego buscó una toalla y nos secamos los dos con ella. Nos vestimos y nos fuimos.

En el camino me dijo que le gustaban mucho mis jeans. Le contesté:

— Ven pasado mañana a casa de mi abuelo, los habré lavado y te los regalo.

— Me gustan con tu olor, voy mañana y me los das como están.

Le di un beso antes de llegar a la casa del tío Bautista. Nadie se percató de nuestra ausencia, excepto mi abuelo, si alguien se dio cuenta se lo calló y lo disimuló perfectamente, como mi abuelo. Estaban repartiendo trozos de pizza, empanadillas y cervezas y gaseosas. Era la hora de la cena. Se me acercó mi tío Antonio, el padre de Juan y me dijo:

— ¿Qué tal está mi primo…?, tu padre, digo.

— De salud creo que bien…

— Juan me ha pedido que lo acompañe mañana a casa de tu abuelo que ha de hablar contigo y yo quiero hablar con tu padre. Así que allí estaremos.

Llegó Juan a despedirse y me dio dos besos en la cara:

— Hasta mañana.

— Hasta mañana, Juan.

Me notó cara de preocupado y me dijo:

— Tu padre y mi padre han sido siempre buenos amigos y quiere hablar con él para que se porte mejor contigo.

Me besó y se fue. Se llegó la mama de Juan, Evodia y me dijo mientras me besaba:

— Yo también iré mañana a verte, guapo.

No entendía nada. Mi abuelo me dijo que nos íbamos a ir con mi tío Fernando a casa. Al llegar mi tío Fernando no bajó del coche. Yo me bajé y ayudé a mi abuela a salir del coche. Ella se fue a darle un beso a su hijo y yo a ayudar a mi abuelo por cortesía ya que él no lo necesitaba. Mi tío Fernando me llamó que entrara al coche y me dijo:

— Mi primo Antonio hablará con tu padre por él y por mí, yo salgo temprano a Alemania por trabajo y no lo podemos hacer los dos. Cuando vaya a verte, cuéntale todo, infórmale de todo, no tengas ningún reparo, no dejes que meta la pata.

— Sí, tío, lo haré como dices, gracias.

Me extendió la mano y al saludarle, había algo que me dio. Arrancó el coche y se fue. Luego miré lo que me había dado y eran 300 euros.

Esta noche dormiré muy bien.

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