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Rechacé su petición, pero me comí su panochón
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Creo que, las mujeres al igual que los hombres somos muy parecidos o, como dice una de mis amigas: Para cada hombre hay una mujer como él. Digo esto porque creo que a todos nos gusta lo prohibido, todos fantaseamos; unos tomamos los riesgos y nos lanzamos, aunque muchos se abstienen, pero en sí, las mujeres al igual que los hombres desnudamos a esa persona que nos gusta en la calle y la mayoría de las veces les hacemos el amor o como decimos en términos mundanos: le damos una buena follada. Muchas veces antes de haber cruzado una palabra con esa persona. La mente es fantástica y muchos solo se quedan con la imaginación, pero Giselle Angélica al igual que yo, somos de esos que usan cualquier recurso para que no solo se quede en una fantasía y esa cogida que pensamos, se vuelva una realidad.

Estaba vacacionando en Cancún México, donde tengo una casa a unos cuantos kilómetros de la zona hotelera. Regularmente me quedo los meses de enero y febrero, evadiendo en algo ese frío de invierno donde resido oficialmente. A unas pocas cuadras me queda un centro comercial donde hay uno de esos café de renombre mundial y de vez en cuando voy por las mañanas, pues una persona como yo siempre está al acecho de alguna bonita chica. Me siento a esperar mi café y esta mañana no está muy conglomerado como otros días, pero si veo algunos cuantos prospectos de rostros bonitos y curvas de mucho cuidado. Estaba concentrado en una chica en particular, la cual llevaba un vestido rojo, de cabello rubio y de muy linda sonrisa. Mostraba en algo sus bonitas piernas alargadas y no sé si me pilló disfrutando de su belleza, pues me miró y me dio una sonrisa y justo estaba empezando en removerle ese vestido en mi imaginación cuando de repente del otro lado de mi mesa se acerca esta otra chica a quien había también contemplado segundos antes, pero me había atrapado la chica del vestido rojo. Volteo y me dice:

– ¡Hola! ¿Cómo se llama?

– Antonio. -le dije.

– Mi nombre es Giselle Angélica, mucho gusto de conocerlo. Mire, le voy a dejar mi tarjeta de presentación, y cuando tenga un tiempito para mi… llámeme.

No dijo más en ese momento y salió dejándome un perfume rico y una vista de unas bonitas caderas que se movían sensualmente en un vestido azul marino y cuya falda es muy corta que te dejaba ver unas bonitas y alargadas piernas. Tenía un rostro agradable y un cuerpo con un poquito más de carne comparado a la rubia que ya había empezado a desvestir en mi imaginación. Obvio… mi imaginación se fue detrás de Giselle Angélica, pues de la manera que me abordó y cómo se presentó, lo primero que pensé que se trataba de una puta de la alta clase, pero viendo su tarjeta vi que tenía un título de gerencia en una constructora. Se subió a un carro alemán de lujo y me hizo una señal de adiós y otra con la que me decía que la llamara.

En México y especialmente en Cancún con mucho turismo, pues uno no debe de fiarse de nadie. En cualquier momento uno puede ser sorprendido y aquí como en cualquier ciudad grande pues hay bandas delincuenciales. Pero las feromonas de esta mujer me despertaron la curiosidad y ese vaivén de sus caderas me lanzaban a arriesgarme. Regularmente cuando estoy en México compro de esos teléfonos temporales, aunque tengo servicio internacional, pero eso es para que los míos no tengan impedimento en comunicarse conmigo. Estos números telefónicos los desecho cada vez que vengo cada invierno y si algún inconveniente pasaba por llamar a esta chica, pues me hacía de otro. Le llamé en 15 minutos.

– ¿Eres Antonio? -preguntó.

– ¿Y tú… eres psíquica? -y río.

– Pensé que no me llamarías… tardaste mucho.

– Y dime Giselle Angélica… ¿de qué se trata esto?

– ¿Le puedo textear?

– ¿No puedes hablar en el momento?

– No de donde estoy en el momento… ¿puedo textearle?

Pasaron unos cinco minutos que me dieron la pauta para tener en la imaginación y volver a sentir ese perfume que dejó y regresar a ver ese bailar de sus caderas con ese vestido de falda corta. Su rostro era de piel clara, con cabello largo y oscuros, con unos ojos también negros y achinados. Bonita sonrisa, bien maquillada y con unas cuantas cadenas de oro, aretes en sus orejas y un reloj que parecía muy fino. A primera vista le calculé entre 28 a 33 años. Nunca supe su edad pues nunca le preguntamos eso a las mujeres. Me llegó un texto:

– Esto se trata de que tú y yo la pasemos bien. ¿Se te antoja?

– Es obvio que se me antoja… ¿Me estás invitando a coger? -le contesté.

– Me gustan los hombres como tú. No te vas por las ramas. – y me ponía una de esas caritas sonriendo.

– ¿Te gustan los hombre viejos?

– Me gustan los hombres de experiencia y sexis como tú. ¿Quieres coger conmigo?

– Depende.

– ¡Depende! ¿Depende de qué?

– Depende de lo que tú estás dispuesta.

– Contigo en una cama, estoy dispuesta a que tú hagas conmigo todo lo que tú te puedas imaginar.

– ¿Tienes tiempo esta mañana?

– ¿Dónde nos vemos?

– Cerca del café hay un motel que se mira bastante bien.

– Si… sé de cual me hablas. Te veo en el estacionamiento en media hora.

Exactamente en media hora estaba llegando al estacionamiento del motel y con una naturalidad y como si tuviéramos tiempo de conocernos me dio un beso y me tomó de la mano. Caminamos hacia la recepción como si se tratara de una pareja y luego de pagar por la habitación nos fuimos comiendo a besos hasta llegar a la puerta. Me llegaba un poco arriba de mis hombros y le calculé una medida del metro setenta con esos zapatos de tacón alto. Olía muy rico y la verdad me sorprendía que sin mucho esfuerzo o nada de esfuerzo me estaba llevando a esta linda chica a la cama.

Le besaba el cuello y los lóbulos mientras mis manos se posesionaban de sus nalgas sobre su vestido. Ella me tocaba el falo por sobre el pantalón y me dijo:

– Tienes buen armamento… esto no es una pistolita, esto es un cañón. -me dijo riendo.

– Y creo que esto que estoy tocando es un teatro de guerra que estoy seguro de que aguanta algunos cañonazos.

– Ni lo dudes… yo te aguanto y mucho más… créeme que me siento toda una puta en la cama.

– Hablando de putas… pensé que eras una de esas chicas que se venden cuando me disté tu tarjeta de presentación. La verdad que eso fue lo primero que se me vino a la cabeza. – y Gisselle Angélica sonreía.

– La verdad que soy una puta, pero solo soy puta cuando verdaderamente me gusta un hombre. Lo bueno mi querido señor Antonio es que no le voy a cobrar. Soy una puta gratis para usted.

– Si eres mi puta dejaras que mi verga entre en este culito… ¿verdad?

– Ni lo dude… Usted se lo puede coger como usted quiera. Y, Antonio… le voy a dar una gran sorpresa cuando usted haya hecho conmigo lo que usted sé que tiene en mente. Le voy a dar esa sorpresa si usted me adivina ¿qué color de calzones llevo?

Por un momento me desconcertó, pues lo primero que se me vino a la mente era que esta chica fuese realmente uno de esos chicos arreglados. Le había tocado sus glúteos y sus pechos que no eran tan grandes, pero llegaban a esa copa C. Realmente en ese momento los besos me supieron a hiel y casi me retiraba por ese mal pensamiento y para no parecer enojado o inoportuno le contesté:

– ¡No llevas calzones!

– Creo que usted es el psíquico… ¿quiere comprobarlo?

– Si… me gustaría ver esa rica panocha. -le dije con cierta ansiedad.

Giselle Angélica se fue a la cama y se puso con sus piernas abiertas. Pude ver una panocha indescifrable por la poca luz, pero definitivamente cuando me acerqué era un panochón para saciar cualquier ansias. Llevaba un calzón transparente, de esos color piel y lo mojado de su panocha prácticamente se miraba como si no tuviera calzones. Ese olor con el perfume que llevaba me enloqueció y fui directo a chupársela.

– ¡Ah que rico! Usted es de esos hombres que saben lo que nos gusta a las mujeres.

– ¡Tienes una panocha que me encanta!

– Usted haga lo que quiera con esa panocha… cómesela que es toda suya. ¡Qué rico la chupa usted!

Entonces fue que me di cuenta de que llevaba uno de esos calzoncitos pequeños de una tela como de medias y era por eso por lo que parecía que no llevaba nada. Una panocha de labios gruesos y un clítoris de buen tamaño y le olía a aroma de coco y le sabía un tanto dulzón como la fruta misma.

– ¡Me gusta el coco! – le dije.

– Entonces… siga comiéndose ese coquito. -me decía con un gemido ahogado.

Después de unos minutos hicimos una pausa pues Gisselle Angélica no quería mojar el vestido y le ayudé a removérselo. Era solo una pieza con un cierre sobre la espalda. Llevaba un brasier blanco y tenía unas de esas tetas alargadas con una areola y unos pezones pequeños… todo lo contrario a su panocha. Tenía un cuerpo bien proporcionado a su altura y unas nalgas que quizá eran lo que más le sobresalía de su cuerpo. Llevaba unos tatuajes en su espalda baja con jeroglíficos chinos y unos caballitos de mar por debajo de sus tetas. Su panocha bien afeitada cuando le removí ese diminuto y transparente calzoncito y luego ella pasó a desnudarme para según como decía Gisselle, estuviéramos en las mismas condiciones. Me vio el falo ya bien parado y afeitado y me dijo:

– ¡Me gusta… me gusta lo que veo! ¡Nunca había visto una verga así de afeitada! Como me gustaría que fuese una costumbre del hombre mexicano.

– ¿Nunca habías visto una afeitada?

– ¡No nunca! ¡Que rica se le ve! Creo que me voy a dar gusto el día de hoy mamando.

– ¿Te encanta mamar?

– ¡Esa cosota me la voy a tragar toda! -me dijo.

Se sentó a la orilla de la cama y comenzó a chuparme la verga. El primer minuto fue algo delicado y luego lo hacía como desesperada a comérsela como si alguien le iba a quitar el postre. Cuando me dijo que se la iba a tragar toda Giselle Angélica no mentía pues esta chica es de esas de garganta profunda y hasta los ojos se le ponían rojizos por el bloqueo de oxigeno a sus pulmones. Ella seguía chupándomela y una y otra vez miraba como sus labios llegaban al tronco de mi verga y eso es algo que muy pocas chicas logran hacerlo. Literalmente mi verga estaba en su esófago y como para mostrármelo ella se acostó boca arriba y me pidió la verga para seguir tragándosela y ella me pedía que se la empujara y se la sostuviera. Podía ver como su garganta se abultaba cuando mi verga entraba una y otra vez. La verdad que esta chica me sorprendía pues realmente no sé si eso es excitante para ella, pero para mí más parecía una tortura. Con los minutos la primera posición que me dijo que le encantaba era la del perrito y quería que la hiciera acabar así.

Las nalgas de esta mujer se sentían duras y en esa posición pude ver como su panocha parecía un río de jugos vaginales. Le asomé mi glande y lentamente le he metido cada uno de mis 22 centímetros. Jadeó con la invasión diciendo: – ¡Oh… Dios mío… que rica se siente tu verga! – A esta mujer le gusta el sexo rudo, le gusta que la traten como una verdadera puta. Me pedía que la tomara de su cabello negro, que la halara de sus brazos como sometiéndola y le encantaba sentir nalgueadas fuertes. Todo aquello como que la encendía y luego hacía una pausa para chuparme la verga por unos cuantos segundos. Aquellas pausas las hicimos un par de veces y luego sentí que se encaminaba a un buen orgasmo cuando me decía: – Pégame fuerte cabrón, méteme esa verga hasta que salga por mi boca… dale, dale verga a mi panocha que me estoy corriendo. -Aquello era un escandalo de gemidos y gritos de placer que no dudo que hasta los de la recepción escucharon la corrida de esta mujer. Aquello me excitó tanto que al minuto le acompañaba en la corrida.

No paré de pompearle la panocha hasta que vacié lo que traía en mis huevos y luego esta chica se volteó y la volvió a mamar hasta sacarme la última gota en el canal de mi verga. Tenía un rostro sudado y excitado y con una sonrisa me decía: – ¡Qué rico estuvo eso… que vergueada me has dado! – La verdad que había sido una corrida bastante agitada y aguanté a llevarla al orgasmo pues el día anterior le había echado tres polvos a una chica de la colonia. Pasamos al baño a ducharnos y Gisselle Angelica me hacía plática:

– ¿Le gustó?

– Ha sido una corrida fenomenal… Y tú, ¿te corriste rico?

– Casi me haces acabar una segunda vez… estuvo delicioso. – me decía mientras me chupaba las tetillas y me tomaba de la verga.

– ¿Cómo quieres que te abra ese culo?

– ¡Como tú quieras! Te dije: Soy tu puta. Puedes cogértelo como tú quieras.

– ¿Te gusta que te den por el culo?

– ¿Tú qué crees? ¡Me encanta! – me dijo.

– Hay chicas que le tienen pánico ser penetradas por atrás… veo que tú pareces que lo gozas.

– La primera vez que tuve sexo solo me corrí cuando me dieron por atrás. La panocha me dolió y me ardía… mientras que por atrás me hizo sentir placer.

– ¿Con tu novio?

– No… Con un amigo de mi papá.

– ¿Era mayor que tú?

– Si… mucho mayor. Yo tenia 17 años y él creo tenía sus 45.

– ¿Así que te gustan los hombres mayores?

– Bueno… no todos. Tienen que ser joviales, atléticos y guapos como tú.

– Así que tu primera experiencia fue con un hombre que casi te triplicaba en edad. ¿Y cómo sucedió eso?

– Bueno… yo tenía mi novio y de hecho mi novio era el sobrino de él. En ese tiempo mi exnovio había tenido una accidente y lo iba a visitar al hospital. Una noche me encontré con su tío y en vez de llamar a mi mamá a que fuera por mí, Rafa se ofreció en llevarme, pues vivíamos en la misma zona. Yo iba en minifalda y de repente Rafa me puso las manos en las piernas y luego se disculpó diciendo que estaba acostumbrado en ponerle la mano a su esposa, quien siempre iba en ese asiento. La verdad que me sorprendió que me tocara, pero sentí un cosquilleo entre mis piernas que me había gustado. Mi ex nunca se había propasado, aunque yo lo hubiera dejado. Ya para ese entonces yo sabía que esperar, pero nunca pasaba nada. Aquí estaba este hombre queriéndome manosear y en vez de molestarme me había gustado. La verdad que Rafa era un hombre muy guapo, siempre bien vestido y perfumado. Luego me sorprendió lo que don Rafa como yo le llamaba en ese entonces me preguntó: ¿Te lo hace bien mi sobrino? – Yo sabía a que se refería y me quedé helada… sabía para dónde iba. Quizá vio mi inseguridad en mi rostro y de nuevo puso su mano sobre mis piernas y en esta ocasión recorría sus dedos en mi entrepierna. La verdad que sentía miedo, pero también me gustaba, especialmente pensando que este hombre tenía a una esposa muy guapa y que me estaba echando lo perros a mí. Nunca había fantaseado nada con don Rafa, eso estaba más allá de mi imaginación y sentí cómo sus dedos intentaban llegar a mi panochita. Yo en vez de rechazarlo o bloquearlo me acomodé para que se le fuera más fácil su exploración. Cuando la encontró me dijo: – La tienes muy calientita y mojadita… ¡Que rico sería meterle la lengüita! – La verdad que desde el primer intento me comencé a mojar y por ese tiempo ya comenzaba a tocarme y explorar mi sexo, pero nunca había llegado al orgasmo. Sentir los dedos de otra persona en mi panocha me tenían encendida y aunque con mucho miedo estaba dispuesta a dar ese paso. Vi que don Rafa estacionó su camioneta en una zona antes de llegar a casa donde hay muchos árboles y arbustos, una zona oscura y callada regularmente y me dijo: – Creo que esta panochita quiere probar lo que es una buena lengüeteada. – Se bajó de la camioneta, se fue al lado de mi puerta y la abrió. Yo estaba congelada del miedo y don Rafa llegó y me metió las manos para quitarme los calzones y vi como primero los olio. Me dio unos besos en mis entrepiernas y llegó con su lengua a mi sexo. Sentí que estaba en la gloria. Luego acomodó el asiento y vi como sacó su verga entre los pantalones y por primera vez siento esa penetración. Me dolió, pero obviamente me gustó. Don Rafa no tiene una verga grande, pero si sabe como usarla. Me penetró por unos cinco minutos y yo no decía nada, solo gozaba de aquella invasión tan sorpresiva. Luego me dijo: – Ponte con el culo para arriba… te lo voy a echar en el culo, no quiero que vayas a quedar embarazada. Me echó un par de escupidas en el culo, me metió algunos de sus dedos primero y pasó a darme una enculada que hasta el día de hoy que lo recuerdo se me enchina la piel. Ese hombre a metido toda su verga en mi trasero y sentía sus bolas pegando en mi panochita. Me dio así un embate constante de unos cinco o siete minutos y sentí ese temblor en mis piernas, esa corriente atravesando por mi espalda y se concentraba un placer tan rico que me hacía perder la razón. Me había hecho llegar a mi primer orgasmo y fue tan fuerte que quedé agotada. Luego sentí ese calor de su corrida cuando don Rafa se corrió. Hasta entonces entendía lo que algunas amigas me habían contado. Eso era el sexo y para mi don Rafa, pasó a ser solo Rafa y en esos días era como mi Dios. Quería que siempre me lo hiciera y buscaba excusas para que me lo volviera a hacer.

– ¿Y… tu novio?

– Bueno… con él terminamos con los meses. Tuve sexo con él, pero no se podía comparar el tío con el sobrino. Mi ex daba lástima en la cama pues con esto te lo digo todo: ¡Nunca me sacó un orgasmo!

– ¿Te volviste amante de don Rafa?

– Por un tiempo… hasta que su mujer comenzó a sospechar. No creo que pensara nada algo de mí, pero si mucho de Rafa, pues no le dejaba nada de energía para que le cumpliera a ella.

Salimos del baño y mi verga estaba ya erecta y dispuesta para otra batalla. Gisselle Angélica comenzó de nuevo con otra felación de garganta profunda y cuando hacía pausas era solo para decirme que se la cogiera, pues creo que lo que le excita es ver a su macho pompeándole la garganta mientras ella parece ahogarse. Realmente para los gustos los colores y sabores, pero esto a mí me parecía una tortura, aunque para este tipo de mujeres, ellas se excitan pues esta mujer se mojaba tanto haciéndome aquello. Después de unos minutos se subió sobre mí, pues la felación me la daba cuando yo estaba acostado de espaldas. Se puso frente a mi y tomando mi falo llenó de su saliva se lo puso a la entrada del ano y se lo comenzó a sobar con mi glande. En esa posición se le miraba el panochón derritiéndose y ella me preguntó:

– ¿Te gusta ver cómo tu verga se entierra en mi culo… verdad?

– ¡Me encanta! -le dije.

– A mi me gusta sentirla y… esta verga se siente tan rica que me harás gritar del placer.

– Tienes un culo precioso y es una delicia estarlo rompiendo.

Mientras Gisselle Angélica me hablaba de esa manera mi verga desapareció en su ano y podía sentir el calor de ese canal y cómo esta mujer me lo apretaba con ese apretado anillo. Con uno de mis dedos comencé a sobar su clítoris o intentaba chocar las yemas de mis dedos con él, pues esta mujer comenzó a mover su pelvis como doblando mi verga a los lados y hundiéndosela a la vez. Tenía buen vigor pues a los diez minutos de esa montada ya sudaba y comenzó a jadear y a decirme: ¡Pégame con esa verga! Méteme hasta los huevos Antonio… Dame, dame, dame que me vas a hacer correr. – Comenzó a jadear ruidosamente que cualquiera pasando por la puerta de nuestra habitación se podría dar cuenta que detrás de aquella puerta había alguien a quien se estaban cogiendo. Movía las caderas desesperadamente y se escuchaba ese nalgueó de un mete y saca frenético hasta que la vi cerrar sus ojos, fruncir sus labios y decirme gritando: – Así, así, dame así… Dios mío me vengo, me vengo… que rico, dame… no pares, méteme esa verga.

Esa corrida no sé cuánto tiempo le duró, pero esta mujer terminó bañada en sudor y aquellos gemidos y cómo lo movía hizo que con los minutos le echara una segunda corrida por el culo. No se la saqué hasta que esta se volvió pasiva y perdió grosor y tamaño. Fue una buena corrida, que creo fue mejor que la primera. Minutos después la sodomicé en posición de perrito y es como más vulnerable se siente y es como más fácil se corre esta mujer, pues me decía que montando ella tiene el control. Tenia razón, de perrito se estaba corriendo a los minutos. Luego ella me preguntó:

– ¿Hay algo que quisieras que yo te haga? ¡Recuerda que soy tu puta!

– ¿Sabes lo que es un rimming?

– ¿Quieres que te lo haga?

– ¿Quieres?

– Antonio… yo soy su puta.

Me pidió que me acostara sobre mi estómago y comenzó a besarme los glúteos y con los segundos esa lengua se deslizaba por el canal de mis nalgas. Ella intentaba masajear mi ojete con sus yemas cuidadosamente pues tenía uñas largas. Sentí cuando su lengua invadió mi ojete y es algo tan delicioso y difícil de describir, pero a mí me envía choques eléctricos por todo mi cuerpo. Me pidió que me acostara de espaldas con las nalgas a la orilla, elevo mis piernas y me dio una mamada en los huevos con un rimming tan rico y me la pajeaba a la vez. Casi me hacía correr y fue cuando le pedí que intercambiáramos posiciones… era ahora yo comiéndole el culo. Esta mujer bufaba de placer, ese culo que minutos antes le había abierto, se le podía meter buena parte de mi lengua. Terminamos haciendo un 69 para corrernos, pues Gisselle Angélica estaba al borde de otro orgasmo y en esta ocasión yo terminé por sobre ella y se corrió primero que yo. Creo que sus gemidos activaron esa excitación y es que oír cómo tu pareja se corre es el mejor incentivo para una buena corrida. Me chupó cada gota de mi tercera corrida. Nos fuimos a bañar de nuevo donde ella me hacía plática y me hablaba de esa sorpresa.

– ¿Recuerdas que te hablé de una sorpresa?

– Si… algo así dijiste. – y me volvía a sentir intrigado.

– Tú debes tener corta la memoria o simplemente te pasé desapercibida. Nosotros fuimos los que construyeron tu casa. ¿Recuerdas al ingeniero (y me había dado su apellido)? Él es mi esposo y junto a él he llegado a inspeccionar la que ahora es tu casa. Al principio pensé que su hermana era su esposa pero ella se ha encargado en aclararme que eras un hombre soltero.

– Ahora si te recuerdo… Lo que pasa es que ahora vienes en vestido y bien maquillada. Aquella ocasión llevabas pantalones vaqueros y usabas lentes de sol… si me recuerdo de ti.

– Bueno, desde entonces pensé que algún día cogeríamos. Hoy te vi y me dije: ahora es mi oportunidad. Te quería coger con ganas.

– ¡Esta que si es una sorpresa!

– Bueno don Antonio… esa no es mi sorpresa. La sorpresa es la que le voy a proponer.

– Dime… ahora si me tienes intrigado.

– Esta es una fantasía mía y de mi esposo.

– Ah… ¡eres casada!

– Si… pero no capada. (Eso no lo entendí hasta después).

– ¿Cuál es tu propuesta Gisselle?

– ¿Usted sabe lo que es un cuckold?

– Si. -le dije.

– Mi marido quiere verme coger con otro y quería saber si usted está dispuesto.

– ¿Tu marido sabe de todo esto?

– No de usted, pero tengo su permiso de que sea yo quien escoja a esa pareja.

– ¿Él sabe que has cogido con otros mientras han estado casados?

– Supongo que lo ha de sospechar, así como yo sospecho de él.

– Te voy a decepcionar, pero eso que me vea alguien cogiendo, especialmente si se trata de su mujer, como que no va conmigo.

– Esta bien… sabía que no era para todos… pero asumo que podríamos repetir esta cogida.

– Gisselle, por mi no hay problemas. Tú me haces saber cuándo tengas tiempo.

– Quedemos para la otra semana… aquí a la misma hora. ¿Le parece?

– Aquí te espero la próxima semana.

– Recuerde que soy su puta y yo no le cobro. – y se puso a reír mientras nos vestíamos.

La verdad que hombres y mujeres somos iguales, los hay de todo. Con Gisselle Angélica todavía cogemos de vez en cuando y siempre me pregunta cuando me llenaré de valor para cogérmela de la manera que me la cojo y que su marido mire la verga que se traga y cómo le rompo el culo. Creo que nunca haría algo así… con eso no se identifica Antonio Zena.

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