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Memorias inolvidables (Cap. 20): Amenaza sin apelación

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22 de junio (viernes).

He pasado una mañana simpática. He estado con mis hermanos. Hemos paseado todos juntos. Todos los vecinos ya saben que mi madre me quiere echar de casa. Unos lo aprueban, otros dicen que es una barbaridad. Los que nos conocen nos ven a todos los hermanos y me apena por ellos, porque los tratan mal a todos, al menos en su pensamiento, por mi culpa. Les digo que han de olvidarse de mí, que yo haré mi vida, si puedo vivir y puedo mantenerme me alegraré, pero si en este mundo se me hace imposible vivir, me suicidaré y se acabarán las penas para mí y para todos. Ha salido al frente Rosario protestando, diciendo que yo tengo que aguantar y «nosotros contigo, porque luego voy yo, me tocará a mí; luego será con Eleuterio, que no dejará que se case con quien él quiera, luego hará lo mismo con Mercedes. Y no digamos cuando se declare Facundino; aquí estamos metidos todos, o ella o nosotros».

Yo comprendía a mis hermanos, porque es cierto, todos metidos en la misma guillotina, lo que pretende esta mujer es ahogar nuestra vida e imponerse. Sentía la amenaza como un mazazo sobre mi cuerpo y no me quedaba nadie más con quien apelar; la amenaza de mi madre no tenía apelación ni para mí ni para mis hermanos. Me preocupé más por ellos más que por mí.

Pude hablar un rato a solas con Facundino y le dije que no saliera del armario, que haga su vida, pero sin manifestarse. Él me decía que eso es cobardía. Le argumenté que un día podrá hacer lo que quiera, pero que acabara sus estudios…, «graduate y luego ejerce tu profesión. Asegurado todo eso, lo dices en casa pero te vas al lugar que previamente te habrás preparado. Mientras tanto, con bici o con coche puedes ir donde quieras y te juntas con quien quieras. Vales mucho y mereces tener mejor vida. No quisiera que pasaras por lo que yo voy pasando. Si lo hicieras y te debilitaras podrías hacer algo grave que no me lo perdonaría nunca, si no te hubiera avisado. Siempre que me necesites, si vivo en este mundo, me tendrás». Así acabé mis palabras con él.

Busqué la ocasión de hablar con Rosario y, aunque estaba Mercedes al lado, le di consejos similares, que no dijera nunca más nada de su orientación sexual: «Lo puedes disimular y Mercedes te ayudará», dije. «Pero es una injusticia que te trate de este modo…», dijo Rosario. «Déjalo, me arreglaré, descuida y no te preocupes por mí», le dije.

Todos sabían que yo había hecho unos cursos de supervivencia y pensaban que podría sobrevivir, pero si esta noche no encontraba a aquel chico que vino a la sauna, que me gustó, cuyo nombre desconozco, igual podría ya desesperar; me deja la familia y me deja el mundo. Dios ya me había dejado hace tiempo o yo había dejado a Dios.

Con lo religioso estaba hecho un lío y lleno de contradicciones. Los cristianos no aceptan la homosexualidad, les parece una enfermedad, una locura o una depravación. Sí, estoy seguro que todos no piensan igual, pero forma parte del proyecto ético o moral de ellos que la relación entre dos hombres no es correcta, aunque David tuviera su amante que se llamaba Absalón, porque en la Biblia se dice: «Cuando David acabó de hablar con Saúl, el ánimo de Jonatán quedó unido al de David y lo amó como a sí mismo… Jonatán hizo un pacto con David, a quien amaba como a sí mismo (1 Sam 18,1 y 3); «Jonatán, hijo de Saúl, amaba mucho a David» (1 Sam 19,1); «Jonatán volvió a obligar a David que le jurara por el amor que le tenía, porque le amaba como a sí mismo. … Jonatán y David se fundieron en un abrazo, llorando uno con otro, hasta que David cobró ánimo (1 Sam 20,17 y 41); finalmente, cuando murió su amado, David, como era poeta, canta:

Cómo han caído los héroes

en medio del combate.

Jonatán, herido en tus alturas.

Estoy apenado por ti, Jonatán, hermano mío.

Me eras gratísimo,

tu amistad me resultaba más dulce

que el amor de mujeres.

Cómo han caído los héroes. (2 Sam 1,25-27).

Aunque el profeta Elías tenía a Eliseo a quien suele llamarse su discípulo, se puede leer lo siguiente:

«Elías encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien se hallaba arando. Frente a él tenía doce yuntas; él estaba con la duodécima. Pasó Elías a su lado y le echó su manto encima. Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías, diciendo: «Déjame ir a despedir a mi padre y a mi madre y te seguiré». Le respondió: «Anda y vuélvete, pues ¿qué te he hecho?». Eliseo volvió atrás, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comiera. Luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio» (1 Re 19,19-21).

Aunque Juan pusiera su cabeza en el pecho de Jesús, estando hablando de la traición de Judas, se lee lo siguiente: «Uno de ellos, el que Jesús amaba (se refiere a Juan), estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?» (Jn 13, 23-25).

No juzgo los textos ni tengo la capacidad para interpretarlos, pero concluyo que amar siempre es bueno, sin excepción, sea como sea. Tampoco juzgo a las Iglesias, seguro que tienen “sus” razones, pero yo estoy hecho un lío, ¿Quién me ha hecho como soy y se ha alejado de mí? o ¿es que yo me he alejado de él porque me ha hecho así? Estas son preguntas que no me las ha resuelto nadie. Pero en cierta manera entiendo a mi madre, ella que me ha llevado en su vientre y me ha amamantado y me ha criado, me desprecia, ¿quién es el culpable ella o yo? Pienso que ni ella ni yo somos culpables, tal vez sea culpable mi padre que no supo ponerse en su sitio, dejar a mi madre en el suyo y situarme a mí en el mío.

Respecto a mi familia, me propuse que tenía que salvar lo que podía ser salvado, mis hermanos. Con el fracaso de mi madre conmigo, no se atreverá a hacer lo mismo con mis hermanos, ellos podrán decidir, sabrán decidir, querrán decidir. Ahí teníamos a Facundino que ya quería separarse de la familia. Pero conseguiré que no lo haga. Ultimamente estoy pensando en él a cada instante, no me gustaría ver su desesperación.

Cuando acabamos de comer, le pedí a Facundino que me ayudara a preparar mi mochila, que me guardara unas cosas en cajas en su habitación y que dispusiera de las demás cosas que yo dejaba. Nos fuimos a mi habitación y preparé mi mochila, mientras él metía en dos cajas las cosas que yo dejaba sobre mi cama. Se las llevó a su habitación y las selló. Cuando regresó, miró mi ropero y luego me miró como quien pregunta qué hacíamos con lo demás: «Lo que te guste te lo quedas y lo demás lo pones en esas bolsas negras y les diremos a las chicas que lo revisen y luego hagan lo que les parezca oportuno. Cuando lo mío estaba ya preparado, vinieron las chicas y revisaron las bolsas. Algún cosa se guardaron de recuerdo y todas las demás se encargaron de llevarlas en el coche de Eleuterio al contenedor de Donar Ropa. Habíamos acabado y yo tenía un par de mudas en la parte superior de mi mochila.

Me tumbé en la cama y Facundino se echó junto a mí: «Hoy es viernes, ¿vas a ir a buscar a ese chico?, me preguntó. «Quisiera hacerlo, sí, ¿por qué?», le dije. «Quiero acompañarte», respondió. Le dije: «Si estás seguro que quieres venir, vamos los dos».

No fuimos a cenar, las chicas nos habían traído unas gaseosas y un buen bocata a cada uno. Ellas se habían traído el suyo y comimos los cuatro juntos. Eleuterio se había ido pronto a cenar con amigos. A las chicas les dijimos la verdad, que nos íbamos a la sauna. Pero ellas nos rogaron que saliéramos con ellas un rato y que nos fuéramos después. Así lo hicimos.

En el sauna, estábamos juntos Facundino y yo. Nadie se nos acercó, lo que agradecí en el fondo de mi alma, porque solo deseaba que apareciera aquel chico, pero no vino. Estábamos ambos calientes y le dije: «¿Quieres hacerme un jinete?». «¿Qué es eso». Dijo él y le contesto: «Haz lo que yo te vaya diciendo».

Me acosté sobre el ancho escalón boca arriba y le indiqué que se sentara sobre mi pene y se dedicara a controlar la penetración de mi pene en su culo. Mientras se colocaba eché mucha saliva en mi mano para pasarla por su culo y él hizo lo mismo sobre mi polla. El tacto de la mano de Facundino sobre mi polla me puso a cien. Siempre ha sido Facundino muy delicado tocando las cosas y se notaba lo mismo acariciando mi polla. Luego sujetaba yo mi polla de modo vertical para que no se me doblara y se me escapara en cualquier dirección hasta que ¡zis zas!, había entrado la punta de mi pene. Ya notaba su esfínter presionando mi flecha y electrizando mi polla. Pero a él debió dolerle por el ¡huy, hum! que exclamó. Le dije que se parara y descansara un poco. Luego sin decirle nada continuó y así a poquitos entró toda y tuve que quitar mi mano, porque ya se sentaba en mi pubis. Se arqueó de tal modo que pude besarle en la cara, y dobló su cabeza para llegar su lengua a mi boca. Estaba lleno de placer y comenzó a hacer unos movimientos tal como lo sugería su placer, en circular o en línea recta, como en forma de cruz y gemía de placer porque estaba rozando mi pene sobre su próstata.

Sé que le gustó y jugó mucho rato de esa manera y mi polla estaba a cien dando mucho disfrute que ya notaba incluso en mis piernas hasta el vientre. Le sugerí que se moviera verticalmente cuando quisiera, pero antes de que yo me corriera. Entendió y se puso de cara a mí. No entendí cómo se pudo mover para dar la vuelta, sujetándose en mi cabeza y hombros y levantando sus piernas de modo que no me atropelló con sus pies. Hay cosas que nacen y ahí nos besamos a gusto mientras él hacía que me pene entrara y saliera verticalmente de su culo. Notó el calor de mi pene, me lo dijo y volvió a darse la vuelta para ponerse de espaldas levantó sus piernas de nuevo y sentado sobre mi pubis con mi polla en su vientre me hizo penetrarlo al máximo de lo que daba mi instrumento y comenzó a bailar masturbando mi polla con su ano. Me puse a masturbar la suya con una mano y con la otra le acariciaba sus pezones. De nuevo se arqueó, y mientras nos volvíamos a besar descargó al aire todo su semen, y seguía moviéndose. Su polla seguía dura y no tardé en descargar dentro de él. Se quedó tumbado encima de mí y poco a poco fue sacando mi polla de su culo.

Se dio la media vuelta tumbado y me dio las gracias en un profundo y largo beso que le correspondí. Estábamos perfectamente compenetrados.

— Déjame que me vaya contigo, —me dijo.

— Te necesito en casa y que acabes tus estudios, luego, si sigues pensando lo mismo, ya te busco y decidimos, —le contesté.

Nos quedamos así mucho tiempo susurrándonos al oído las mil ocurrencias que nos venían a la cabeza. Entraba y salía gente, se nos acercaban a mirar y no les hacíamos caso. Así que fuimos a darnos una ducha de agua fría. Nos duchamos juntos, sin problemas, escrúpulos ni vergüenza. Estábamos felices en esa situación dándonos cuenta que nos entendíamos perfectamente. Le invité a ir a una cabina oscura. Lo senté en la banqueta, le abrí las piernas y me puse a mamarle su polla. Había una alegre penumbra que nos dejaba ver nuestros cuerpos y distinguíamos los gestos de la cara.

Cuando vi que su polla estaba ya casi a su tope y mi culo me lo había amansado mientras le chupaba su polla hasta meter y sacar varias veces tres de mis dedos con facilidad, me senté de espaldas a él sobre su pubis, de modo que su polla estaba en horizontal a mi agujero. «¡Amárrate fuerte!», le dije y reaccionó positivamente. Él era mi silla caliente. Levanté mi cuerpo, puse mis pies sobre sus muslos muy cerca de sus rodillas y mi culo subió a la altura de su esternón. Amarró la polla suya con sus manos mientras yo bajaba y me sentaba otra vez sobre su pubis con su polla dentro. No tardé en sentarme del todo y acomodarme. Me abrazó fuerte por mi cintura y para que me pudiera mover me amarró las rodillas. Éramos como un solo cuerpo, sentía su corazón palpitar en mi espalda y todo su cuerpo envolviéndome. Una sensación verdaderamente espectacular.

Al rato, y para darle mayor gusto, me incorporé e hice lo mismo de cara a él, colocando mis pies sobre la banqueta. Nuestras caras estaban juntas, necesitábamos nuestras manos para abrazarnos y no caernos, ambos estábamos como sentados. Mi pene rozaba con su abdomen y parecía que su vientre me lo estaba masturbando. Así estuvimos todo el tiempo, besándonos con lengua dentro y alternando con besos y suaves mordiscos al cuello, hasta que nos vinimos al mismo tiempo, porque me gritó: «Me corro, me corro» y le contesté, «suelta, que yo también me voy». Y así fue. Nuestros vientres quedaron llenos de mi semen y cuando ya se había amansado su polla, me puse de rodillas delante de él y le limpié la polla de los restos de semen con mi boca. Mientras él iba recogiendo mi semen de su vientre con el dedo para metérselo a la boca. No dejé de mamarle la polla hasta que volvió a ponérsela dura y aunque noté que su pene ya se había llenado de sangre y que iba a bombear, no lo saqué de la boca para comerme a mi propio hermano. Así, con ese pensamiento me tragué todo su semen caliente.

Acabamos con un largo beso y le dije: «Creo que nos vamos al jacuzzi a relajarnos, luego nos damos una buena ducha y nos vamos a casa». Me contestó: «Esta noche dormimos juntos».

Hicimos lo previsto. Llegamos a casa, entramos sigilosamente hasta mi habitación por esa noche. Nos acostamos juntos, desnudos los dos, con nuestros cuerpos abrazados. Facundino se durmió, estaba fatigado de cuerpo y relajado de alma. Dormía sonriendo. Estuve un rato sin poder dormir y me levanté para descargar estas sensaciones en tu interior, querido diario. Son las 6 de la mañana y me voy a acostar sigilosamente para despertar en un par de horas, a ver qué me depara el día.

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