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El texto que va a continuación es producto de una plática con un amigo de mi esposo, desde la adolescencia, con quien tenemos una gran amistad y, además, yo me siento muy libre cuando hablo con él. Supongo que nuestro acercamiento lo propició Saúl, mi marido, para guiarme psicológicamente, aunque también cabe la posibilidad de que el amigo se interesara en mis aventuras y mis sentimientos desde el punto de vista académico pues ha buscado conocer a otras personas como yo y entrevistarlas una vez que gana su confianza. Incluso ha escrito un par de libros con relatos que han salido de lo que le platicamos. Él escribió el primer capítulo de uno de los libros de relatos con lo que yo le conté, el segundo capítulo tiene relatos de otra señora de mi edad y el tercero son experiencias de otras mujeres más jóvenes. Según me dijo Saúl, no se trata de relatos pornográficos sino de material de apoyo en una cátedra de posgrado que da en la universidad de la ciudad donde vive.

El archivo de la grabación de donde extraje esto tiene el enigmático título Caso GT-03-EL27, la cual me proporciono junto con otras diez más. (Me siento conejillo de indias.) He omitido varias cosas que no tiene sentido poner en un foro como este, por ello quizá les parezcan bruscos los cambios de tema.

-¿Tenían algún lugar fijo para disfrutarse?

-No siempre. Después de unos besos y con las caricias mutuas del faje, cualquier lugar era bueno para hacer el amor y disfrutar completamente del sexo. Incluso bastaba encontrar allí mismo un rinconcito escondido de las miradas de los indiscretos, si es que la calentura nos ganaba y ya no podíamos ir a un lugar aislado o tranquilo…

-¿Cómo iniciaban “el faje”?

Siempre, al primero o segundo beso, las manos de él ya estaban sobre mis copas, luego besaba lo que podía de mi pecho, hasta donde el escote y sus manos lo permitían. Muchas veces sacaban el pezón, o la teta completa, y comenzaban a mamar: ¡qué delicia sentíamos! En ese momento mis manos irremediablemente indagaban de qué tamaño era su deseo… Si podía le metía la mano en el pantalón y acariciaba su glande y su tronco. Siempre me encontraba con que ya le salía mucho líquido preseminal y con él le restregaba el capullo con mis dedos.

-¿Era una rutina lo que hacías?

-No, no era rutinario ni automático. Todo podía empezar con una plática en una fiesta, un paseo por el campo, durante el descanso en la función de teatro… En fin tantas y tantas cosas… Lo que sí fue sintomático, en todos los casos, las acciones de la primera vez: la atracción mutua y la reiteración de las miradas hasta que establecíamos contacto. No sé lo que sentirían ellos, pero yo sentía “el flechazo” desde que les veía la cara de deseo, de inmediato creía sentir la tibieza de su rostro sobre el mío e imaginaba un preámbulo que poco a poco me iba mojando la vagina.

-Durante el baile, era común que te pegaras a tu pareja.

-Una cosa es que el baile lo requiera o, más bien, no pueda impedirlo, como ocurre con algunos pasos de tango en una coreografía, y la otra posibilidad es que el baile favorece la seducción, aunque sea Twist y no estés en contacto con tu pareja: Imagina ahora que estás bailando con una persona encantadora, es obvio que el baile de contacto propicia la tentación y el deseo de estar más juntos, ocasiona el grato franeleo previo al acto sexual completo. Así, el baile te da la oportunidad de llevarte a alguien a la cama, si trabajas bien en esa dirección. Sí, si alguien me gusta y estoy bailando con él, no pierdo la ocasión de pegarme y presionar mis tetas y nalgas contra su cuerpo, y con mis piernas medir qué tanto crecen sus ganas por mí.

-¿Qué pasaba cuando sus ganas crecían y estaban tus hijos presentes?

-Si estábamos en la casa, era muy fácil, pues desde que recibía la visita había ido al baño a quitarme las pantaletas para estar más a gusto. Mi pareja sabía que me gustaba que él no trajera ropa interior para que las caricias fuesen más directas. Generalmente nos sentábamos en la mesa donde platicábamos, es un decir, pues yo abría las piernas y él se bajaba el cierre de la bragueta donde yo sacaba ese tesoro del que ya fluía de líquido preseminal. Nos acariciábamos los genitales, ocultos por el mantel a la visión de mis hijos que a veces, en sus juegos, pasaban por el lugar. Nuestros dedos se mojaban de nuestras respectivas viscosidades, nos chupábamos los dedos y compartíamos en ellos los sabores. Cuando la calentura exigía más, les prendía la tele en el estudio a mis hijos y les pedía que se quedaran ahí mientras “platicaba” con mi amigo. Cerraba la puerta y a él lo agarraba de la verga para llevármelo así a la recámara, cualquiera era buena: la mía, la de mi hermana o la de mis hijos. Allí lo besaba y las caricias estallaban. Era frecuente que cuando él ya tenía mis tetas afuera y las mamaba, me subía la falda, ¡de inmediato ascendía el olor de mi vagina, ya mojada y caliente! Yo le desataba el cinturón y él se bajaba de inmediato los pantalones, me ensartaba y caíamos en la cama. Se movía frenéticamente provocándome dos o más orgasmos y se vaciaba en mí. Quedábamos quietos disfrutando la calma del amor consumado. Si por alguna razón, escuchaba que se abría la puerta del estudio, a la cual le rechinaban las bisagras, me levantaba de inmediato cerrándome la blusa para salir antes de que llegaran a donde estábamos y cerraba la puerta para que no vieran algo más mientras mi amante se levantaba el pantalón. A veces alcanzábamos a tener otro orgasmo más o yo le limpiaba el pene con la boca y le ofrecía mi vagina para hacer un rico 69.

-¿Y si andaban afuera…?

-Supongo que te refieres acompañados de mis hijos. Obviamente no era fácil, fueron escasísimas las veces que tuve una penetración en esta situación. Recuerdo dos.

-Una de ellas con Roberto. Sólo nos acompañaba mi niña, entonces de tres años; habíamos ido al bosque a juntar piñas para adornos navideños. Al terminar la recolección de piñas, arribamos a una ciudad turística y comimos en el restaurante de un hotel, donde mi pareja solicitó un cuarto mientras comíamos. La niña estaba muy cansada y le dijimos que descansaríamos allí. Más tardó en acomodarse sobre la cama king size que en quedar dormida. Abrí la puerta y entró mi amante. Lo que siguió fueron besos, caricias y fornicación desenfrenada provocada por el morbo de que ella pudiera despertarse con el movimiento y nos descubriera en pleno clinch amoroso.

-La otra fue con Eduardo y tuvo más sicalipsis. Te recuerdo que mis parejas y yo no usábamos ropa interior en nuestros encuentros, preferentemente yo traía falda o algún pantalón holgado al cual le descosía un poco la zona de la entrepierna. Fuimos a una función de títeres para niños que se presentaba en un teatro pequeño. Estaba lleno y logramos dos lugares en la última fila donde se sentaron los niños y nosotros nos acomodamos en la parte trasera de esa fila, a un lado de la cabina de proyección y control de luces. Cuando inició la función y se apagaron las luces, Eduardo se colocó detrás de mí, se sacó el pene y me levantó la falda. ¡Rico…! Toda la función estuvimos de pie cogiendo de cucharita o bajando uno para chupar el sexo del otro. Si alguien con buena vista hubiera volteado hacia atrás, se hubiese dado cuenta que la función estaba mejor colocándose de espaldas a los actores.

-Según dices, disfrutabas cada nuevo amor. ¿El que tenías hacia tu esposo ya no te parecía atractivo?

-Según yo, Saúl tenía que ser el culpable de que sintiera tanta angustia de no encontrarme a mí misma, por lo tanto, al inicio no me interesaba mucho que él se sintiera mal con mis infidelidades.

-¿Por qué mantuviste relaciones simultáneas con varias parejas?

-Sí eran simultáneas, pero nunca al mismo tiempo, no soy tan promiscua. De cada uno había algo distinto que me gustaba y me llenaba en el momento de estar a su lado y no quería perderlo. El sexo era la culminación de nuestra comunión y eso ¡también me gustaba y me llenaba la vagina de puro gusto!

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