Me hubiera encantado afanar uno de esos carteles que en los edificios indican la "salida" y colgarlo sobre la cabecera de mi cama. Pero uno bien grande en verde fosforito. En casa de mis padres hubiera quedado raro. Pero así era como me sentía, caliente siempre, húmeda y con ganas.
He tenido experiencias, tanto con chicos como con chicas y la verdad es que a mis veintipocos años me encanta el sexo. Me llamo Sonia y adoro el placer de unas manos y una lengua recorriendo mi piel aunque a temporadas, por suerte no muy largas, tengan que ser mis propios dedos los que me den placer.
Me gusta vestir sexi, faldas y pantalones muy cortos y ajustados, tops pegados y con grandes escotes. He hecho el amor con chicos y chicas, cuerpos y pieles calientes, gente con la que disfrutar sean como sean.
Hoy he visto a una pelirroja por la calle, eso llamó mi atención, mi cabello también es rojo. Tendrá algo más de cuarenta, normal, voluptuosa, piel clara, pero con una bonita sonrisa. Llevaba unas mallas ajustadas, muy finas, casi trasparentes y al fijarme en su pubis cubierto con un pequeño tanga que se marcaba yo mojé el mío.
Mis largos y bronceados muslos salían de mi falda mas corta y mis hombros desnudos en una camiseta con escote barco muy fina. Me apetecía, la deseaba, quería tener en mis manos ese culito respingón y besar sus labios rojos. Si alguien me llama la atención la verdad es que no suelo ser muy sutil o discreta.
Al pasar a su lado fingí que me torcía el tobillo, un truco nada difícil con el largo de mis tacones y me apoyé en ella. Sin pretenderlo todavía apoyé la mano en un pecho lleno, grande, quizá un poco blando pero muy deseable. Vamos que casi sin quererlo ni objeción por su parte le sobé una teta. Ella solícita consiguió sujetar mi cintura e impedir que ambas diéramos con nuestros huesos en la acera.
Simpática me preguntó como me encontraba. Yo me hice más la dolida de lo que me sentía, frotándome el tobillo.
– ¿Te sigue doliendo?
– Ya casi nada, eres muy amable.
No me dejó sola a mis medios y me acompañó hasta la silla de una terraza cercana. Le ofrecí invitarla a un café por su amabilidad.
– Tómate un café conmigo. Te has portado muy bien.
– Claro, no tengo nada que hacer.
Accedió pues parecía que estaba ociosa simplemente dando un paseo. Incluso me cogió el pie y sacó mi sandalia de tacón para dejarla a un lado de la silla.
– Dejáme darte un masaje, se me da bien y te relajará.
Estaba sentada enfrente de mí, en una silla de terraza. Yo sabía que ella estaba mirando bajo mi corta falda y veía mi encharcado y minúsculo tanga blanco. Sabía que la mancha de humedad se notaba perfectamente.
Me encontraba muy a gusto con el suave masaje que ella me daba en el tobillo, separando los muslos todo lo que podía para que ella no tuviera que esforzarse mucho para ver más de mí. Deseaba que subiera por mi pantorrilla acariciando mi piel.
El guapo camarero aprovechó a echar un jugoso vistazo a nuestros escotes. En otro momento y si hubiera estado sola puede que hubiera echado el anzuelo con él. Sara aprovechó para comentar lo duro que parecía el culo del joven. Un comentario ciertamente heterosexual pero a la vez morboso y provocador.
– ¡Es guapo el mozo! Ese culito está como para darle un bocado.
Inclinada sobre mi tobillo que seguía toqueteando para comprobar el daño, yo podía ver un bonito y generoso escote en su top y sabía que ella le había echado un buen vistazo al mío. Empecé a adularla y decirle lo bien que le sentaban las mallas y que su culo parecía tan duro o más que el del camarero.
– Con esas mallas el tuyo y tus muslos están preciosos. Seguro que hay mucha gente que le encantaría darte un buen mordisco a tí.
Creo que se sonrojó un poco y cuando agachó la cabeza para ocultarlo separé un poco más los muslos para que viera más de mi tanga, para entonces ya completamente empapado por la situación.
Mi pie descalzo todavía entre sus manos rozaba sus muslos sin la menor intención de apartarlo de allí. Procuraba acariciar con el pie la finísima tela que cubría sus piernas. Su mano se tomaba cada vez mas confianza con el tobillo y empezó a subir por la pantorrilla cumpliendo mi deseo. Se me escapó un suave suspiro cuando tenía sus manos en mis gemelos.
Viviendo la sensualidad del momento. Los rayos del sol calentaban nuestros cuerpos pasando entre las hojas de un árbol. Pasé una mano por mi escote bajando un poco más la tela desde mis hombros pecosos a mis senos sin sujetador exponiendo más de mi cuerpo a la luz y a su vista, casi hasta la aureola del pezón. Me incliné hacia ella para susurrarle al oído:
– Me gustas.
Ya he dicho que la sutileza no es lo mío. Se lo dije poniendo una mano en su muslo. Se dejó llevar. Me permitió seguir por su pierna hacia arriba, hacia su tanga. Mirándola a los ojos, me incliné hacia ella, la besé por primera vez y me respondió. Abrió los labios para recibir entre ellos mi lengua investigadora. Cuando alejé mi cara de la suya y lo hice muy despacio, me dijo:
– Nunca he hecho nada con una mujer y menos con una chica tan bonita como tú. Tu también me gustas.
Me alegró el cumplido y que no remarcara mi juventud. Ni que rechazara de plano mis atenciones. Me puse en otra silla, a su lado para coger su brazo y así poder acariciar su teta y pellizcar su pezón con discreción. Besarla en el cuello oliendo el perfume de su roja cabellera.
Sabia que el camarero nos observaba desde detrás de la barra por la amplia cristalera del local. Pero eso aún me calentaba más. Empezar a darle ese espectáculo y saber que él no nos tendría a ninguna de las dos. Por lo menos ese día.
Por fin ella se decidió y sentí su mano en mi muslo desnudo acariciando con ternura mi piel desnuda. Estaba deseando desnudarla entera y explorar todo su cuerpo pero no podía llevarla a casa donde mis padres podían interrumpirnos. Así que dejé caer como por descuido:
– ¿Vamos a tu casa?
Pensaba en lo que podía encontrar allí, en lo que ella tendría en su vida, marido o hijos o estaríamos solas, podíamos ir a un hotel o solo acariciarnos en el parque o en su coche. Le daba vueltas en mi cabeza a todo eso hasta que ella me sacó de dudas.
– Estará mi hijo, me contestó.
– Si es tan guapo como tú no me importará.
¿He mencionado que me gusta disfrutar y no me limito? ¿Chicos o chicas?
– ¡Si! ¿vas a querer follar a la madre y al hijo?.
– ¿Te importaría? o ¿te vas a poner celosa?
Le pregunté sonriendo con picardía a ver hasta donde ella podía llegar. Lo pensó durante un momento, y en esos segundos me entró miedo de que se echara atrás. Pero soltó una carcajada y me contestó.
– ¿Sabes? Si yo me estoy planteando follar contigo y es algo que nunca se me había ocurrido, creo que no me importaría que también lo hicieras con él.
Por la calle camino a su piso íbamos cogidas de la mano aunque la mía se iba de vez en cuando a su firme culo, que me había llamado la atención por vez primera. Al tacto se notaba tan duro como a la vista.
Y ella tampoco dejaba sus manos quietas cogiéndome de la cintura para apretarse mas a mi cuerpo y hacerme notar su teta en mi brazo. En alguna esquina también nos besábamos cogidas de de la cintura. Los besos se fueron haciendo poco a poco más profundos, más lascivos. Mi lengua buscando la suya y su saliva. Y me recibió con gusto.
– Me estoy poniendo muy cachonda contigo.
Al poco tiempo llegábamos a su piso. Abrió la puerta y me dejó pasar delante. Supongo que para me llevara la sorpresa del siglo.
El hijo, Mario, estaba en el salón jugando a la Play vestido tan solo con un ajustado bóxer. Tan guapo como su madre y con un bonito cuerpo fibrado.
Por un lado quería arrastrar a Sara a su dormitorio para arrancarle la ropa y lamer todo su sudado cuerpo. Pero el chico mas o menos de mi edad también había llamado mi atención. No creía que mi fantasía incestuosa de follar con los dos a la vez pudiera hacerse realidad. Pero ya vería como salían las cosas.
– Ella es Sonia, una amiga. Cielo. Y él es Mario mi hijo.
En principio saludé al chico con un par de besos lo mas cerca de la boca que me atreví y bien pegada a su cuerpo. Haciéndole notar mis tetas en su pecho desnudo y sin vello. Correspondió a mi confianza cogiendo mi cintura y sujetándome un momento contra su cuerpo.
– ¡Mami que amiga tan guapa! Disculpad mi atuendo, pero hace mucho calor.
Nos pidió perdón por su escasa indumentaria achacándolo al calor reinante pero a ninguna de las dos nos molestaba en absoluto verlo así. Mirábamos su piel expuesta, yo por lo menos. De hecho ella parecía más que acostumbrada a verlo así. Ella fue a ponerse algo mas cómodo mientras yo me libraba de mis tacones y charlaba con el chico y él nos preparaba unos refrescos a ambas.
– ¿Hace mucho que sois amigas?
– Nos hemos conocido esta mañana, pero me ha caído muy bien y me parece preciosa.
– Ya he visto que os gustáis. ¿Qué intenciones tienes con ella?
Me preguntó con mucho cachondeo. Como si él tuviera que protegerla.
– Creo que me gusta toda la familia. Y mis intenciones son las más sucias y pervertidas que puedas imaginar.
– Tengo mucha imaginación. Y a mí también me gusta lo pervertido y morboso.
Sara interrumpió ese intercambio de no tan veladas insinuaciones apareciendo desde su dormitorio. Venía espectacular, lo único que cubría su cuerpo era un camisón de raso, de tirantes que descubría sus hombros tan pecosos como los míos. Le dejaba un escote espectacular donde lucía sus voluminosos pechos y bastante cortito, así que sus muslos aparecían desnudos casi al completo.
Ambos la mirábamos con la boca abierta embobados ante esa exhibición de pura sensualidad. No podíamos conocer las dudas que la habían asaltado mientras se despojaba de las ropas de calle. Pero una vez decidida estaba claro que no se cortaba un pelo. Vino directa hasta mí y volvió a sujetar mí cintura para darme un húmedo y lascivo beso ante las narices de Mario.
No hacía falta mucha imaginación para deducir que bajó el ajustado slip del chico su polla depilada crecía al vernos juntas.
– Vaya dos preciosidades pelirrojas. Creo que no me necesitáis para nada. Me voy a jugar a mi cuarto, os dejo solas, tres son multitud.
Sara me miraba a los ojos cuando le respondió.
– Creo que a ninguna de las dos nos molesta que te quedes, cariño. ¿No te gustaría mirar?
– Pues claro. Pero no creía que tú lo quisieras, mami.
La que contesté fui yo.
– Creo que le puede el morbo de la situación y a mí también. Me gustaría que te quedaras y le dieras tu apoyo. Creo que nunca ha estado con una chica.
– Tu eres la primera, pero me gusta el sexo y quiero probar contigo y quiero que mi hijo esté con nosotras.
Vino con las dos y nos rodeó con sus fuertes brazos. Giré la cabeza lo suficiente como para incluirlo en el beso. Ella no se separó y un segundo más tarde juntábamos las tres lenguas. Hasta ese momento pensaba que podría follar con los dos pero por separado.
La idea de un trío no se me había pasado por la cabeza. Ya estaba muy caliente antes pero esa situación me estaba poniendo a mil, a punto de correrme sin tocarme apenas.
De hecho empezaba a sospechar que puede que aunque yo fuera la primera relación lésbica de ella es posible que entre ellos ya hubiera habido algún roce o por lo menos deseo.
Enseguida empecé a notar manos por mi culo, subiendo la tela de la faldita y agarrando directamente la carne de mis nalgas. Libre por el reducido tamaño de mi tanga. Yo también empecé a subir su camisón y me dí cuenta que ella no se había puesto nada bajo el raso. Así pude deslizar un dedo por el poderoso culo y llegar a su ano, mojado con sus propios jugos.
Cuando quise darme cuenta mi falda estaba a mis pies y los dos tiraban de la blusa para desnudarme. En cuestión de segundos sólo estaba con el tanga, Mario con su slip pero con la polla asomando y su madre con el camisón recogido en la cintura. Las dos teníamos los muslos húmedos y toda la habitación olía a nuestros jugos.
Aunque nos costó separar el beso y las manos, consiguió arrastrarnos hasta su cama. Antes de empujarla al colchón terminé de desnudarla mientras Mario tiraba del tanga, que se quedó roto entre sus dedos.
Me giré hacia él para besarlo, largo, húmedo y con mucha lengua. Yo bajaba sus gayumbos hasta dejarlos caer a sus pies. Notando su dura polla apoyada en mi plano vientre. Sara sentada en la cama justo detrás de mí, besaba mi retaguardia y pasaba la lengua por mis nalgas ensalivando la raja.
Se lo puse mucho más fácil según me inclinaba para pasear la sin hueso por el poderoso torso del muchacho. Para mordisquear sus pezones, lamer el limpio sudor de sus axilas depiladas.
Poco a poco mi grupa sobresalía más, separaba mis pies lo que abría mi culo en el que Sara se recreaba. Cuando clavó la legua en mi ano yo tenía la polla entre mis labios. Chupaba sus huevos suaves y lo hacía suspirar. La quería bien dura pero no pretendía que se corriera pronto.
Así que me giré a buscar el coñito de su madre dejando mi culo para él. Estaban bien sincronizados, levanté los muslos de la madura separándose y clavando la lengua en sus labios buscando el clítoris.
Ella ya había ensalivado mi ano pero él dejó caer más saliva por mi raja y el su glande y fue directo por mi entrada posterior aunque la delantera chorreaba. Me sorprendió pero también me agradó, me encantó ese atrevimiento. Mientras me daba por el culo literalmente yo le daba su primer orgasmo a Sara y lamía sus jugos.
Lo hacía suave moviéndose dulce, entrando y saliendo de mi cuerpo. Haciéndome notar cada penetración. Apreté el culo exprimiendo su rabo mientras él me masturbaba acariciando mi conejito. Él también parecía muy cachondo y se corrió llenándome de lefa.
Descubrí lo pervertido que podía ser. Se arrodilló detrás de mí y empezó a lamer mi ano con su semen rezumando de mi interior. Me estaba comiendo entera, coño y culo y me derramé en su lengua. Gemía entre las piernas de Sara haciéndole gozar a ella.
Fui subiendo sobre su cuerpo, trepando por la cama buscando su boca, sus besos.
-¿Te está gustando la experiencia?
Le pregunté entre risas.
– Me está encantando, de las mejores veces que me han comido el coño, cielo.
– ¿Y tu chico? Ahí parado, pobrecito, ¿no crees que necesita unos cariñitos?
Le hicimos un gesto para que viniera con nosotras y nos pusimos a revivir el reblandecido pene a dos bocas. Yo llevaba el ano limpio, siempre lo lavaba por dentro y por fuera cuando iba de caza así que el único sabor que tenía sobre la piel era de su semen. En segundos ya estaba apuntando al techo y nosotras seguíamos pasando la lengua por el tronco y los huevos.
Quería verlo entrando en la vulva de Sara Así que me puse sobre ella en un sesenta y nueve y lo llamé para que se la follara. Yo misma lo guiaba a su interior pero no antes de darle una buena lamida al glande. Mientras se movía delante y atrás yo le acariciaba los testículos depilados. O la sacaba de vez en cuando y lo chupaba con el sabor de su madre.
Ella entre tanto no perdía la oportunidad de darme placer a mí y no se le daba nada mal. A pesar que seguía afirmando que el mío era el primero que se comía. Entre lamida y lamida a la polla de su hijo yo solo podía gemir y suspirar. Además en primer plano veía como se abrían sus labios al paso del gordo nabo. Apenas me quedaba sitio cuando la sacaba para darle algunas lamidas a su clítoris.
Ya no pararon hasta que él se corrió. Yo no tenía dudas que ella ya lo había hecho varias veces pues cada vez estaba a punto de arrancarme el clítoris por la fuerza con que lo sorbía. Aproveché para volver a saborear la lefa y sus jugos cuando la sacó.
Terminamos los tres en la cama, yo en medio, riendo y satisfechos. Estaba convencida que no seria mi última visita a esa madre cachonda y a su morboso hijo.