Nuevos relatos publicados: 8

Mi hija y yo somos yo y mi hija (2)

  • 7
  • 27.087
  • 9,15 (26 Val.)
  • 0

A la mañana siguiente, después de vestirme con cuidado, porque se le iba la mano a escoger braguitas sexis y a mi vulva, para seguir tocando aquello, fui al baño, y allí estaba, sentado en el váter, cuando llegó mi hija. Se repitió la escena de todos los días, sólo que ahora quien leía el periódico era una chica joven. Cómo cambia el cuento, geishita.

Desayunamos y salimos juntos; como habíamos acordado, esperaríamos a que mi mujer y mi hijo hubieran salido para volver a casa. Llamó mi hija a la academia y a mi trabajo, informando de la «enfermedad», con las indicaciones que yo le di.

Cuando vimos que la costa estaba libre, volvimos a casa. La verdad es que no podíamos hacer gran cosa, porque no teníamos ni idea de la causa del intercambio ni la manera de devolvernos a nuestros cuerpos del día anterior.

Vi que Yuri se iba a su cuarto mustia, tristona, porque esta situación era una locura. Fui a hablar con ella, porque qué otra cosa podía hacer.

—Veo que estás mal, Yuri, y es natural. ¿Te acompaño?

—Sí, papi, no es para menos, ¿no? Estaba pensando en que de repente se me han echado años encima, soy un hombre, no tengo ni idea de qué me podía suceder en la vida, y aquí estoy, tirada en la cama de una chica que ya no existe.

—Bueno, bueno, existe ahí dentro, y seguro que recupera su sitio, ya verás.

Empezó a llorar. Era raro verme llorar, un hombre hecho y derecho. La abracé y comencé a hablarle bajito, al oído, a ver si se calmaba. Le expliqué que algo positivo tenía la transformación, porque yo me podía poner en su sitio (no le dije cómo me había puesto por la noche), y siempre se podía aprender de lo que nos ocurría. En fin, tampoco era nada novedoso, pero yo trabajo en la industria ligera, no se me pueden pedir psicologías.

Ella parecía más calmada, o por lo menos había dejado de llorar. Estábamos en su cama, un hombre abrazado por una chica que lo consolaba. Me miró con una cierta preocupación; me contó de la noche, y su madre, y cómo había conseguido escurrir el bulto. Dijo eso y le aumentó la expresión de preocupada.

—¿Qué es esto que noto? ¿Es normal esto? — y se tocó la entrepierna.

Se ve que el contacto con una chica había hecho reverdecer el viejo tronco, la memoria corporal había actuado, despertándose desde los oscuros lugares de la estructura nerviosa… En realidad quiero decir que tenía una erección de cuidado, y, como es lógico, siendo la primera que tenía ella, era para estar mosqueada. Le expliqué que no había nada que temer, la normalidad del caso, que era señal de estar sano… Miré el bulto y, sí, sano estaba. Lo toqué, como si no fuera cosa mía.

—¿Te gusta?

Asintió con la cabeza, y bajó la mirada.

—Ayer, con mamá, algo raro noté, pero pensé que sería el miedo, no estaba yo para nada, compréndelo.

—Pues es algo muy natural, Yuri, —y froté un poco mi miembro, ahora con perspectiva.

Como que a mi se me estaban levantando también las ganas de seguir así abrazados y hablando de este asunto. Me acerqué más a Yuri y, susurrando, susurrando, le fui explicando que tendríamos que llegar a un arreglo con su madre para que no notara nada, así que a lo mejor había que practicar un poco antes, por si se presentaba la ocasión, para que no nos fuera a pillar (iba a decir en bolas, pero me contuve) desprevenidos. Seguro que no, que no tendríamos que llegar a ese extremo, pero…

Se me quedó mirando un momento, seria, o me quedé mirando serio. Yo me entiendo, y espero que el lector también.

—¿Me ayudas? —no sé qué hacer.

***

Le dije a papá, y la verdad es que sí lo sabía, pero tenía que fingir un poco. No podía ir proponiéndole a mi padre que nos echáramos un polvo sin más. Seguro que había estado manoseándome el cuerpo. Yo me había quedado con las ganas, lo confieso, de probar mi pene, pero me había dado no sé qué.

Al decirle me ayudas me acurruqué más a él, y acerqué mi boca a la suya. Estábamos tan cerca que respirábamos el aire a medias, creo yo, porque nos faltaba el aire de repente. Se fue acercando con mi boca y me besó, suavemente, eso sí. Qué gustito me llenó en un momento. El pene, que se había quedado algo decaído subió otra vez y parecía dispuesto a hacer algo no muy preciso, pero sí reconocible, creo. Me metió mi lengua pequeña en su boca grandota, y empezó a pasearla por allí dentro. Esto me sorprendió, pero si había que ir por ahí… Le cogí el tranquillo a la actividad, que enseguida empecé a practicar con alegría.

Después de los besos, comenzamos a acariciarnos. Qué extraño estar usando otras manos para darse gusto en el anterior cuerpo. Verme excitada en dos lugares me excitaba todavía más. El pene chocaba con el pantalón, así que poco a poco me fui despojando de la ropa, como hizo papá. Me había visto anoche, pero no tan preparado para el combate como ahora. Desnudos, empezó a besarme el cuerpo entero, y a guiarme por los lugares preferidos, a la vez que yo lo hacía por los míos. Notaba que el calor y la actividad iban en aumento. Papá se me subió encima y me iba tocando los pezones, acariciaba los muslos, giraba y me enseñaba mi culto o mi vulva, que se tocaba con toda libertad, sin pedirme permiso. Claro que yo movía el pene suyo con interés.

De vez en cuando parábamos para volver a besarnos un rato, y luego volvíamos a donde estábamos antes. Algo que siempre me había parecido que debía estar bien era lamer los pies, así que ahora me atreví y parece que sí, que el resultado estaba bien. Sujetaba la pierna, que iba acariciando, y lamiendo, mientras con la otra mano me acercaba a la vulva, buscaba en la vagina, tocaba el clítoris. Papá se movía con temblores variados, pero sin señal de desagrado ni queja.

Finalmente, nos paramos, nos miramos y me puso encima de él, mientras me explicaba con más detalles, así fue como me penetré. Entré en mi vagina con un pene bien erecto, y resultaba extraño tener que sostenerme con las manos, entrando y saliendo de mi vagina calentita y acogedora, mientras le iba cambiando la cara a papá, que parecía se olvidaba de los consejos y me decía, sigue, sigue, fuerte, fóllame fuerte, y gemía con una voz ronca. Sujeté sus nalgas para acomodarme mejor, y seguí presionando, porque me gustaba mucho a mi también, y noté cómo me iba surgiendo de no sé dónde un calor y una fuerza que me obligaban a ir más rápido, sin poder parar de entrar y salir, de buscar ir más adentro, hasta que me corrí. Empecé a echar semen, y me preocupé, era mi primera vez, papá puso una cara de felicidad y se frotó el clítoris con fuerza y se corrió también un poco después que yo, me pidió que siguiera dentro, se empezó a mover otra vez, y volvió a correrse al poco.

Su cara me lo decía todo. Era muy feliz.

***

Creo que mi cara lo decía todo. Era muy feliz. Llevaba menos de veinticuatro horas en que no paraba de tener orgasmos, y ahora había tenido mi primera penetración desde el lado contrario y había sido todavía mejor. El futuro no me preocupaba en aquel momento.

Besé a mi hija fuertemente; se había portado muy bien, y habíamos pasado un rato hermosísimo; habíamos hecho el amor, y follado, además, qué más daba que fuera mi hija y que mi hija tuviera mi pene y yo fuera su padre y tuviera su vagina. Respiré profundamente, alejando de mi por el momento el problema de aquella relación, y descansé en mis brazos o en sus brazos.

(9,15)