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Mi harem familiar (10)

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Al despertar ese día 24 de diciembre, después de ejercitarme un poco en mi habitación y ducharme y asearme, bajé a la cocina a desayunar. Encontré a Sugey y a Miriam conversando animadamente, sentadas al mesón, bebiendo café. Apenas entré, Miriam se levantó y me dio la espalda, provocando que yo la abrazara como en otras oportunidades. Entonces procedí en consecuencia, delante de mi madre.

-Buenos días, mi hermosa Sugey, hoy estás más bella que nunca. – le dije a Miriam al oído, mientras la acariciaba y besaba su cuello.

-Buenos días, mi amor, gracias por lo de bella, pero Sugey es ella, allí sentada, yo soy Miriam.

-Ay, qué broma, me volví a equivocar. – entonces le di una nalgada y la solté para ir a abrazar a mi madrecita.

-Mi querida Sugey, mi bella madre, buenos días, ¿cómo amaneces? – le dije, mientras abrazada por detrás le daba un besito en el cuello y le recostaba todo mi paquete, obscenamente, en sus florecientes nalgas.

-Bien, mi amor, muy bien. Estábamos hablando de ti, aquí, las dos, frente a un buen café. – me dijo y entonces, de repente, se volteó y me dio un beso apasionado, con lengua, delante de Miriam.

Al terminar de besarnos, ya tratando de coger aire:

-Guao, mi amor, que rico besas. – me dijo. – Hermana, ¿no has probado un beso de este caballero? Deberías…

-No, hermanita, no he tenido la oportunidad, pero me encantaría, si tú me lo permites…

-Vengase para acá, ya no importa si me confundo, ¿verdad? – y la abracé de frente, muy ajustada a mi cuerpo y la besé. Primero los labios, me recreé en ellos, deliciosos, luego le metí la lengua, despacio, saboreando su exquisita boca. Sabía a café, pero también a mujer divina.

Entonces Miriam, una vez que ya pudo respirar, me dijo:

-Me encanta como besas, si así va a ser lo demás… ya tengo permiso de tu dueña, para tú sabes qué… hemos conversado y me dijo que no tiene problemas en compartirte conmigo… así que cuando quieras, cariño…

Volteé a ver a Sugey y me confirmó todo con una mirada. Le lancé un beso y me senté para desayunar, porque estaba hambriento y así no podía empezar la batalla. Ellas dos me sirvieron unos huevos revueltos –cuatro– con tomate, pimentón y cebollas picaditos, algo así como un “perico” criollo, con pan tostado, mantequilla, mermelada, queso amarillo rayado, un batido de lechoza recién hecho y un café con leche.

Luego de tal colación, salí a caminar con Miriam por la urbanización, durante una hora, a fin de bajar la comida. Íbamos tomados de la mano, como novios. Por el camino nos encontrábamos con algunos conocidos que la saludaban confundiéndola con Sugey y yo les explicaba que no era ella, que era su hermana gemela Miriam y que ahora era “mi novia”. Que por eso la llevaba de la mano. Ella se reía y así seguíamos caminando. Los vecinos se lo tomaban a broma, porque según ellos, para mí todas las mujeres hermosas eran mis novias, empezando por mi madre y mi hermana y las hijas y esposas y hermanas de muchos de ellos. Le decían a Miriam que yo era un sempiterno enamorado, que no podía ver un palo de escoba vestido de mujer porque me enamoraba.

Luego de una hora, aproximadamente, regresamos a casa y subimos por la escalera de caracol del garaje hasta mi habitación. Nos encerramos y empezamos la fiesta. Allí le dije:

-Me hubiera encantado llevarte a cenar y a bailar antes de acometer cualquier locura contigo, pero a estas horas del día es muy temprano.

-No te preocupes, mi amor, ya habrá tiempo para eso. Ahora, vamos a lo nuestro, que me tienes loca ya.

Y nos dimos con todo, con mucho amor, con pasión, con alegría. Miriam era una copia de Sugey, no solo físicamente, sino que se comportaba sexualmente de forma muy parecida a su hermana. Genial, porque ambas eran unas verdaderas fieras en la cama. Lo único que no hicimos esa mañana fue sexo anal, porque me dijo que no estaba preparada para ello, pero que ya vendría, porque era algo que realmente deseaba. Una de las pocas diferencias que encontré en su comportamiento fue que hacía más ruido que Sugey, gemía más alto, suspiraba en estéreo. Tal vez porque ya sabía de antemano de la insonorización de mi habitación, tal vez porque era menos silenciosa que su hermana, ya veríamos. Pero lo hacía con clase, super sensual la señora, toda una dama, de alta cuna y de baja cama.

Al mediodía, cuando nos reintegramos a la vida hogareña, no podíamos ocultar las caras de satisfacción y por supuesto, la descarada de Ana nos atacó.

-Caramba, que caras de satisfacción. ¿Qué estarían haciendo estos dos? Se parecen al niño que se robó el tarro de mermelada, tienen la boca toda llena de dulce.

-Si, esa sonrisa la he visto antes en ésta casa, en una persona que mira la paja en el ojo ajeno y no ve la vigueta en el propio, no sé… – dijo muy divertida Andrea, haciendo clara referencia a la misma Ana, después de algún polvo conmigo.

-Y bueno, que viva la felicidad. Creo que es propicio el momento para descubrirnos las caras, hoy 24 de diciembre. Les cuento que durante nuestra aventura en moto por Margarita, este caballero tan sonreído y yo, Sugey, su madre, comenzamos una relación que nos va a llevar de cabeza al infierno, pero que nos hace muy felices sobre la tierra. Somos pareja, novios, como él prefiere. También sé y quizás alguna de ustedes ya sepa o intuya, que ese caballero mantiene una relación con cierta damita que le es muy cercana, desde ya hace unos seis meses. Y que desde esta mañana, acaba de comenzar otra relación incestuosa también con su querida tía. Por eso las caritas de satisfacción. Solo queda por fuera una chica, a menos que yo sea la que no lo sabe aún. Me perdonan, pero la mejor manera de convivir en ésta maravillosa familia deberá ser, a mi parecer, en completa confianza, sin secretos. Así hemos vivido Ana, Tito y yo desde hace mucho y Miriam y yo, también. Y sé que entre Ana, Andrea y Tito existe esa confianza y camaradería. Por eso, quitémonos la careta. Andrea, ¿nos ilustras? ¿Tú también estás en la nómina de éste singular caballero? – reveló muy sonreída mi querida madre, como un baño de agua para todos nosotros.

-Yo sabía lo de Ana y Tito, sospechaba de mi mamá, por los abrazos que él le daba a cada rato, pero ni idea que tú, tía, hubieras caído en las redes de este galán. Tú siempre te resistías. Me desayuno. Y no, no estoy en su nómina, de verdad. – dijo Andrea, ruborizada como un camarón en su salsa.

-Bueno, me parece genial que nos hayamos desenmascarado todos. Soy un hombre feliz, tengo el privilegio de amar a cuatro maravillosas mujeres, las más hermosas del mundo. Gracias por hacerme tan feliz. – les dije, sin ambages.

-Un momento, estás contando a cuatro y ya dije que yo no estoy en esa lista. ¿Qué te pasa, calabaza? – me soltó, medio irritada, Andrea.

-Yo no dije que estabas en mi nómina, solo dije que amaba a cuatro mujeres y es cierto. Aunque jamás te he tocado, sin embargo te amo con toda mi alma y no te me vas a escapar así no más. Pregúntale a Sugey. Donde pongo el ojo pongo la bala, jejeje. Ella me rechazaba y me rechazaba, durante más de seis meses, pero ¿adivina quién salió ganando? Si quieres, te invito a Margarita, en moto, después de año nuevo… jajajaja.

-Eres un bicho, no te la voy a poner tan fácil. Llévame a Paris y hablamos, jajajaja… – me dijo, muy divertida ella.

Todas se echaron a reír con la ocurrencia de Andrea y hasta Sugey se sintió salpicada, porque ripostó:

-La verdad es que yo me rendí muy barato, le he debido pedir que me llevara a Montecarlo, por lo menos y no en una moto a Margarita y me metiera en un motel de carretera, donde pernoctan camioneros… para la próxima tendré que ponerme más pilas, como dicen ustedes. Pero no me arrepiento, la pasé divino. Valió la pena. – acotó definitivamente Sugey.

Así, de ésta forma divertida y alegre, culminó la sobremesa esa tarde. Andrea me miraba pícaramente, Ana se notaba descargada de un peso, porque yo suponía que eso la autorizaba a ir a mi habitación descaradamente. Sugey y Miriam se sonreían entre ellas, tendrían su trompo enrollado entre las dos. Y yo pensaba que tendría que ponerles turnos, porque ya la lista en casa era de tres y creciendo. Hasta de cuatro, porque habíamos obviado a Carmencita… pero yo no la olvidaba. Era mucha hembra para caer en el olvido. Barajando la mano que tenía, se trataba de cuatro ases seguros en mi mano, con opción de levantar la última carta y me saliera un comodín, Andrea. Sería repoker. Ya veríamos.

Esa noche, para celebrar la Navidad, las chicas se vistieron más que apropiadamente, se arreglaron como para conquistar. Una por una fueron saliendo de sus habitaciones y bajando a la sala, para apabullarme con su belleza. La primera fue Andrea, con un vestido corto a media pierna y ceñido, sin escotes, sin mangas, de un color celeste acorde a sus hermosos ojos, con su cabellera suelta, como una leona. Medias de nylon oscuras y unos zapatos de tacón medio que le resaltaban agradablemente sus largas y maravillosas piernas. Se acercó a mí y me estampó un besito en los labios que me trastornó.

Le siguió Sugey, majestuosa, como era de esperarse de ella. Un vestido negro con escotes delantero y trasero, falda levemente ceñida y biselada, más larga de un lado y más corta del otro, sin sostén y me atrevía a apostar que sin pantaletas también, porque no se le notaban las costuras. Su hermoso cabello recogido en un moño desprolijo, que dejaba caer por los lados mechones juguetones. Medias de nylon normales y zapatos de tacón alto. Esplendida, simplemente. También se acercó a mí y me besó en la boca, pero completo.

Seguidamente bajaron juntas Miriam y Ana, solo que ésta última se devolvió a su habitación por algo que había olvidado. Miriam estaba preciosa con unos pantalones negros ceñidos –que le marcaban un trasero perfecto, de diseño– hasta las rodillas, donde se abrían unas campanas de regular vuelo, con una blusa plateada que dibujaba perfectamente sus magníficos senos y dejaba al descubierto sus deliciosos hombros. Se me acercó y me dio un toque en la nariz, con su dedo índice, cargado de lujuria. Pero no me besó. Y reapareció Ana, con una caja de regalo en las manos, que dejó al pie del arbolito y luego se acercó a mí, me abrazó y me besó a su antojo. Llevaba un vestido semitransparente, color indefinido, que dejaba imaginar todo lo que debajo habría. Se veía deliciosa, la más provocativa de las cuatro mujeres de mi casa. Portaba unos tacones que me dieron la impresión que si se pasaba de tragos en la noche, se caería de ellos.

Cenamos las clásicas hallacas navideñas hechas por Miriam, Andrea y Ana, con la valiosa colaboración de Carmencita, durante nuestra ausencia. Acompañando las hallacas, un pernil del que se encargó temprano Sugey y una ensalada de papas, zanahorias y remolacha, con mayonesa y mostaza, más el toque mágico de Sugey. Pan de jamón y vino rosé de La Rioja, especialmente seleccionado por Sugey para la ocasión.

Después de cenar y degustando unas copas del sabroso vino, procedimos a la apertura de los regalos. Hubo de todo, pero básicamente quiero resaltar lo que les di a cada una y sus reacciones. A Sugey, un perfume Channel # 3 que me costó un ojo de la cara, pero para ella, lo mejor. Lo valía. No estaba seguro que se hubiera dado cuenta cuando lo agregué a la compra en Margarita y si se dio cuenta, lo disimuló. Se alegró mucho al destapar el regalo y descubrir el perfume que tanto le gustaba. Me tomó de la cara y delante de las demás me dio el beso de la noche. Me dejó en pausa.

Luego tocó el de Miriam, un perfume Dior. Sin palabras, aquella hermosa mujer me miró con sus bellos ojos verdes vidriosos y me besó apasionadamente. Seguí en pausa.

Tocó el turno a mi querida Ana, abrió su regalo y descubrió el Opium, perfume–droga que anhelaba tener. Me dio un jamón que me descolocó. Casi soy yo el que pierde el equilibrio y no ella con sus altísimos tacones.

Y por último y no por eso la menos, Andrea destapó su Yves Saint Laurean y me lo agradeció con otro beso tan espectacular como el que me había dado su madre. Yo quedé más satisfecho de lo que me había imaginado. Mis cuatro chicas me habían demostrado lo felices que estaban con mis obsequios.

Y luego, para continuar en el mismo orden de ideas, recibí sus obsequios para mí. De Sugey un reloj pulsera Tissot, cuadrado con correa de lagarto negro. Algo que yo deseaba y que ella había captado. Su tarjeta decía: “Feliz Navidad para mi maravilloso hijo. Solo Dios sabe cuánto te amo, porque yo no encuentro las palabras correctas para expresártelo.” La besé con amor.

Ana, mi diablita, me entregó dos regalos, a saber: Uno, un libro bien empastado, A Sangre y Fuego de Enrique Sienkiewicz, premio Nóbel de Literatura 1.905. Dos, la caja que había bajado de su habitación, que contenía 50 condones de talla XL. Graciosa la niña, con una tarjeta que decía: “Feliz Navidad para el hombre de mi vida, esto es para que no vaya a preñar a sus amores.” Nos dimos un beso delicioso.

Para continuar, Andrea me obsequió un disco de Los Beatles, original británico, Let It Be. Con una tarjeta que decía textualmente: “Feliz Navidad, mi príncipe. Te amo.”

Y llegó el turno de Miriam: Un cinturón y una cartera de piel marrón de excelentísima calidad. Una belleza. Su tarjeta decía: “Feliz navidad para el sobrino más buenmozo del mundo, el que me pone nerviosa a diario.”

Esa Navidad fue memorable, disfruté de la compañía de las personas más importantes de mi vida. Si tan solo mi padre hubiera estado presente… después de las doce, algunos amigos se aparecieron por casa, evidentemente para ver y disfrutar del abanico de beldades que allí habitaban. Abrazos y besos, felicitaciones a granel y las clásicas invitaciones para ir a algunas fiestas o reuniones cercanas. Ana, Andrea y hasta Miriam se anotaron y se fueron con unos amigos nuestros, gente por demás responsables y respetuosos. Pero Sugey y yo preferimos quedarnos, ella aduciendo un dolor de cabeza muy fuerte y yo que me quedaría a acompañarla, por si acaso. Una vez que cerramos la puerta de la casa, subimos a su habitación a colmarnos de amor. Fue una noche magistral. Esa noche, por aquello de las sensibilidades propias de la fecha, recordé mucho a mi padre y pude apreciar lo privilegiado que fue ese hombre por haber tenido la mujer que tuvo. No cualquier hombre logra tener el amor de una mujer como Sugey. Ni como Miriam, su gemela, en todo sentido.

En la conversación post coito, hablamos de ello y en un momento dado, no recuerdo porque ni cómo, ella mencionó sus aventuras extra matrimoniales, permitidas por aquel hombre tan especial.

-¿Y cómo fue eso, si me permites la curiosidad? – le pregunté.

-¡Curioso! ¿Qué quieres saber? – me respondió con picardía.

-Todo, todo lo que te atrevas a contarme. Entre tú y yo no debieran haber penas ni vergüenzas a estas alturas de la relación, ¿no crees?

-Cierto, mi amor, no debiera, pero las hay. ¿Qué pensarías tú de mí si te cuento mis andanzas?

-Pues posiblemente que eres una mujer maravillosa, tan especial que su hombre se atrevió a permitirle aventuras. No creo que sea algo vergonzoso, más bien algo picante en la vida de una bella mujer.

-Eres un bandido, sabes conducirme por tu camino… Te contaré: yo siempre he sido una mujer ardiente, fogosa, como decía tu padre y me gusta provocar las miradas de los hombres, notar la lujuria en sus miradas. Y existen hombres, así como tú, que provocan sentimientos inmediatos, calenturas. Yo te he observado como miras a algunas mujeres que después se te entregan fácilmente, como mis queridas amigas. Bueno, algunas veces me tropecé con hombres así y me provocaban calores que tu padre notaba y eso a él lo encendía también, ver que su mujer llamaba la atención así de esa manera. Total que una noche como ésta, en una conversación como ésta que estamos manteniendo tú y yo, hablamos sin tapujos. Yo le expuse que había cierto tipo de hombres que hacían que me humedeciera, por decirlo de alguna forma y que yo notaba la lujuria de sus miradas, el deseo por tenerme. Que también pasaba con él y otras mujeres, ya que tu padre era un hombre muy bien parecido y muy varonil. Así llegamos al punto de plantearnos algún intercambio con alguna pareja conocida. Escogimos a un amigo de él de toda la vida que me chiflaba y que tenía una esposa un tanto calenturienta también. Nos pusimos de acuerdo con ellos, alquilamos una casita de playa en Caraballeda, por un fin de semana y nos fuimos. Fue un éxito, tanto que lo repetimos varias veces. Tomamos ciertas precauciones, elementales, dejamos los niños al cuidado de los abuelos, en fin, fue algo muy agradable. Y nos dimos cuenta que los celos ni aparecieron por allí. Eso nos dio alas y ampliamos nuestro ámbito. Nuevas parejas y nuevas experiencias. En total fueron cinco o seis, no más, pero llegamos al punto que si yo deseaba verme una tarde con alguno de ellos, lo hablaba con Ernesto y él me lo permitía. Y como lo que es igual no es trampa, él hacía lo mismo, pasaba una noche con alguna de ellas, con el consabido permiso de su cónyuge. Genial. Eso le daba una flexibilidad a nuestra relación que la fortaleció mucho, porque tengo que decirte que, aunque eran buenos varones, hermosos y cumplidores, ninguno aventajaba a tu padre en nada. Y según él, a mí no me ganaba ninguna de ellas. Era divertido, una cana al aire, pero el lomito, en casa.

-¿Y nunca lo hiciste con otra persona, digamos, que no fuera de esas parejas de intercambio? Un chance fortuito, algo así… – pregunté, intrigado por el nivel de la conversación.

-Si, una vez estaba en un curso de dos semanas sobre cocina española y uno de los instructores era un chef madrileño que estaba de lo mejor, el hombre más hermoso que te puedas imaginar. Alto, musculoso sin ser exagerado, así como tú, peludo, con una barba y bigotes muy cuidados, moreno de sol y con una picardía en los ojos que me mataba. Un poco más bajo que tú, pero todo un ejemplar masculino. El hombre se dio cuenta que me había gustado y el último día, ya brindando por el final del curso se me lanzó. Me dijo que antes de irse del país, quería llevarse un bello recuerdo de ésta hermosa tierra y qué mejor que salir a tomarnos unos tragos él y yo. Me sentía excitadísima, tomé un teléfono y llamé a Ernesto y se lo planteé directo, sin tonterías. Le dije que ese tipo me tenía mojada y que no me aguantaba más. Él se rio y me dio permiso. Era viernes por la tarde noche. Me fui con el tipo, ya ni recuerdo su verdadero nombre, Xavier o Xavi, pero si todo su cuerpo. De los tragos nos fuimos al hotel y regresé a casa el domingo al mediodía. Casi no me podía mover, ese hombre me había dado hasta con el tobo, se gastaba un pene semejante al de tu padre y sabía usarlo. Durante más de 40 horas cogimos como animales. No hacíamos el amor, nada de eso, fornicábamos como macacos. Nos besábamos, nos comíamos, nos mordíamos y me daba leña a granel. Nunca había follado con un hombre así, hasta encontrarme contigo. Ni tu padre me había dado tanta leña.

Al llegar a casa me encontré con la cara más larga que le hubiera visto a tu padre. Me quería matar, pero le pedí que me dejara darme un baño y dormir por lo menos 6 horas, antes de asesinarme.

Al despertar, lo enfrenté. Estaba molesto, me había dado permiso por una noche, no un fin de semana. Le conté y le dije que tenía toda la razón, que tenía derecho a decirme y hacerme lo que quisiera, pero que no me podía arrepentir de lo que había hecho, porque… me había gustado muchiiiisimo. Pensé que ese hombre me iba a poner el divorcio, pero no. Se me quedó mirando, desnuda como estaba y no hizo nada mejor que desnudarse y montarme. Esa noche echamos el polvo más delicioso que pueda recordar. Tanto que ya ni volví a pensar en el español. Mi marido era el mejor. El más grande, el hombre más maravilloso que hubiera conocido.

-¿Y hubo otras aventuras como esa?

-Si, dos o tres más, pero solo de una noche, nada reprochable por parte de tu padre. Yo había pensado que a él ya no le quedaban ganas de permitirme mis salidas, pero ocurrió que fuimos a cenar a un restaurante muy agradable, en Las Mercedes y en la mesa de enfrente de él estaba una mujer sola, hermosa y abandonada. Parecía que la habían embarcado. Y empezaron con el intercambio de miradas y miradas, hasta que le dije, a modo de desagravio: ¿Por qué no te vas con ella? Dale un poco de cariño, que se ve que buena falta le hace. Yo me voy a casa y mañana hablamos… él se creyó que yo lo estaba jodiendo y se lo aclaré: Mi amor, te debo una muy grande, lo del español. Anda, ve con confianza. Dile que yo era un incordio para ti, que te desembarazaste de mí y listo. Llévatela. Esa mujer se ve muy necesitada. Te pego un gritico, me largo de aquí en un taxi y listo. ¿Te parece? Y así hicimos. Él se la llevó y regresó a casa al día siguiente, al mediodía. La pasó muy bien y todos felices. Eso dio pie a continuar con nuestras andanzas. Tienes que tener muy en cuenta que nuestra relación siempre estuvo signada por el amor, el respeto y la confianza. Sin eso, hubiera sido un desastre. Te lo digo no como tu amante, sino como tu madre. Quiero que nunca lo olvides, Amor, Respeto y Confianza. Fundamentales en cualquier relación de pareja.

-Bueno, no necesito seguir indagando en tu vida amorosa. Suficiente para mí. Creo que eres una mujer muy especial y me has reforzado la admiración por papá. ¡Qué hombre! de verdad. Entiendo porque lo extrañas tanto.

-¿Y tú no piensas contarme algo de ti, de tus andanzas, algo que yo no sepa? Por ejemplo, sobre la Marisax…

-Bueno, con ella la cosa no ha sido fácil. Cuando empecé a trabajar en la firma, la encontré como mi jefa. La verdad es que la mujer es hermosa e imponente, por lo que yo me hacía el pendejo con ella, solo trato laboral, nada de miradas indiscretas ni nada que ver con sexo ni seducción. Yo pensaba que a esa mujer que carajos le iba a interesar un pendejo de solo 19 años empezando a trabajar en la firma donde ella ya era la Directora. Ella, por su parte, tiene un carácter de cuidado. A veces se la llevan los diablos. Tiene muchos conflictos con sus demonios. Ha tenido, me enteré por unos compañeros, cuatro parejas, nunca se ha casado, pero ha corrido de su casa y de su vida a cuatro infelices. Arrecha. Y a mí me miraba con aires de suficiencia. Hasta el día en que la encontré con un caucho espichado, en plena avenida Francisco de Miranda, un viernes a las 10 de la noche. Estaba temblando. Me detuve, la saludé y le cambié el caucho. Es más, la acompañé hasta su casa para cerciorarme que llegaba a salvo, por si se le espichaba otro caucho ya sin repuesto o la seguía algún malandro. Me comporté muy distante, respetuoso, cordial pero sin pretensiones.

El lunes, aquella mujer me veía con otros ojos. Pasé a ser, del pobre nuevo en la oficina a ¡Santo donde te pondré! A partir de entonces me fui convirtiendo en la persona de confianza de la jefa. Para todo me llamaba, hasta que un buen día me dijo, de sopetón: Tengo que irme a Margarita mañana en el primer vuelo. Tenemos un problema grave y necesito que te vengas conmigo, por si se me espicha otro caucho. Aquello me agarró de sorpresa, pero me hizo reír, tenía gracia lo del caucho. Me fui con ella miércoles, jueves y viernes y regresamos a Caracas el domingo en la tarde. Cuando llegamos a Porlamar yo creía que iríamos a algún hotel. Cual sería mi sorpresa que llegamos a su apartamento, ese que ya conociste. Ella en su habitación y yo en la otra, pensé. Ni la pisé. Esa noche, del trabajo fuimos a cenar, luego me dijo que quería tomarse unas copas y nos fuimos a un bar de hotel y de allí al apartamento. Al entrar, esa mujer se transformó en una fiera exótica, me desnudó, se desnudó ella también y el primer polvo lo echamos en el sofá. Así pasamos los dos días restantes y luego el sábado y el domingo. Yo creo que ella es ninfómana, porque no sabía de preliminares ni de coqueterías, ni nada de eso. Llegar al apartamento y dale que te pego. Y aquí en Caracas es igual. No salimos a cenar ni a bailar, ni siquiera al cine o a tomarnos unos tragos, no. Me cita en su apartamento y desde que entro hasta que logro escaparme, es sexo puro, duro, fornicar como salvajes. Esa es Ana Marisax. Te digo que a veces me asusta. Desde entonces, en la oficina la gente me mira de otra manera. Yo creo que se sabe algo.

-Caramba, mi amor, que de cosas, ¿no? Yo pensaba que Ana era otro tipo de persona, muy ejecutiva, seria, distante. Que te tenía aprecio, pero no ganas. Sorpresas que te da la vida. ¿Y no tienes nada más por allí que yo no sepa?

-No, yo contigo siempre he sido muy abierto. Tú sabes con quien ando y con quien vengo. Tal vez sin detalles, pero no creo que los necesites. Mi primera experiencia, Carmencita, mi maestra sexual. Tus amigas, Carmen, Olga y Adriana y sus cuatro amigas casadas y desatendidas. Las amigas de Ana y Andrea, Alicia y Roxana. De la playa y eso es muy reciente, Simona y de la Universidad, Sarah y Stefanía. Del liceo, Paola, pero eso fue ya más reciente, ya casada. Y Ana Marisax. Ahhhh, se me olvidaba, Lucía, en Margarita y… una vecina de por aquí, que tal vez nunca te he dicho. Es la madre de una amiga, prefiero no hablar de ella, por respeto a la amistad.

-¿María Eugenia, por casualidad?

-Si, ¿cómo sabes?

-Ah, yo que soy bruja… jajajaja…

-No, en serio ¿cómo sabes?

-Pues ella misma me lo dijo, indirectamente. Un día en el automercado te vio mientras hablábamos y su mirada me lo dijo todo. Se quedó como degustando un postre que no había terminado de comerse. Te miró la entrepierna, se pasó la lengua por los labios y además me dijo que estabas bellísimo, que ella habría dado cualquier cosa porque te hubieras enamorado de su hija, pero nada, así es la vida. ¿Cuántas veces estuviste con ella?

-A ver, cómo unas 8 o 10 veces, pero ya nos dejamos de eso.

-¿Y por qué, si se puede saber?

-Por su marido. Regresó y yo no quise seguir, porque el señor me cae bien, me agrada. Debe ser terrible estar en esa situación de marido cornudo. A mí no me gustaría ese papel.

-Entiendo. Tú eres un hombre de principios, aunque seas un incestuoso de m…

-¿De qué?

-Olvídalo, olvídalo.

-Ok, ahora yo quiero saber algo: Una vez le pregunté a Ana que porqué entre ustedes dos no existía esa relación tan maravillosa que sí cada una de ustedes tenía conmigo. La loca me respondió que sería por celos de mujer y que ninguna quería ceder terreno. Le pregunté qué porqué celos y de quien. Me respondió que lo dejara así, que no lo entendería. Se arrechó y me callé la boca.

-Lo mejor y más inteligente que pudiste hacer. Si, efectivamente, desde hace mucho han existido ciertos celos de mujer entre ella y yo.

-Pero, ¿por qué?

-Por ti, mi cielo. Ella te considera de ella, su hermano, pero también su gran amor y yo te considero mío. Y definitivamente eres de ambos mundos…

Continuará…

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