Así mismo era, con Nelson me transformé en un traga leche y como era de esperar no sólo de él sino de cuanta gente él deseaba. Vivía en Bejucal, un pueblito cercano y allí me fui a vivir con él. Me convertí en su gente, en el compromiso oficial de aquel mulato grande. Él trabaja en la Casa de Cultura por lo que actividades culturales no me faltaron entre las agotadoras tandas de sexo. El primer día que estuvimos en su casa cuando nos acostamos me dijo:
– ¡Papo, hay una cosa que quiero que tengas claro! ¡A mí me gusta dar pinga, coger un buen culo pero lo que me encanta es venirme en la boca de un macho! En el río te la di y vi que te gustó, que te la tragaste sin dejar que una gota cayera. ¡Mami, rica, eso es lo que quiero de ti, es darte pinga por culo toda la que quieras, pidas y aguantes pero venirme, siempre quiero en tu garganta!
Desde aquella conversación todo sucedió como él me había dicho, teníamos unos preludios largos, él se desvivía por darme placer, por hacerme gritar o venirme, se prendía a mis nalgas a darme caña con aquel trancón que tenía pero a la hora de venirse, me la sacaba y me la blandía en las narices para que la engullera toda hasta sacarle la leche. La primera vez recuerdo que fue mucho, gocé como nunca, me hizo venir sin que me tocara la pinga porque entre otras cosas se jactaba de que él sabía dar pinga en la próstata para hacer venir a su maricón. Sólo que cuando quiso terminar haciéndome tragar su sexo duro, sentí el olor y sabor a mierda que me provocó un vomito tremendo. Me quedé como muerto, sin saber qué hacer porque había jodido todo, primero por el vomito en el dormitorio que inundó con su olor toda la casa y la descomposición en que caí. Sentí vergüenza pero Nelson reaccionó de una manera normal, se levantó, limpió todo y regresó para acostarse a mi lado.
– ¡Mi amor, eso puede pasar, es normal! Sé lo que sentiste, pero tienes que aprender a mantener ese culo bien limpio para cuando vayamos a singar. Te pones una lavativa y metes agua hasta que salga bien limpia, eso te garantizará que la pinga salga bien limpia. Eso sí, recuerda que te singo el culo y en el culo siempre hay mierda…
Aquellas palabras me dejaron algo desconcertado, sin saber qué hacer o decir. La sola idea de volver a sentir aquel sabor u olor, me espantaba. Aquella noche me dijo que le chupara la pinga hasta venirse porque ya se la había lavado. No sé cuánto tiempo estuve tratando de sacarle la leche, me sentía con las quijadas desencajadas de tanto tragar, la cabeza me daba vueltas ya se subir y bajar. Al final se vino apretando mi cabeza contra sí para que la pinga alcanzara mi garganta. Dormimos bien aquella noche, a la mañana cuando nos despertamos entre besos y caricias me dijo:
– ¡Arriba, ve al baño y ponte una lavativa que quiero darte tu ración! Yo pongo el café.
En el baño encontré todo lo necesario y que imaginé fue usado por todos los anteriores amantes que había tenido. Intenté hacer bien la limpieza y que no quedara nada que fuera a molestarnos. Cuando regresé al cuarto, él estaba en la cama boca arriba con el asta en la mano y sonriéndome. Tuvimos un sexo feroz, atroz como él sabía hacer y porqué no, como yo sabía hacerlo también. Al rato cuando quiso venirse hicimos el cambio y de sólo meter su pinga en mi boca se vino llenándome toda la boca de su leche. Un hilo blanco y espeso se me escapó y él con su pinga lo recogió de mi mentón y me lo devolvió para que me lo tragara.
– Ya ves, mami, cómo aprendiste de rápido.
– Tú me dijiste lo que tenía qué hacer, ¿no?
– Sí, mami, ya sabes que la pinga pa´tu culo y mi leche, pa´tu boca. Quiero que te hagas adicto a mi semen y que sepas reconocerlo de probarlo u olerlo.
Nelson era el colmo de lo macho, del macho singador, cogedor de culo y gozador. Ya de escuchar aquellas palabras, me entraba deseos de que me pidiera de nuevo entregármele, pero tenía que irse al trabajo por lo que desayunamos nuestro primer desayuno de amantes, ambos desnudos y muy acaramelados. Aquellos fueron mis primeros pasos para convertirme en el traga leche de Nelson y bueno, más tarde de sus amigos. Ya había empezado otra etapa de mi vida en la que tenía que cambiar el goce de sentir el culo chorreando leche por el de tener la boca o la garganta llena de semen.
Como a los dos días fuimos a una tanda de cine, nos sentamos en la última fila y aunque al principio no me imaginaba lo que iba a pasar, pronto caí en cuenta de que estábamos allí para que yo le chupara la pinga. Por suerte la película era soviética y siempre tenía poco público, siendo un clavo de mala, estaba claro que casi nadie iría al cine. Nosotros estábamos apartados de los cuatro gatos que había en la sala. Me susurró al oído que se la sacara, yo ni sé por qué o qué mosca me había picado que lo obedecí. Metí la mano en su pantalón y saqué su pinga que empezaba ya a ponerse dura, y empecé a mamársela mientras él gozaba. Me pareció que alguien pasó pero él miraba y cómo no dijo nada, seguí chupando hasta que sentí el sabor salobre en mi boca seguido por un chorro caliente. Me incorporé relamiendo mis bigotes mientras él se guardaba en el pantalón su tolete.
– ¡Así me gusta, mami, mamas que es una locura! – me dijo al oído.
– ¿Y hoy no voy a tener mi tanda de caña…? – le dije aludiendo a si singaríamos.
– Cuando lleguemos a casa, recibirás tu tanda, nene.
Así fue cuando llegamos a casa me dijo que me preparara que me iba a dar la caña que yo quería, empezó escupiendo su pinga y mi culo, casi a lo seco y cuando protesté, me recordó que yo quería caña y la iba a tener. Costó algo de trabajo y su dolor al principio, pero me cogió el culo allí, en la sala, de pie sin miramientos llamándome puta, limpia pinga y traga leche. No lo había visto así de grosero. Empujaba con fuerza bruta, un animal como queriendo rajarme el culo, cuando iba a venirse me obligó a arrodillarme para cumplir con el ritual de tragar su semen. Terminó empujando hacia adentro toda su pinga gorda y larga, provocándome una arqueada que pude controlar. Nos quedamos un rato así, el mugiendo y yo con la boca llena hasta la garganta, casi aguantado la respiración y las lagrimas en los ojos. Los dos felices. Aquella noche dormimos abrazados y llenos de amor.
Uno se adapta a todo lo que le viene encima y yo me estaba adaptando a las necesidades de Nelson, a sus extravagancias que cada vez eran más cotidianas. Un día vino con la noticia de que íbamos a casa de un amigo de él y me sorprendió que me pidiera limpiarme bien agregando que tal vez habría singueta en la fiesta. Llegamos a la fiesta de un tipo que trabajaba en el la casa de Cultura, toda una señorona amanerada y delicada muy a pesar de su tamaño. La fiesta era en el patio y como era costumbre, ya había escuchado rumores de esas fiestas bejucaleñas, hubo canciones, travestis que imitaron con mejor o peor suerte a las divas cubanas o extranjeras, un mago actuó también y hasta un mini concierto a guitarra.
Todo pues animado por gran cantidad de bebidas y comidas, cosa que en la isla siempre había escaseado. Claro que no me imaginaba dónde habría singueta después porque la fiesta era de lo más tradicional. Pero ya casi al terminarse la fiesta con todas aquellas actuaciones, algo chillonas, nos fuimos con otros dos que había allí, que no conocía, y que Nelson me los presentó como Lucas y Sergio. Dos machotes buenos y bigotudos, Lucas rubio y con cierta pancita, en cambio Sergio era un cachas típico y le gustaba mostrar sus músculos. Fuimos andando por las calles desiertas y poco alumbradas hasta llegar a las afueras del pueblo donde estaba la casa de ellos o de uno de ellos porque al salir del sitio no tenía bien claro la relación que ambos tenían entre sí.
Una casa de las nuevas, adornada con el dinero y el gusto de los de Miamí. Lucas sacó cervezas y unos bocadillos para picar mientras nos instaba a ponernos cómodos. Era la señal para desnudarse, en poco estábamos todos en cueros sentados en la sala, bebiendo y mirándonos unos a los otros. Yo estaba sentado al lado de mi mulato que me dijo al oído.
– ¡Papi, mira cuánta leña pa´ti! ¡To´esto es pa´ti!
Supe que los dos aquellos también me meterían caña y que todo estaba bien planeado desde antemano. Nelson me ordenó que empezara a mamar su pinga. Sabía que de sólo comenzar alguno de ellos se ocuparía de mis nalgas y culo. Los otros dijeron algunas palabrotas dirigidas tanto a mí como a mi culo peludo. Lucas fue el primero en ponerse a abrir mis nalgas y darme golpecitos con su tranca, Sergio trajo una crema y mientras le comía la pinga a mi amante, Lucas me iba penetrando. Lo hacía con suavidad, como queriendo sentir como entraba. Eso ya lo había aprendido, a unos les gustaba meterla hasta atrás de un solo golpe para sentirse bien machos, otros les gustaba alargar aquel proceso, viendo como el que recibía se iba moviendo ante la mínima incomodidad. Ambos tipos de bugarrones eran iguales porque se auto confirmaban penetrando a otro hombre.
– ¡Cojones, qué culazo!
Grito Lucas a los otros dos mientras agarrándose de mis caderas empezaba a moverse metiendo y sacando, mientras yo seguía atorado con el tronco de Nelson que me hacía tragarlo hasta atrás, mis ojos se llenaban de lagrimas siempre, eso lo recuerdo bien, porque costaba algo muy a pesar de la costumbre. Al rato sacó su pinga de mi garganta y alzando mi cabeza me dijo a mí pero a la vez a los demás.
– ¡Así se hace! Todo lo que yo quiera y hoy vas a ser la puta mía y de mis dos socios… ¿Saben en lo que lo he convertido? ¿Eh?
– ¡En un chocho maricón!
– Nada de eso, ….es el traga leche, …lo he enseñado que después de dar el culo, la leche se la doy en la boca, nada de lechazos en el culo…
Entre risas se sintieron más animados, Nelson se fue a la cocina, mientras que Lucas sacando su tranca me dejó libre para que me entregara a Sergio que en el sofá sentado me invitaba a sentarme en su pingota. Fui y me hizo sentarme dándole la espalda y aunque ya estaba bien dilatado me la sentí entrar. Lucas se plantó delante para que le chupara su pinga.
– ¡Qué lástima que no tengas un tercer hueco! – Dijo Nelson al regresar con la cerveza, haciendo alusión que podía recibir más de lo que recibía en aquel momento.
Le dio un trago de la botella a Lucas que después empezó a dejar correr un hilo de cerveza por su pinga para que yo la bebiera. Al rato Sergio dijo que se venía, que no podía más por lo que todo se agitó y me vi en el suelo con la boca abierta mientras él se masturbaba para echármela en la boca. Explotó con ganas, el primer chorro no me cayó en la boca pero el resto sí y además que hundió su pinga hasta atrás. Después cuando nos incorporamos, Nelson me hizo arrodillarme para con su pinga recoger el semen que tenía en la mejilla y dármelo usando su pinga como una cuchara. Me acosté en el diván boca abajo para que Lucas siguiera singando a su antojo, aunque en realidad se turnó con Nelson mientras Sergio se recuperaba y miraba la escena repitiendo que era mejor que una película porno.
Lucas decía que no podía venirse así sacándola rápido y metiéndola en la boca, que o me la daba en el culo o en la boca. Nelson le dijo que yo se la mamaría bien hasta que se viniera mientras él me singaría. Aquello ya iba pareciéndose a una tortura porque no se avanzaba para nada, al rato mi amante sacó su pinga y supe que ya iba a venirse. Me desprendí de la tranca de Lucas para recibir el lechazo de mi marido, de beberlo caliente y recién sacado de sus huevos. Cuando terminamos, yo relamiendo mis labios le sonreí.
– ¡Todavía te queda sacársela a Lucas! ¡Anda, mami, hazlo!
Volví a tratar de coger el ritmo, Sergio empezó a jugar con mi culo y mis huevos, empezó a mamarme mi pinga haciéndome sentir en el quinto cielo. Claro que me vine antes que Lucas. Sergio quiso tragarse mi leche pero Nelson le ordenó que me la diera en un beso y de pronto me vi besado por aquel enorme tipo que me daba mi propia leche. Lucas dijo que no podía venirse así delante de todos, que me singaría a solas, me llevó al baño y me hizo agarrarme al lavabo para cogerme allí de pie. Yo hubiera preferido una cama pero al parecer Lucas estaba acostumbrado a coger un culo así, apurado en algún baño. Yo trataba de moverme, de decirle cosas, de provocarlo y bueno, al fin la tortura llegó a su fin cuando se vino pero adentro sin sacarla. El muy cabrón entonces llamó a Nelson para decírselo, supuse que le iba el asunto ese de que yo era el traga leche. Nelson llegó, se arrodilló detrás abriendo mis nalgas y empezó a lamer y chupar mi culo para sacarme la leche, cuando creyó que la había recogido toda me la dio en un beso largo y pasional. Lucas nos dejó allí besándonos con pasión.
– ¡Quiero que me singues ahora tú! ¡Lentamente, con pasión, papo! – Le dije cuando me di cuenta que tenía la pinga bien dura.
Nos metimos en la ducha, abrió la llave y el agua fresca nos empezó a caer encima. Se sentó en el suelo y yo sobre él, cabalgándolo, besándolo, mirándolo. Fue un sexo rico, muy pasional como el que verdaderamente había entre los dos muy a parte de cualquier orgía o capricho. Allí estuvimos, cuando los otros quisieron entrar no pudieron porque la puerta estaba cerrada por dentro. Hicimos el sexo como verdaderos amantes. Cuando salimos, ya Lucas se había ido, quedaba Sergio que era el dueño de la casa.
– ¡Coño, qué aguante tiene este nene que te has echado! – Comentó con cierta sonrisa, después nos sentamos a beber algo y como ya era tarde, Sergio nos invitó a quedarnos.
Claro que agregó que le gustaría echar un palo más antes de dormirse si se lo permitían. Nelson me pasó la bola diciendo que eso dependía de cómo me sentía yo, que a la vez se la devolví diciéndole que eso dependía de él que era mi marido.
– ¡Pues que no se hable más, sólo que te lo singas en la cama y delante de mí!
Fue la condición que puso Nelson, nos fuimos al dormitorio, grande y con una cama grande y un espejo igual de grande en la puerta del escaparate al lado de la cama donde todo se veía a la perfección. Nos acostamos, Nelson se apoyó en la cabecera con las piernas abiertas para que yo me pusiera allí. Me acarició la cabeza diciéndome que aguantara un poco. Sergio abrió mis piernas y empezó a dar lengua, yo perdido me sentí y más con lo sensible que tenía esa zona ya, Nelson me decía que lo gozara bien. Pensé que sería eso lo único porque pasaba el tiempo y nada, él seguía dando lengua en mi culo. A Nelson ya se le había puesto algo dura, yo había empezado a darle besos, caricias cuando sentí que me untaba algo frío y me penetraba. Suspiré aguantando el aliento hasta que no sentí el pubis peludo de Sergio en mis nalgas. Fue una singada lenta, rica que disfruté bien. Sergio no siguió lo impuesto por Nelson, se vino adentro y se quedó un rato sobre mí.
– ¡Te voy a perdonar esta! ¡Te dejo que te quedes con la leche de él dentro! – Fue el dictamen que dio mi marido, después dormimos tranquilos los tres.
La relación con Nelson fue durante un tiempo bastante bien, aunque cada vez él buscaba más aventuras y terceros o cuartos por lo que comencé a sentir que algo empezaba a separarnos poco a poco. Además ya me estaba sintiendo cansado de ser el “traga leche”, no sólo la de él sino la de sus amigotes. Ya me aburría y casi me era insoportable sentir el sabor del semen en mi boca. Se lo comenté una noche después de tragarme su leche, le dije que no podía más así. Su respuesta fue algo brusca en ese momento, me dijo que para eso yo era maricón, que aguantara. No me gustó aquella salida de él, porque en realidad esperaba más comprensión de su parte. En una de las ocasiones que fui a mi casa, pues no regresé, traté de alejarme lo más posible. Él llamó a la casa de los vecinos, conversamos algo aunque le dejé bien claro que no quería regresar y fue cuando me dijo que entonces vendría a buscarme. Fue cuando le dije que iría y esa misma noche fui a su casa. No estaba sólo, allí estaba Sergio, que se alegró de verme. Ya ellos estaban más o menos casi desnudos, me invitaron a desnudarme. Traté de oponerme diciendo que tenía que irme. Fue cuando recibí la primera cachetada por la cara, Nelson de manera brusca me llevó al dormitorio y me tiró en la cama.
– ¡Óyeme bien, maricón de mierda, de aquí no te vas hasta que te singuemos!
– ¡Suéltame! – le grité.
– ¡Tú has venido a por leche y la vas a tener! – volvió a amagar como si me fuera a pegar.
Sergio intervino diciendo que no era necesario, que todo iba a salir bien. Me abrazó diciendo que Nelson estaba encabronado porque yo lo había dejado sin darle una explicación, que estaba muy preocupado por lo que pudiera pasar. Sergio me hablaba y acariciaba, caricias que fueron convirtiéndose en un desnudarme poco a poco. Cuando Nelson entró en el dormitorio de nuevo, ya ambos estábamos desnudos y Sergio lamiendo mis nalgas. A Nelson le gustó aquello, se nos unió sin rencor alguno. Me entregué a ambos, Sergio después de ensalivar bien mi ojete se encargó de llenármelo con su pinga, mientras yo tragaba la de mi mulato.
Una cosa muy rara fue que mi marido se vino antes que Sergio, cosa bastante rara porque él tenía aguante. Yo estaba sorprendido cuando sentí que se venía y me llenaba la boca de semen mientras agarraba con fuerzas mi cabeza.
– ¡Mamí, no sabes las ganas que tenía de sentir mi pinga en tu boca! ¡Me has sacado la leche en nada!
Dijo cogiendo mi cara mientras me miraba a los ojos, después medio un beso pasional para que no me cupiera la duda de que me amaba. Pero acto seguido pasando a cosas más reales, le dijo a Sergio que lo dejara singar un rato y cambiaron de sitio. Yo volvía a ser el mismo de antes, el objeto del deseo de ellos, de los machos como me había dictaminado William. Nelson y Sergio se fueron turnando mientras me daban pinga sin consideración, caña dura y limpia. Algo había casi cambiado los dos se vinieron en mi ojete, me di cuenta porque ya me había pasado por la mente lo de siempre.
Sergio se fue y cuando nos quedamos solos, Nelson abrazándome me dijo que lo perdonara, que estaba muy enfado con mi partida. Aceptó que en lo adelante nuestra relación cambiaría hacia lo mejor, que si a mí no me gustaba tanto tragar leche pues haríamos como hacía un rato. Fue una noche de explicaciones mutuas, porque a él le gustaba una cosa, yo la soportaba a medias y no como una costumbre. Me propuso un punto medio entre lo que antes hubo y lo que habría en un futuro.
La relación con Nelson duró algo más, volvimos a tener un momento de Luna de Miel, y más cuando decidió hacer un viaje a casa de sus padres que vivían en Las Villas y me llevó consigo. No se me había pasado por la mente que ese viaje en lugar de fortalecer nuestra unión, la destruiría. Aquel viaje lo comenzamos yendo a casa de un amigo que era camionero y que nos llevaría, por lo que el viaje de ida nos saldría gratis, bueno ya al ver al amigo y las miradas que me echó, pues sabía que quien pagaría era yo.
Así fue, salimos de noche porque viajar se hace más llevadero por el fresco. Cuando cogimos la carretera nacional Tito, así se llamaba el camionero, un tipo delgado y alto, con un bigotico fino; se sacó la pinga. Yo iba, claro, en el medio entre ellos dos. Tito cogió mi mano y la puso en su pinga que era a tener en cuenta por lo larga que era. Sentí la piel tersa, suave y cómo se le ponía dura al tacto.
– ¡No sabes lo que me gusta que me la chupen mientras manejo!
Fue la invitación franca que me hizo, miré a Nelson que me insinuó con un movimiento de la cabeza que actuara. Traté de acomodarme y empezar a chupar aquel pingón largo. Por un lado no siendo tan gorda era fácil aunque el lado malo era que siendo larga pues entraba sin problemas hasta la garganta. Por suerte ya tenía mi experiencia y sabía cómo hacer para que la pinga no me diera arqueadas y así gozar los dos. Al rato dijo.
– ¡Vamos a parar porque quiero singarme a tu gente! ¡Uf, me tiene loco, oye…sabe mamar bien porque mira que me la han mamado pero así de tragársela toda, pues tiene el uno!
Paró en uno de esos paraderos, bajamos, a Tito se le notaba por encima del pantalón. Aquello estaba muy oscuro por lo que nos adentramos en los matorrales mientras Nelson se quedaba en el camión cuidando. Cuando caminamos un poco me dijo:
– ¡Ya aquí está bien!
Empezó a sacarse el pingón, yo me bajé los pantalones y escupiendo mi culo empecé a lubricarlo.
– ¡Coño, qué buen maricón eres que tú mismo te ensalivas el ojete! A ver, déjame tocar un poco antes de darte pinga…
Estuvo un rato tocando mi ojete, ensalivándolo, hasta que me dijo que me abriera las nalgas que me la metería. Así lo hizo, aunque todo iba bien daba la impresión que no llegaba a meterla toda. Singamos rico, de verdad que me sentí bien, cómodo porque además de todo sabía singar y dar gusto. La verdad que no sé cuánto tiempo pero me pareció bastante, se vino y sin salirse de mí me hizo la paja mientras me besaba y murmuraba cosas al oído. Regresamos al camión donde nos esperaba Nelson, Tito le dijo que si quería él se quedaba y esperaba mientras sigábamos, pero mi amante prefirió que se la chupara mientras íbamos por la carretera. Así fue, tuve que chupársela hasta que se vino en mi boca.
– ¡Cojones, qué mamada más rica! Ya se me pone dura de nuevo.
– Pues mi gente es un buen culo pero le gusta tragarse la leche…, es un ternero.
Vaya con lo que decía, ahora había resultado que era yo el aficionado a tragar semen cuando era Nelson quien había impuesto aquel modo. En fin, ya me veía yo de nuevo con Tito para satisfacer su deseo de nuevo. Por suerte Tito propuso que antes de llegar a Santa Clara pararía de nuevo. Yo dormí algo hasta que me desperté cuando se detuvo y sentí que Tito me daba unas palmaditas por el hombro para que me despertara, Nelson siguió medio dormido allí en la cabina. Caminamos un rato en busca de un sitio apartándonos de la carretera.
– ¡Oye, me has dejado medio loco! Se ve que te gusta lo que haces. Lástima que estés en manos de este tipo, ese no te va a dar nada bueno, te va a usar…yo con mi gente no haría eso ni se la daba a nadie ni nada, para mí mi amante es mío y ya. Si fueras mío, te llevaría aquí… – Me dijo mientras me enseñaba la palma de la mano que yo tomé y se la besé.
Esta vez tuvimos un sexo pasional, primero que se acuclilló para mamarme el culo mientras murmuraba que le había vuelto loco que me había quedado con su leche dentro, me poseyó con pasión, besando, acariciando y sobre todo teniendo en cuenta lo que sentía yo. Igual que la vez anterior me masturbó.
– Así me gusta, ¿te vas a quedar con mi leche?
– ¡Sí, papo, sí!
– ¿Veo te gusta que te deje preñado cada vez?
– ¡Sí, mucho!
– ¡Óyeme bien! Me gustaría que fueras mi pareja, que dejaras a ese tipo que no te va a dar nada. ¡No me digas nada ahora! Cuando regreses a La Habana, búscame en mi casa, ya sabes donde vivo, de todas maneras coge mi teléfono.- me dio un papelito- ¡Mi vida, si decides que sea tu marido, no te vas a arrepentir!
Llegamos al camión, Nelson estaba fuera esperando.
– ¡Vaya, que le has cogido el gusto a mi maricón traga leche!
Aquella frase sonó vulgar y fuera de tiempo, intercambiamos una mirada. Nelson me arrastró hasta los matorrales para singarme mientras me prometía reventarme el culo a pinga limpia. Allí a la vista de Tito me hizo bajarme los pantalones y me singó, yo miraba a la cabina del camión donde estaba Tito, sabía que nos miraba porque había encendido un tabaco y cada vez que daba una chupada, su rostro se iluminaba y yo veía sus ojos. Nelson igual sabía que él nos miraba y sobre todo cuando iba a venirse sacó su rabo y me lo metió en la boca para echarme la leche dentro de la boca. Ya de regreso me comentó.
– No creas que soy tonto, te ha gustado ese bugarrón camionero, pero él ha visto lo que eres, una puta limpia pinga.
En el camino Nelson se jactó de las travesuras que había hecho conmigo, empezó desde el día en que me conoció y aquella vez en que me singó, por segunda vez, en un baño público. Estaba claro que lo que quería era ponerme mal delante de Tito que a veces comentaba algo, decía que singar no era un delito. Ya casi cuando llegábamos Tito le dijo:
– Pues mira, chico, yo a mi gente no se la daría a nadie para singar ni mucho menos la pondría en ridículo delante de nadie y si mi gente es muy puta, pa´eso me basto yo y pa´darle to´a la pinga que quiera. Ese chico es un tesoro y no lo estás cuidando…
Nos dejó en la plaza y claro, Nelson estaba que ardía, porque lo que había dicho Tito era verdad. Para mí ya estaba claro que lo nuestro se hundía y Nelson trató de ayudar en lo posible. Llegamos a casa de un primo suyo, donde me quedaría yo porque él se iría a casa de los padres. El primo que también entendía pues ya cerrando la puerta me invitó a que se la mamara y le diera el culo.
– Mejor más tarde, ya me han singado dos veces hoy, estoy muerto. – le dije a modo de escusa.
– ¡Oye, mariconcito, si te han singado ya dos veces, pues eso es que eres maricón, una tercera no te va a hacer nada! ¡Qué pa´eso eres maricón, pa´que te singuen!
Aquel guajiro de mierda se vino dos veces sin sacarla, yo ya estaba harto, no iba a decir que adolorido porque no, pero harto de aquel baboso grosero que hablaba igual que Nelson. Por fin me dejó tranquilo a que me duchara y me acostara a dormir algo. Dormí poco, de día me cuesta dormir y con los ruidos menos. A eso del medio día, alguien abrió la puerta y entró un tipo, bueno, un negro, que me dijo que la llave se la había dado El Papo, así le decían al primo de Nelson, y que venía a singar, que estaba loco por singarse un blanquito como yo.
¿Qué iba a hacer? Pues nada, ya estaba allí y además no lo voy a negar, el negro mientras hablaba se manoseaba el paquete. Al menos este sí lo disfruté, porque negro al fin estaba bien dotado, gruesa, grande y con ganas de dar leña. Yo me encargué rápido de su pinga y él de mi culo, lo lamía, lo mordía, metía su lengua. Después me hizo sentarme sobre él, después la sacó y volvió a mamarme el culo, y así muchas veces. Me singaba por un rato y la sacaba para darme lengua. Este se vino igual dos veces, la primera dentro y la segunda me pidió echármela en la boca. Caímos muertos los dos en la cama, nos quedamos dormidos los dos allí abrazados hasta que nos desertó la voz de Nelson.
– ¡Coño que no se te puede dejar sólo! Ya estás quemando petróleo.
Entró a la habitación y saludó con un abrazo al negro y dándome una nalgada le dijo:
– ¡Ya has visto lo que les he traído! ¡Tú sabes que yo no traigo cosas malas!
– ¡Uf…qué blanquito más rico! ¡Si aquí los hubiera así, macho, que da cintura como el mejor y mama! – dijo el negro sonriente.
– ¡Pues, mira, aquí lo tienen, yo estaré en casa de los viejos! Está aquí para que lo vacilen bien.
No me gustó aquel tono porque no se dirigió a mí sino al socio, después me dijo algunas cosas y se fue de nuevo.
– Me llamo Polo…, oye, me gustas un cojón. – me dijo el negro cuando estuvimos solos.
Polo resultó ser mejor que El Papo, el primo, por la noche vino de nuevo y me invitó a salir a dar un paseo y enseñarme la ciudad. Resultó que trabajaba en la Casa de Cultura, era pintor, fuimos hasta su casa, me enseñó sus cuadros y los cuadros de desnudos y sexo que tenía.
– ¡Quiero pedirte una cosa!
– Dime
– ¿Déjame singarte delante de un espejo para poder pintarte? Yo retengo en mi mente y hago un dibujo rápido…
Yo asentí, buscó dos enormes espejos, uno lo puso delante de mí y otro de costado diciendo que quizá saldrían dos cuadros. Nos desnudamos y comenzamos nuestro ritual, yo miraba a veces al espejo, y cuando me poseyó miraba al espejo que tenía delante pero él me dijo que no mirara mucho, que gozara, que le interesaba ver mi cara de goce, satisfecha. Cuando se vino, todavía con la pinga parada se fue a pintar los esbozos de los dos cuadros. Aquella noche me quedé allí con él, se lo pedí sabiendo que no me lo iba a negar. Le dije que El Papo no me gustaba, que era un poco bestia y él aceptó a que me quedara. Eso sí, fue a la casa del otro a decirle que me quedaría en su casa. Regresó un poco enfadado porque había discutido con El Papo.
– ¡Mira, a mí casi no me conoces y a El Papo sí! Mejor me llevas a su casa y quedamos bien. ¿Qué se le va a hacer? Tendré que soportarlo, …pero no quiero que por mi culpa te pelees con él.
Mi sinceridad le conmocionó, y no me dejó ir alegando que si yo había decidido quedarme allí, pues eso era ley. Que ellos a veces compartían amantes y si alguno decidía irse con el otro, pues estaba claro. De todas maneras por la mañana tocaron a la puerta, Polo me dijo que me quedara quieto, que se imaginaba quién era. En efectivo era Nelson y el primo, los escuché discutir por mí, Polo les repetía que me había acompañado a la estación y había cogido un carro para La Habana. No faltó poco para que se fueran a las manos, incluso yo estaba dispuesto a salir y darle la cara a Nelson pero la discusión se terminó de pronto, escuché el portazo y enseguida entró Polo. Se acostó abrazado a mí.
– ¡Coño, cómo es posible que una gente como tú se haya enrolado con ese par de mierdas!
Tenía mucha razón, de verdad que empezando por Nelson con sus cosas y el otro, pero ya había comenzado el final de esa historia y me alegraba muy a pesar de que había terminado bastante mal. Polo y yo hicimos el amor despacio, llenándonos de caricias mutuas, de placer, gozando uno del otro. Un sexo de esos que se recuerdan siempre aunque no haya pasado nada a contar. Fue un momento que siempre recordaré, aquellos ojos, aquellos labios oscuros bajo aquel bigote, su sexo oscuro, nervudo, grande, sus huevos colgando, su sonrisa.
– Lástima que regreses a La Habana y te pierda…
– ¿Por qué dices eso?
– Me gustaría que fueras mi gente…, te voy a confesar algo…, mira que he singado pero como lo he hecho contigo, todavía no.
Fue linda aquella conversación pero la realidad se nos echaba encima, yo me tenía que ir, primero por Nelson y el hermano, después porque allí en provincia no haría nada ni podría continuar mis estudios. Ese día estuvimos hasta el medio día despidiéndonos, después me acompañó hasta la estación y por suerte cogí una guagua interprovincial. Le prometí que regresaría, que nos llamaríamos o escribiríamos. Tuve bastante tiempo para pensar en el camino sobre mí, sobre Nelson y las mierdas que me iba haciendo, claro que culpa tenía yo porque no me opuse sino que hacía lo que le venía en ganas. Pero el paso que había dado, estaba justificado y más que ya no me sentía cómodo con aquel estatus de “el traga leche”.