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El domingo en la mañana, cuando me disponía ir a desayunar, sonó mi teléfono móvil, la llamada era de Stella, la exesposa de mi amigo Cornelio. Ya les he platicado de ellos en algunos relatos.

–¡Hola Stella! ¿buenos días!

–Sí, soy yo, buenos días –contestó con una voz un poco triste–. ¿Estás en tu casa?

–Sí, dime –contesté pensando que requería algo.

–¡Qué bueno! Estoy afuera de tu casa, ¿no te inoportuno si te veo? –preguntó y me apresuré para abrir la puerta.

–A tus órdenes, le contesté cuando la vi frente a mí.

Ella sonrió y me dio un beso en los labios y con su mano buscó mi miembro sobre mis ropas. De inmediato reaccioné y se me paró la verga, la cual apretó y me metió la lengua en la boca. “Pasa”, le dije al apagar mi celular, y ella hizo lo mismo con el suyo.

–¡Qué buenos reflejos tienes! –contestó volviéndome a apretar el pene y yo me turbé por su arrojo– ¿Qué tienes que hacer ahorita? –Preguntó.

–Iba a salir para desayunar algo. ¿Tú ya desayunaste? –dije y me arrepentí de inmediato pues si ella quería coger conmigo, tal vez no tendría tiempo más que para un “rapidito”–. Pero no importa, eso puede esperar –corregí mi metida de pata.

–Ya tomé algo hace como dos horas, antes de salir de casa –contestó y me pareció mucho tiempo el trayecto de su casa a la mía, sobre todo temprano y en domingo–, pero te acompaño, hay tiempo para todo, ¿o no…? –dijo, dándome a entender que ella no tenía qué hacer y yo escogiera a qué hora me la cogiera.

Fuimos a desayunar al mercado de Coyoacán y en lo que nos servían ella comenzó a llorar. Sacó su pañuelo para enjugarse las lágrimas y yo la abracé, aproveché para besarle la mejilla y chuparle el óvulo de la oreja.

–¡Hey, detente, me estás calentando! De por sí ya me había puesto “jairosa”, pero aquí no me provoques. Al rato habrá tiempo para todo –dijo y me separé.

–Perdón, quise reconfortarte, pero tu olor me golpeó el sistema límbico –me justifiqué

–Y tu lengua ya mero desborda al mío, sólo se quedó una gota en la tanga –cuando escuché eso me dieron ganas de decir “A ver” y meter mi mano bajo su falda, pero obviamente me contuve.

–¿Por qué lloraste? –pregunté regresando mi mente a su problema.

Stella me contó que se levantó temprano, aún con los recuerdos gratos de la ensoñación inmediata y, sin pensarlo más, decidió ir a buscar a Cornelio, quien vive en la planta baja de un edificio de interés social y, justamente al pasar por la ventana del baño escuchó el ruido de la ducha y decidió esperar a que Cornelio ya no estuviera bañándose, pero de inmediato escuchó a su exmarido gritar “Ya está lista el agua, Tere”, y otro grito que contestaba en la recámara adjunta “Ya voy papucho, ya me encueré”.

–Eso me dejó claro que Cornelio ya tiene pareja y yo no lo sabía –explicó Stella y volvió al llanto.

Volví a abrazarla y se calmó. Nos trajeron los platos de birria que habíamos pedido y los tepaches. Cuando se fue el mesero, la solté y la conminé a comenzar a desayunar. Tomó un poco de alimento y siguió contándome.

–Me retiré de allí resentida y llorando. Fui al estacionamiento por mi carro y al pasar cerca de su auto busqué una piedra para romperle un cristal, pero como no hallé, sólo le di una patada a la puerta y la alarma comenzó a sonar. Me subí a mi carro y salí pronto de ese lugar.

–A ver si entendí –dije–: Estabas caliente y querías coger con él porque lo soñaste; al saber que no podías decidiste buscarme, pensando “aunque sea ese que tiene el pito muy parecido” –dije extrapolando con lo que conozco del trío que hicimos y de la noche que antes había pasado con ella.

–¡Ja, ja, ja, ja, no te azotes! Sí, me gusta contigo porque se parecen mucho, pero no fue así –dijo divertida, volviendo a la seriedad cuando se dio cuenta que los comensales habían volteado a verla–. No supe qué hacer, además, ya no estaba caliente. Vagué sin rumbo y me detuve en un jardín a pensar un poco. Yo sabía que mi marido andaba de pito suelto cuando me negué a dejar a mis amantes y que luego, al divorciarnos, él seguía cogiendo con otras, además de mí. Temí el día en que Cornelio volviera a tener pareja…, no como las tengo yo, que duramos varios meses y los alejo cuando ellos se empiezan a poner celosos. No, él es muy hogareño y no faltará quien lo atrape.

–Bien, si ya sabías eso, ¿de qué te sorprendes? –pregunté sin entenderla.

–¡Sentí muchos celos! Sí, seguramente cómo él los sintió cuando me pedía que “no anduviera de puta” –contestó con rabia, que después cambió por una conmiseración al entender el daño que le hizo a su marido.

Me contó lo ruin que ella se sintió al recordar cada uno de los momentos de pelea en su matrimonio causados por sus puterías.

–Seguí pensando en la pérdida que tuve y en que difícilmente lo podría recuperar, pero me quedó claro que no podría mantenerme fiel a él, ni a ningún otro. Lo que yo no aceptaba era que no me avisara que ya tenía pareja. ¿Desde cuándo está esa Tere con él? –me preguntó a bocajarro– Por eso vine a preguntarte.

–Yo no sabía que ella estaba con él, supongo que es una de las putas que se consigue de vez en cuando para dormir calientito el fin de semana –dije ocultando que ellos sí se querían, pero que Tere era tan puta como Stella y que no aceptaba una relación firme.

Me puse a pensar que Cornelio, a pesar de terminar con Stella por esas razones, inconscientemente eligió a otra mujer de similares conductas. ¿Será que Cornelio busca putas para pareja? Tere es un espejo de Stella, incluso al parecerse tanto físicamente y eso es lo que le atrajo de ella.

–Pues su diálogo y el tono en que lo hacían parecía el de marido y mujer.

–Pues no sé que la tenga pareja.

–¡Ah, la conoces! –reclamó.

–No sé si la conozca, algunas veces vamos a tomar a los tugurios y nos atienden las putas como compañía, será alguna de esas –dije a medias verdades–. Olvida el asunto, él, como tú, hace su vida y se divierte como le parece, ¿en qué te afecta a ti?

–Tienes razón, no debería afectarme, pero ¡lo amo! –exclamó y volvió a los lloriqueos y yo volví a abrazarla y masajear sus chiches.

–¡Eres un aprovechado! –me reclamó quitando mi mano de sus copas–, al rato te dejo hacerme lo que quieras, puto…

Seguimos comiendo, platicando de otros asuntos. Yo me había calentado al sobarle el pecho y cambiaba la plática hacia las novedades sexuales que podría haber adquirido o a las variedades de las características de los más recientes hombres que ella se había tirado.

–No hay mucho, las relaciones se dan sin que uno piense cómo va a coger. En mi caso, veo a alguien y, si me gusta, empiezo a coquetearle hasta que cae, las tetas ayudan… –me dijo pegando su hermoso tetamen en mi brazo.

–Pues vayamos a verificarlo –le dije antes de pedir la cuenta y ella me lanzó una mirada de aprobación acompañada de su divina sonrisa pícara.

Regresamos a mi casa

–¿Quieres tomar algo para reposar el desayuno?, no es bueno el ejercicio inmediatamente después de comer –dije en alusión a que cogeríamos con enjundia.

–¡Ja, ja, ja! Claro que reposaremos antes, no nos vaya a dar una indigestión. ¿Te imaginas, quedarnos tiesos los dos en pleno clinch? –me dijo jocosamente.

–Te confieso que hace años no pensaba en eso como impedimento, si acaso no meterme al agua, pero nunca lo pensé para zambullirme en una vagina, ahora sí lo pensaría. –dije, pero ella ya se había bajado la pantaleta antes de sentarse en el sofá.

–Ni por una tan rica como ésta… –dijo al subirse la falda y abrir las piernas.

¡Se veía hermosa!: pelos negros alborotados sirviendo de marco a unos labios exteriores sumamente hinchados y al abrir los morenos labios interiores con los dedos aparecía una oquedad roja, incitante, pero lo verdaderamente irresistible era el aroma a puta… Me acosté en el sofá y acerqué la cara para aspirar mejor el perfume de mujer en celo.

–También puedes catar el sabor con la lengua, ya lo conoces, sin añadidos, como está ahorita –precisó al acercar más su panocha a mi cara.

Saqué la lengua y lamí a discreción, mientras ella acariciaba mi cabello y presionaba mi cara en su vulva. Quitándose la blusa me dijo “Vamos a la cama, que yo también quiero postre. Me gusta chupar paleta”, así que dejé de lamer panocha y me senté para quitarme la camisa, dejándola sobre las dos prendas que se había quitado y me encaminé a la recámara donde terminamos de desvestirnos y, aún de pie nos dimos un dulcísimo beso apretándonos en un abrazo que también enredó los vellos de nuestros sexos. Prácticamente me tumbó en la cama y sonrió al verme yacer horizontal con la verga completamente vertical.

Se colocó sobre mí, haciendo el 69, y después de lamer un poco el glande, jalando el tronco para que saliera bien el presemen y sorberlo, se metió mi falo hasta la campanilla y más allá, Stella me demostró que sabía hacer la felación con “garganta profunda”. Yo disfrutaba la cogida que le daba en la boca y abrevaba sus líquidos.

Mi boca era poca para succionar sus grandes labios y el derredor del clítoris muy erecto. Lamí el periné varias veces presionando la base pélvica antes de llegar al ano para ensartarle la lengua, al tiempo que con dos dedos hurgaba el interior de su pucha. Ante esta acometida movió la cabeza rápidamente para que mi eyaculación coincidiera con sus orgasmos. Me vine sin poder contenerme y ella dio un fuerte grito apretándome los dedos y la lengua con sus músculos vaginales y esfínter. Quedamos reposando empapados del sudor conjunto en las zonas de contacto de nuestros cuerpos y ambos con la cara llena de excreciones.

A los pocos segundos se enderezó para girar 180 grados y darme un beso blanco. Al levantar un poco la cara nuestras bocas estaban unidos por un hilo de mi lefa que chupamos para lamernos los rostros y saborear el producto de nuestras venidas.

–¡Que se coja Cornelio a Tere lo que quiera!, aquí tengo un macho de verdad –exclamó y me besó la cara varias veces–. ¿Dónde tienes cigarros?, o mejor si me echo un “churro” para descansar –expresó y se levantó para ir por su bolso.

Regresó con un porro de mariguana encendido echándose a mi lado. Le dio un par de profundas fumadas y me lo quiso pasar “Ten, date unos toques”, me dijo. “No, gracias, no le hago a eso”, contesté.

–¡Eres igual de puto y mamón que mi marido! “No, yo no fumo eso” –me recriminó esto último con voz chillona–. Hasta en eso se parecen Cornelio y tú, ¡los han de haber parido en el mismo momento!

Le dio otra fumada, dejo la bacha en el cenicero y me apretó la nariz para que yo abriera la boca. Me resistí, pero me insufló una buena cantidad de humo. Tosí mucho, me incorporé como pude y fui a abrir la ventana. “Te van a ver encuerado”, me dijo en tono burlón. “No me importa”, contesté molesto.

–¡Ja, ja, ja, hasta saliste exhibicionista como mi exmarido! –dijo empezando a arrastrar las palabras y riéndose exageradamente, la droga comenzaba a hacer efecto…

–No sabía que Cornelio era exhibicionista. Sí soy muy puto: me gusta mucho coger. También soy mamón, sobre todo cuando hay unas chiches hermosas como las tuyas… –dije y me prendí de su pecho.

Ella se dejó hacer, mientras seguía fumando. “Así, mamón, así, como bebé…” decía y mesaba mi cabello. De pronto empezó a carcajearse y luego soltó el llanto a gritos. “¿Qué te pasa?”, pregunté temiendo que estuviese bien “pacheca”.

–¡Pinche Cornelio! Siempre está dando “cinito” –gritó y luego se mantuvo quieta y con los ojos cerrados.

–¿Por qué dices eso? –pregunté, quitándole la colilla.

–Pera… ¡otra más…! –dijo arrebatándome la bacha, y varias pavesas cayeron sobre la cama.

Me apresuré a apagar los rescoldos de las cenizas. Stella sonreía al ver mi apuración y le daba un último jalón a la hierba. Casi quemándome, le quité la colilla y la puse en el cenicero, ella seguía riendo...

–Porque coge… abiertas –dijo y no entendí.

–Claro que para coger, las mujeres deben tener las piernas abiertas –dije pensando en que quería que me la cogiera otra vez, pero Stella mantenía las piernas cruzadas y traté de abrírselas.

–No…, las cortinas –dijo y miró hacia la ventana, que, aunque estaba abierta, las cortinas estaban cerradas.

–¡Ja, ja, ja, qué pendejo eres! Yo hablo de Cornelio –me reclamó y yo, como no entendí, me quedé quieto esperando que el embotamiento se le pasara.

–¡Ja, ja, ja, ya te enojaste!, fúmate uno se siente bien estar así, y también se coge mejor –dijo y se me encimó tratando de meterse mi pene flácido.

Conforme cabalgaba, apachurrando verga y huevos, mi falo comenzó a reaccionar y pudo metérselo. Con los ojos cerrados siguió saltando y a mí se me ponía más duro viendo el bamboleo de sus tetas.

–¡Ja, ja, ja, me hubiera quedado para ver cómo cogían!, siempre coge con las cortinas abiertas. decía con alegría, pero, sin dejar de moverse, cambió a un tono lúgubre –: ¡No, no lo hubiera soportado yo! exclamó y rompió en llanto.

Sólo entonces detuvo el movimiento y se dejó caer a la cama, donde lloró desconsoladamente. ¡Esa verga debe ser sólo mía! dijo y extendió su mano para jalarme con gran fuerza el miembro. Su borrachera era impredecible. La abracé y la besé en la frente, en la cara, el cuello los hombros y el pecho, al tiempo que la acariciaba para calmar la furia de los demonios que navegaban en su cerebro. Lo logré y se quedó dormida. Tomé mi teléfono y fotografié su hermoso cuerpo. La moví como si fuese una marioneta de trapo y la acomodé de varias formas, lo único que no pude hace fue ponerla en pose de vaca para que le colgaran las ubres. A la hora comenzó a despertar, yo ya había hecho café y lo tomaba disfrutando la vista y las caricias que le hacía en la piel.

–Huele rico, ¿es café? –preguntó y le ofrecí mi taza – ¡Guácatelas, está dulce! –gritó devolviéndome la taza.

Tomé la taza y le dije que le traería uno “pero con piquete”, señaló. Así que al de ella le puse ron.

–¿Ya se te pasó? –pregunté.

–¿Se me pasó qué? –preguntó extrañada.

–Las carcajadas y el llanto alternados, gritando sobre unas cortinas abiertas cómo coge tu exmarido– expliqué y su cara se puso triste, pero en la boca había una mueca de querer sonreír.

–No, no se me ha pasado. ¿Sabías que Cornelio no acostumbra cerrar las cortinas no cuando hace el amor?

–No. ¿Te ha tocado verlo así? –pregunté después de mentir, pues ya nos lo había contado Cornelio y lo relaté en “Los vecinos del 104” y en “¡Vámonos de putas!”

–Verlo: no. Pero sí me ha tocado acostarme con él y le pedí que cerrara las cortinas. Me contestó “Nadie nos verá” y comenzamos a coger. Varias veces me pareció ver una silueta tras las cortinas de un departamento frente al de él, pero un piso más arriba.

–Pudo haber sido el viento lo que movió esas cortinas que dices –dije restando importancia al asunto–. Si es así, ¿por qué no te quedaste para verlo cogerse a la tal Tere?

–No creo soportarlo. Además, una cosa es estar de mirón y otra que te inviten a participar –afirmó.

–Tengo entendido que a él le han tocado ambas cosas contigo, una donde yo fui el invitado y todos lo gozamos enormemente –le recordé.

–Sí, a ver cuándo me los vuelvo a encamar juntos. Pero él también se ha recreado como mirón, ¡y sin mi autorización! Pero yo no soportaría ver cómo ama a otra, diciéndole palabras dulces.

Stella se acabó su café, le pregunté si quería que le sirviera otro igual y me dijo “Ahora sírveme el ron sin café, y pon música para que bailemos encuerados”. Nos fuimos a la sala, le serví un vaso de ron y bailamos. Nos besamos al bailar, me agarró la verga y sin soltarla, seguimos bailando. Cuando descansamos se puso en cuatro en el sofá, viendo hacia mí.

–¿Cuánto te gusto? –me preguntó meciendo las tetas que le colgaban muy bien.

–¡Mucho y así, más! –le dije acordándome de las fotos que le tomé y me faltó una así– ¿Me dejas tomarte una foto, así como estás?

–No, a nadie le dejo que me tome fotos desnuda. Además, ¿para qué la quieres? –preguntó.

–Para masturbarme recordando tu belleza –le contesté acariciándole el pecho.

–Mejor me hablas y vengo, o vas, para hacerte la ordeña…

–Gracias, pero no siempre se puede. ¿Nadie te ha tomado fotos así? –insistí.

–Solo Cornelio, a él si se lo permito y sé que no van a andar por la red circulando, ni siquiera te las enseñará a ti.

–Yo también soy todo un caballero, en eso también nos parecemos.

–Sí, sé que lo eres, pero no –concluyó, dando por terminado el asunto.

–¿Nos vestimos para ir al restaurante, o pedimos que traigan algo? –le dije porque ya era la hora de comer.

– Mejor pedimos algo, quiero seguir así contigo hasta mañana –contestó desenfadada.

–¿Y tus hijos? Si no estaban con Cornelio, ¿los dejaste solos?

–¡Qué te pasa, no soy así! Están en Cuautla, de vacaciones con su tío. Yo amanecí con muchas ganas de coger y, si Cornelio estaba ocupado, espero que tú lo suplas, se parecen tanto… –contestó y se puso a mamarme los testículos y el pene–. En todo, completó suspendiendo las lamidas para enfatizar sus palabras.

Pedimos de comer. Nos acabamos dos botellas de vino y seguimos bailando. Ya en la noche, se sirvió tequila y cuando ya estaba muy borracha, me pidió que pusiera en el karaoke canciones “tiranas”. Era obvio que le dolía no estar con su amado y que éste estuviese dándole amor a otra. Cantamos todas las que pidió que le pusiera.

–¡No sabes cuánto te amo papacito! –gritó mirándome– A lo mejor volvemos si me aceptas puta, necesito muchas vergas, dime que sí –deliraba de borracha, confundiéndome con su exmarido, así que le seguí la corriente y la senté sobre mí, pero de frente para mamarle ese par de delicias que nos vuelven locos a todos los que nos la cogemos.

–¿Has hecho el amor con alguien de verga grande? –le pregunté cuando se metió la mía en el culo.

–Las he tenido de muchos tamaños, pero las que son muy largas me incomodan en casi todas las posiciones y lugares –precisó dándose unos ricos saltos que me apachurraban los huevos–. También he disfrutado, esa es la palabra, un par de falos pequeños, pero de grosor normal o un poco mayor. El chiste es cómo te penetran y lo mueven, además de que pertenecían a sendos caballeros que sí saben cómo se trata a una mujer con la boca y las manos… Con la boca incluyo las palabras, no sólo mover la lengua y chupar todo.

Cuando ella decía lo anterior, yo mamaba deliciosamente y mis manos acariciaban su espalda y nalgas. “¡Así…!”, gritó manifestando el placer de un orgasmo que me dejó literalmente bañado el pubis y los huevos. Me acostó y se montó en mi cara friccionando su vagina en mi rostro, viniéndose otra vez.

Cuando volvió de su letargo, se sirvió más alcohol y prendió otro porro de mariguana. Aproveché para preguntarle sobre las virtudes de sus primeros amantes y qué me dijera cómo había sucumbido a ellos haciendo un lado a su marido, particularmente, “Qué tiene cada uno de ellos que no tuviese Cornelio”.

–Carlos es más alto que tú –me dijo, pero en realidad se lo decía a su exesposo–. Toca y canta muy bien. Entre palo y palo, me dice poesía o me canta románticamente.

Describió, más que diferencias físicas, los contrastes de carácter. “¡Me hace sentir que soy más que una mujer!”, concluyó, para describir después, en las últimas fumadas, y entre palabras incoherentes a Guillermo.

–La verga de Guillermo es un poco más grande que la tuya –dijo dándome unos jalones en el miembro–, en ella probé por primera vez el semen mientras hacíamos un 69 que, muy caliente, le exigí al estarme viniendo con sus chupadas–. Quedé atada a ese falo y él a mi vagina que chorrea cuando escucho su voz susurrarme en el oído lo que le gusta de esta mujer, tan suya, y lo complementa entre besos y caricias.

Se carcajeó al decir “¡Pero es un pendejo, no me quiso estrenar por el culo cuando se lo pedí!”, luego cambió su actitud y me dio una cachetada poniéndose a llorar al terminar de decir “¡Ni tú tampoco ese día!”

–¿Por qué querías que yo te cogiera así? –pregunté en mi papel de Cornelio.

–¡Porque yo quería sentir eso y Guillermo no lo hizo!, pero tú sí me metiste la lengua en el ano cuando en un 69 me limpiaste los restos del semen de Guillermo que yo traía en la panocha y sus alrededores. Te amo, mi amor… –dijo y se quedó dormida con su cara en mi regazo.

Más tarde, cuando ya se había despertado, me dijo que tanto Carlos y Guillermo, como los demás, no la sedujeron, ella fue quien los sedujo “con esto”, me dijo, levantando entre sus manos las chiches que le colgaban y se las mamé. Nos fuimos a la cama porque ya era tarde. Mientras yo destendía las colchas para meternos entre las sábanas ella entró al baño y, sin cerrar la puerta, orinó una gran cantidad de líquido.

–Voy a caer como regla en la cama –me advirtió mientras se secaba la raja con papel higiénico–, pero puedes hacerme lo que quieras, si te dan ganas…

Efectivamente, quedó catatónica al acostarse. Yo me puse a acariciarle y lamerle todo el cuerpo, incluso la rodaba para que mi boca pasara por todos sus pliegues, montes y valles. Más noche, desperté con la verga muy tiesa y al acomodarla para penetrarla vi su boca, abierta y oferente, no hubo más que poner el glande en sus labios y, dormida, comenzó a mamar como bebé. En la madrugada la penetré mientras le mamaba sus tetas y me vine. Quedé rendido.

En la mañana, antes de sonar la alarma, ella ya estaba tomando su biberón. “¡Buenos días!”, dijo cuando se tragó mi eyaculación después de saborearla. “¡Buenos días!”, respondí dándole un beso para probar mi lefa.

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