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Mi novia Luci, de santa a puta (II)
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Tiempo de lectura: 21 minutos

Nota: Les agradezco a todos los que se tomaron el tiempo de leer mi relato anterior. Aquí tienen la continuación. Sé que quedó un poco largo, pero cuando llega, la inspiración no debería ser limitada. Háganme saber si desean una tercera parte. Saludos cordiales.

Pasé los siguientes días intentando hablar con Luciana para explicarle cómo habían sido las cosas, pero ella se negaba a recibirme. Mi desesperación se hizo tan grande que incluso comencé a asistir a su templo evangélico, lo cual solo sirvió para que sus primos más pequeños se burlaran de mí. Ella parecía disfrutarlo.

Estaba prácticamente seguro de que había echado a perder mi relación. Me sentía como una basura, patético y miserable. En aquel mismo momento, Mar estaría planeando su boda junto a su prometido, sin siquiera acordarse de mí, pero yo, por su simple recuerdo, había perdido a la persona más importante de mi vida. Y lo que más me enojaba era que, a pesar de eso, no podía dejar de pensar en ella. Se había instalado en mi cerebro como un virus. No había noche en la que no revisara su Instagram para masturbarme con sus fotos en bikini. Para lucir espectacular en su boda, se había puesto pecho y nalgas con un cirujano plástico de Nueva York. Llegó el punto en el que yo reaccionaba tanto a sus publicaciones, que una noche recibí un mensaje de ella: «Ya deja de chaqueteártela con mis fotos, pinche pervertido, que soy una mujer comprometida jejeje». No le contesté. Era una desgraciada. A pesar del tiempo, a pesar de la distancia, sabía lo que provocaba en mí y se burlaba de ello.

Una tarde en la que me encontraba en el patio de mi casa sentado bajo un tamarindo, mirando quién pasaba por la calle de al lado, apareció Luciana en la entrada. De inmediato, entusiasmado, la invité a pasar y le ofrecí un café frappé, pero ella, con indiferencia, fue directo al grano.

—Vine porque Melisa me pidió que le consiguiese el número de tu amigo Leo.

—Que chingue a su madre Melisa —le dije—. Tú y yo tenemos que hablar.

—¿Hablar de que estás bien puto enfermo?

—Me estaba masturbando antes de que llegaras, por eso me encontraste todo caliente. Te juro que no fue mi intención.

—Ah, muy bien. ¿Debo entender entonces que no te gustó que te mamara la verga mientras pensabas en otra?

—Solo fue por la calentura del momento.

—¿Y por la calentura del momento llevas una semana poniéndole corazones en Instagram?

Se me salieron las lágrimas. Me sentí completamente acabado. Intenté hablar, pero tenía un nudo en la garganta, de modo que las palabras no salieron.

—La busqué en Instagram porque quería conocer a la mujer por la que se calienta mi novio —continuó ella—. Vaya sorpresa que me llevé. Ojos verdes, cabello rubio y cuerpo de muñequita. Entiendo que, a su lado, me veo como muy poca cosa…

—No —la interrumpí con brusquedad—. Yo te amo. Para mí no eres muy poca cosa. Ella no siempre se ha visto así. Ahora está toda operada, pero en la universidad era una mujer normal. Esto no tiene nada que ver con cómo se vea. Tuvimos una historia.

—¿Cuántas veces te la cogiste?

—Solo una vez.

—Como te atrevas a mentirme, me voy de inmediato.

—¡Solo una vez! —reiteré yo—. Sin embargo, nos seguíamos viendo. Establecimos una especie de, cómo decirlo, rutina depravada que duró hasta el final de la universidad.

—Te acepto ese café para que me platiques, pero quiero saberlo todo, con lujo de detalles. Apenas sienta que me estás ocultando algo, me levanto y me voy.

Preparamos frappé y pasamos a la sala. Ella se sentó a mi lado. Le conté la verdad.

—Después de aquella ocasión en la que me cogí a Mariana mientras hablaba por teléfono con su novio, ella ya no quiso volver a acostarse conmigo. Yo la buscaba todos los días para rogarle que volviéramos a hacerlo, pero ella se negaba. Desistí de mis intentos una tarde en la que ella, llorando y medio borracha, me reclamó que solo fingía ser su amigo para cogérmela. A partir de entonces, habiendo entendido ya que Mariana estaba confundida y atravesando una etapa difícil, no volví a tocar más el tema, e intenté ser un buen amigo para ella solo para demostrar que no todos somos iguales.

Luciana escuchaba con atención.

—Por el hecho de que yo ya no buscaba acostarme con ella, Mariana llegó a tenerme más confianza que a cualquiera de sus otros amigos, incluido Sagardi. Llegó el punto en el que solo conmigo ella podía, digamos, ir en paz al cine o por un helado, porque ya sabía que cuando los demás la invitaban a salir, era porque querían terminar cogiéndosela. Una noche, como a las dos de la mañana, cuando yo ya me había hecho a la idea de que entre ella y yo ya no iba a pasar nada, Mariana me despertó con una llamada. Estaba súper borracha. Se había metido al baño del antro para hablar conmigo. Solo balbuceaba que me quería mucho y que estaba muy contenta de tenerme como amigo. Yo le seguí el juego hasta que me ganó el sueño, luego le colgué para seguir durmiendo. Pero unas horas más tarde, me llegó un mensaje de ella en Whatsapp. Lo revisé pensando que tal vez estaba tan borracha, que quería que fuera por ella, pero no, ni siquiera era texto, sino unas fotos. Las primeras se las había tomado en el baño del antro. Se había planchado el cabello e iba vestida con un pantalón entalladito y un top bustier de encaje, que no tenía mangas ni tirantes. Se me quitó el sueño y, por alguna clase de instinto primitivo, me saqué la verga del pijama.

Le di un trago a mi frappé para refrescarme la garganta.

—Las siguientes fotos eran de ella y sus amigas de inglés, tomando y bailando. Estaban acompañadas por varios tipos y entre ellos, vi dos rostros conocidos. ¿Recuerdas que te platiqué que en la universidad éramos cinco los que nos llevábamos?

—¿Cómo olvidarlo? —Dijo Luciana—. Lo tengo bien grabadito por las palabras de tu amigo Leo, el depravado. «Mariana era la única mujer entre cinco varones. Nuestro amigo Sagardi fue el que más anduvo con ella, hasta se enamoró el pobre, pero tarde o temprano, en algún punto de la carrera, Mariana pasó por todos nosotros».

Me sorprendí de que Luci recordara eso con tanto detalle.

—Éramos Leo, Sagardi y yo, pero además, otros dos weyes, que se llamaban Diego y Fernando. A ellos siempre los molestábamos con que eran novios, porque todo el tiempo estaban juntos. Incluso se fueron a vivir al mismo departamento. Una vez los encontramos en una situación comprometedora. Parecían la típica pareja gay, pero ellos decían que no, que les gustaban las viejas.

—¿Eran ellos a los que reconociste en las fotos de Mariana?

—Sí, eran ellos. Jamás supe si se habían encontrado allí, en el antro, o si habían llegado juntos, pero el punto es que estaban ahí, con Mariana y sus amigas. En algunas fotos, Diego y Fer salían bailando con las amigas de Mar, pero en la mayoría, salían con ella entre los dos, bailando en una especie de sándwich. Seguí pasando las fotos hasta que llegué a un video. Era Mar, borracha, hablándole a la cámara. «Te quiero un chingo, wey —me decía—. Oye, yo creo que Diego y Fer no son gay». Y en el siguiente video, oh sorpresa, estaba Mar desnuda, cabalgándole la verga a Diego, mientras Fernando acomodaba la cámara en una mesita. Estuvieron así por uno o dos minutos, hasta que Fernando apareció en escena con la verga al aire y se la metió a Mar por detrás. Y como imaginarás, ahí estaba yo, masturbándome como loco mientras veía a mis amigos haciendo tremendo trio. En el siguiente video aparecía Mar mamándole la verga a uno mientras masturbaba al otro. En el siguiente video, aparecía Mar en el baño, con la cara y pecho llenos de leche, mientras se despedía de mí y me prometía pasar a verme en la tarde. Con todo ese material, me masturbé hasta el amanecer.

Advertí que Luciana tenía la cara roja y temblaba, pero no parecía molesta.

—Ese mismo día, en la tarde, Mar fue a buscarme a mi departamento. Apenas le abrí la puerta, se me fue encima y me besó. Me llevó hasta la cama en silencio, me bajó los pantalones y comenzó a masturbarme mientras me susurraba al oído, contándome con lujo de detalle cómo se la habían cogido la noche anterior. Ni siquiera intenté cogérmela. Solo dejé que me usara como su juguete a placer. Asumí que ya no le bastaba con coger, sino que necesitaba a alguien con quien desahogarse. Al final, cuando descargué la leche sobre mi propio estómago, ambos recobramos la compostura, nos abrazamos y nos quedamos dormidos. Nunca hablamos al respecto, pero unas semanas después, me envió una foto a mi Whatsapp en la que le estaba mamando la verga al novio de una prima suya. Al día siguiente, apareció en mi departamento y se repitió el ritual. Ella me masturbó mientras me contaba cómo se la habían cogido. Entonces supe que no se detendría, pero no me importaba, solo quería escuchar sus historias y recibir mi correspondiente chaqueta. Ya no pensaba en cogérmela, solo en verla coger a ella.

—Estás bien puto enfermo —dijo Luciana—. ¿Eso te calentaba mucho?

—Sí, bastante.

—¿Aun te calienta?

—Sí, un poco.

Luciana se me acercó y comenzó a besarme. No intenté averiguar qué pasaba por su mente retorcida, solo me dejé llevar. Me besó los labios y el cuello mientras me acariciaba la verga. Tomé sus pechos con una mano y la otra la introduje bajo su faldón evangélico; le metí los dedos hasta hacerla gemir. Luci me sacó la verga del pantalón y me comenzó a masturbar. Yo le abrí la blusa con tanta brusquedad que los botones salieron volando, luego le arranqué el brasier y comencé a lamerle los pezones rosaditos.

Estábamos súper calientes: mientras yo le besaba los pechos y le metía los dedos, ella me masturbaba y gemía. De pronto, me hizo una petición que yo jamás conseguiría olvidar: «Dime putita, dime putita». Sin poder resistirme más, le alcé la falda, le bajé los calzones, la acosté en el sofá y la penetré con fuerza.

—Eres una putita —le susurré mientras la penetraba—. ¿Te gusta que te meta la verga? ¿Te gusta que te coja?

—Sí, yo soy tu putita. Me encanta que me metas la verga.

Derramé mi corrida en el interior de Luci y al sentirla, ella me suplicó que se la echara en la boca, pero no tuve tiempo de hacerlo. Nos quedamos acurrucados en el sillón, en silencio, durante varios minutos, luego nos bañamos juntos.

A partir de ese día, algo cambió dentro de Luciana. Cada tarde iba a visitarme y cada tarde, terminábamos viendo porno y cogiendo en cualquier rincón de la casa. En cierta ocasión, incluso, nos bañamos en el jacuzzi de mis padres y lo hicimos en su cama.

—Oye, he estado pensando en algo —me dijo un día de la nada, mientras yacíamos desnudos en mi habitación—. Yo creo que si algo tenemos que aprender de esta pandemia, eso es la importancia de cuidar la salud. Quiero comenzar a hacer ejercicio contigo, pero no tengo ropa deportiva.

Capté la indirecta de inmediato. Al día siguiente me la llevé a la ciudad para que renovara su guardarropa. Le compré varias prendas deportivas, sí, pero también ropa de uso diario, porque ya estaba harto de verla ataviada con los faldones y blusones que estilaban las mujeres de su iglesia. De pronto, pasó de vestirse con ropa holgada a vestirse con ropa entalladita que evidenciaba su figura y mostraba bastante piel. Incluso le compré un traje de baño de una pieza, que se estrenó la tarde en la que me la llevé al rio para enseñarle a nadar.

Luciana comenzó a visitar con más frecuencia la casa de su amiga Melisa, quien una tarde, se la llevó al salón de belleza para que le cortaran, alaciaran y pintaran el pelo. Al ver a mi Luci con el cabello rubio, sentí que se me paraba el corazón.

Adopté la costumbre de fotografiar a Luciana en todas partes. Hicimos sesiones en el rio, en la iglesia, en el parque e incluso en los cañaverales. Las mejores fotos ella las subía a su cuenta de Instagram, donde recibía cientos de corazones. También hicimos sesiones en la intimidad. No tardamos mucho en descubrir que nos excitaba fotografiarnos teniendo sexo.

En casa de Luciana las cosas se comenzaron a poner difíciles. Su familia no estaba de acuerdo con su nueva manera de vestir, ni con que pasara tanto tiempo en mi casa, ni con que se tomara tantas fotos para subirlas a internet. Se había vuelto una cualquiera, una buscona y una culipronta, le decían. La situación se volvió insostenible una tarde en la que su abuelo, un pastor evangélico por demás hipócrita, la amenazó con correrla de la casa a menos que terminara su relación conmigo para casarse lo antes posible con un muchacho de su iglesia. Cuando Luci me lo contó, lo primero que se me ocurrió fue ir a buscar al viejo para bajarle los dientes, pero pronto pensé en algo mejor.

Esperé afuera de la casa de Luci hasta las tres de la madrugada. Por un momento pensé que se había arrepentido, que quizá había reflexionado y que había llegado a la conclusión de que estaba siendo impulsiva, pero cuando la vi salir a hurtadillas por la parte de atrás, con un par de maletas a cuestas, se renovó mi confianza en ella. Pasamos lo que quedaba de la noche en mi habitación. Irónicamente, en esa ocasión ni cogimos, ni dormimos, solo nos acurrucamos en la cama, abrazados, preparándonos para la tormenta que venía. En la mañana, cuando mi madre fue a despertarme para desayunar y nos encontró encamados, me dio uno de los sermones más incómodos e intensos de mi vida. Esas no eran maneras, decía. ¿Qué iba a decir la gente del pueblo?, preguntaba. Luciana merecía salir de su casa casada, no huida, afirmaba. Por suerte, gracias a la intervención de mi padre, mi madre no tardó mucho en aceptar la situación.

En el pueblo se hizo un escándalo porque la nieta del pastor se hubiese huido. Comenzaron a circular rumores sobre que Luci estaba embarazada. Una de las personas que más se impresionó fue Melisa, quien si bien ya había asimilado que Luci había cambiado mucho, hasta ese momento seguía considerándola una santurrona incapaz de escaparse con un hombre.

Esa fue una temporada en la que si algo nos sobraba, era sexo. Mis padres trabajaban casi todo el día, de modo que la mayoría del tiempo teníamos la casa para nosotros solos. Era realmente mágico, ya que estábamos juntos todo el tiempo. Yo cobraba mi beca de la maestría aun tomando las clases en línea, por lo tanto no dependíamos económicamente de mis papás y podíamos darnos ciertos lujos. Parecíamos un par de adolescentes viendo películas, jugando nintendo y andando en moto.

Un mes después de que me llevé a Luci a mi casa, le pedí que se casara conmigo para acallar las habladurías y para que ella no se quedase con la ilusión de tener su boda de ensueño. Solo para insultar al abuelo de Luci, decidimos consagrar nuestro matrimonio en una ceremonia oficiada por un sacerdote católico. Le pedí a mis amigos de la universidad que fuesen mis padrinos, pero solo Leonardo aceptó. Sagardi se excusó diciendo que tenía mucho trabajo y Diego y Fernando jamás me contestaron. Mariana me mandó un mensaje diciéndome que estaba muy triste de que no la hubiese invitado, con lo que caí en cuenta de que ya llevaba varias semanas sin pensar en ella. No le respondí.

Tras volver de nuestra luna de miel en Mazatlán, nos fuimos a vivir a una casa que mi madre había heredado de su padre: un lugar espacioso y recóndito en el que tendríamos la comodidad y la privacidad que toda pareja recién casada necesita.

Al ayuntamiento de mi pueblo le valió un rábano todo eso de la sana distancia: decidieron celebrar las fiestas patronales de cualquier forma. Mi esposa estaba muy emocionada, ya que sería el primer año en el que se haría participe de tal evento. Para el día de la cabalgata, le compré unas botas vaqueras, una pantalón de mezclilla bien entallado y una blusa a cuadros que dejaba descubierto su vientre plano. Esa tarde, Luci se robó todas las miradas, en particular la de un tipo llamado Ernesto, que llevaba su propio caballo, parecía conocer a Melisa y se quedó tomando cerveza con nosotros. Me les despegué un par de minutos para comprar cigarros y cuando regresé, Luciana y Melisa conversaban alegres con Ernesto y un amigo suyo. Preferí no interrumpirlos para no verme como el típico esposo celoso y posesivo. Unos minutos más tarde, Luci se me acercó con una sonrisa en los labios.

—Amor, los amigos de Melisa nos invitaron a dar una vuelta en sus caballos. Dicen que no vamos a tardar. ¿Me dejas ir?

—No, ya estás muy tomada.

—¿Acaso no confías en mí?

—Me refiero a que te puedes caer del caballo.

—Te prometo que seré muy cuidadosa. Anda, no seas así. Nunca lo he hecho.

Luciana estaba tan emocionada como una niña pequeña, de modo que no me pude negar, pero la hice prometer que no tardaría mucho tiempo. Ella se subió en el caballo de Ernesto y Melisa en el del otro sujeto, cuyo nombre era Esteban. El mentado Ernesto tenía toda la pinta de caballerango: era alto, fornido y barbado, e iba ataviado con botas, sombrero, camisa vaquera y pantalón de mezclilla. Pronto se mezclaron entre los otros jinetes y los perdí de vista. Me quedé tomando y fumando con unos amigos. La plática era tan amena que perdí la noción del tiempo.

Cuando comenzó a anochecer, caí en cuenta de que Luci ya llevaba dos horas cabalgando con Melisa y sus amigos, de modo que le mandé un mensaje de Whatsapp para preguntarle dónde estaba, pero ella no respondió, a pesar de que aparecieron las dos palomitas azules. A continuación le marqué, pero me mandó a buzón, lo que era una clara señal de que su teléfono se acababa de apagar, pero ¿por qué? ¿Acaso se le había acabado la batería, o ella lo había apagado deliberadamente? Tal vez por el alcohol, tal vez por el miedo de que hubiese pasado algo malo, mil ideas pararon por mi cabeza.

Con el pretexto de que iba a orinar, me separé de mis amigos y me mezclé entre el gentío, buscando a Luci con la mirada. Seguí la misma ruta por la que los había visto marcharse, pero no los encontré en ningún lado. De pronto, por alguna razón, recordé cuán puta era Melisa y se me hizo un nudo en la garganta. Ella no dudaría en perderse en algún matorral con el tal Esteban, pero ¿qué harían Luciana y Ernesto mientras tanto?

El miedo y los celos se apoderaban de mí. Hubo un momento en el que incluso me sentí como en una pesadilla, porque mientras yo avanzaba buscando a Luciana, algunos conocidos se me acercaban para saludarme o invitarme a tomar, lo que me impedía seguir adelante. Dicha situación me provocó un poco de ansiedad.

Para peor, cuando por fin encontré a Melisa y Esteban, tomando con un grupo de amigos, Luciana y Ernesto no estaban allí. Pensé en acercarme y preguntar, pero no quería que Melisa se burlase de mí por inseguro, así que me alejé antes de que me viera.

Me senté en una banqueta a fumar y pensar. Luci me amaba, se había escapado conmigo y no se atrevería a traicionarme, ¿verdad? Tenía que haber una buena explicación para todo. Seguramente yo, por el alcohol, estaba malinterpretando las cosas.

Unas personas pasaron corriendo, desesperadas. Una mujer incluso lloraba. Algo había pasado. Me levanté y las seguí. Las escuché comentar que un caballo había tirado al jinete, que estaba muy mal herido. Pensé en Luci y sentí que el corazón se me salía del pecho. En el lugar del accidente había una turba. El jinete, un señor al que yo no había visto jamás en mi vida, yacía tirado en la calle con una pierna rota, retorciéndose de dolor: el caballo le había caído encima. Alcé la mirada y, para mi gran alivió, vi entre el grupo de chismosos a Luciana y Ernesto, consternados.

Antes de que me vieran, regresé con mi grupo de amigos. Ellos aparecieron pocos minutos después y nos hablaron del accidente. Intenté aparentar que estaba tranquilo, pero Luciana me conocía demasiado bien y sabía que me pasaba algo. Con el pretexto de comprar churros, me apartó de nuestros amigos para hablar a solas.

—Perdóname por la tardanza —me dijo—. Perdí la noción del tiempo.

—Me dejaste en visto y apagaste el teléfono.

—Lo siento, ya estoy un poco tomada —Luciana sacó su teléfono y me lo mostró. La pantalla estaba toda cuarteada—. Me lo saqué de la bolsa cuando me llegó tu mensaje, pero cuando te estaba escribiendo, se me resbaló de las manos. La pantalla se rompió y la batería salió volando. Quién sabe si aún sirva.

Abracé a Luciana y le di un beso en la frente. De pronto me sentí como un estúpido. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué clase de mierda había pasado por mi cabeza? Obviamente, no todas las mujeres, mucho menos Luci, eran como Melisa o Mariana.

Cuando nos despedimos de nuestros amigos, Ernesto nos preguntó si asistiríamos al baile de esa noche, a lo que Luciana se apresuró a responder que tal vez.

—Si nos encontramos, a ver si tu marido te deja bailar una canción conmigo. —dijo el muy desgraciado. Luciana negó con la cabeza mientras reía. Yo no dije nada.

En nuestra casa, lo primero que hicimos fue revisar el celular de Luciana. Una vez que le hubimos puesto la batería, pudimos encender el teléfono, pero cuatro quintas partes de la pantalla se quedaron en negro, y la parte que sí encendió, estaba toda fragmentada. No había nada que hacer. Tendría que comprarle uno nuevo.

Después de cenar, Luci tocó el tema que yo, por cansancio, había estado evitando.

—¿Amor, entonces sí vamos a ir al baile? La pobre Melisa no quiere andar sola entre puro hombre. Ya sabes cómo se ponen luego.

—La verdad no tengo muchas ganas. Estoy bastante cansado. Caminé mucho.

—Ándale, aunque sea solo un ratito, para ver cómo se pone. Aunque solo sea para acompañar a Melisa y ya cuando esté peda, nos pelamos tú y yo. Yo igual estoy cansada y no tengo muchas ganas de tomar.

—No lo sé. Nuestro pueblito está de fiesta, pero en el resto del mundo la vida sigue igual. Mañana tengo que conectarme a mis clases en línea, y tengo que terminar un trabajo para pasado mañana.

—Está bien —dijo Luci, un poco decepcionada—. Si es así, ni modo, lo primero es lo primero. No te vayan a quitar tu bequita, que tanto nos ha dado.

No sé si fue por ver cuán ilusionada estaba Luci por su primer baile, o porque me sentía culpable por haber dudado de ella en la tarde, pero en ese momento solo quería quedar bien, verla feliz, de manera que hablé sin pensar.

—¿Y por qué no vas con Melisa y los otros? Por mí no hay ningún problema. Si quieres te voy a dejar a su casa para que se vayan juntas, te quedas con ella y te recojo mañana temprano.

—No mames, cómo crees. Estás loco.

—Es enserio —le insistí—. Ve aunque sea para acompañar a Melisa, como dijiste. Yo siento que ese baile va a estar aburrido y que te vas a decepcionar, porque ya todos andan pedos, pero si quieres ve, para que no te quedes con las ganas.

—¿Lo dices enserio, Ismael? ¿No te vas a enojar? ¿No te vas a poner celoso? Nada más de acodarme cómo se pone el marido de Melisa cuándo ella sale sola, hasta miedo me da que tú te vayas a poner igual.

—Yo no soy como el pendejo ese. Yo soy cero celoso.

—Eso es vedad —dijo ella con una sonrisa coqueta—. Entonces lo voy a pensar.

—Pero no te tardes mucho, porque la oferta expirará pronto y si me pongo a trabajar, me dará pereza llevarte a la casa de Melisa.

—Está bien. Entonces, por favor préstame tu teléfono para escribirle a Melisa, a ver si me convence la zorra esa.

Le di me teléfono a Luciana, que pasó algunos minutos escribiéndose con Melisa, mientras yo descargaba unos libros en mi computadora, intentando no darle demasiada importancia al asunto. Éramos esposos, pero eso no significaba que fuésemos a ir juntos a todas partes. Además, era justo que, al menos por una vez, Luci saliera a solas con alguna amiga, aunque fuese la zorra de Melisa. Habría muchachos que caerían sobre ellas como buitres sobre carroña, pero Luciana ni siquiera sabía bailar y además, tampoco era de tomar en exceso. Me tranquilizó imaginármela sentada en un rincón chismeando con Melisa, cuidando que no tomara de más y riéndose de los borrachos que hicieran el ridículo. Y, sin saber por qué, de pronto pensé en Ernesto y se me hizo un nudo en la garganta. El muy maldito se había interesado en si iríamos al baile esa noche; o, mejor dicho, en si iría Luciana. ¿Y si, aprovechándose de que yo no iba a estar, Melisa quedaba de acuerdo con sus amigos para ir juntos los cuatro?

—Amor, te voy a tomar la palabra —me dijo Luci de repente—. Ya me apalabré con Melisa. Nos vamos a ir juntas desde su casa, con su cuñada y el esposo de ella.

Eso me tranquilizó. Melisa no podía ponerse de zorra si iba a andar con la hermana de su marido, ¿verdad? Tal vez ya ni se acordara del mentado Esteban, con quien se había ido a cabalgar. O, tal vez, ya hasta se lo había comido y por eso ya no traía ganas.

El plan de Luci era irse cuanto antes a la casa de Melisa para arreglarse juntas, de modo que se apresuró a empacar sus maquillajes, sus artículos de higiene personal y la indumentaria que usaría esa noche: unas botas negras, un pantalón de cuero del mismo color y una blusa escotada que dejaba descubierta la espalda, también negra.

— ¿Amor, me prestas tu teléfono para tomar fotos? Te prometo que lo voy a cuidar muy bien, no como el mío. Te lo regreso mañana.

Yo no necesitaba el teléfono para nada, tenía mi computadora para trabajar, así que decidí acceder a la petición de Luci.

Llevé a Luciana en mi moto, la dejé frente a la casa de Melisa, la despedí con un beso tierno y regresé a trabajar. Pasé un largo rato leyendo un libro y resolviendo problemas hasta que, de pronto, me llegó un mensaje de Luciana por Facebook. Seguramente había cerrado mi cesión y se había conectado con su cuenta.

Luciana: Hola amor, ¿tú crees que apenas terminamos de arreglarnos? Ya nos vamos al baile. Mira cómo quedé.

A continuación, me llegaron varias fotografías de Luci posando frente al espejo del cuarto de Melisa. Mi esposa se había planchado el caballo y se había maquillado como ramera. Las botas hacían que sus nalgas se mirasen más levantadas y el pantalón, entalladito, las hacía resaltar aún más. La blusa negra, cuyos tirantes eran un par de hilillos delgados, cubría su vientre por completo, pero dejaba a la vista los brazos, la espalda y buena parte de los pechos. Con tan solo verla, se me paró la verga. Hasta pensé en arreglarme y alcanzarla en el baile, pero descarté la idea al recordar la cantidad de trabajo que tenía por delante. En cambio, le respondí su mensaje.

Ismael: Te ves bien rica, amor. Todos van a voltear a verte. Metete al baño y mándame una foto encuerada antes de que salgas de casa de Melisa.

Luciana: Amor, respétame. ¿Cómo me voy a encuerar aquí, si ya casi nos vamos al baile? Mejor, mañana que nos veamos, tú me quitas la ropa.

Ismael: Ándale, no seas mala. Mándame algo para no estar triste y no sentirme solo porque me abandonaste.

Luciana no me contestó en el instante, pero unos diez minutos después, me llegó una foto de ella en el baño de Melisa. Estaba frente al espejo y se había alzado la blusa y bajado el pantalón. Llevaba un brasier sin tirantes, una tanga diminuta, unas medias negras y unos ligueros. Con tan solo verla, casi se me para el corazón. Una mujer no usa esa clase de lencería a menos que vaya a dejársela ver, pensé. Aunque, tal vez, yo no sabía tanto de la mente femenina como pensaba.

Ismael: Te ves bien puta, Luciana. La neta cómo me gustaría estar ahí para meterte la verga. No vayas a andar mucho de coqueta, eh.

Luciana: No amor, no mucho jejeje. A mí también me gustaría que estuvieras aquí para hacer el amor. Al rato te escribo, ya nos vamos, bye.

Intenté seguir con mis deberes, pero la última foto de Luciana, en conjunto con esa línea en la que me había puesto “No amor, no mucho jejeje”, me hicieron sacarme la verga y comenzar a masturbarme. Tardé más de una hora en venirme, ya que me puse a ver fotos y videos en los que salíamos Luci y yo cogiendo.

Con el orgasmo, llegó la claridad a mi mente, de modo que me puse a trabajar e intenté dejar de pensar en Luci. En cierto punto de la noche, como a las dos de la madrugada, me quedé dormido y soñé que me estaba cogiendo a Luci, cuya cara de pronto se transformó en la de Mariana. Desperté dos horas después y advertí que mi esposa me había estado mandando mensajes durante buena parte de la noche.

Luciana: Amor, está muy bueno el baile. Vamos a tomar con unos amigos de la cuñada de Melisa. Apenas vamos a cooperar.

Luciana: Amor, hubieras venido, está bueno el chisme jejeje. La cuñada de Melisa le hizo un escándalo a su marido porque lo vio bailando con otra vieja. Ahora andan desaparecidos jejeje.

Luciana: Amor, ya nos vamos a la casa de Melisa, porque su cuñada nos dejó solas y sus amigos ya están todos mala copas.

Luciana: Amor, todavía no nos vamos. Nos encontramos con Ernesto y Esteban, los muchachos de hace rato, que nos llevaron a dar una vuelta en caballo, ¿tú crees? Melisa quiso quedarse un rato con ellos.

Ese era el último mensaje que me había llegado de Luci, hacía casi dos horas. De inmediato le escribí para preguntarle dónde estaba, pero no respondió, a pesar de que me apareció la notificación de que el mensaje había sido entregado. Intenté volver a dormirme, pero los nervios y los celos no me permitieron conciliar el sueño. Había sido un error dejar que Luciana saliera sola. ¿Cómo no vi venir que Melisa iba a querer meterla a sus puterias? ¿O, tal vez, muy en el fondo, si lo sabía?

De pronto comprendí que mi ansiedad no era porque temiera por la seguridad de Luciana, ella sabía cuidarse muy bien, sino porque quería saber qué más había pasado.

Salí al patio de la casa a fumar, pensar y caminar en círculos. Agucé el oído, pero no escuché ninguna música, ni vi en el cielo las luces de los reflectores, de manera que concluí que el baile ya había terminado; por lo tanto, no tenía sentido tomar mi moto e ir a buscar a Luciana, que a esas alturas, seguramente ya estaba en casa de Melisa.

—Por supuesto —me dije a mí mismo—. Ya está dormida y por eso no contesta.

Ese pensamiento me tranquilizó lo suficiente como para entrar a la casa e intentar dormirme de nuevo. Estaba a punto de conciliar el sueño cuando una idea, concisa y repentina como una flecha, atravesó mi mente. Me levanté de golpe y corrí hacia la computadora. Primero revisé Facebook, pero seguía sin tener ningún mensaje de ella. A continuación, entré a Whatsapp Web, cuya sesión siempre mantenía abierta en mi computadora. Aparecieron en mi pantalla todos los mensajes que Luciana había enviado esa noche desde de mi celular. El último mensaje se lo había enviado Melisa y no estaba abierto, pero se leía muy bien lo que decía.

Melisa: No mames Luci, saliste bien pinche puta jejeje.

El corazón se me aceleró, de modo que abrí el chat y rápidamente, sin prestar atención a las varias fotos que hacían por cargar, me fui hasta el inicio de la conversación.

Luciana: Meli, soy Luciana, te escribo del teléfono de mi marido porque el mío se me rompió, ¿tú crees? ¿Siempre sí vas a ir al baile? Ismael no quiere ir, dice que está cansado, pero me dio chance de irme contigo. Contesta, por favor.

Melisa: Pinche Luci, ya andabas tan peda que desmadraste tu celular jejeje, pero qué mala onda, estaba bien bonito. Y sí, sí voy a ir al baile. ¿Es enserio que tu marido te dejó ir sola, o me estás vacilando?

Luciana: No, no es broma. Es serio que sí me dejó.

Melisa: Pues qué puta envidia, no mames, ya quisiera yo que mi marido fuera así. Afortunadamente ahorita anda trabajando, pero cuando baja de plataformas, nada más está de mamón. Ni siquiera me deja tomar aquí, en la casa. ¿Oye, y entonces cómo le haríamos? ¿Nos vemos allá, o qué onda?

Luciana: Ismael me dijo que me podía quedar en tu casa, claro, si no tienes problemas. Entonces me podría ir para allá de una vez, para irnos juntas.

Melisa: Claro que no hay ningún problema. Lánzate de una vez para arreglarnos juntas. No mames, neta qué puta envidia por tu marido, te dejará andar solterita jejeje. Les voy a hablar a Ernesto y Esteban para que anden con nosotras.

Luciana: No mames, nada que ver con ese wey.

Melisa: No mames pinche Luci, si ya cabalgaste en su caballo, pues ya cabálgalo también a él jejeje, bien que quieres, no te hagas pendeja.

Luciana: Está guapo el wey, pero equis.

Melisa: Pues yo lo voy a invitar, a lo mejor ya cuando estés peda, se deja venir tu puta interior jejeje.

Luciana: La verdad no creo, jejeje, pero quién sabe, la brama es la brama. Oye, entonces te caigo en un rato, voy a buscar mis cosas, bye.

Esos eran los mensajes que Luciana se había enviado con Melisa antes de que la llevara a su casa. Al leer “la brama es la brama”, me comencé a acariciar la verga sobre el pantalón. La siguiente tanda de mensajes había tenido lugar varias horas después.

Luciana: No mames Melisa, ¿dónde madres te metiste? Ya están recogiendo todas las cosas del baile, ya se acabó esta madre. Dice Ernesto que si el Esteban anda contigo, que ya se vengan.

Luciana: Pinche Melisa, dime dónde madre estás. ¿Ya te fuiste? ¿Si voy a poder quedarme en tu casa? Responde rápido, no seas mamona, que el pinche Ernesto ya se está poniendo cariñoso.

Luciana: Vete a la verga wey, ya me voy a mi casa, me va a llevar el Ernesto, espero que estés bien, bye. Si me pasa algo, va a ser tu culpa, pinche culera.

Melisa tardó más de una hora en responder, pero terminó dando señales de vida.

Melisa: Aguanta Luci, andaba dándome cariño con el Esteban jejeje, andábamos en un hotel… bueno, en las sombras de un platanar jejeje, pero así suena más feo. ¿Dónde madre estás? ¿Ya estás en tu casa? Responde, por fa.

Luciana: No mames Melisa, te pasaste de pendeja. El pinche Ernesto según me iba a llevar a mi casa en su coche, pero el culero nada más venía agarrándome las piernas. Se metió en un pinche camino que nos llevó bien lejos del pueblo, me dijo que no iba a desperdiciar su oportunidad de estar conmigo y me besó a la fuerza, por tu culpa. Le dije que se fuera a la verga y él me respondió que entonces me bajara de su carro y me regresara caminando. Neta, vete mucho a la verga.

Melisa: No mames Luci, ¿es neta? Se pasó de pendejo el wey. Voy a hacer que le partan su puta madre, ya verás. En serio, discúlpame. Dime dónde te dejó ese wey, para mandar a alguien a que pasé por ti.

Luciana: No mames Melisa, jejeje, cómo crees que iba a irme caminando…

El siguiente mensaje de Luciana para Melisa era una foto de ella, frente al espejo de un cuarto de hotel. Luciana estaba en tanga y ligeros, pero sin brasier, con Ernesto detrás de ella, sin camisa, abrazándola y besándole el cuello. Al ver semejante escena, me llené de rabia, tristeza e imponencia, pero también me saqué la verga del pantalón y, con los ojos llenos de lágrimas, me comencé a masturbar.

En la siguiente foto, aparecía Ernesto frente al espejo, con Luciana arrodillada frente a él, mamándole la verga. En la siguiente, Ernesto estaba tendido en la cama, mientras Luciana, ya completamente desnuda, se la seguía mamando. En esa foto se apreciaban bien las dimensiones del pito de Ernesto, que era más grande y grueso que el mío. En la siguiente foto, Luciana estaba en cuatro, mientras Ernesto la penetraba como a una perra. La cara de mi esposa era de satisfacción total. Yo me masturbaba como un demente, sintiendo que el corazón se me saldría del pecho, pero también que me explotaría la verga. En la siguiente foto, aparecía Ernesto tendido sobre la cama, mientras Luciana lo cabalgaba tal como horas antes había sugerido Melisa. En la última foto, aparecía mi esposa con la cara llena de leche y la verga de Ernesto frente a su boca.

Melisa: No mames Luci, saliste bien pinche puta jejeje.

Luciana: Me voy a quedar con él jejeje, dice que me va a coger hasta el amanecer y luego me lleva a tu casa.

Melisa: Pinche Luci zorra jejeje, a la primera oportunidad, le diste las nalgas a otro wey jejeje, no mames, pobre de tu marido, que te dio la confianza, pero está bien, disfruta esa vergota, que bien que te la mereces…

Luciana: Te dejo, voy a seguir cabalgando jejeje, bye.

Me masturbé como no lo había hecho en mucho tiempo, desde la universidad, cuando Mariana me sorprendía de repente con algún mensaje para contarme sus puterias. Sentía que la verga me iba explotar. Quería acabar lo antes posible y al mismo tiempo, quería que durase para siempre.

Pensé que estaba en la cúspide de mi calentura, pero de pronto, me llegó un mensaje de Luciana por Facebook.

Luciana: Amor, perdón por no contestar, se me fue el tiempo. Ya estoy en casa de Melisa y ya me voy a dormir. Te amo, te veo mañana. Bye.

La mentira y el descaro de Luciana me rompieron el corazón. Sentí como si un puñal se me clavara en el pecho. Estaba a punto de dejar de masturbarme, indignado, cuando me llegó un segundo mensaje, apenas un minuto después que el anterior.

Luciana: Ismael, ojala puedas perdonarme, pero la neta te estoy poniendo los cuernos, porque soy una puta. Estoy en un hotel con el Ernesto. ¿Quieres ver cómo me coge, como hacías con Mariana? ¿Quieres ver?

Nervioso, indignado y enojado, pero sobretodo excitado, sintiendo que mi verga, que estaba dura como una piedra, me iba a reventar en cualquier momento, me apresuré a responder. Me temblaban los dedos para escribir.

Ismael: No mames, Luciana. ¿Cómo me sales con esas mamadas? Déjate de pendejadas y vente para la casa, por favor. No me hagas ir a buscarte porque te voy a hacer un desmadre. Sobre advertencia no hay engaño. Primer aviso.

Luciana: No, ni madres. Voy a seguir cogiendo con el Ernesto. Ya lo hicimos una vez y me los echó en la cara. Dime si quieres ver o no.

Ismael: ¿Por qué me haces esto, amor?

Luciana: Es lo que te gusta, no te hagas pendejo. Cuando te lo hacía tu amiga Mariana, no decías nada, así que no me andes con mamadas. ¿Quieres ver o no?

De pronto caí en cuenta de que yo mismo había creado a ese monstruo. Había pervertido a Luci a tal punto, que la había convertido en una segunda Mariana. Era aún más depravado, porque Mariana, al menos, no era mi pareja. Y lo peor es que tenía razón. La situación me excitaba sobremanera. Tal vez era mi destino ser cornudo. No, ni madres, esa es una humillación que no estaba dispuesto a tolerar. Y, sin embargo, aunque me negaba a aceptar mi realidad, mis dedos nerviosos escribían sobre el teclado.

Ismael: Sí, amor, quiero verte. Enséñame, por favor.

Me entró una videollamada de Luci y la acepté de inmediato. Ella estaba tendida sobre la cama, boca abajo, sosteniendo el celular frente a su cara, mientras Ernesto, sobre ella, la penetraba con fuerza. Mi esposa tenía la cara roja como tomate y se le notaba la satisfacción en el rostro. Gemía como una puta mientras Ernesto la embestía.

—Esto es lo que querías, ¿verdad? —Me dijo Luciana—. Por eso me dejaste venir sola. Querías que esto pasara y querías ver. Estás bien puto enfermo.

—Te pasas de pinche puta, mi amor.

—La neta sí. Ya me hacía falta probar otra verga. No sabía cómo ibas a reaccionar, pero me animé a escribirte porque estoy demasiado peda y demasiado caliente. Este wey me está partiendo en dos. Quiere que le dé el culo, pero ni madres, ese es para ti.

—Te voy a castigar por puta en cuanto te vea.

—No te hablé solo para que miraras. Te estoy mandando la ubicación del hotel, por si te quieres unir a la fiesta. Si agarras la moto puedes llegar en media hora y ver en vivo cómo me cogen. Pero no corras, que no quiero que la noche termine en tragedia.

Me vestí lo más rápido que pude, tomé las llaves de mi moto y conduje como poseído a la ubicación que Luciana me había enviado.

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