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Mi prima se viste de novia (Capítulo 3)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

No sé si el instante en donde nuestras miradas se encontraron habría superado el segundo pero, incluso siendo así, Julia me había regalado un recuerdo que duraría por siempre en mi memoria.

Si darme nada, ni un gesto de complicidad, ni una sonrisa pícara, mi prima volvió a cerrar los ojos y continuó chupándole la pija al novio delante de mí. Otra vez las lamidas, su saliva cayéndole de la boca, su lengua jugueteándole en el glande fláccido del pibe desmayado.

No tenía dudas de que me había visto. Estaba seguro de eso. Pero a ella pareció no importarle ni en lo más mínimo.

Cuando se cansó de petearle la verga muerta, se puso de pie, se acostó en su lugar de la cama y se durmió.

Por mi cabeza volaba la imaginación, pero sobretodo volaban las preguntas. ¿Era un juego perverso de ella hacia mí? ¿Era yo el perverso, jugando sólo con mi mente?

Faltaba una semana para su boda, estaba todo arreglado, hasta incluso su luna de miel a la que partían ni bien terminada la fiesta. ¿Y justo ahora había decidido jugar con mis deseos? No le encontraba sentido.

Lo más parecido a una lógica que encontré, fue echarme toda la culpa a mí. Tal vez ella se encontraba en un momento de decisiones, de presiones sociales, de debilidad emocional; y yo me había aprovechado de todo eso tomándomelo a nivel personal. ¡Y encima esa noche estaba totalmente borracha!

Me dieron náuseas cuando entendí que le había fallado. Que Julia no había intentado calentarme, sino que era más bien un simple pedido de ayuda. Las náuseas se hicieron más potentes. ¡En vez de ayudarla, abusé de ella! Yo era su mejor amigo, su propio primo y en vez de acompañarla, la había manoseado.

¡Yo era aquella especie de adulto referente y le había manchado todo el culo al apoyarle la pija, mientras dormía borracha!

Me levanté de golpe y fui a vomitar al baño. Me miré al espejo y me di asco. Ya no tenía excusas. Todo, absolutamente todo era culpa.

Abrí la canilla para juntar agua en mis manos y estamparlas en mi rostro, pero la cerré de inmediato. Esta vez tenía que irme, si o si, y las veces anteriores que me lavé la cara, había encontrado, al instantes, excusas para quedarme. Esta vez no. Agarraría las llaves de Julia, me iría y tal vez con suerte, más tarde recibiría un llamado de ella pidiéndome que vuelva a abrirle. Ahí, tal vez, podría contarle lo sucedido y disculparme con las cosas más calmas y tal vez, ella me perdonaría.

Eran muchos “tal vez” pero sino no, todo era la nada.

Escribí una nota diciéndole que me llevaba su llavero, que me llame cuando se despierte y vendría a rescatarla. Abrí la puerta y me frené de golpe al segundo paso que di en la vereda. Tuve una idea y volví a entrar. Fui hasta la habitación, agarré la tanga blanca que había tirado al suelo y la guardé en mi bolsillo. No era ni un recuerdo, ni un souvenir: pensé que tal vez podía inspeccionarla al llegar a mi casa, en busca de algún signo, un poco de flujo o alguna mancha que alivie mi culpa al mostrarme si, al menos, ella también se había calentado. Si, aunque sea, sentir mi pija presionándole el agujero del orto, la había excitado.

En el colectivo recordé su mano tocándose el culo y la bombacha cuando la sintió pegajosa. Recordé, también, la mirada en sus ojos mientras se comía el pito de Fabián. Recordé que ella me había pedido que me acueste con ella. Que la abrace y que, cuando lo hice, ella misma acomodó la cola pegada a mí.

Pero me frené. Cumplía con todo el cliché de los violadores: “Ella me buscó primero”, “Ella se me insinuó”, “Ella estaba vestida como una putita”, “Ella se hacía la que no, pero bien que quería”. ¿En qué parte de la historia dejó de tener importancia el consentimiento?

Giré mi cabeza hacia el lado de la ventana del colectivo y volví a vomitar. Si había gente mirando o no, me importó poco.

Lo único parecido a ese consentimiento, era una frase que le había dicho a sus amigas en un juego. Era un argumento sumamente débil. Imperceptible. Ni siquiera sabía si era un argumento.

Vomité de nuevo. Lo peor de todo era que sabía que toda esa situación me había sobrepasado. No sé si habría podido no hacerlo. Me sentía culpable, es cierto, pero lo que me dolía aún más, era que no había podido parar.

Si se me daba la oportunidad otra vez, no sabía si no volvería a hacerlo.

Tuve miedo de mí mismo. La pasión y el deseo que mi prima había despertado en mi, me daba miedo: ese era el cliché más peligroso: “No me pude aguantar”.

Al llegar a mi departamento, lo primero que hice fue irme a la cama. Eran las 12 del mediodía y ya estaba realmente muy cansado. Me quedé dormido al instante y a las tres horas me desperté con la chota paradísima. No solía recordar mis sueños, pero este quedó en mi mente como si fuese una película.

Estábamos con Julia en una habitación hermosa, como si fuese un hotel de cinco estrellas. Mi prima en la cama, recostada boca abajo y yo encima de ella. Junto a nosotros había un ventanal donde se veía el cielo celeste, completamente despejado; pero había una particularidad: el suelo también era cielo, celeste, despejado. Exactamente igual. Como si estuviésemos volando y el cuarto fuese nuestra nave nodriza.

Yo intentaba hacerle la colita suavemente, despacio. Ella gritaba cuando mi pija entraba un poco, se quejaba que le dolía, pero me pedía que no pare. Intentando de esa manera habremos estado un buen rato. Podía sentir lo apretado que estaba, cómo la temperatura de su ano me abrazaba la verga y hasta lograba imaginarme pensando “Que lindo es desvirgarse un culito así”. Luego recuerdo cuando ya había entrado. Esta vez no le hacía la cola. Esta vez le rompía el culo. Con todas mis fuerzas. Julia lloraba del dolor y yo con una mano le tapaba la boca, pero cada tanto lograba quitársela para gritar más fuerte y pedirme que no pare. Que siga. Que por favor la trate como a una puta. Que no importaba si al otro día no podía sentarse o si no podía caminar por una semana entera. Que no le importaba si tenía que estar un mes durmiendo con el culo para arriba, para soportar el dolor. Y yo cumplía sus órdenes como una fiera animal. Y desperté. Si existiese la opción de quedarme en ese sueño por siempre, la habría tomado, sin dudar.

Me fui al comedor, prendí la tele y encontré un partido de futbol. Jugaban Belgrano de Córdoba y Sarmiento de Junín. Un embole. No conocía a ninguno de los veintidós jugadores que estaban en la cancha. De todas formas, puse una silla enfrente y me lo puse a mirar. “Cualquier cosa que me frene el bocho, me iba a ser útil”. Pero no funcionó. Entre el sueño que había tenido y todo lo vivido la noche anterior, no podía bajar la excitación. Cada recuerdo me hacía latir el pito.

Me acordé de la tanga blanca de Julia que tenía en el bolsillo del pantalón y la fui a buscar. Mirarla por dos segundos me alcanzó y me sobró para notar lo manchada de flujo, ahora seco, que estaba la parte donde tenía la concha apoyada. Por un lado me relajó un poco la culpa pero por el otro, tener su bombacha sucia en mis manos, desato otra vez a ese monstruo con un apetito sexual tan prohibido que me ponía la piel de gallina.

Ahí sentado, en la silla de mierda, frente un televisor de mierda, que transmitía un partido de mierda, volví a sentirme en el paraíso cuando lleve la prenda íntima de mi prima hacia mi cara y pude sentir el olor de su conchita. Me volvía loco. Podía sentir el olor a guasca que mi pija apenas le había dejado en la parte del culo, cuando ella todavía la tenía puesta y más loco me aún me ponía. No dude en metérmela en la boca, desesperado. Quería sentir todo. Nuevamente en mi mano, la acomodé y comencé a lamer, primero lento y luego sin control, esa parte que había recibido sus jugos vaginales. Era un éxtasis. Una droga que te transportaba a otro mundo. “Este es el gusto de la concha de mi prima” pensaba.

Entonces no aguante más. Saque la verga afuera, puse el glande sobre la parte donde iría su concha y me comencé a pajear. A las tres subidas y bajadas la bombacha blanca ya estaba empapada por mi semen. Esa había sido, hasta ese momento, la mejor paja de mi vida.

Ahora si ya estaba relajado. Volví a mi cama y nuevamente me dormí al instante. Esta vez, si soñé algo, no lo recordé.

Me desperté sintiéndome como nuevo. Quise averiguar cuantas horas había estado roncando y agarré el celular. Habían sido 4. Pero además de la hora, el celular me mostró que tenía 15 llamadas perdidas de Julia. “¡La puta madre! ¡Las llaves!”, pensé. “O quiere que le explique por qué le había manoseado y punteado el orto toda la noche”. Daba igual. Intenté llamarla pero no me contestó. Le mande un mensaje diciendo que me bañaba e iba para allá. Esperé más o menos un minuto y como no me contestó, me metí a la ducha. “A ver si con la suciedad del pelo y la piel, se va también la de mi mente y mi alma” Pero ni siquiera con agua bendita se podía frenar lo que ya había arrancado.

Salí del baño, me vestí rápidamente y cuando estaba por abrir la puerta de mi departamento, escuché que alguien golpeaba. Era Julia. Lloraba desconsoladamente y tenía en su mano una bolsa parecida a las que te dan cuando compras algo en un shopping. La abracé de inmediato, ella soltó la bolsa y puso su cara en mi pecho, como hacía siempre.

– Recién llamé al registro civil, al salón, al catering y a la iglesia. – me dijo sin poder parar de llorar – Suspendí la boda. ¿Me puedo quedar unos días acá? ¿Por favor?

No quiero que piensen mal. Por supuesto que estaba interesado en saber qué había ocurrido. También deseaba saber si yo había tenido algo que ver con semejante decisión. Por supuesto que ver a mi prima llorando de esa manera, me ponía en una situación de tristeza también a mí. Por supuesto que sabía lo feliz que estaba por casarse con el hombre de su vida, a quien no tenía dudas, amaba profundamente. Y por supuesto que sabía que el que se le haya arruinado el plan que tanto había soñado, la hacía completamente infeliz.

Pero en ese momento lo único que pasaba por mi cabeza era que en mi departamento no había sillón, ni colchón, ni siquiera una colchoneta. Sólo había una cama.

La tomé del rostro, le sequé las lágrimas, le besé la frente y le dije que sí. Que se podía quedar todo el tiempo que quisiese.

Si les gusta, esta historia continuará…

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