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Papá estrena mis tetas nuevas

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Cuando cumplí quince años me hicieron una fiesta increíble. El lugar hermoso, el vestido soñado. Estuvieron presentes todos los que yo quería, pero… creo que no lo disfruté como debería haberlo hecho. No me gustan las multitudes. Siempre busco escaparle a lo masivo. Pero me fue imposible escapar de mi propia fiesta y por eso, en cierto modo, terminé padeciéndola. Había dos opciones: fiesta o viaje a Disney. Como una boluda, elegí la fiesta. Al notar mi decepción, mis padres me dijeron que para el regalo de los dieciocho años lo pensara mejor.

─No tengo nada que pensar ─respondí con mi taza de café en la mano─. Quiero las tetas.

Mamá dijo que no le parecía mal, dirigiendo una mirada inescrupulosa hacia mis “normales” pechos de quinceañera. Papá, algo avergonzado, dijo que no sería necesario, que todavía me faltaba desarrollarme. Y yo confiaba en que así sea, pero desde los doce, trece años, al notar que mis amigas se desarrollaban mucho más rápido que yo, comencé a acariciar la posibilidad de pasar por el quirófano.

Siempre me llamaron la atención las tetas. A pesar de que en esa época no eran muy llamativas, podía pasarme horas frente al espejo acariciándomelas. Y, como suele suceder, una cosa llevaba a la otra. La primera vez que me masturbé fue luego de calentarme con mis propias tetas. Desde esa vez comencé a mirar a las mujeres de una manera diferente. No soy una pajera que va por ahí mirando tetas, pero sé admirar y reconocer un buen par.

Luego de aquella conversación, el tiempo siguió su curso. Y a pesar de que mis tetas crecieron un poco, a los dieciocho no tenía todavía lo que yo consideraba un buen tamaño. Desde hacía un año, a pesar de que cada vez faltaba menos para el límite tácitamente impuesto para mi desarrollo, el tema no había vuelto a tocarse. Quizás, debido a la muerte de mamá. Desde entonces, quedamos solos en casa con papá. Nuestra relación siempre fue muy de compañeros, nada fuera de lo normal. Pero desde que quedamos solos, este vínculo comenzó a estrecharse. Fueron muchas las noches en las que desperté a los gritos a causa de las pesadillas. Él siempre acudía intentando tranquilizarme. Y lo conseguía. Entre sus brazos siempre me sentí a gusto, protegida de todo. Fueron muchas las noches en las que, luego de mis pesadillas, él se quedaba a dormir en mi cama. Repito, nada fuera de lo normal. Hasta la noche antes del día en el que volvimos a tocar el tema de mis tetas. Justamente la noche que iniciaba el día de mi cumpleaños número dieciocho.

Luego de una típica pesadilla y de que papá me tranquilice, se recostó en mi cama como infinidad de veces. Como mi cama era de una plaza, estábamos muy pegados. Casi siempre dormíamos cucharita. Horas antes a la pesadilla, papá había salido con unos amigos. Al parecer, habían tomado un poco de más. En su aliento se sentía el dulce aroma del buen whisky. A diferencia de otras veces, estaba más cerca y más cariñoso. No pensé nada malo hasta que noté algo duro apoyándose en mi culo. Traté de alejarme un poco, pero él se acercó más. Como no ronca, se me hacía imposible saber si estaba dormido o despierto. A pesar de la complicidad que nos unía, no me sentía tan cómoda para decirle algo. Así que opté por quedarme quieta y en silencio. Pasaron las horas y se hizo de día. Al despertar me di cuenta de que una de sus manos se aferraba con fuerza a una de mis tetas, mientras que la otra estaba dentro de su bóxer. Su pija ya no estaba erecta, pero si totalmente empapada, al igual que su bóxer, mi short y el pequeño espacio de la cama que nos separaba. Opté por seguir inmóvil, hasta que sentí que despertó. Sentí como suspiró profundamente, como compungido. Luego me besó en la cabeza y susurro “perdón”, para luego salir de mi habitación.

Me costó decidirme a levantarme. Me daba mucha impresión el solo hecho de pensar que tendría que mirarlo a los ojos. Me preocupaba por mí, pero mucho más por él. Ese “perdón” que dijo antes de abandonar la cama me destruyó y me demostró que lo que había ocurrido no había sido su intención. Que el hecho de haber bebido horas antes le había jugado una mala pasada. Desde la muerte de mamá, papá jamás estuvo con otra mujer. Me daba mucha pena pensar que lo más cercano a tener sexo había sido conmigo, dormido, un poco ebrio. Pero no me podía quedar todo el día en la cama. Encima, era sábado. Ni él iba a su trabajo, ni yo al colegio. Y teníamos planes para pasar todo el día juntos. Me di una ducha eterna, me cambié lo más lento que pude y me dispuse a bajar a desayunar. Antes de entrar a la cocina me propuse actuar lo más normal que pudiese. La situación era demasiado incómoda para mí, ni quería pensar en lo que él estaba sintiendo.

Entré en la cocina y me costó reconocerla. El ambiente estaba por demás cálido, la luz del sol entraba en borbotones, haciendo brillar cada cosa que tocaba. Toda la superficie de la mesa estaba cubierta por deliciosos platos. Parecía el desayuno buffet de un importante hotel de lujo. Pero ahí a un costado estaba papá, contrastando de manera abismal con el entorno. Su rostro ojeroso y sombrío parecía salido de una película de horror de los años veinte. En ese momento no lo noté, pero hoy siento que su presencia era muy similar a la del sonámbulo de El gabinete del doctor Caligari. Me dio demasiada pena verlo así, por lo que decidí poner lo mejor de mí y hacer todo lo posible por olvidar la madrugada anterior.

Con mi mejor sonrisa corrí hacia él y me colgué de su cuello para besarle ambas mejillas. Me deseo feliz cumpleaños y le agradecí por el maravilloso desayuno que nos había preparado. Me indicó que me sentara en mi lugar en la mesa y de inmediato comenzó a poner frente a mí todos los regalos que había preparado, no sin antes colocarme la corona que uso el día de mi cumpleaños desde que cumplí cuatro años. Al parecer, la sombra que se había entrometido entre los dos había desaparecido. O quizás simplemente se había ocultado momentáneamente.

─Llegó la hora de hablar de lo importante ─dije de manera abrupta.

─Me temo que sí ─respondió papá dejando vislumbrar un leve enrojecimiento en su rostro.

─Te juro que tuve mucha paciencia ─empecé─, traté de aceptar mi realidad, mi genética, los tiempos de mi cuerpo… pero no hubo caso.

Terminé la oración desviando instintivamente mi mirada hacia mis pechos. Papá hizo lo mismo, lo que convirtió su rostro en un tomate. Logró serenarse de inmediato, por suerte.

─ ¿Buscaste algo de información? ─quiso saber.

─Tengo todo. Si confirmo antes del mediodía, pueden operarme el lunes a primera hora.

El silencio de papá puso sobre la mesa una catarata de pensamientos que jamás conoceré. Asentía en silencio, haciendo todo lo posible por no mirarme a los ojos. Luego de varios minutos que me parecieron eternos, finalmente habló.

─Está bien, confirmalo.

Casi que no lo dejé terminar la frase, ya que di un salto y me senté sobre sus piernas, rodeándolo con mis brazos. Lo besé en las mejillas, en los ojos, en la frente… y en los labios. Fue un beso húmedo, dulce, acelerado, pero tierno. A pesar de la rigidez de su cuerpo, sus manos me acariciaban con vehemencia la cintura y mi culo. Creo que el beso duró un par de minutos, luego de los cuales me puse de pie de un salto, roja de la vergüenza.

─Yo… ─no tenía ni la más mínima idea sobre como continuar.

─Anda a hacer ese llamado ─dijo papá, evitando mirarme.

Di media vuelta en silencio y obedecí.

Pasamos el resto del fin de semana hablando lo justo y necesario. No sé qué hizo él, pero yo traté de no pensar en lo sucedido y enfocarme en quien iba a ser a partir del lunes. Pasé muchas horas frente al espejo, desnuda, contemplándome en silencio. Mis tetas se veían bien. Jamás había recibido quejas sobre ellas, sino todo lo contrario. Cerraba los ojos y las veía, casi que las sentía a las nuevas. Y eso me calentaba muchísimo. A pesar de ello, ese fin de semana no me masturbé. Sin manifestarlo, sentía que si lo hacía, en ese momento podría cruzarse la imagen de papá y eso me destrozaría.

El post operatorio fue horrible. No puedo explicar con palabras el dolor que sentí durante esa primera semana. Sentía en las tetas dos volcanes que me quemaban y que en cualquier momento podrían estallar. En la cintura y en la espalda sentía una presión tremenda, lo que me obligó a mantenerme lo mas quieta que pude. Al tercer día, llegó el momento de bañarme por primera vez. Obviamente que no pude hacerlo sola, por lo que papá tuvo que ayudarme. Fue esa la primera vez en la que me vio totalmente desnuda. A pesar del dolor, me fue imposible no contemplar la posibilidad de que algo extraño suceda. Pero no pasó. Al menos, algo con tintes turbios. Papá me trató con mucho cuidado y cariño. Con un trapo húmedo recorrió todo mi cuerpo de la manera en la que le había indicado la doctora. Cada vez que me tocaba la piel se sentía tirante y me hacia doler. Papá frenaba y me pedía perdón. Yo sonreía y lloraba al mismo tiempo. En ningún momento sucedió nada extraño. El contacto de sus manos con mi piel me hacía doler, por lo que no daba lugar a ninguna otra sensación. Él en ningún momento dejó vislumbrar que estuviese sintiendo algo incómodo. Era la primera vez que me veía totalmente desnuda en más de diez años. Y estaba así, desnuda, dolorida, con las tetas enormes e hinchadas, casi retorciéndome de dolor.

Pasó el post operatorio y comencé a amigarme con mi nuevo cuerpo. No podía creer que esas hermosas y perfectas tetas fuesen mías. Si en el pasado dedicaba gran parte de mi tiempo a tocarme y a contemplarme desnuda frente al espejo, desde entonces esa tarea se convirtió en un ritual de cada día. Totalmente redondas, con los pezones siempre arriba, como pidiendo ser besados. Pero no era solamente yo quien estaba encantada con mis nuevas tetas. En el colegio siempre fui muy de llamar la atención simplemente por mi presencia, pero desde que caí por primera vez con mis tetas nuevas, causé sensación. A falta de pocos meses para terminar el año, se me hizo innecesario comprar una nueva remera del uniforme, por lo que, la remera que ya me quedaba ajustada antes, ahora enmarcaba mis nuevas tetas de una forma encantadora e imposible de no quedarse mirando. Las propuestas para salidas, juntadas o, directamente, encuentros sexuales ocasionales, comenzaron a llover de manera incontrolable. A pesar de que estaba totalmente dispuesta a disfrutar de mi sexualidad sin inhibiciones, algo en mí me obligaba a rechazar cada propuesta. Sin saberlo de manera consiente, me estaba guardando para algo especial. Me estaba guardando para papá.

Luego de esas dos situaciones extrañas con papá, llegó la operación. El doloroso post operatorio le puso paños fríos a esa incomprensible tensión sexual que nos envolvía. Pasaron las semanas y la relación volvió a la normalidad, con algunos pequeños cambios. Varias veces sorprendí a papá mirándome las tetas. No de manera libidinosa, pero era obvio que notaba el cambio. Y no solo en el tamaño, sino que también mi actitud se había visto afectaba. Estaba más contenta, más segura, más expresiva. Estaba totalmente agradecida con él por el regalo, por lo que, también de forma inconsciente, comencé a cercarme más. Me volví más cariñosa, más demostrativa. Nada fuera de lo normal, claro, pero esta nueva actitud estaba encendiendo dentro de él algo que estaba a punto de estallar. Y estalló.

Volví una tarde del colegio y noté que, a causa de la presión, la remera se me había roto en ambas axilas. Una cagada. Por un lado, seguía aferrada a la excusa de que no tenía sentido comprar una remera a falta de apenas unos meses de clases. Pero por otro, me fascinaba como se veían mis tetas así de apretadas. Porque no es que las apretaba para abajo, sino que las contenía dándole una forma incluso más perfecta de la que ya tenían. Así que decidí que lo mejor sería repararla. Busqué el kit de costura de mamá y me dispuse a realizar la actividad en el living. Papá no volvería hasta tarde, supuestamente, así que me quité la remera quedándome en corpiño. Inmediatamente después de cortar el hilo de la segunda axila, llegó papá.

A pesar de la sorpresa, no me sentí incomoda. Durante varias semanas pasó viéndome desnuda mientras me ayudaba a bañarme y cambiarme, por lo que a esa altura ya habíamos superado una barrera de intimidad. Eso pensaba, al menos. En lo que no pensé fue en cuál sería su reacción al encontrar a su nena de dieciocho años, con la pollera súper corta del uniforme escolar y un corpiño de encaje rosa que apenas contenía a sus grandes tetas nuevas.

─Hola pa ─lo saludé.

Él no respondió. Se quedó unos instantes mirándome. Su rostro era extraño. Algo anormal había en sus ojos. Decir que estaba poseído es un montón, pero creo que es un calificativo que se acerca bastante a lo que noté en ese momento. Sin decir nada, se acercó hasta donde yo estaba y, lentamente, se arrodilló frente a mí. Dejé la remera y los elementos de costura sobre la mesa ratona y nos quedamos mirándonos a los ojos. Comencé a acariciarle la cara, el pelo, los labios. Ninguno parpadeaba. Teniéndolo tan cerca y sintiendo como su respiración se agitaba cada vez más, logré interpretar lo que expresaba su rostro: me deseaba. Y yo también lo deseaba a él.

Acerqué mis labios a los suyos y lo besé cálidamente. Fue como un beso de dos amantes que por primera vez están auto descubriéndose. Lo rodeé con mis brazos y lo atraje lo más que pude hacia mí, mientras él me tomaba de la cintura. Logré sentir el ritmo de su corazón acelerarse cada vez al entrar en contacto su pecho con mis tetas. Separé mis labios de los suyos con delicadeza.

─¿Querés verlas? ─pregunté señalando mis tetas. Él asintió.

Me desprendí el corpiño por atrás, liberándolas. El tamaño de sus ojos creció instantáneamente, dejando escapar por ellos el gran placer que lo invadía.

─Tocalas ─le dije.

Lo hizo directamente con las dos manos, al mismo tiempo. A pesar del gran tamaño de sus manos, le fue imposible abarcarlas en su totalidad.

─¿Viste que lindas quedaron?

─Hermosas ─respondió.

─Gracias pa, por esto y por todo. Te amo ─dije, mientras una lagrima me recorría el rostro.

De inmediato, papá se puso de pie, como asustado.

─Perdón Marti, perdón.

Intentó alejarse, pero me puse de pie y lo detuve.

─No papá, no tengo nada que perdonarte. Quiero… ─no supe como continuar.

Papá se agachó un poco y volvió a besarme. Lo tomé de la mano y llevé hasta el sofá, indicándole que se siente. Lo hizo, y yo me senté sobre sus piernas, continuando el beso. Sus manos me recorrían la espalda de forma incontrolable, como si quisiera tocar toda la superficie junta. Corté el beso y lo miré de nuevo a los ojos.

─Papi, ¿te gustan mis tetas nuevas?

El tono de la pregunta sonó totalmente pervertido. Mi voz sonó como la de una nena que está pidiendo por favor que le compren un helado.

─Me encantan ─respondió papá en un susurro.

─Papi, chupamelas, porfa.

Sin esperar respuesta, atraje su cara hacia mis tetas. Las chupó con deseo, con pasión, con una calentura que me fascinó. De inmediato sentí como su pija estaba muy dura. Comencé a frotarme suavemente, aunque cada vez con más intensidad. A medida que yo subía la intensidad del frote, él me chupaba las tetas con más ímpetu. Iba de mis tetas a mi boca, llevando sus manos de manera incontrolable entre mi espalda y mis nalgas.

─Ahora quiero chupar yo ─dije.

Sin esperar respuesta, dejé mi posición y me arrodillé frente a él. Desprendí el cinto, luego el pantalón y se lo quité. Comencé a acariciarle la pija por encima del bóxer. A pesar de la calentura de ambos, aun se percibía cierta tensión en el ambiente. Por lo que sentí que debía decir algo como para terminar de romper el hielo.

─Así que de acá salí yo, ¿verdad? ─dije mientras liberaba la pija de papá de la presión del bóxer.

Largó una carcajada hermosa, a la que yo correspondí. Por varios segundos le costó, hablar, tiempo en el que yo no dejé de acariciarle la pija.

─Si amor, de acá saliste. Y esta hoy te va a entrar por todos lados.

Esa no era la voz de papá. El tono que utilizó jamás lo había escuchado antes. Me sorprendió, pero me encantó. Terminó de decir esa frase, me tomó de la cabeza y me metió de un golpe toda la pija en la boca. Me ahogué y se me llenaron los ojos de lágrimas.

─¿Qué pasa bebe, vas a llorar? ─preguntó con esa voz que no era suya.

─Sí papi, voy a llorar. Y te voy a dar la mejor chupada de pija de tu vida ─respondí.

Y me dispuse a ello. A mí me encanta chupar pijas. Lo disfruto muchísimo. Pero siempre empiezo despacito, besando, recorriéndola con la lengua, para ir comiéndola de a poquito. Pero no fue así esta vez. Fuimos directamente a la parte en la que me como tanto la pija, que me cuesta respirar. La pija de papá es hermosa. Larga, gruesa, totalmente recta. Venas de distinto color y grosor le dan aspecto divino. Podría decirse que la pija de papá es muy estética, algo que suma mil puntos cuando hablamos de pijas. estuve largo tiempo chupándosela, hasta que en un momento me aparta.

─Para, marti ─dijo, ahora sí con su voz.

Me detuve. Me puse de pie, me quité la tanga y volví a sentarme sobre él como al principio.

─Papi ─dije, volviendo a besarlo.

Me alejó un poco de su boca y dijo:

─Marti, ¿qué estamos haciendo?

Se lo notaba compungido, dolido y temeroso.

─Pa, te amo. Más que a nadie en el mundo. Y el amor es amor. Se vive y se expresa como se puede. Y hoy me sale así.

Luego de unos instantes en los que no hicimos más que contemplarnos en silencio, respondio.

─Pero…

─Peros hay miles ─interrumpí─. Y la mayoría tiene que ver con cuestionamientos sociales, morales y religiosos. ¿Me amas?

─Obvio que te amo. Más que a nada ni a nadie, pero…

─Pero nada ─volví a interrumpir─. Soy tu hija, tu nena, tu amor. Por favor… ya llegamos hasta acá, y de acá no se vuelve. Por favor, sigamos.

Dije y volví a besarlo. Decidimos dejarnos llevar. Romper con todo prejuicio y estigma social para darnos amor. Su pija totalmente erecta rozaba mi conchita húmeda y caliente, como suplicando entrar en ella. Comencé a moverme lentamente y ella sola encontró el camino. El sentirla adentro fue el estallido de ese volcán que veníamos alimentando hace tiempo. Sentir su pija adentro mío por primera vez fue el momento más placentero de mi vida. Comencé a moverme cada vez más rápido. De atrás hacia adelante, de arriba hacia abajo. Llevé sus dedos a mi boca, los chupé para luego llevarlos a mi culo. Empezó a frotarlos, a abrirme despacito para luego introducir uno lentamente. Al sentir un dedo entero en mi culo, acabé por primera vez en una explosión avasallante que le bañó la pija.

Sin dejar de penetrarme, se puso de pie y, tomándome de la cintura con ambas manos, empezó a moverme hacia adelante y hacia atrás. Colgada de su cuello las penetraciones eran cada vez más fuertes y profundas. Sentir toda su pija adentro mío era mágico. Jamás me habían cogido así de rico como lo estaba haciendo papá. En esa posición sentí como su pija estallaba adentro mío, rebalsándome la conchita de leche. Quedamos abrazados por algunos instantes, hasta que me bajé y, de rodillas, le chupé la pija tragándome toda su espesa y caliente leche, dejando caer algunas gotas en mis tetas, para untarlas sobre ellas.

A pesar de la tremenda cogida que nos habíamos dado, los dos seguíamos tan calientes como al principio.

─Papi, quiero más ─le dije.

No me respondió, pero sin perder tiempo me ayudó a levantarme, me puso en cuatro sobre la mesita del living y me penetró de un solo golpe, para hacerlo una y otra vez de manera frenética. Mientras hacía eso, me frotaba la entrada de mi culo, como preparándola para algo. Cuando uno de sus dedos entraba y salía por mi culo sin esfuerzo, le dije:

─Papi, haceme la colita.

De nuevo, sin responder, llevó la cabeza de su pija a la entrada, y empezó a frotarla. Yo, cada vez más caliente, no dejaba de masturbarme. Al sentir mi estremecimiento, papá volvió a meterme la pija en la concha justo cuando un orgasmo me sacudía por completo. Sin dejar pasar un momento, papá metió su pija totalmente bañada por mis jugos adentro de mi culo. La sensación de placer que sentí en ese momento no se compara con absolutamente nada. Luego de cuatro o cinco embestidas, volví a tener otro orgasmo que, por poco, me hace perder el sentido. Pero al contrario de eso, me volví loca.

─Dale papi, cógeme fuerte, rómpeme toda, por favor. Sacate todas las ganas que me venís teniendo, dale, sí.

Esto hizo que las embestidas de papá se parecieran a las de una bestia hambrienta, carente de razón. Cogíamos como dos animales.

─Dale papi, así. Rómpele el culo a tu nenita, si, así. Rompeme papi, si, te amo papi, te amo.

─¿Te gusta así bebé? ¿Te gusta la pija de papi?

─Sí papi, amo tu pija, me encanta que me cojas así.

Dejando su pija adentro de mi culo, me tiró con violencia del pelo y me atrajo hacia él.

─Pendeja de mierda, tus tetas me salieron carísimas. No te va a alcanzar la vida para pagármelas, ¿sabés?

─Sí papi, mis tetas son tuyas.

─Para pagarme, vas a tener que darme el culo cada vez que yo quiera, ¿sabés?

─Sí papi, mis tetas, mi culo, son tuyos cuando quieras.

Al parecer, esto le dio una inyección de calentura, por lo que, sin soltarme el pelo, me dio una serie de embestidas mucho más violentas que todas las anteriores, para luego estallar en leche adentro de mi culo. Extasiado, dio unos pasos hacia atrás y cayó rendido sobre el sofá. Mareada y envuelta en una nube cálida y extraña, me senté sobre él, con mi espalda contra su pecho. Con ambas manos, comenzó presionarme las tetas.

─Papi… en serio, gracias por las tetas.

─Amor, te mereces todo lo mejor del mundo. Y sobre lo que dije recién… de pagarlas… es obvio que no me debés nada ─dijo, algo avergonzado.

─Ya sé, pero igual. Son tuyas cuando quieras ─respondí.

Así como estábamos, giré mi cabeza y lo miré a los ojos.

─Pa, te amo.

─Yo también te amo, nena.

Y nos besamos hasta quedarnos dormidos.

Nos despertamos horas después, cuando comenzaba a oscurecer. Nos dimos un baño juntos, en el que no hubo más que unos besos y unas apoyadas. Pedimos comida y nos metimos a la cama a mirar televisión. Desde esa noche, y por varios años hasta que me fui a vivir sola, dormimos siempre juntos. Hoy papá ya no está, pero por siempre me van a acompañar los recuerdos del hombre más importante de mi vida. Él que más amé, el que más me cuidó. El que más feliz me hizo, en absolutamente todos los aspectos de mi vida.

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