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Mi pareja, su hija y la empleada del hogar
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Ana, mi pareja, tiene 48 años (tres más que yo) y está estupenda. Corre dos veces por semana y hace gimnasia en casa. Tiene una hija de veinticuatro de una relación anterior. Nos conocimos hace dos años y desde entonces llevamos una vida en la que impera el respeto. Ana tiene amigas y algún amigo íntimo. Yo, por el contrario, soy un tipo bastante más solitario. Al principio, aquello no me pareció del todo bien y tuve un episodio de celos. Hablamos, intercambiamos puntos de vista y definimos la relación que mantendríamos. Para ambos era importante llegar a casa y tener a alguien en quién apoyarse. Sin preguntas.

Compartíamos gustos literarios, disfrutábamos conversando y lo pasábamos bien en la cama. Sí, lo hacíamos con frecuencia y ella o yo, según la ocasión, tratábamos de innovar y probar nuevas cosas. Así, descubrí que no le disgustaba el sexo anal de vez en cuando y ella, por su parte, se mostró dispuesta a ejercer, también de vez en cuando, un papel de dominación. Me encantaba llegar a casa y confesarle algo que había hecho mal en el trabajo, o la última vez, por ejemplo, decirle que me había distraído mirándole los pechos a la secretaria de mi jefe. Ana, metida en su papel, me sermoneaba y luego me ordenaba tumbarme en su regazo, boca abajo, con el culo al aire. Mi pene, excitado, colándose entre sus muslos. Los azotes, las caricias, su voz, me ponían mucho y acabábamos "cogiendo" de manera salvaje, sin tabús, como animales irracionales.

La semana pasada, el sábado, después de tres días con fiebre y voz ronca, mi pareja fue a la consulta. Volvió de la farmacia con un antibiótico inyectable y la correspondiente jeringa y aguja.

– Venga, túmbate sobre el estómago en la cama. -dije.

– ¿Ahora? -respondió tragando saliva.

– Sí, ahora. -dije con firmeza.

Las inyecciones le asustaban. Me contó que una vez, se escondió debajo de la cama cuando llegó el practicante y desde allí oyó como preparaban la inyección. Su madre, algo avergonzada, se disculpó con el galeno y enfadada, la agarró de una pierna y la arrastró fuera. Seguro que le cayó algún azote. El caso es que no podía hacer nada para zafarse de su destino, los pantalones del pijama y las braguitas abajo, el olor a alcohol y el pinchazo en el glúteo. Y luego, para aumentar la humillación, su madre, entre pastillas o supositorios, había optado por estos últimos, añadiendo más humillación a su difícil periodo de adolescencia.

La inyección estaba lista, apreté el émbolo y unas gotas de líquido emanaron de la punta de la aguja. Ana, apretó el trasero instintivamente.

– Relaja ese culete, que ya eres mayorcita. -dije.

Y cuando menos se lo esperaba, puse la banderilla.

– Pasado mañana viene Marta. -me dijo incorporándose y cubriendo su desnudez.

– Ok. -Respondí.

El lunes por la tarde, vino la empleada del hogar. Una vez por semana, por espacio de tres horas, Marija, una chica rubia de corta estatura, se encargaba de limpiar habitaciones o planchar.

Yo me encontraba tumbado en la cama con la Tablet, masturbándome, mientras mi pareja y su hija veían la tele en el salón. La empleada entró sin llamar y me pilló en plena faena, sacudiendo el pene.

– Lo siento. -musitó al percatarse de la situación.

Aunque me ruboricé reaccioné a tiempo.

– Por favor, no salgas. Haz tu trabajo y no te preocupes por mí.

Marija dudo unos instantes, pero finalmente cerró la puerta, echó una nueva mirada al miembro y se puso a pasar el paño.

Yo apagué la Tablet y la observé mientras continuaba con la paja.

– ¿Te llamas Marija verdad? ¿De dónde eres?

La muchacha asintió y respondió a mis preguntas. A su vez se interesó por mi trabajo. Finalmente, mirando el pene de nuevo, ya sin disimulo, dijo ruborizándose.

– ¿Le ayudo?

– Adelante. -dije retirando mis manos de la tarea.

La muchacha se acercó, observó con curiosidad, se mordió el labio inferior y dijo.

– ¿Puedo?

– Todo tuyo. -respondí.

Con habilidad, Marija tomó el palpitante miembro en sus manos y comenzó a estimularlo. Luego, acercando su boca, sacó la lengua y, con la punta, después de dejar caer un chorrito de saliva, lamió el glande. A continuación, se lo metió en la boca. Apreté el culo mientras el placer recorría mi bajo vientre.

– Acércate. -dije cuando sacó el falo de la boca.

La miré a los ojos, le toqué el culo y la besé en los labios.

En ese momento entró Marta.

– Mamá dice…

No terminó la frase.

– Cierra la puerta. -le dije con calma.

Mi "hijastra" obedeció mientras miraba todo aquello con interés.

– ¿Quieres participar?

– Mamá dice que cenamos en diez minutos.

– Diez minutos… nos da tiempo a algo rapidito. -respondí.

Marta no dijo ni que sí ni que no así que me levanté de la cama.

– Bájate los pantalones e inclínate. -ordené.

La veinteañera obedeció dejando su culo en pompa.

– Las bragas. -dije mirando a la empleada.

Marija bajó las braguitas de Marta hasta las rodillas y luego, separó sus nalgas dejando la vagina lista para la penetración.

Di un paso al frente. Mi pene erecto, listo para la acción.

– Un momento señor. -dijo Marija arrodillándose detrás del trasero de la joven.

Sacó la lengua fuera y un segundo después, enterró el rostro en la raja del culo de la joven.

Marta gimió y arqueó la espalda cuando notó la húmeda lengua explorando sus cavidades.

Aquello era super excitante. Aguanté un minuto mientras mi verga se ponía más dura todavía.

En cuanto la chica de la limpieza sacó su rostro en busca de aire, azoté las nalgas de la hija de mi pareja y metí el pene en la vagina empujando hasta el fondo.

Marta perdió el equilibrio durante unos instantes dejándose caer sobre la cama. Yo la tomé por la cintura, saqué el pene y la arrastré sobre la cama, su cuerpo en diagonal. Luego me encaramé sobre ella, metí de nuevo el pene en su sexo y apoyando la palma de las manos a ambos lados del tronco, empujé. Repetí media docena de veces, eyaculé fuera y me dejé caer sobre ella jadeando.

Al lado de la cama, de pie, con las bragas bajadas Marija se frotaba el coño con la cara colorada.

– Es hora de cenar. -anuncié.

Las mujeres se vistieron. Marija reanudó su trabajo y Marta, colocándose los pantalones fue al baño.

La cena transcurrió de forma amena. Vino blanco, sopa, pescado y conversación en torno a las amigas de Ana y al trabajo de Marta.

Sobre las diez Marta se despidió. La empleada se había ido antes.

Mientras me lavaba los dientes entró mi pareja en el baño en ropa interior, se bajó las bragas y se sentó en la taza.

– ¿Qué tal el día me preguntó?

– Bien. -respondí.

Luego se oyó un pedo y a continuación el sonido del pis chocando contra la taza.

– Me alegro. -añadió la mujer mientras pasaba el trozo de papel a lo largo de la raja.

– Por cierto… tienes gasolina para más. -añadió dándome un azote en el culo.

Me volví.

– ¿Qué se te ocurre?

Ana se desabrochó el sujetador.

– ¿Qué tal un masaje?

Sus tetas, coronadas por oscuros pezones, se merecían un esfuerzo.

Fin

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