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Sueño y realidad

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Monse abre los ojos con la respiración entrecortada, el sonido de su celular la ha extraído del sueño excitante en que se hallaba inmersa. Tenues rayos de la luna se filtran a través de la persiana, bañando de claroscuros su moreno cuerpo apenas cubierto por su ropa interior negra de satén. Con lentitud, extiende la mano, palpando el lado derecho de la cama para tomar su teléfono, la pantalla se iluminó con el roce de sus dedos, miró la hora y se dio cuenta que eran las doce y treinta de la madrugada. Entró a la aplicación del Whatsapp y, de pronto, una notificación llegó haciendo resonar su móvil:

Tomás:

—¿Despierta?

¡Despierta y muy muy caliente por ti!, pensó, pero, aunque quería, sabía que no podía poner eso como respuesta. Las cosas entre ellos no iban muy bien, sin embargo, ambos se morían el uno por el otro.

Monse:

—Sí, pero ya me iba a dormir, y tú... ¿Qué haces despierto a esta hora?

Tomás sentía que lo estaba pensando tanto como él lo hacía con ella.

Tomás:

—No puedo dormir, te extraño a rabiar, princesa.

Eso bastó para Monse que, se mordió el labio inferior mirando la pantalla; ella sabía lo que él intentaba con su mensaje y su piel ardía de deseos por tenerlo entre su ser, anhelaba continuar con él lo que en su sueño acababa de suceder provocándole un resquicio de humedad entre sus piernas.

Monse:

—También te extraño a rabiar, mi niño.

A ambos, se les dibujó una sonrisa. Tomás suspiró y un nuevo mensaje le llegó:

Monse:

—Hace un instante soñaba contigo y, justo ahora estoy... como solo tú lo sabes.

El pecho de Tomás se agitó, mientras se levantaba apresurado de su cama y se ponía sus shorts de salir a correr sin dejar de teclear en su pantalla.

Tomás:

—¡Wow! Me gustaría poder estar ahí para apagar tu fuego, no sabes cómo me has puesto, princesa...

Continuó colocándose sus tenis y su franela, sin dejar de ver el móvil.

Monse:

—Pero no estás aquí, mi niño. Es una lástima, tendré que terminar sola lo que tú comenzaste en mis sueños.

Tomás:

—Podría hacerte compañía por aquí, dime, ¿Qué traes puesto, prince?

Tomás agarró las llaves de su auto y salió de la casa...

Ella, estaba en su cama, empapada y deseosa por tenerlo.

Monse:

—El conjunto que tanto te gusta.

Monse acarició su vientre con sensualidad y metió su mano debajo de la diminuta tela húmeda y le envío un corto vídeo.

Tomás, al ver el vídeo, sintió que su entrepierna se le asfixiaba.

Tomás:

—Esa no debería ser tu mano, sino la mía, prince.

Hundió el pie en el acelerador.

Aparcó frente a la casa de Monse y miró la pantalla.

Monse:

—¿Dónde estás? ¿Qué te hiciste?

Tomás:

—Aquí estoy, me tienes muy mal princesa, muy mal.

Puso su móvil en silencio y trepó sigiloso como un ladrón por la enredadera que conducía al balcón de la habitación de Monse. Ella, llena de deseos vibrantes que carcomían su interior, con una mano frotó con suavidad su clítoris degustando el placer que su imaginación la atropellaba; con la otra, le escribía a Tomás. Él, ansioso y erecto la miraba por el resquicio de la persiana. Ella, inocente de su presencia continuó deleitando su entrepierna. Un nuevo mensaje la desbordó de pasión.

Tomás:

—Tócate para mí, prince.

Una Monse excitada y, obediente a los deseos de Tomás, hundió muy despacio y con lentitud dos dedos en su humedad y, con movimientos rítmicos, entraba y salía de sí dándose placer, se arqueó de hombros y soltó el móvil para poder acariciar sus senos; una avalancha de sensaciones le hicieron soltar un gemido que hizo estremecer a un Tomás excitado por el panorama que su chica le proporcionaba sin ella saberlo. Ella, excitada y desesperada tomó el celular y tecleó:

Monse:

—Te deseo aquí, ahora, conmigo, para que me devores por completa.

Tomás ya no aguantaba un segundo más mirándola, su entrepierna iba a reventar; tocó el cristal de la ventana y Monse pegó un saltó del susto, pero, al mirar a Tomás, su cuerpo se encendió en llamas como el ave fénix, se llenó de lascivia, se levantó y quitó el seguro. Un Tomás extasiado la tomó por la cintura y la trajo hacia sí; besos desesperados sellaron sus bocas, caricias ardientes quemaban las pieles. Con premura, ella le quitó la franela y acarició su tronco desnudo descendiendo hasta su masculinidad y apretó con demasía... Tomás soltó un ronco gemido; la tomó por las nalgas y la subió a su cintura, la condujo a la cama y la dejó caer despacio quedando encima de ella, besó su cuello, sus senos, mordió sus pezones erectos; con una mano le agarró las muñecas y las sostuvo por encima de la cabeza; con la otra, se adentró en su vagina haciéndola temblar, su lengua lamió su lóbulo y le susurró al oído.

—Te deseo con locura, prince.

Su mano siguió moviéndose en el lago de lujuria de Monse, ella, perdida en la excitación, se zafó de su agarre y bordeó su torso clavando sus uñas en la espalda de Tomás.

—Quiero más —balbuceó entrecortada.

Tomás descendió besando su abdomen, mientras se quitaba el shorts y el bóxer; ella se aferró a su cabello y lo condujo con prisa hasta su vagina; él apartó la diminuta tela húmeda con sus dientes y besó sus labios empapados de fluidos, un néctar delicioso del que Tomás no quería salir. Su lengua entró vacilante causando espasmos en sus caderas, movimientos circulares la hicieron aferrarse a las sabanas; ella, al borde de la desesperación, lo detuvo. Se levantó y acostó a Tomás sobre la alfombra, se sentó a horcajadas encima de él moviendo las caderas muy despacio para sentir el roce de la erección de Tomás que la hizo estremecer de nuevo. Las manos varoniles de Tomás se adueñaron con autoridad de los glúteos de Monse, la inclinó hacia arriba para entrar en ella haciéndola soltar gemidos, susurros y quejidos que, para él, eran los acordes perfectos de aquella total entrega.

ArgioB

(9,55)