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Olor moreno

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En ese entonces, yo tenía 26 años y estaba casado. Tú, más joven, trabajabas de sirvienta con mi mamá. A esa edad todas las mujeres son bonitas, pero a algunas se les nota lo putas, como en tu caso. Cuando tenías oportunidad pasabas junto a mí y me pegabas tus lindas nalgas, eso era infaltable al encontrarme en un pasillo estrecho o en la cocina, de pie pegado a la pared y pasabas entre la mesa y yo, aunque hubiese un paso libre del otro lado. Una vez escuché que mi mamá le decía a mi hermana “Ésta anda arrastrando la cobija para ver quién se la pisa”, seguramente porque tu comportamiento era similar con todos.

Se dio la oportunidad de rentar una casa frente a la de mi mamá, pero antes de mudarme completamente tuve que pintar y empapelar las recámaras. Te pedí ayuda y acudiste.

Me ayudabas a empapelar mi recámara. Llevábamos media hora de trabajo y tu olor ya estaba saturando la pieza; al aspirar tus deseos se dispararon los míos… Te abracé por detrás, percibiendo en ti satisfacción en lugar de sorpresa. Dejaste la brocha y te volteaste hacia mí —radiante— para besarme. Inmediatamente comencé a desvestirte; tú hiciste lo mismo conmigo. No supimos dónde quedó nuestra ropa. Los besos y caricias llovieron sobre nuestros cuerpos.

En la ascendencia de nuestra lujuria, de pronto y sin apenas darnos cuenta, nos encontramos disfrutando de la posición numeral que nos obligó a paladear el sexo. Tu boca me aprisionó para que tu lengua jugueteara; tu sabor no me pareció desconocido, mi olfato no me había engañado, y supe entonces qué había provocado mi pasión. Probé tus deseos convertidos en flujo, sustancia que manaba al ritmo en que mi lengua completaba los ciclos de su navegar entre tus labios, subir sobre la cúspide del turgente clítoris y sumergirse en la profundidad de tus húmedas paredes.

Tú seguías, también, con lengua atareada y ser gozoso, succionando desenfrenadamente mi conciencia. Repentinamente, tuve que apartarme al sentir todo mi ser dentro de tu boca… se oyó el chasquido de un chupetón, te quedaste «de a seis», inmóvil y sorprendida por la manera tan brusca en que me aparté. Me reincorporé; viste mi mueca de gozo y sonreíste. Nos abrazamos y, mientras mi boca te entregaba el sabor del néctar recogido de tu cuerpo, te penetré. Tu fuego se transformó en danza, y un instante antes de que el movimiento de tus caderas lograra hacerme perder de nuevo la razón pude apartarme; pero el frenético abrazo en el que me envolvías hizo rodar nuestros cuerpos permitiendo regar mi semilla sobre el negro de tu suave monte.

Ciertamente, deseabas que continuara dentro de la calidez cuya entrada guardaban tus piernas pues tomaste mi miembro para dirigirlo hacia el fondo de tu vulva. El tacto te dio cuenta de lo que había pasado. Tu sonrisa creció, exprimiste con fuerza para extraer lo que aún faltaba. Cambiaste la mano hacia tu cuerpo y extendiste el producto de mi satisfacción en la suave piel morena de tu vientre.

Descansamos un rato. Después buscamos nuestra ropa; la recogimos, pero yo acopié todas las prendas; con amorosa suavidad y lentitud vestí tu cuerpo, besando cada zona morena antes de cubrirla; al concluir acaricié tu cabello y besé tu rostro que continuaba irradiando una feliz sonrisa. El sudor que aún no se evaporaba lo enjugaste con caricias; aspiraste nuestro olor sobre mi pecho, antes de vestirme con gran delicadeza.

Continuamos empapelando silenciosamente, ya que bastaba un beso, una caricia y tu sonrisa para armonizar las acciones necesarias del trabajo…

Al día siguiente, antes de poner tapiz a lo que restaba de la casa, apenas preparamos materiales e instrumentos, iniciamos con la sesión de besos, caricias y amor arrebatado. Una vez satisfechos, colocar el papel fue una tarea sumamente fácil y agradable.

En otra ocasión en que llegué a la casa de mi mamá y ella no estaba me dijiste “Pásele, le conviene…” mostrando una carita de puta arrecha. ¡Claro que pasé! y de inmediato entramos a la acción.

–¿Quién fue el primero que te cogió? –te pregunté mientras me mamabas la verga.

–Eso es algo privado –me contestaste después de que se oyó el chasquido del chupete.

–Dime, pues coges muy bonito.

–Fue un señor… –contestaste y te volviste a meter la verga en la boca, dando por terminado ese punto.

Siempre te dejabas manosear y con una sonrisa asentías esperando que continuara más allá.

Durante más de un año disfrutamos furtivos y rápidos encuentros. Todos ellos inundados por la presencia de tu sonrisa, la cual aún en mi mente sigue radiante.

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