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Mi colega y amigo presumido (y cornudo)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Conocí a Roberto en la universidad. Siempre fue famoso por sus triquiñuelas y por sus negocios turbios. Siendo aún muy jóvenes, en los 20s, ya tenía varias actividades poco éticas que le daban buenos ingresos. Gastaba todo ese dinero con chicas lindas y, como era de esperarse, finalmente la universidad lo expulsó.

Le perdí el rastro por más de 15 años. Me lo volví a encontrar en una gran empresa en la que trabajé un tiempo. Tenía yo un puesto de mediana importancia y él, a pesar de finalmente también haber terminado ingeniería en otra universidad, tenía un puesto muy básico de supervisor en un área de servicios generales.

A los dos o tres días que llegué a la empresa, se presentó en mi oficina. Lo reconocí de inmediato, seguía igual en lo físico. Y rápidamente confirmé que igual en las tretas y mañas. No había cambiado. Lo recibí cordialmente y desde ese momento me visitaba una o dos veces por semana a la oficina y almorzábamos un par de veces al mes.

Sus conversaciones eran recurrentes. Presumir de la esposa sensual que tenía y de sus ocasionales amantes. Tenía ya más de 35 y seguía siendo un veinteañero. Incluso, sin respeto por su esposa, me mostró fotos de ella en lencería o bikinis playeros. Realmente un hembrón. De la selva peruana (la zona famosa por sus mujeres fogosas) pero mucho más guapa de las que había conocido.

Sólo le decía “te envidió amigo, que rica hembra tienes”. A todas luces, eso lo hacía feliz. Mi sueldo era poco más del cuádruple que el suyo y, en la mujer al lado, él podía decirse que tenía ventaja y la presumía.

Roberto era un tipo poco apreciado en la empresa. Se había ganado la “estabilidad laboral” por su tiempo de permanencia, y seguro con incentivos a sus supervisores durante sus años iniciales. Luego de eso, ampliamente detestado. Más de un colega me consultó porque le daba tanto espacio y les respondía siempre lo mismo “fue mi compañero de universidad y nunca chocó conmigo”.

Un viernes me comentó que al día siguiente su esposa prepararía potajes de la selva para “que en su barrio prueben lo rica que es la comida de su zona”. Me preguntó si quería ir con mi esposa. Le dije que le agradecía, pero que mi esposa ya tenía un full day con mi hija y unas amigas del colegio, en una ruta cercana a Lima. Titubeó y me dijo que si quería podía ir solo. Acepté.

Decidí ir en taxi. Conocía el barrio por referencias y no era el mejor de Lima. Además, supuse que bebería y prefería no manejar de regreso. Roberto tenía una pequeña casa de un piso y un segundo piso en construcción. Cuando llegué estaban su esposa y su suegra con una parrilla hacia la calle. Me presenté y me recibieron amablemente, Roberto les había contado mucho de mí.

Su esposa como en las fotos, espectacular. Su suegra empezando los 50s pero realmente una hembrota para todo uso. Charlamos sobre como conocí a Roberto en la universidad. Ellas me dijeron que “qué pena que por falta de dinero no pudo terminar en esa universidad”. Les había contado una versión distinta de la real, no lo desmentí. Por el contrario, inventé un poco y les describí un Roberto que no conocía “leal, responsable, estudioso, etc.”

A los minutos él volvió. Empezó la venta de la comida y de la cerveza. Por los comentarios de la gente “siempre rico Sra. Melissa” (que así se llamaba la esposa de Roberto) me di cuenta que era una actividad recurrente. Estuve un par de horas y vi mucho movimiento. A ojo de buen cubero, en un sábado al mes, Melissa podía ganar más dinero que Roberto en un mes completo de trabajo.

En algún momento, como algo intrascendente, intercambié números con Melissa. No le di importancia. Al despedirme, Roberto me agradeció, casi hasta las lágrimas, que los haya acompañado. Melissa y su madre igual, muy amables en mi despedida. Felizmente llegó rápido mi taxi y partí.

Llegué a casa. Más tarde fui al cine. Al salir, ya era de noche, mi esposa e hija llegarían pronto. Me llegó antes un mensaje de Melissa, donde me agradecía haber ido y que le había encantado conocer a un amigo de su esposo. Le respondí cordialmente y no charlamos más esa noche.

El martes siguiente me volvió a llegar un mensaje de ella, que había estado pensando en mí y lo “bueno que parecía”. Le agradecí y poco más. El jueves me volvió a escribir, diciéndome que “le alegraba que Roberto tuviera un amigo tan bueno como yo”. Le volvía a agradecer y añadí “me alegra que Roberto tenga una esposa tan bella y trabajadora como tú”.

En mi defensa debo decir dos cosas. Primero que Roberto me llevo a su casa. Segundo que fue Melissa quien empezó el juego. Luego que le dije lo de bella y trabajadora empezó la lucha.

– ¿Te parezco bella?

– Claro que sí, eres una mujer muy bella y además tienes un cuerpo en serio muy hermoso.

– Me alegra mucho que pienses eso de mí.

– Pues sabes la mujer que eres y supongo el espejo te lo dice cada mañana.

– Jajaja, no digas eso.

– Eres muy linda Melissa, una mujer muy atractiva.

– Tú eres guapo también y muy interesante

– ¿En serio?

– Sí, me pareciste un hombre muy atractivo

– Me vas a hacer sonrojar.

– Jajaja, tonto, eres lindo, lo sabes.

– No, no lo sé.

– Sí que sí, eres un coqueto.

Seguimos en esa onda por días, semanas. Finalmente, ella me dijo que le “gustaría conversar personalmente conmigo”. Añadió “de preferencia cuando Roberto este en el trabajo” y culminó con “como eres gerente supongo puedes salir cuando quieras”. De hecho, no era gerente, pero supongo (conociendo a Roberto) me había descrito como Gerente para sentirse más importante en casa.

Le respondí que sí, que siempre podía salir, excepto cuando tuviera reuniones previstas en la oficina. Ella lo entendió y (creo que la excitó salir con un gerente muy ocupado) coordinamos mi agenda (la de ella era solo cocinar, limpiar y reunirse con sus vecinas). Quedamos a los 2 días reunirnos a las 11 am en una cafetería que me pareció lo suficientemente discreta, pero a la vez elegante y linda.

Salí de la oficina. Manejé hasta la cafetería. Me senté a esperarla. En saco, camisa y corbata. Había elegido una italiana que había comprado un par de meses antes, la había reservado para una junta o una exposición con directores, pero al final, creí llegado el momento.

Llegó. En una minifalda muy corta y una blusa blanca muy provocativa. Creo que se esmeró al vestirse, pues era sensual y elegante a la vez, provocadora y distante, desde que la vi, perdí la cabeza.

Se sentó a mi lado. Me dio un beso en la mejilla que casi rozó mis labios. Me preguntó que pedir pues “nunca he estado en un sitio así tan bonito”, le ordené un jugo que me parecía bueno y una torta de chocolate que era la especialidad allí. Le encantaron.

Tras unos 30 minutos de conversa intrascendente me animé a decirle “Melissa, en serio me pareces una mujer muy hermosa”. Ella se sonrió y me dijo “Alonso, me gustas”. Ella fue más allá y más rápido que yo. La bese. Pagué la cuenta y fuimos a un hotel cercano bastante caro, pero no tenía mucho tiempo y tenía demasiadas ganas.

Fue la suerte la que me hizo llevarla allí. Desde el ingreso se cogió fuerte de mi brazo y me dijo “nunca he estado en un sitio así de lindo”. Pagué una suite. Ella lo valía.

En la habitación ella igual deslumbrada. Había un jacussi, ella me preguntó que era y le expliqué.

Sin más palabras nos desvestimos uno frente al otro. Realmente que cuerpo tenía la esposa de mi amigo Roberto. Que cuerpo tan espectacular y firme. Empecé a besarle los senos, a lamérselos. Ella se calentaba. Puse mi mano en su coño y así de pie, seguí mamándole los senos y empezando a correrla, sentí su concha húmeda, ya dispuesta a ser penetrada.

La acosté en la cama y comencé a lamerle el coño, los borde, el clítoris, mi lengua lo más dentro que podía. Tuvo un orgasmo así, conmigo de siervo de su entrepierna. Gimió delicioso. Dejé su coño y subí sobre ella y empecé a besarla. Me dijo “eres el primer hombre con el que estoy desde que empecé con Roberto”. No le creí. Pero no me importaba.

Tenía la verga a reventar y la penetré. Ella me dijo “tienes condón” le dije que no. Me dijo “terminas afuera o en mi cola”. Para ser la “primera vez” que corneaba a Roberto, era una experta amante. Luego de un instante corto en el misionero, la puse de costado y seguí usando su coño. Con un dedo empecé a explorar su culito y estaba palpitando, esperando verga.

La puse en perrito y me arrodillé detrás de ella para lamerle el culo.

– Dale mi amor, me encanta

– Melissa que rico es tu culo perra

– Si soy una perra, una perra, me encanta ser una perra

– Si y Roberto es un cornudo

– Si, es un cornudo, muy cornudo, y empezó a gemir y llegó

Repitió 20 o 30 veces “cornudo, cornudo, cornudo…” Creo que eso la ponía a mil, ponerle los cuernos a su marido. En medio de la repetición me paré detrás de ella y se la metí al culo, ella seguía muy excitada (a pesar de su segundo orgasmo) y en instantes nos acoplamos.

– Le voy a mandar su leche al cornudo

– Si dale, mándale, lléname el culo

– Roberto es un puto cornudo

– Si lo es, lo es, soy una puta

Sin cambiar de pose nos fuimos acelerando, cuando ella empezó a contraerse para un nuevo orgasmo, llegué. Sentir mi leche dentro, la hizo llegar.

Retozamos un rato más en la cama, nos duchamos y partí a mi trabajo y ella a su casa, a cocinar para Roberto. Al llegar a la oficina, oh casualidad, me encontré con Roberto en el pasillo, me dijo

– Hermano de dónde vienes

– De una reunión con una proveedora de unos servicios

– Y. ¿Cómo te fue?

– Me fue súper bien hermano, gracias

Desde ese momento y por muchos meses, la mujer de Roberto fue mi mujer. Finalmente despidieron a Roberto, por una sobrevaloración en unos servicios. Se fue con su esposa a Iquitos, supe que pusieron un restaurante y les volví a perder el rastro por un tiempo.

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