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Mi maestra de baile cubana
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Llevaba ya unos meses asistiendo a clases de salsa. Yo tenía 29 años y Mónica, mi maestra, 32, era una hermosa cubana mulata de pelo largo rizado negro azabache, unos labios carnosos, un culo grande y firme, unos muslos que reflejaban todos esos años de experiencia en las danza cubana, unas tetas bien proporcionadas y unas caderas que parecían hacer temblar en suelo cada vez que bailaba. Era como si su cuerpo hubiera sido tallado por los mismísimos dioses del erotismo. Para mí era imposible ver a esa mulata bailar y no imaginarla meneando esas caderas encima de mí.

Un día la agregué a Facebook y empezamos a hablar por mensajes acerca de las clases de baile y otras cosas relacionadas con la cultura de Cuba. Días después de chatear con ella casi todos los días la invité a salir y aceptó.

Nos quedamos de ver en un bar para tomar unos tragos. Ella iba vestida una blusa roja con un escote discreto pero que dejaban ver de manera sutil el surco entre sus senos y con unos pequeños shorts negros que exhibían sus deliciosos muslos.

Estuvimos bebiendo y platicando hasta que cerraron el bar y le propuse ir a mi departamento a tomar una copa, a lo que Mónica aceptó.

Al llegar a mi departamento ella me pidió que pusiera música, así que puse una playlist de salsa cubana y después de unas canciones Mónica se levantó a bailar frente a mí mientras yo la veía maravillado de su belleza y sensualidad al moverse. Ella me dijo que me parara a bailar con ella para ver si había aprendido algo de las clases, así que me levanté a bailar tratando de seguir su ritmo y destreza con los pasos que sabía. El hecho de estar con mi maestra de baile en mi departamento me estaba poniendo muy cachondo y podía notar que ella lo sabía. Después de un par de canciones nos sentamos y comencé a acariciarle uno de sus muslos que tantas veces había admirado en clase de baile, a lo que ella respondió sonrisa y una mirada fija en mi boca.

Empezamos a besarnos en la sala, y luego de un rato empiezo a mover mi mano lentamente hacia su entrepierna y ella pone su mano en mi la mía para sentir cómo mi verga ya estaba punzando por debajo del pantalón.

Le digo que vayamos al cuarto, y una vez ahí y ya entrados en calor le empiezo a quitar el shorts para descubrir el culo más maravilloso que he tenido la oportunidad de presenciar enfundado en una tanga de hilo dental que prácticamente desaparecía en medio de esas enormes nalgas. Para este momento mi erección era evidente por debajo de mi pantalón y Mónica me lo quita junto con el bóxer que develó mi verga parada, lo que le hizo decir “Qué pinga tan más rica tienes”. Le quité el calzón suavemente y pude contemplar ese coño lampiño que desprendía un olor a flores que me hizo agua a la boca. Terminamos de quitarnos la ropa y nos pasamos a la cama y Mónica puso esos suaves y carnosos labios alrededor de mi verga dura mientras yo tomaba un mechón de su pelo rizado en mi puño, ella me hizo una felación con una maestría impresionante; la mamaba delicadamente, sus grandes labios subían y bajaban con parsimonia por el tronco de mi verga hasta la cabeza; se notaba que disfrutaba mamarla con calma mientras yo sentía que me iba a correr en su boca en ese momento. Así que le pedí que se acostara para lamerle ese coño con olor a rosas que me estaba volviendo loco por probar. Le daba lengüetadas sobre todo el coño y succionaba suavemente su clítoris. Desde mi perspectiva veía cómo arqueaba su espalda y escuchaba cómo gemía suavemente. Me excitaba ver que ella también lo estaba disfrutando.

Mónica me preguntó si tenía condones, pero yo no tenía ninguno, y ella me dice que me viniera afuera de ella. Mi verga ya estaba latiendo de placer de anticipar estar adentro de mi hermosa maestra de baile.

La recosté en la cama boca arriba mientras le chupaba las tetas, le separé las piernas y me deslicé dentro de ella y suspiró suavemente a mi oído “Sí, papi” y con eso yo me sentía completamente desarmado ante semejante mujer. Tenía un coño suave y caliente, y empecé a moverme despacio progresando hasta darle más rápido. Mónica tomó mis nalgas y me empujaba hacia ella pidiendo la embistiera duro. Podía sentir mis huevos rebotando en su culo su culo y cada vez que me empujaba hacia ella.

Paré y le dije que se pusiera en cuatro, a lo cual ella obedeció al instante. Se volteó y arqueó la espalda con ese culo duro apuntando hacia mí. La metí y mientras la agarraba de las caderas para traerla hacia mí. Era delicioso ver cómo mi verga desaparecía en ese culo grande mientras ella se movía de adelante hacía atrás con un ritmo constante que hacía que sus nalgas rebotaran de una forma gloriosa al topar con mi pelvis.

Luego de un par de minutos de metesaca, me dice que si se podía montar sobre mí y yo me salí de ella y me acosté para dejarla que cabalgara.

Se puso arriba de mí y comenzó a bajar suavemente sobre mi verga, podía sentir cómo su coño se deslizaba con calma desde la cabeza hasta la base, así que la dejé hacer lo suyo y que se cogiera solita mientas yo le agarraba las nalgas grandes que no podía ni siquiera abarcar completamente con mis manos estiradas.

Se movía con una candela impresionante, podía sentir su coño hirviendo bailando sobre mi verga más tiesa que un palo. Sus fluidos vaginales calientes se me escurrían por los huevos y yo estaba completamente extasiado de ver a semejante diosa cubana montada sobre mí. Me preguntó si me gustaba así o más rápido y yo decidí poner esa batidora en modo turbo para ver el funcionamiento al máximo de esa máquina de baile sensual y Mónica empezó a moverse cómo si no existiera el mañana, era cómo si sus caderas tuvieran autonomía del resto de su cuerpo y rotaban a toda velocidad sobre el eje de mi verga. El fin estaba cerca y por la progresión de sus gemidos podía notar que ella estaba a punto de correrse también, no pasó ni un minuto para que Mónica tuviera un orgasmo que le hizo temblar los muslos y reducir la velocidad de sus movimientos, sin embargo no paró ahí, y siguió moviéndose arriba de mí hasta que sentí que estaba listo para correrme y aventar el chorro de placer afuera de ella, le dije que ya me iba a venir, ella se salió y me dijo: “Dámela”. Me quedé acostado mientras ella me masturbaba y me lamía los huevos con dedicación mientras yo estaba completamente indefenso ante sus manos.

La gran corrida llegó, los chorros de semen cayeron sobre mi torso, y mientras yo seguía con mis espasmos del orgasmo, Mónica se apresuró a lamer el semen sobre mí, como si quisiera tragarse cada gota de mi líquido de amor mientras estuviera caliente. Al terminar de lamer todo el esperma, me dijo: “Qué rica leche… sabe dulce”.

Nos quedamos acostados acariciándonoslas un rato hasta que Mónica me dijo que se tenía que ir. Nos despedimos, y minutos después de que se fue me llega un mensaje de ella que dice: “Me encantó, espero verte el lunes en clase.”

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