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Mi prima se viste de novia (Capítulo 7)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Al escuchar sus palabras, bajé una mano y la apoyé en su cola. Mi prima siguió acariciándome la pija suavemente sobre el bóxer, sin dejar de mirarme a los ojos, aunque los míos ya se encontraban desviados hacia el techo.

Cuando mi erección ya fue más que evidente, Julia comenzó a jugar con sus uñas. Me rascaba la verga sobre la tela con un dedo, a veces dos, sin notar mi temor a que vaya explotar en cualquier momento. La imité rasguñándole despacito la nalga. Rondaba el silencio y ambos sospechábamos que sería poco práctico emitir palabra alguna.

Ya preso por el demonio, apreté el dedo índice sobre su ano, como queriendo metérselo con bombacha y todo. El silenció se rompió con su suspiro.

Giré mi cuerpo y ella acomodó el suyo, hasta quedar enfrentados y otra vez mirándonos cara a cara, aunque en realidad lo que nos mirábamos eran nuestras bocas. Me moría de ganas de besarla, de sentir el gusto de su lengua enroscada contra la mía. El olor de su aliento se sentía como la peor de las morbosidades diluida en los dos o tres centímetros de aire que había entre nosotros.

Sin pensar nada más, puse mi mano en la parte de la tanga que sostenía a su conchita y al presionar un poco con el dedo que segundos antes tenía en su ano, recordé a Macarena.

Maca había sido mi primera novia, mi primer gran amor, con ella había tenido mi primera experiencia sexual y ella también lo había hecho conmigo. Tal vez percibir la concha apretada de mi prima bajo su bombacha conectó en mi mente aquella hermosa sensación al romperle el himen a esa morochita de la cual había estado perdidamente enamorado, varios años atrás. Pero al instante supe que no, no era eso.

Macarena me había dejado de un día para otro y en aquellos tiempos mi corazón estaba destrozado. No entendía por qué, ni para qué, ni siquiera hasta el día de hoy he logrado encontrar alguna pista previa que se me haya podido haber salteado entre tanto amor y llanto. Había cortado la relación dejándome completamente sorprendido y desbastado, es cierto, pero también me regaló una flor de lección: a los pocos días de su tajante decisión me llamó para volver a vernos. Imagínense mi alegría e ilusión, en aquel entonces, al sentir que la recuperaría, que no volvería a equivocarme (si era que lo había hecho), que conseguiría otra oportunidad y que volveríamos a estar juntos, ésta vez para el resto de nuestras vidas.

Nos encontramos y pasamos una tarde fantástica. No dejé de decirle cuánto la amaba y todo lo que cuidaría de ella desde ese día en adelante. Verla sonreír y hasta emocionarse con mis palabras, me hicieron sentir el pibe más feliz del mundo.

Esa fue la última vez que la vi.

Esa tarde me había “chequeado”. Su ego en realidad me había chequeado. Había pasado la tarde conmigo solamente para inspeccionar cada detalle, para saber si yo seguía disponible para ella. Supo que sí, se tranquilizó, se sintió mejor con su autoestima y siguió adelante. Sin mí. Ya no me necesitaba y lo bien que hacía. Yo aprendí que con tal de no lastimarse la autoestima, las mujeres pueden ser los seres más crueles de la tierra. Y por supuesto, a no dejarme “chequear” nunca más.

Eso era exactamente lo que Julia estaba haciendo.

Faltaba sólo un paso más para cogerla como a una putita y no podía darme el lujo de fallar en nada. Quité mi mano de su concha y aproveché para continuar con mi plan: había llegado la hora de desdramatizar el hecho de que fuésemos primos, trasladar ese problema a otro más fácil de resolver.

Entiendo si me tildan de obsesivo o de analizar mucho las cosas. Realmente no lo soy. Esta nunca pretendió ser de esas historias donde la prima se le tira, o acepta al toque, o ambos desatan las ganas acumuladas. No. No digo que no sean ciertas las anécdotas de esos tres o cuatro afortunados, digo que aquí pretendo relatar lo que nos pasa a los simples mortales en la realidad. Podrán tratarme de aburrido, pero nunca de mentiroso. Desde el primer momento les dije que iba a explicar todos los detalles necesarios. Y si no lo logro, al menos dormiré tranquilo al saber que hice todo lo posible para enseñarles que, si con estas tácticas logré algo con mi prima, ustedes pueden lograr lo que quieran, cuando quieran y con quien quieran.

Y es más, aprovechando que rompí varias reglas literarias con esta aclaración, permítanme romper una más y repetirles a modo de ferviente consejo: Nunca se dejen “chequear”. Nunca. No les den respuestas a sus temores. Dejen que las preguntas que las pibas se hacen, las responda su imaginación. Créanme: su imaginación jugará siempre para ustedes. Respuestas ambiguas como “Estoy aprendiendo muchas cosas”, “Estoy viviendo experiencias nuevas que jamás pensé que serían tan agradables” o “Estoy aprendiendo a disfrutar de personas que ni sabía que tenía cerca”, no solamente crean misterio y ponen su inseguridad a trabajar, sino que también los hará aparentar más maduros, más libres y sobre todas las cosas: más independientes de ella. Siempre ambiguas, ojo, nunca digan que están con otra persona si no es cierto.

Esa conclusión tienen que sacarlas ellas mismas reflexionando en su cama, por la noche, solas. La idea no es darle celos, sino hacerlas maquinar. Tampoco jamás le rueguen a una mina volver con ustedes si ella los dejó, o les pidió un tiempo. Jamás apuesten a su instinto maternal brindándole lástima. Si existen chances de que vuelva sólo las aprovecharán mostrándose bien, contentos, rehaciendo su vida. Aunque sea mentira. Y no sean giles: no la llamen mil veces, dejen que sienta ella también el miedo a perderlos a ustedes. Que sientan que si la relación se termina, ustedes entran al maravilloso mundo de la soltería donde mil conchitas nuevas los esperan con las piernas abiertas y ellas al mismo mundo donde, lejos de parecerles maravilloso, deberán aguantar día y noche su natural miedo a morir solas. Aunque sea mentira.

Si, ya se. Los hombres también solemos ser crueles cuándo lastiman nuestro amor propio.

-No es sólo el hecho de ser primos, July. –Dije acariciándole, ahora, el rostro.– Ni siquiera creo que ese sea el verdadero problema.

Ella me escuchaba con atención y sintiéndose a penas rechazada quitó su mano del bóxer y la apoyó sobre mi abdomen, sin dejar de jugar con sus uñas.

-No pienses que no tengo ganas, boluda. No dudaría ni un segundo en ponerte la pija hasta el fondo, si fuese otro contexto. Sabes que sos hermosa. Tocarte el culo nomás me hace parar la verga como nunca.

Su mano volvió a la pija y una vez más su respiración me decía que se estaba excitando.

-El problema es que si nos descubren, se arma flor de quilombo. Ser primos, vaya y pase. Somos dos personas que se quieren mucho antes que eso. Pero si cogemos, es probable que nos cueste disimularlo.

Julia no decía nada, sólo me escuchaba y eso era una buena señal. Ahí estaba la clave para desdramatizar la situación incestuosa. Ser primos era inevitable, un problema que jamás se iría a resolver, nuestro parentesco era de por vida; pero al trasladarlo al “ser descubiertos”, además de provocarle un poco más de excitación al ser algo prohibido, se volvía un problema que tenía solución por lo que había chances de resolverlo.

-Imaginate que te hago la concha acá nomás, ¿cómo vuelvo a dormir en esta cama, en esta pieza, sin pensar en hacértela de nuevo? –le pregunté retóricamente. Mi idea era clara: echarle todo el problema encima al lugar e ir proponiendo, con el tiempo y como solución, ir a un telo.

A estas alturas yo ya lo imaginaba con absoluta nitidez: ir a un hotel alojamiento, pagar toda una noche, comerle la concha, llenársela de leche luego. Continuar hablando se me hacía más difícil cada vez que las escenas recorrían mi mente. Pero debía continuar. Con paciencia, es cierto, todavía era jueves y me había puesto como meta cogérmela el sábado o el domingo, a más tardar.

-Es cierto, Rodri. Algún error vamos a cometer. Una mirada de más delante de la gente equivocada puede llegar a ser suficiente. Si cogemos nos van a descubrir aunque sea por una pavada.

Estaba cayendo en la trampa. No volvió a repetirme lo de ser primos.

-Y sí. La otra vez me chupaste el cuello y estaba tu amiga ahí nomás. –le respondí al segundo. En el inter texto le dejé en claro que era su responsabilidad. Ella era la que debía tener más cuidado.– Es cierto que podemos hacer otras cosas, como decís. Pero coger, July, no podemos. Al menos así, no.

Volví a poner dos dedos sobre su bombacha, acariciándole la conchita. Le dije que podíamos tocarnos y ella soltó otro suspiro. Pero yo además de la almeja, necesitaba tantearle otras cosas más.

-Podemos masturbarnos el uno al otro, también. –ella cerró los ojos, cómo disfrutando. Sabía bien que el límite lo pondrían sus gestos, por lo que la miré con atención.– Podemos apoyarnos sobre la ropa, frotarnos, no hace falta que te la meta para divertirnos un poco. –Julia soltó otro suspiro y apenas pude disimular el mío cuándo en su rostro encontré aceptación.

Mi calentura en ese momento era extrema. La seguridad que tenía me permitió avanzar un poco más. Con destreza absoluta corrí su bombacha con los dedos y apoyé, de lleno, la palma de mi mano sobre su concha desnuda. Estaba empapada. Un poco áspera. La textura me indicaba que hacía apenas unos días se la había depilado por completo. Me recorrió un escalofrío sensacional. La pija bajo el bóxer se me puso dura, como pocas veces la había sentido.

“Le estoy tocando la concha desnuda a mi prima” pensé. “La conchita de Julia me está mojando la mano con todos sus fluidos”.

Casi hipnotizado quise acomodarme para meterle los dedos, aunque sea la yema de uno de ellos. Pero ahí me frenó. Quitó mi mano haciendo un esfuerzo. Ella también estaba muy caliente. Sentí yo ahora el peso de la ansiedad. Me moría de curiosidad por seguir diciéndole cosas y ver hasta dónde ella aceptaría. Si también lograría convencerla de que podíamos besarnos, hacernos sexo oral, acabarnos en la boca. Pero si bien eran cosas que no involucraban penetración, tenía que volverme frío y saber que todavía tenía tiempo.

-Dejame pensarlo, Rodri. ¿Puede ser?

Le mentí diciéndole que sí. Que por supuesto. Que no tenía absolutamente ningún problema. Y que, al contrario, me dejaba más tranquilo saber que ella entendía que esto era una cosa que debíamos pensar bien, como adultos y que no podíamos cometer ningún error. Esto último era en parte cierto, sólo omití decirle que en realidad ella iba a pensar lo que yo quería que piense.

Lo pensó ese jueves. Lo pensó también el viernes. Y el sábado por la tarde, cuando estaba por decirme que todavía lo seguía pensando, comencé a hablar primero yo:

-July, ¿Te jode si me voy a dormir a lo de una compañera de trabajo, que quiero terminar un par de cosas?

Sonaba a ultimátum, lo sabía. Pero llevaba dos días recibiendo caricias en la pija, manoseando una colita hermosa y toda la leche seguía acumulada en mis testículos.

-No quiero dejarte sola un sábado, pero de verdad es urgente –le mentí. Ella sólo pensaba en silencio.

Ya estaba de vacaciones, ambos lo sabíamos. Pero que mi compañera de trabajo era imaginaria, lo sabía sólo yo. Debería estar contando la plata para pagar un hotel donde la concha de mi prima quedaría roja, no esperando una respuesta donde pagaría un hotel para masturbarme solo. Ante su silencio, decidí continuar:

-Si querés podés invitar a tu amiga, la petera con conchita salada. Tienen todo el departamento para ustedes solas. Hay cervezas en la helad…

-No hay drama, Ro. Andá –me interrumpió– Estuve pensando lo que hablamos la otra vez. Ya sé que podemos hacer. Pero lo charlamos el domingo –Me dijo al fin, con una sonrisita que me causó gracia: mi prima creía que era ella quién me estaba manipulando a mí.

Me acerqué y la tomé de la cintura. Le pregunté cuál era entonces la decisión que había tomado. “Podemos ir a un telo” era la respuesta para un diez. “Podemos masturbarnos” era un cuatro.

-Podemos tocarnos, apoyarnos, hacernos acabar. Podemos también decirnos cosas. Qué nos haríamos, qué nos gusta. Eso sí, con ropa, no podemos vernos desnudos.

Le pregunté por qué no, entendiendo que de esa respuesta vendría su nota. Si me decía que no podíamos vernos desnudos por ser primos, se iba directamente a marzo.

-Porque si te veo la pija no voy a poder disimular delante de nadie que te la quiero chupar.

Aprobada. Un 6 digamos. Era un buen comienzo. Si los restos que quedaban de la conciencia de mi primita sobrevivían a la calentura de mis manos y mis palabras sin pedirme por favor que vayamos al telo, el domingo se lo pediría yo.

Puse mis manos sobre su jean y le desabroché el primer botón.

-Quedate en bombacha y vamos a la cama.

No habrán pasado ni 30 segundos que ya la tenía como le había ordenado. Se puso de espaldas y me dijo que le apoye el bulto en la cola, y así lo hice. La tomé de las caderas y me pegué con fuerza sobre su cuerpo. Era el éxtasis. Un nirvana producto de mis propias hormonas cerebrales. No aguanté mucho más y decidí tocarle el orto. Puse mi mano en su tanga y la recorrí con los dedos, sentí cada contorno, cada milímetro de tela antes de detenerme en la entrada de su ano. El gemido que emitía con cada uno de mis movimientos, parecía estar a tono con los latidos que me daba la verga. Tenía a mi prima como aquella primera noche, entangada y a mi merced, pero esta vez, gracias a su colaboración, podía llegar con mi mano hasta su conchita.

Otra vez. Una vez más mi mano se sintió húmeda por el flujo vaginal de mi prima favorita. Una vez más, de lo que sabía, serían muchísimas, pero muchísimas más.

Volví a manosearle la cola cuando en su vagina me topé con sus dedos. Julia ya no aguantaba no poder tocarse. Mi mente estaba desbordada por el placer de nuestras perversiones.

-Haceme la cola, Ro. Desvirgala. Que quede para siempre amoldada al tamaño de tu pija. –dijo entre gemidos.

No le di ningún lugar a la sorpresa. Simplemente me dejé llevar por las ganas que tenía de romperle el culo. Rápidamente me bajé el bóxer y le hice a un lado la bombacha dejando la entrada del orto desprotegido. Ni se me ocurrió usar un dedo, o dos, para dilatarlo un poco: de una, así como estaba, lo presione con mi glande, que lo lubricó en un instante. El calor de su esfínter desnudo sobre la piel de la cabeza de la verga me volvía loco.

“La pija en el orto de mi prima”.

Ella gemía y se masajeaba el clítoris, desesperada. Yo hice un poco más de presión, pero estaba realmente muy cerrado.

-Pará, Rodro. Pará. –dijo, como haciendo fuerza contra una contradicción.– Son palabras. No me lo hagas de verdad.

Recién ahí entendí su juego. Era mucho y muy fácil para ser real. De todas formas, no perdí ni una pizca de excitación.

-Tócame la concha mejor –Y se puso boca arriba, como cuidando el culo sobre el colchón.

Allí llevé mi mano y comencé a acariciarle el clítoris sobre la bombacha. Mi boca fue directamente a su oído y comencé a jugar yo también.

-¿Te gusta, pervertida? Que tu primo te haga la paja, te gusta ¿no? –Julia asentía con la cabeza y el poco aire que salía de sus labios.– Me estas dejando la mano toda sucia de concha.

-Quiero la leche en la lengua, Rodro. La quiero acá.

Un ratito después, nuestra relación cambió para siempre. Se retorció a más no poder y sobre mi mano llegó al orgasmo. Incluso caliente como estábamos supimos en ese instante que de esto no habría vuelta atrás. De un orgasmo no hay vuelta atrás. Ya no era parte de mis teorías. Eso era una ley.

-Te toca a vos, ahora –dijo agarrándome la pija sobre el bóxer y comenzando a moverla, como si iría a masturbarme así.– ¿Y a vos? ¿Te gustan las pajas que hace tu prima? –preguntó volviendo a excitarse.

Estaba recibiendo una sensación hermosa, no puedo negárselos. Pero tenía una oportunidad extra de avanzar y la aproveché.

-Me encanta, July. Pero sobre el bóxer no siento mucho, me va a costar acabar así.

Ella pensó un poco y se dio vuelta, poniendo el culo de costado, como una perrita en celo.

-Hacetela vos y acabame en la cola. Llename la bombacha de leche. –me dijo con voz de putita.

Y ahí me encontré otra vez. Apuntando la pija hacia el orto de mi prima. No sé si podría haber negociado algo mejor, o no, pero, en ese momento, cualquier cosa me conformaba.

-Manchame la cola, Rodrigo. La cola con leche quiero.

Y así lo hice. Mi prima gimió al sentir los primeros lechazos explotar sobre la piel de sus nalgas. No sólo le ensucié la bombacha, sino que le dejé chorreando semen hasta en las piernas. Ya relajados los dos volvió a girarse, levantando la cola para no manchar el colchón, como si eso importase.

-¡Ya sé, Rodri! –exclamó con el tono con el que usualmente algún científico diría “eureka”- Ya sé dónde podemos ir a garcharnos sin riesgo a que nadie nos conozca, ni que nos traiga recuerdos que nos cueste disimular.

“Al fin” pensé. Y aunque le había regalado prácticamente la idea, me hice el sorprendido y le pregunté a dónde.

Mi prima sonrió, juntó con su dedo un poco de la leche que tenía en el muslo y lo acercó a mi boca. El morbo de leerle la intención de hacerme probar mi propio semen comenzó a provocarme una nueva erección. Lo puso en mi boca y me dijo que no lo trague. El mismo dedo lo metió ahora en su concha, lo sacó suspirando y completamente empapado lo lamió, con los ojos cerrados.

¿Conocen ustedes a alguien que se haya ganado la lotería?

Con mi semen en mi boca y con sus jugos en la suya, como cerrando un trato, me besó. Por primera vez sentí el sabor de su lengua. Y el de su concha. Por primera vez mi prima tuvo mi leche en la boca. Y todo en un solo acto.

No pregunto por esos que ganan cien, doscientos, o hasta mil dólares. ¿Conocen a alguien que se haya ganado, digamos, un millón?

-Mañana sale el crucero de mi luna de miel. Tengo los pasajes. Tenemos nueve días, Rodro. Nueve días para coger todo lo que queramos. ¿Querés ir?

Le dije que sí, sintiendo como si me hubiese ganado diez.

Sintiendo también que si en una noche de telo podría dejarle la concha roja, en nueve días, en un barco de lujo, las chances de dejarle también el culo roto, eran muy favorables.

Continuará…

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