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Si te daba mis pechos, tendría que darte hasta el culo

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La primera mujer casada con la que me involucré cuando todavía era un chaval, era una chica de Honduras que se llama Juliet. Era mi vecina en la casa de atrás y la conocí pues venía dándole mantenimiento a las piscinas de algunos vecinos. John, quien era el dueño de la casa, era un viejo que por esa época rondaba los sesenta años y de repente se casó con una chica muy hermosa de Honduras que según mi recuerdo le calculaba unos 30 años lo máximo. Fue desde entonces que la casa de John tomó más vida, pues siempre había sido silenciosa y además de su nueva esposa, llegó la hermana mayor y un hermano menor, quien era el esposo de Juliet. Siempre seguí dándole mantenimiento a las piscinas y es como de vez en cuando me cruzaba palabras con estas nuevas personas.

John tenía una pequeña casa de huéspedes al lado de atrás a solo un par de metros de la pared de solo metro y medio que dividía las dos casas. No había una vista total, pues además de la pared, había algunos arbustos y cipreses que nos daban más privacidad a ambas propiedades y, es en esa casa de huéspedes era donde vivía Juliet con su marido y una pequeña niña de unos cinco años.

Nos tomó cierto tiempo tener algo de confianza, pero con los meses Juliet se me fue acercando a pedirme pequeños favores. Quizá por esa época tendría unos 23 a 25 años… nunca le pregunté la edad, yo unos 18 años. De las tres nuevas mujeres que vivían en esa casa, sentía que era la mujer de John quien más me coqueteaba y se me insinuaba y verdaderamente era una delicia verlas en sus bikinis cuando estaban en la piscina. Inclusive la hermana mayor, a quien le calculaba unos 35 años, tenía una figura muy sensual, aunque no tanto me gustaba su rostro. Su nombre era María y terminó conviviendo con uno de mis primos quien le engendró un hijo.

Juliet, en contraste con sus cuñadas, era de tez morena clara, cabello espeso negro y ondulado. Bonito rostro alargado, con un cuerpo esbelto de bustos de tamaño moderado, pero con un trasero de ensueño. Era bastante alta, quizá llegaba al metro setenta y cinco y tenía unas piernas alargadas y bien torneadas… era una delicia verla en bikini. Me gustaba su sonrisa y la manera que me hablaba con ese acento bien centroamericano del que no se desprendía.

Como ella no tenía un vehículo y no sé si sabía conducir, en cierta ocasión me pidió de favor que la llevara a comprar algunas cosas y en unas de esas platicas escuché por primera vez la excusa más usada que regularmente las mujeres, como también los hombres damos para abrir la puerta a la infidelidad: ¡Es que ya no me presta atención! O… ¡Ya casi no tenemos sexo! – No recuerdo cual expresión usó, pero algo así dijo y que hasta tiempo después entendía sus verdaderas intenciones y que en ese momento a un joven de mi edad y sin esas experiencias pues pasa totalmente desapercibidas. Tuvieron que pasar varias pláticas y un coqueteo con insinuaciones más obvias para mí, para que un día me atreviera a dar ese paso, pues verdaderamente el marido de Juliet era un tipo mal encarado y que creo yo no le caía del todo bien… siempre me dio una mala aptitud, aunque no sospechaba nada de su mujer y yo, creo que por ese tiempo el marido de Juliet pensaba que me estaba cogiendo a su hermana, la mujer de John.

Cada vez que me llamaba a través del cerco para pedirme un favor, sentía que lo inevitable estaba a punto de ocurrir. De solo pensarlo me daba esa sensación de incertidumbre, de ansiedad y como siempre, cierto nerviosismo de encontrarme en esa situación con cualquier chica, pero Juliet no era cualquier chica, era una mujer casada y con una hija.

La primera vez que pasó algo indebido, Juliet me pidió que la llevara a la estética para arreglarse el cabello y hacerse el manicure. Llevaba un pantalón vaquero bien ceñido a su cuerpo, con una blusa un poco suelta, zapatos de tacón y me invadió con lo dulce de su aroma cuando se subió a mi coche. Ese día estaba algo apresurado, pues estaba limpiando la piscina de nuestra casa y no quise cambiarme e iba con solo un pantalón corto y sin camisa y solo puse una toalla en el espaldar del asiento. Era difícil contener una erección viendo el cuerpo de esta linda mujer y por más que lo quise evitar, mi paquete se miraba elevado cuando Juliet entró. Tampoco ella intentó disimularlo y pude ver como sus dos ojos oscuros enfocaron mi paquete y dio una exclamación de cómo quien alguien hace una de esas bromas irónicas diciendo:

-¡Uno muriéndose del deseo y tu poniéndome en tentación!

-¿De qué hablas Juliet? – yo sabía de qué hablaba.

-¡De nada Tony! Bueno, de lo que le das a disfrutar a tu novia Gaby y uno muriéndose del deseo.

-¡Tú si me haces reír Juliet!

-¡Y tú me haces poner muy nerviosa y deseosa!

-¿Por qué te pongo nerviosa?

-¡Pues mira cómo se mira eso! ¡Realmente me pones muy caliente!

-Pues para hacerte honesto Juliet, eres tú la que me ha puesto caliente. Perdón que te lo diga, pero no pude evitarlo.

Era la verdad. Tan solo la vi aparecer desde el portón por donde ella salía, mi verga comenzó a tomar volumen y verdaderamente quise pensar en otras cosas para evitar la excitación, pero se me fue imposible. Pensé que la incómoda situación pasaría al tomar velocidad el vehículo, pero Juliet creo que lograba llegar al camino que sospecho ella quería de alguna manera llegar. Fue cuando me lo preguntó:

-¿De veras, fui yo quien provocó esa excitación?

-¡Si! ¿Quién más?

-¿De veras te gusto tanto así! ¿Te provoco tanto así?

-¡Tú no sabes lo que me provocas! -le dije.

-Tony, estaciónate en algún lugar. -me pidió.

Me estacioné en un lugar solitario, pues todavía íbamos por una zona residencial. Ella un tanto nerviosa me quedó mirando y luego después de un breve silencio me dijo: Tony, bésame. – Quizá intuyó que no me atrevería a nada y me pidió que la besara y entonces recliné el asiento donde ella iba y nos dimos un beso largo con mucha pasión el cual ambos disfrutamos. Nos dimos algunos otros besos más donde intenté sobarle los pechos por sobre su blusa y llegar a su sexo por sobre sus pantalones y ella siempre me alejaba las manos de estos lugares de su cuerpo. Ese día no pasamos de solo besos y de nuevo, nos incorporamos y la fui a dejar a la estética y luego después en el tiempo acordado la fui a recoger.

Pasamos por varios días así, donde parecíamos dos chavales jugando a los besos y siempre iba porque siempre imaginaba que ese día me lo iba a dar todo. Intenté desabrocharle sus blusas algunas veces, llegar a sus pechos y mamarlos y el día que por primera vez toqué su sexo sobre sus húmedas bragas, ella llevaba una falda corta y me atreví pues poco a poco subí a su entrepierna hasta sentir la tela y humedad de su concha. Me la quitó y solo me dijo: ¡Me da miedo! Realmente siento que esto no está bien. -terminaba diciendo.

Yo realmente no la apresuraba pues en la universidad tenía mis desahogues y Gaby y algunas chicas en turno siempre estaban dispuestas a entregarme el culo cuando yo lo deseaba. Creo que me mantuve insistiendo por la extra-adrenalina el saber que uno se puede meter en problemas buscando sexo con una mujer casada. Todo cambió el día que Juliet me dijo que ya no los veríamos, pues a su marido lo habían cambiado al turno de la noche y estaría en casa todo el día. En forma de broma le dije que, si algún día quería dormir calientita, pues que me lo hiciera saber y ella solo había sonreído.

Una noche me habló por teléfono y me decía que necesitaba hablar conmigo, que teníamos ya un par de meses que no lo hacíamos. Eran la una de la mañana y por suerte yo contesté antes a que lo hicieran mi hermana o mi madre. Estuvimos hablando por unos diez minutos cosas triviales y de repente de la nada salió con la propuesta:

-¿No te gustaría venir y estar conmigo?

-¿Cuándo… ahora?

-Si… si puedes.

-Y como… ¿Cómo le hago?

-Sáltate el cerco, la malla metálica de la ventana es fácil removerla. – me dijo.

No lo pensé mucho y salí por la puerta corrediza de mi habitación. Subí la pared de la división y me hice paso entre los arbustos y cipreses intentando no hacer mucho ruido. Vi que Juliet tenía una luz que poco iluminaba, removí la malla que protege contra los mosquitos y Juliet no aparecía para que abriera la ventana. No quería hacer ruido, pues no sabía que pasaba al otro lado de la pared y de repente veo que abre un poco la cortina para echar un vistazo afuera, la identifico y le toco la ventana. La abre y me dice:

-¡Pensé que ya no vendrías!

-He estado esperando en la ventana por unos diez minutos.

-¡Perdón! Me fui a la sala para asegurarme que todo esté con llave. Sabes… ¡Estoy muy nerviosa!

Llevaba puesto uno de esos camisones de tela semi transparente para dormir, pero además tenía una toalla que le cubría los pechos y en algo las nalgas. Era una habitación pequeña donde apenas cabía la cama, en frente un espejo con su respectivo gabinete y un armario pequeño. La niña dormía en la sala en un sofá que se hacía cama por las noches. Definitivamente Juliet estaba muy nerviosa, sus manos estaban frías cuando las toqué y estas temblaban. Yo estaba nervioso igual, pues nunca imaginé entrar a invadir una habitación donde el dueño y quien paga las cuentas se encuentra trabajando y sin quizá sospechar que su mujer tiene el deseo de ponerle los cuernos. Eso estaba pensando y llegaba a la conclusión que era mejor retirarme. A decirle eso, lo que tenía en mi pensamiento iba, cuando Juliet me pide que me acerque.

En esta ocasión fue ella la que me dio un beso y fue ella la que se fue por encima de mí. Le removí la toalla y por primera vez veo en algo la areola oscura y el pezón de sus pechos a través de su camisón de dormir. Nos besábamos y yo le tomé por ese trasero subiéndole su camisón para sentir lo voluptuoso de sus carnes. Sus glúteos se sentían sólidos y sé que llevaba una pequeña tanga, pues encontré el hilo dental dentro de sus nalgas. No sabía que color eran, no me había dado tiempo en descubrirlo. En esa posición le removí su camisón y me quedaron sus dos pechos colgando frente a mis ojos. Los tomé con mis manos y uno a uno me los llevé a la boca y comencé a mamarlos. Juliet solo dijo una frase que fue como una canción a mis oídos: -Sabía que si te daba los pechos tendría que dártelo todo.

Los pechos de Juliet eran de buen tamaño con una figura alargadas y donde ambos se podían unir y mamar los dos pezones a la vez. Sé que le gustaba que le hiciera eso porque siempre que lo hacía ella gemía de placer. La luz en la habitación era un tanto pálida que se me fue difícil reconocer el color de la tanga cuando le di vuelta y era Juliet la que estaba ahora debajo de mí en posición del misionero. Ella me había despojado de mi camisa polo, pero continuaba con mis pantalones vaqueros por sobre de ella. Su piel olía al jabón como sí antes de llamarme había tomado una ducha. Le gustaba que le mamara los pechos y pasé un buen tiempo chupándolos. Sabía que al bajar a su concha estaría totalmente húmeda y cerca de hacer erupción. Bajé por su monte venus el cual carecía de algún vello, pero pude descubrir a pesar de lo pálido de la luz, una cicatriz en su abdomen que ahora puedo entender que se trató del parto por cesárea. No intenté quitarle su pequeña tanga, tan solo la hice de lado y me concentré a chupar esa conchita que estaba jugosa y muy caliente.

Juliet tiene una conchita de labios delgados y si uno la mira parada solo se mira una línea. Para descubrir su clítoris uno tiene que abrir esos labios y eso fue lo que hice y me dediqué a pasarle la punta de mi lengua sobre su clítoris de forma muy delicada. De vez en cuando bajaba mi lengua y la subía intentando a penetrarla con ella lo más profundo posible. Al principio fueron movimientos lentos, pero conforme Juliet correspondía con la ansiedad de ese vaivén de sus caderas que deseaba una dosis más fuerte, mi lengua subía y bajaba con frenesí. Me lo anunció un minuto antes y continuó con gemidos que intentó ahogar mordiendo las cobijas y pude sentir cuando se corría, pues un flujo de sus líquidos vaginales bajó con un sabor salado y delicioso que saboreé hasta que el orgasmo de Juliet había cesado.

Me indicó por donde estaba el baño, pues mi rostro estaba empapado de sus jugos vaginales. Regresé y ahora fue ella la que sentada a la orilla de la cama me esperaba ansiosa para despojarme de mis pantalones vaqueros. Me desabrochó el pantalón y me bajó el cierra y liberó a mi verga que se mantenía comprimida entre los calzoncillos estilo bikini que usaba en esa época. Me los dejó hasta las rodillas y me comenzó a comer el falo con una delicadeza al principio y con más ímpetu después. Hizo una pausa y me quité completamente el pantalón y también le quité la tanga a Juliet y ambos quedábamos completamente desnudos.

Me pidió que me acostara sobre mis espaldas y en esta ocasión hacíamos un 69 que nuevamente llevó a Juliet a otro orgasmo. Yo continuaba con mi verga bien erecta, pues lo que no sabía Juliet, era que temprano en la tarde me había literalmente culeado a una de mis amigas y le había dejado ir dos palos. Ya para la noche, ya no tenía la presión de eyacular. Ella me hizo la observación: ¡No puedes acabar! ¿No me digas que eres impotente a tu edad? – Le dije que estaba a punto de irme, que solo era cuestión de un par de minutos. En esta ocasión le pedí que se pusiera en cuatro o de perrito y ella me asistió poniéndose a la orilla de la cama, la cual, por mi altura y su altura, quedaba perfecta para follarle la conchita con tremendas embestidas. Vi ese hermoso culo que tiene Juliet, se lo abría de vez en cuando mientras le perforaba la concha, hasta que me atreví a masajear su ano. Pensé que me lo prohibiría, pero cedió al placer de sentir mi pulgar masajear su ojete y a la vez sentir mis embestidas. De nuevo sentí su contracción en su vagina, que hasta sentí como sí literalmente me apretara el glande y me dijo que se corría. Yo la embestí con bestial fuerza y sus gemidos y alaridos me llevaron a dejarle ir mi primera descarga a las dos y veinte de la mañana.

Mientras nos limpiábamos pude escuchar como mi corrida caía en el inodoro, para luego entrar rápidamente a la tina y darnos una ducha en turnos separados. Creo que Juliet estaba sorprendida con mi aguante, pues creo que pensaba que debido a mi edad y quizá sin mucha experiencia, iba a ser uno de esos eyaculadores precoces. Ella ya se había corrido tres veces, mientras a mí me costó llegar a ese primer orgasmo. Ella en esa plática comenzó a insinuarme algo, que pensé a mí me tomaría tiempo en convencerla a experimentar. Creo que fantaseaba con el sexo anal y me insinuó que su marido lo miraba como una aberración de la gente y me preguntó algo al respecto.

Le di mi opinión y le dije que simplemente era cuestión de gustos. Que todo lo que se daba en la cama entre dos adultos que consentían ciertos comportamientos, pues era muy de ellos y por tanto respetable. Me quedó viendo con esa mirada muy tierna que tenía y con una morbosidad que sentía me comía desde la distancia. Ella pensó que no me atrevería, mas ella no sabía que estaba adicto al sexo anal, pues más bien, mi primera eyaculación fue haciendo sexo anal. Ella me lo preguntó:

-¿Te gustaría experimentarlo?

-¿El qué… sexo anal?

-Si… ¿Te incomoda o no es lo tuyo?

-Para nada, me gustaría experimentarlo contigo. -le dije.

Ahí estaba y a punto de romperle el culo a la bella Juliet. No me lo creía, pensé que iba por lo básico con la esperanza de rogar y que un día me diera la oportunidad de romperle el culo y resulta que la callada Juliet, parecía tener esa fantasía o quizá al igual que yo, era adicta al sexo anal. Recuerdo que la puse en cuatro sobre la cama y se sorprendió cuando me fui por detrás a lamerle el camino de sus nalgas hasta encontrar su ojete. Se lo succioné y lamí de arriba abajo y esta chica catracha solo disfrutaba y gemía de tremendo placer. Recuerdo que me dijo con su acento centroamericano: ¡Vos si sabes lo que haces! – Le lamí el culo por media hora y su concha estaba tan húmeda y solo le metí mi falo por un par de minutos para lubricarla y se la saqué para introducirla a su rico y bien apretado culo.

Juliet tiene un culo tan apretado que me costó perforarlo. Fue difícil que Juliet sostuviera mi glande pues este era rechazado. Se quejada del dolor, pero era ella la que insistía en ser penetrada. Le dilate el ojete con un dedo y luego dos, pero según Juliet mi falo es muy grueso y la cabeza es todavía más gruesa, pero lo que me gustó de esta chica, fue que no desistió y yo quería realmente cogérmelo. Finalmente, después de tanto intentarlo los 22 centímetros de mi verga se hundieron en el rico y bien solido culo de esta linda mujer. Nos tomó algunos minutos en hacer ese vaivén, pero una vez comenzamos, no paramos hasta ver de nuevo correrse a Juliet. Pasamos en esa posición de perrito por unos 20 minutos, pero luego me pidió que ella quería montarse. Pude ver como de nuevo Juliet se metía cada centímetro de mi verga y como flexionaba sus piernas. Luego cambió de posición y se sentó literalmente en mi verga y descansaba sus rodillas por sobre la cama y se levantaba una y otra vez para sentir que mi falo se le introducía. Yo le llevé ese vaivén y creo que sintió las cosquillas del placer. Una vez encontró la posición correcta, fue un vaivén que no paró hasta que de nuevo se corría. Gimió y de nuevo tomó una cobija para morderla y mitigar el ruido, y vivía un potente orgasmo anal del cual me dijo que este era el segundo que había sentido haciendo sexo anal, pero que este había sido el más potente que había experimentado. Con sus gemidos y gestos de su rostro, me llevaron a mi segunda corrida y eran la tres y once minutos de la mañana. Nos fuimos a bañar rápidamente y nos dimos un beso y nos despedimos y salí por la ventana.

Esas aventuras las tuve un tiempo y un año después ella y su esposo se habían mudado a un apartamento en la ciudad. Creo que Juliet por ese tiempo me dio esa sensación que a la mayoría de las mujeres les gusta el sexo anal. Cuando tuvimos más confianza, ella me lo decía con más franqueza: -Creo que a la mayoría nos gusta, pero es un tabú y la gente con sus creencias lo han satanizado, pero la verdad a mi me encanta y especialmente hacerlo contigo, pues tienes el vigor para hacerlo llegar a uno a lograr el placer deseado. – Juliet era muy linda, realmente me gustaba coger con ella. Un día estuvimos a punto a que nos pillara su marido, pues este quizá con cierta sospecha regresó dos horas después de que él debería estar trabajando, y suerte que Juliet tenía buen oído, pues yo nunca escuché a ningún vehículo estacionarse, especialmente que en ese momento me estaba dando el culo y estaba a punto de acabar. Ella reaccionó y me dijo que me fuera. Suerte no estaba totalmente desnudo, fue solo de subirme el pantalón y tomar mi camisa y salí por la misma ventana. No quise hacer más ruido y me quedé cerca de la ventana. Escuché la siguiente plática:

-Pensé que te encontraría dormida.

-Me acabo de levantar a orinar… ¿Estas bien, has venido temprano?

-Si… dos máquinas estaban paradas y pidieron voluntarios para regresarse sin derecho a pago. Y aquí estoy y con la idea de venir y ver si nos echamos un palo.

-¿De veras quieres coger a estas horas de la noche?

-Si… dame un rapidin.

-¡Está bien! Veni pues, dámelo.

Vi la silueta de Juliet a través de las cortinas y luego con un poco de más claridad pues la parte de abajo no estaba tan cerrada y pude ver como la trababa su marido. La tenía en cuatro y de repente este se vino gimiendo en su eyaculación. No duró ni cinco minutos. Vi cómo se levantaron ambos, se fueron al baño y salieron y se echaron a dormir. Tuve que salir por el portón de enfrente y caminar por cinco o siete minutos para llegar a la casa y no hacer ruido en atravesar los arbustos. Se lo conté a Juliet a la primera oportunidad y solo me dijo lo siguiente:

-Te das cuenta… solo busca el placer de él y no piensa en mí. No aguanta, en dos tres minutos se corre.

-Lo sé, lo vi.

-Además, su verguita no se compara a la tuya. Lástima que te haya conocido en estas circunstancias… me hubiera gustado tener a un hombre como tú en la cama todo el tiempo. ¡Qué suerte la de Gaby, que verga se coge!

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