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Recuerdos de un pasado incómodo

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Sucedió un jueves por la tarde, lo recuerdo por ser un día festivo en la ciudad, todo bullicio y alegría; salimos temprano de la escuela, tomé mis cosas y charlé un rato con mis compañeros antes de regresar a casa. Por el camino me encontré con un amigo que hacía casi el mismo trayecto y nos acompañamos hablando de trivialidades.

Ya casi por llegar a la intersección donde tomábamos rutas distintas nos despedimos; apenado, me tomó del hombro y me señaló hacia la rotonda cercana que estaba a un lado del camino, sentí que mi mundo se venía abajo.

Ahí estaba, con él; recargados en la columna del fondo, él tomando su cintura mientras ella jugaba con su cabello, sonrientes.

Me encaminé a su encuentro con mi amigo como escolta, su desconcierto fue mayúsculo al verme llegar a su lado; con un golpe en su costado se lo quité mientras a ella la tomé de los hombros llevándola al fondo; él quiso intervenir, pero mi amigo no se lo permitió.

-¿Qué pasa contigo? –le dije con mis manos aun temblando por el coraje -¿por qué haces esto?, ¿por qué me haces esto?

Ella no contestó, solo desvió su mirada de la mía; podía sentir su miedo al tenerla sujeta de forma un tanto agresiva, la solté mientras trataba de tranquilizarme un poco.

-No quiero seguir contigo –dijo casi susurrándolo– te lo iba a decir.

-¿Hasta cuándo carajo?, ¿hasta cuándo me lo ibas a decir? –Casi lo grité viéndola a la cara- ¿sabes lo que este pendejo quiere contigo?

-¡Eso no te importa cabrón! –dijo él aún en el suelo.

No me pude contener. Como energúmeno me lancé sobre él; le golpeaba con mis puños sobre su rostro una, otra y otra vez con saña, con una fuerza que me salía desde lo más profundo; él se cubría lo que podía y también impactó mi rostro con sus puños, no le sentía; como autómata seguía lanzando golpes sin tomar en cuenta que me pedía parar; no estaba por hacerlo, no podía y tampoco quería. Solo hasta que me vi arrastrado por sobre él pude reaccionar, una última patada recibió antes de sentirme sujeto por mi amigo.

-Vámonos –me dijo– ya no tienes que hacer aquí.

La miré al rostro, en ese momento quería que fuera la última vez que lo hacía; tomé mis cosas y di la vuelta, me dolía, pero no quería saber nada de ella.

Con el tiempo la olvidé.

Pasaron los años así como las parejas, conocí a mi ahora esposa, nos casamos; por mi trabajo nos trasladamos lejos de ahí, hicimos nuestra vida juntos; éramos felices.

Por motivo de traspaso de bienes tuve que regresar, lo hice sin mi esposa ya que su trabajo no se lo permitía; solicité un par de semanas en el mío para dejar terminado todo, aunque me trajo muchos recuerdos la estadía no quería permanecer más que el tiempo necesario, nada me retenía… o eso pensé.

A un par de días de dar por terminado mi viaje, me encontraba tomando un café en la terraza de una plaza comercial; el día frío y lluvioso lo ameritaba. Estaba por pedir la cuenta para retirarme cuando tocaron mi hombro, volteé la vista, ahí estaba ella.

-Hola! –dijo con esa sonrisa que recordaba– te vi cruzando la calle, al principio no sabía si eras tú; cambiaste mucho.

-Pues si soy yo –le confirmé al levantarme y saludarla con un beso en su mejilla- ¿tienes tiempo para tomar un café?

-Ahora no puedo –se disculpó– voy retrasada al trabajo, tal vez en otra ocasión.

-En otra ocasión será –dije.

-¿Vienes con frecuencia por aquí? –me preguntó– trabajo enfrente y puede ser que coincidamos.

-Pasé por casualidad y solo voy a estar uno o máximo dos días en la ciudad, ya no vivo aquí.

-Ok –dijo levantando sus hombros- me dio gusto verte.

Tomé su cintura al momento de volver a besar su mejilla como despedida, la vi y sonreí, devolvió la sonrisa y me dio la espalda al continuar su camino; avanzó unos pasos y se detuvo, espero unos instantes y dio media vuelta dirigiéndose de nueva cuenta hacia mí.

-Si tienes tiempo esta tarde te acepto ese café.

-¿Quieres que pase por ti?

-Mejor te veo en el café donde antes íbamos, aún sigue abierto.

-¿A qué hora te veo?

-¿Te parece a las 8?

-Me parece perfecto.

Siempre imaginé que si alguna vez volvía a cruzarme con ella solo indiferencia habría entre nosotros, ¡que equivocado estaba!; verla de nuevo me trajo recuerdos, recuerdos felices de mi primer amor y amargos de mi primer engaño, todo al mismo tiempo; sumado a que su aspecto físico cambió para bien y que se daba la oportunidad de volver a tratar con ella, hacía del momento algo contradictorio; sabía que no había algo malo en una reunión con una antigua novia pero a la vez sentía que estaba siendo infiel. Deseché esto último de mi cabeza.

Llegué al hotel y tomé una siesta, quería presentarme lo más despejado posible ante ella.

Minutos antes de la hora estaba en el lugar, todo seguía tal cual lo recordaba, incluso algunas personas me eran conocidas; la busqué y la vi sentada en el lugar de siempre, avancé a su encuentro como lo hacía en los tiempos de escuela.

-¿El lugar tiene dueño?

-La que tiene dueño soy yo.

Ambos reímos recordando la forma en la que siempre lo hacíamos, la saludé con un beso y tomé asiento.

-Llegué temprano, te pedí el café que te gustaba, ¿estuvo bien?

-Perfecto.

-Antes que nada quiero decirte algo, siempre pensé en cómo iba a decírtelo cuando te volviera a ver y ahora que estas aquí, enfrente de mí, olvidé todo lo que había pensado –dijo cubriendo su rostro.

-Si es por lo que pasó, no te…

-Déjame decirlo –me interrumpió– en verdad, perdóname.

Durante un rato solo el silencio nos hizo compañía, ninguno sabía como continuar hasta que la llegada del café rompió el incómodo momento.

-Te perdoné ese mismo día, me dolió lo que no te imaginas, pero era más fuerte mi amor que mi enojo.

-Tuviste razón en todo –dijo bajando la vista– por eso me fui, con el pretexto que aquí no estaba lo que buscaba.

Tomó mi mano, no supe que hacer o como reaccionar.

-Tal vez te parezca extraño, pero durante mucho tiempo esperé un momento así, tu y yo en el lugar donde nos conocimos, como si no hubiera pasado algo y siguiéramos siendo novios.

Continué sin saber qué hacer, no esperaba esta confesión; si alguna vez había pasado por mi mente algo remotamente parecido siempre era yo quién daba el primer paso, me sobrepasó el momento.

-No quiero saber de tu vida –dijo viéndome a los ojos– hagamos de cuenta que no pasó el tiempo y que seguimos como antes.

En este momento me decidí a tomar la iniciativa, era ahora o nunca volvería a presentarse la oportunidad.

-Si vamos a imaginar que seguimos igual, ¿puedo pensar que TODO es igual? –dije ahora siendo yo quien tomaba ambas manos.

-Todo –fue su respuesta.

Me acerqué a ella, pasé mi brazo por su hombro y la besé; el hacerlo me transportó a un tiempo pasado que ya no recordaba, disfrutaba de esa boca que sabía a miel y pecado, a deseo e infidelidad.

Después de un tiempo en el mismo tenor me incorporé y tomé su mano, ella desconcertada volteó a verme como esperando una respuesta, no dije algo; puse un par de billetes sobre la mesa y la ayudé a incorporarse, la tomé de la cintura y acercándome a su costado le susurré.

-Quiero volver a sentirte mía, si también lo quieres ven conmigo, sino, termina tu café y continúa con tu vida –dije esto último separándome de ella en espera de su decisión.

Caminó hacia mí y tomó la mano que le ofrecía, salimos del lugar sin decir palabra. Manejé unos minutos hasta detenerme en la entrada de mi hotel, volteé a verla preguntando con la mirada, una sola palabra decidió mi futuro.

-Hagámoslo.

Ya en mi habitación la tensión se hacía presente en el ambiente, di el primer paso abrazándola por la espalda y besando su cuello como recordaba le gustaba, no hubo cambio en esa regla; al sentir el contacto de mis labios con su piel involuntariamente el primer suspiro.

-Mmmm

Mis manos recorrían al completo su silueta, sentir su figura por sobre su ropa de oficina me enervaba, me enloquecía; la despojé de su saco e inmediatamente después su blusa cayó al suelo, manos me faltaban para completar la tarea de dejarla sin prenda alguna; ella lo sabía, yo lo deseaba.

Cumplida la tarea la deposité sobre la cama, la besé mientras me despojaba de mi ropa; continuaba tal cual la recordaba, sensual y radiante. Tomó la iniciativa como tantas veces con anterioridad, hizo que me tendiera en la cama mientras gateaba a mi alrededor besando a ratos parte de mi cuerpo, me enloquecía la lentitud y al mismo tiempo deseaba no terminara de hacerlo; en un momento se apoderó de mi falo que, erecto, esperaba por ella, se instaló por encima mío pasando una de sus piernas para colocarse con su vulva a la altura de mi cara; no tuvo que decirme que hacer, sabía lo que quería, lo que la hacía gritar de contenta.

Sincronizamos nuestro ritmo, ella lamía todo el tronco desde la base hasta la punta, deteniéndose en mi glande dando chupones y mordiscos; yo hacía lo propio en ella, hundí mi cara y lamí sus pliegues, incrustando mi lengua a ratos y chupando su clítoris en otros, provocando sus gemidos que hacían mantener sus manos aferradas a mi carne mientras chupaba con desespero por la avalancha de sensaciones que le provocaba en su cuerpo. Pasado un tiempo su primer orgasmo; se hizo presente al sentir como su cuerpo se tensó y un vendaval fluido arrasó mi cara, mi falo sufría con la garra en que se convirtió su mano por el espasmo sufrido; poco a poco se calmó volviendo a su tarea incompleta pero moviendo su cuerpo a un costado, le encantaba que tocara sus tetas mientras mamaba; nada había cambiado pensé.

Sentí mi venida por lo que detuve su tarea, una queja salió de ella al verse privada de su cometido, no le di importancia; tomé su cuerpo, la acomodé hincada en la orilla de la cama mientras empujaba su espalda hasta que sus codos tocaron el colchón; era un placer verla así, sumisa, entregada, en espera de lo que quisiera hacer con ella; separé sus nalgas y me coloqué a lo largo de su raja, casi al contacto sentí como sus jugos mojaban toda mi extensión.

-¡Ya métela por favor!, ¡no me hagas sufrir así! –dijo casi como un reclamo.

-Pídemela como antes lo hacías –dije mientras tocaba sus tetas bajo su cuerpo.

-¡Soy una puta!, ¡las putas queremos que nos cojan fuerte!

-¿De quién es esta puta?

-Tuya, soy tu puta.

No terminaba de decirlo cuando incruste mi verga hasta las bolas, su primer quejido fue de sorpresa, el resto… el resto fue solo placer. Recorría todo el camino sintiendo como sus paredes me abrazaban; apretaba cuando entraba y aflojaba cuando salía en un ritmo no ensayado, la tomé de sus tetas y la levanté mientras continuaba bombeando en su interior. Volteé su cara y la besé, un beso salvaje, sin contemplaciones mientras la hacía verse en el espejo frente a mi cama.

-Quiero que veas quien te está cogiendo, que no te olvides quien fue el primero.

-Mmmm, sí –dijo viéndome a los ojos –nadie lo hace como tú.

La tiré a la cama cayendo boca abajo, pasé una almohada bajo su vientre y me acomodé sobre ella.

-Aaaah –fue su quejido al incrustarme de nueva cuenta dentro de ella–¡dame fuerte!

No hizo falta su pedido, me hinqué a su costado y, tomándola de la cintura, volví a tomar ritmo penetrando de nueva cuenta en ella; pasado un rato recargué mi pecho en su espalda metiendo mi mano bajo ella hasta encontrar su clítoris, conocía su debilidad e iba a sacar provecho de ella; aumenté el ritmo de mis estocadas mientras con lentitud movía mi mano en su raja, la dualidad la desesperaba, golpeaba la cama con manos y pies pidiendo que parara y al mismo tiempo contradiciéndose al pedirme que siguiera. Fue solo dar un par de estocadas más para que su siguiente orgasmo llegara al mismo tiempo que mi corrida, apreté su vulva incrustándome, si cabía, un poco más dentro de ella; la tomé del pelo y giré su cara para besarla; no me moví hasta que mi erección menguó y no me permitió seguir dentro de ella, ¡que frustración tener que abandonar tan acogedor lugar! Me coloqué al lado suyo mientras nos recuperábamos de tamaña cogida. Volteé mi cara y nuestras miradas se encontraron, acaricié su rostro y acerqué mis labios a los suyos, cerramos los ojos y antes de besarnos el sonido de un teléfono nos interrumpió...

Desperté agitado mientras la alarma de mi teléfono me indicaba la hora, 7.30 pm.

Un sueño, un maldito y a la vez bendecido sueño; pasé al baño a lavar mi rostro y a recomponer mis ideas. ¿Una premonición?, pensé; me senté en la cama mientras pensaba, después de un rato tomé mi chaqueta y casi al salir volvió a sonar mi teléfono, pero esta vez no fue la alarma.

-Hola amor, ¿cómo estás? –Dijo la voz al otro lado de la línea– te llamo porque te extraño mucho, ¿tú a mí?

¿Premonición?, pudiera ser que sí; volví a colgar mi chaqueta y me recosté en la cama.

-Yo más mi vida –dije con sinceridad– voy a descansar ya, te veo mañana.

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