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Toda una señora puta…
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Tiempo de lectura: 26 minutos

Estábamos con las hormonas disparadas por aquellos días y vimos en la televisión un documental donde se hablaba sobre la vida de las trabajadoras sexuales, mostrando el fenómeno desde diferentes perspectivas. Las entrevistas sugerían que para algunas de ellas el trabajo representaba dinero rápido y fácil, mientras que para otras aquello, ante la falta de otro tipo de oportunidades, era su única manera de subsistir. Por lo bien que se realizó el programa y las imágenes sugerentes que se mostraron, no tardamos en hablar con mi esposa sobre el tema.

¿Te aguantarías estar con 9 y hasta 12 hombres en una noche, como mencionaron ahí? Pregunté. Debe ser un tanto pesado, respondió ella. Así, sin más, comenté, solo un tanto pesado. ¿O sea que estar con menos de ese número sería más tolerable? Es que yo no veo que el contacto sexual en sí sea lo difícil, respondió. Tal vez lo que venga involucrado para llegar a eso pudiera hacer que ese tipo de trabajo se vea como más o menos pesado. ¿Cómo así? pregunté de nuevo. Creo que lo que hace difícil aquello es la obligación de hacer y depender de ese trabajo, que los contactos no se elijan a voluntad, sino que toque atender a quien caiga, la jornada laboral, la imposibilidad de decir en algún momento de la noche ya no más, un pago inequitativo. En fin, muchas cosas.

Entonces, según eso, a ti te quedaría más fácil asumir ese trabajo porque, al fin y al cabo, no vives de eso, y si lo haces sería por gusto, por vocación o por calmar la curiosidad. Sí, respondió, creo que así sería. ¿Y no te da miedo? Un poco, así que yo sería muy selectiva y no me prestaría para hacerlo en cualquier parte. Buscaría, más bien, un sitio de estrato alto que garantice, de alguna manera, que quienes van allí tienen algún tipo de educación. Y, al fin y al cabo, no nos digamos mentiras, los hombres acuden a esos lugares para calmar su necesidad de sexo y nada más. No me imagino a alguno de ustedes yendo a un burdel a conseguir novia o esposa. Pensaría que es el lugar menos indicado.

O sea, mi señora, que ¿no le ves inconveniente alguno a ser una trabajadora sexual? Pues al hecho de estar con un hombre no le veo complique, pero sí a que se aprovechen de uno, abusen de las mujeres, las exploten y las maltraten. Y lo del romanticismo, ¿dónde queda? En eso no hay tal, respondió rápidamente. La mujer le vende al hombre la posibilidad de un orgasmo, utilizando el cuerpo femenino como medio para ello. Los dos sabemos que el hombre llega mucho más rápido a su orgasmo que nosotras las mujeres. Así que, en algún sentido, nosotras somos tan solo el vehículo para que ustedes satisfagan su virilidad y calmen sus impulsos. Yo pienso que una mujer, en ese trabajo, poca oportunidad tiene para experimentar un orgasmo de verdad. El interés es monetario y no otra cosa.

Parecieras ser toda una autoridad en la materia, de cuando acá todas esas reflexiones. En la universidad teníamos compañeras que se financiaban haciendo ese trabajo. Nunca las discriminamos por eso, pero se notaba la diferencia. Ellas andaban bastante bien vestidas, lucían joyas finas, se perfumaban rico y viajaban mucho. ¿Y nunca les preguntaron cómo era aquello? No. Alguna vez, una de ellas, Maritza, me comentó que había que aprovechar la juventud porque la belleza no iba a durar para siempre. Ella tenía el propósito claro de terminar su carrera, ganar dinero, ahorrar y hacerse a sus cosas. Cuestionábamos si las personas que se dedicaban a eso podrían cambiar su estilo de vida con facilidad. Pero, al menos para ella, el tema del sexo no era un inconveniente.

Bueno. Y tú ¿qué pensabas? Nada, la verdad. No la enjuiciábamos. Respetábamos sus cosas y trabajábamos con ella igual que con las otras. Al menos yo nunca le llegué a preguntar nada al respecto. Por otra parte, era una época en que apenas estábamos conociendo la vida y había muchas experiencias que generaban reacciones. Por ejemplo, por aquellos días, frente a nuestra residencia, frecuentemente se paraba un hombre que se exhibía medio desnudo y se masturbaba frente a nosotras. Y, siempre, por curiosidad, armábamos el grupo para verlo desde las ventanas. Y, cuando eyaculaba, las compañeras hacían bulla y aplaudía. Así que el volvía para hacernos el show casi cada noche. Pero jamás se metió con ninguna de nosotras.

¿Y acaso tú o alguna de tus amigas compartieron o acompañaron a Maritza en su trabajo como acompañante? No, para nada. ¿Y cómo crees que ella lo soportaba o lo manejaba? Yo creo que a ella le gustaba. Y a ti, ¿no te gustaba? Pues, no lo sabía muy bien. Me daba un poco de miedo porque no sabía cómo funcionaban las cosas, pensaba que la integridad de una corría riesgo y además jamás se me presentó la oportunidad. Yo creo, más bien, que fue por eso. Nosotras éramos excelentes académicamente y toda nuestra atención estaba enfocada en sacar buenas notas y graduarnos. Bueno, ¿pero acaso tus amigas y tu no tenían sus aventuritas con amigos? Seguramente. En aquellos días las cosas eran bastante diferentes a como son ahora, pero no dudo que más de una pudo haber sido sexualmente precoz.

Y, ahora, ¿entonces ves que esa experiencia pudiera ser posible? ¿Cuál? Preguntó ella. Pues asumir la experiencia de una trabajadora sexual. Pienso que lo podría manejar, contestó, porque ya sé lo que eso es. Está claro. ¿Y qué te llamaría la atención de verte como prostituta? Pues, no sé, ver si todavía tengo acogida entre los hombres, porque la mayoría de las mujeres que se dedican a esa actividad son bastante jovencitas. De pronto uno ya no pega. ¿Qué te hace pensar eso? No lo sé. ¿Acaso has estado en un lugar de esos para saber cómo funciona? No, nunca. ¿Te gustaría ir a uno? Sí, por qué no. Simple curiosidad, contesté.

No volvimos a tocar el tema y cada uno se enfocó en su trabajo, en los deberes del hogar y el trajín propio de un matrimonio convencional. Pero, pasados unos meses, ella volvió a tocar el tema. Oye, ¿en que quedó la propuesta de ir a conocer un prostíbulo? Que yo sepa, respondí, nunca hubo una propuesta. ¿Por qué? ¿Te interesa? Sí. Quedé con la expectativa de conocer uno de esos lugares y me he imaginado cómo pudiera yo manejar la situación. ¿Qué situación? Pregunté. Pues ver si puedo lidiar con más de un hombre en una noche. ¿Y es que no te sientes capaz? No sé. Nunca lo he hecho, contestó. ¿Y quieres saber si puedes? Sí. Quisiera saber cómo manejo las situaciones, si me motiva, si me gusta o me disgusta. En fin. Ahora es solo curiosidad. Bueno, contesté, programemos algo a ver qué pasa. Miremos qué encontramos.

Nos pusimos a consultar las páginas web y nos llamó la atención un sitio llamado “Pussy´s Club”, entretenimiento para hombres. Así que el siguiente paso fue disponer fecha y hora para irnos de excursión y ver qué encontrábamos allí. Acudimos allí un viernes en la noche. Llegamos temprano, como a eso de las 7:30 pm pero el lugar no estaba muy concurrido, así que pedimos algo para beber y nos dedicamos a reconocer el lugar; una barra, una pista de baile, varias mesas alrededor. No vimos habitaciones, pero más tarde nos comentaron que se ubicaban en el segundo, tercer y cuarto piso de la edificación. Lógicamente identificamos a las bellas niñas que estaban allí, como unas quince, en principio. Y pudimos reconocer a quién las dirigía.

Magda era su nombre. No tuvo inconveniente en acercarse a nuestra mesa, después de que uno de los meseros le comunicó que teníamos interés en hablar con ella. Buenas noches, mis amores. ¿En qué les puedo servir? Buenas noches, contesté su saludo. Gusto en conocerle. Mi nombre es Enrique y ella es Laura, mi esposa. Ella se sentó sin quitarnos la mirada. Bueno, es sencillo, mi esposa quiere probarse como trabajadora en este lugar, solo por vivir la experiencia, y necesitamos su apoyo para llevar a cabo la idea. ¿De qué se trata esto? Dijo, mirando a mi esposa. Quiero hacer un turno con sus niñas por una noche y siendo usted quien maneja las cosas por acá, requerimos su apoyo.

Bueno, ¿qué es lo que quieren específicamente? Nada especial, dijo mi esposa. Yo solo quiero probar qué es ser una trabajadora sexual por una noche. Es todo. No pedimos contraprestación alguna. Solo que me de la oportunidad de estar a la par y trabajar igual que lo hacen ellas. Lo que usted recoja por mis servicios pudiera repartirlo entre ellas. ¡Qué petición tan extraña! Dijo ella. ¿Tiene experiencia? En este tipo de trabajos no. Tener sexo con hombres, pues claro que sí. ¿Y sabe cómo funcionamos? No, respondió mi esposa, por eso acudimos a usted.

No le prometo nada. Tengo que hablar con las chicas y con el dueño del negocio. Bueno, mire, dije, si ustedes me cobran algo por prestarnos ese servicio, yo estoy dispuesto a pagar. Sólo dígame cuánto es y nos ponemos de acuerdo en cómo hacerlo. Déjeme consulto y tan pronto tenga una respuesta se los hago saber. Así que se retiró y nos dejó solos en la mesa. Nos dedicamos, entonces, a ver qué iba pasando en el lugar. En ese momento ya había movimiento. Entraban hombres solos y una que otra pareja, y ya se veía como las niñas que trabajaban en aquel lugar acudían a las mesas a pedido de los clientes.

Mientras tanto, con Laura, conversábamos sobre aquello. ¿Qué opinas? ¿Será que sí? Pues yo no veo qué pierdan. Antes, por el contrario, se beneficiarían por lo que cobrarían por mí y por lo que nos puedan cobrar por darnos la oportunidad. Falta ver que piensen que somos algunos investigadores, o periodistas, o qué se yo. Esperemos a ver. Y si no es posible, pues no pasa nada. Ya para ese momento había varios muchachos bailando con las niñas, de modo que vino la pregunta obligada. Oye, y si alguno de eso te tirara el ojo, ¿te le medirías? Sí, por qué no. Es que yo no sé si te gustan, si estarías a gusto con alguno de ellos. A mí me parecen guapos, respondió.

La señora Magda volvió a nuestra mesa. A ver, nos dijo, nunca senos había presentado una situación como esta. Entiendo que donarías lo que obtengas por tu trabajo para repartir entre las demás muchachas, dijo, mirando a mi esposa. Así es le respondió. El dueño lo ve un poco extraño, pero me dio su permiso siempre y cuando yo lo maneje, sin rollos. Perfecto, dijo mi esposa. Entonces, para que esté enterada, los hombres vienen aquí para pasar el rato, bailar con las muchachas y tomarse unos tragos con amigos. Su trabajo consiste en procurar que ellos consuman un mínimo de doscientos mil pesos.

Si alguno de ellos quiere tener sexo con usted, el servicio se cobra por separado. Tiene un costo de trescientos mil pesos, de los cuales a usted le corresponderían cien mil pesos. El servicio tiene una duración máxima de treinta minutos. Lo usual es que haya el contacto sexual, usando el condón, pero está prohibido los besos en la boca, o las caricias en los senos, las nalgas o las piernas. Es, de alguna manera una forma de proteger la intimidad de las muchachas. Esas caricias se las reservan para sus maridos. Lo que se vende es la posibilidad de que el hombre experimente su orgasmo. Usted negocia con él, si es que decide que la acaricie o la bese. Puede hacerle sexo oral, si lo desea, para estimularlos. Ellos lo aprecian mucho. Normalmente las muchachas cobran cincuenta mil por cada caricia adicional.

La gente que viene aquí es de nivel. Nunca hemos tenido malos rollos. Una muchacha fácilmente puede hacerse entre ochocientos y un millón de pesos por turno. A veces los clientes les dejan propinas y su ingreso aumenta un poco más. El turno es de seis horas, por lo general de 9:00 pm a 3:00 am. Lo importante es hacer que los hombres se sientan a gusto. Algunos, a veces, vienen tan solo a conversar, así que consumen y les dejan a las muchachas algo por el tiempo que los acompañaron. Los días de más movimiento son los viernes, como hoy, y los sábados.

¿Y cómo recomienda comportarme? Como cualquier mujer que quiera hacer sentir bien a su hombre. A ellos hay que consentirlos, escucharlos, hacerlos sentir bien y venderles la idea de que usted puede ser suya si lo desean. Muchos de ellos vienen ya enrumbados y llegan acá a desfogar su energía y satisfacer sus necesidades. Entendido, dijo mi esposa, ¿cuándo lo hacemos? Vénganse mañana, a las 7:00 pm, y le muestro las habitaciones. O, si desea, podemos darnos una vueltica ahora mismo. Me parece bien, dijo mi esposa. ¡Vamos! Dijo la señora Magda emprendiendo la marcha. Te espero aquí, le dije a mi esposa. Pregunta sobre vestimenta y demás. ¡Lo haré!

Al rato volvieron. Bueno, mijita, dijo la Señora Magda, la espero mañana. Si señora, le contestó mi mujer. ¿Estás de ánimo para ir de compras? Preguntó. Pues si hay que ir de compras, vamos. ¿Por qué? Repliqué. Me recomendó vestirme bien provocativa, arreglada y perfumada, con zapatos de tacón alto y plataforma para verme más alta y resaltar mis piernas. Me dijo que yo puedo hacer con ellos lo que sea, pero que ellos no pueden tocarme, así que mi vestido debe ser lo más práctico para facilitar el contacto sexual. Y que ojalá tenga dos o tres mudas de interiores para cambiarme, si las prendas se llegan a mojar con el semen de los hombres. No es común porque se usa condón, pero a veces las prendas de las muchachas resultan humedecidas más de la cuenta.

Salimos de allí, entonces, buscando un sex shop. Después de ver varios modelos, por fin ella se decidió por uno. Un conjunto de top y panti de textura negra mate, algo transparente, que dejaba ver poco de sus senos y sexo, aunque sus nalgas sí totalmente descubiertas, pero imaginar mucho. Unas medias tipo liguero, también negras, y unos zapatos de tacón alto, 15 cms, bastante bonitos. ¿Y el vestido? Pregunté. Yo lo acomodo con lo que tengo en casa. La chaqueta blanca y la minifalda de cuero negra.

Seguimos mirando las vitrinas de aquel lugar. ¿Condones? Sí, mejor llevemos. ¿Perfume? Yo tengo. ¿Accesorios? Usaré los míos. Ella me recomendó que, después de cada encuentro, me arregle para lucir fresca, atractiva y siempre dispuesta. También me dijo que, después de haber atendido al cliente, me despida con mucha elegancia y me retire dando por terminado aquello. Las muchachas normalmente dicen, que tengas buen regreso a casa y espero verte de nuevo por aquí. Que yo no me preocupe por cobros. Yo solo tengo que dirigirme a la encargada para que formalice lo correspondiente y es ella quien me dice si podemos pasar a la habitación, y me indica cual. Bueno, listos, entonces…

Al otro día, tal como nos habíamos comprometido, llegamos muy puntuales. La señora Magda nos recibió muy cordial. Estas muy atractiva, mijita, le dijo a mi mujer. De seguro vas a impresionar la clientela y te va a ir bien. Te ves veterana, como dicen los muchachos, y eso a veces gusta. Acuérdate que lo importante es que el cliente disfrute el contacto sexual. Tu verás cómo lo haces, cómo lo estimulas, cómo te mueves y cómo te gozas al macho de turno, porque eso también hace parte del intercambio. Ellos salen contentos cuando ven que la hembra gozó con sus embestidas. A veces hay que ser un poquito artistas para hacerles creer que estuvimos super.

Señora Magda, intervine. Pregunta. Siendo que esto es una aventura en pareja, ¿puedo ser espectador en sus encuentros? A veces entran dos hombres con la misma muchacha, respondió, pero cada uno paga su servicio por separado. En esos casos el tiempo se extiende a una hora. Bueno, mijita, tendrías que preguntarle al cliente si tiene inconveniente en que tu pareja esté presente. No es lo acostumbrado, pero no se pierde nada con intentar. Pero, si es así, trate de ser simplemente un espectador silencioso, sin intervenir. Okey, respondí. Creo que puedes ir a hacerle compañía a las muchachas y estar todas dispuestas, le dijo a ella. Poco a poco la gente va a llegar. Ven conmigo y te las presento. Yo estaré en la barra, dije a mi esposa, allí me encuentras.

Me instalé en un rincón de la barra, pedí un trago y me dediqué a observar y esperar. Al rato mi esposa llegó allí. Bueno, ¿qué ha pasado? Pregunté. No mucho, respondió ella. Las muchachas me dijeron que el movimiento fuerte empieza después de las 12 pm, porque todos han estado en sus citas y fiestas, y es después de esa hora que empiezan a llegar por acá para redondear sus programas.

¿Y les preguntaste algo? Sí, le pregunté a una de ellas cómo lo acostumbraba a hacer. Me dijo que a ella le gustaba chupar vergas, así que recién entraba a la habitación se desnudaba bailando frente a ellos, los desnudaba, les pegaba una mamada, después de colocarles el condón, y luego se ponía de perrito para que ellos terminaran la faena. Y que a veces, no más en la mamada se venían y ya, qué pena, no había penetración. Otra muchacha me dijo que ella prefería que acabaran rápido, así que tan pronto entraba se desnudaba y se tendía en la cama, con las piernas abiertas, esperando que el hombre la abordara y alcanzara lo suyo.

Y tú, ¿cómo preferirías hacerlo? Aún no lo sé. Creo que cada situación es diferente y es el momento el que define cómo hacerlo. ¿Estás nerviosa? Extrañamente no, pero es que aún no ha llegado el momento. Por ahora estoy relajada, tranquila. ¿Y ya pensaste cómo decirle al fulano lo mío? La verdad, no. ¿Cómo lo harías tú? Diciéndole la verdad. De seguro van a reunirse a conversar un rato mientras consume algo, así que te contará algo de su vida y también pretenderá saber algo de la tuya. ¿No crees? Ya veremos, comentó ella. Y si no, continué, pues nada, No hay lío. Haz lo que tengas que hacer. ¿Te gustaría verme con ellos? Preguntó ella. Sí, contesté. La aventura es compartida. Sí, es cierto, contestó.

Presurosa se acercó a nosotros una de las muchachas diciendo, señora Laura, venga, llegó un grupo grande. Voy contigo dijo ella, emprendiendo el camino. Aquí voy a estar, comenté, me avisas qué va a pasar. Sí, no te preocupes. Y ambas se alejaron hacia el sitio donde todas las chicas se reunían, expuestas a la vista de los hombres que ya empezaban a invadir el lugar. La señora Magda, junto a otra muchacha, acogía a los clientes y les iban acomodando en diferentes lugares. Se le veía conversar con ellos y mirar hacia las muchachas. Y luego la vi dirigirse al grupo y enganchar a mi mujer, llevándola a una mesa donde se había acomodado un hombre, vestido de negro, con jeans y buzo gris. Otras muchachas, igualmente, las fueron acomodando con otros clientes.

Vi cómo aquel hombre saludaba cordialmente de mano a mi mujer. Ambos se sentaron y empezaron a conversar. La vi a ella muy relajada en su papel, pero llegué a pensar que ya debía sentir algo de ansiedad porque ya no eran solo especulaciones. Había llegado el momento. Yo, por mi parte, me sentía nervioso, algo excitado y expectante a lo que pudiera pasar, que no podía ser otra cosa que aquel le pidiera a mi mujer subir a la habitación. Al fin y al cabo, para eso estábamos allí.

Mi mujer se despojó de la chaqueta blanca dejando sus brazos al descubierto, porque usaba una blusa roja sin mangas, que tenía un escote profundo y muy insinuante. Y no pasó mucho tiempo para que aquel la invitara a bailar, lo cual no suponía ningún reto para ella, porque le encanta hacerlo. Se siente como pez en el agua. Es su territorio. El hombre no perdió tiempo, porque bailaba con ella manteniéndola pegada a su cuerpo. Y pensé, cuál es el objeto de que no las toquen durante el encuentro sexual, si en la pista de baile aprovechan el tumulto de parejas bailando para dirigir sus manos y tocar por donde les plazca.

Bailaron durante dos o tres movidas piezas antes de regresar a la mesa. Y vi como ella, una vez instalados, le servía al hombre licor en su vaso, tal vez siguiendo las recomendaciones de las muchachas. Seguían conversando y, a la distancia, se les notaba animados y comprometidos. Y ella, para mi sorpresa, también bebía a la par de aquel. ¿Por qué estaría bebiendo? Me preguntaba. ¿Será que ahora si se habían despertado sus nervios y necesitaba relajarse un poco? Al rato se volvieron a levantar y volvieron a bailar. Lo hacían muy animados y bastante compenetrados desde mi perspectiva.

Volvieron a la mesa nuevamente y siguieron su conversación, bebiendo y brindando. ¿Cuál sería el motivo del brindis? Pensaba. De pronto vi como ella se volteó, señalando a donde yo me encontraba. El hombre dirigió su mirada hacia mí y levantó su copa, como saludándome a la distancia. Supuse, entonces, que ya aquel le había dicho a mi mujer que quería pasar un rato con ella. Laura se levantó, dirigiéndose a la caja. Entonces una muchacha la siguió a la mesa, llevando un datafono, para concretar el pago del servicio. Los vi levantarse y dirigirse hacia el ascensor. La muchacha vino hacía mí. La señora Laura me dijo que le avisara que van a estar en la habitación 202, que allá lo espera.

Me apresuré a dirigirme allá. Subí por las escaleras para ganar tiempo y llegué frente a la puerta cuando ella recién la estaba cerrando. Así que, cuando me vió, ella se giró para atender a su cliente, desentendiéndose de mí. Había música ambiental, así que ella, dirigiéndose a la cama, donde el hombre la esperaba, empezó a balancearse, bailando, mientras se iba desnudando. Hacía aquello como muy desenvuelta y me extrañó su comportamiento. Yo me quede en a puerta, inmóvil, como si no existiera. El tipo, entonces, se levantó y frente a ella, también empezó a quitarse la ropa. Ella se despojó de la blusa, el top y los pantis, quedándose vestida tan solo con sus medias, zapatos y accesorios.

El hombre, desnudo frente a ella, solo esperó que ella tomara la iniciativa. Ella lo empujó hacia atrás, de manera que, al rozar el borde de la cama, se dejó caer de espaldas. Mi mujer tomó su pene entre sus manos e inclinándose sobre él, metió su pene en su boca y empezó a chuparlo para estimularlo. El hombre se relajó, cerró los ojos y dejó que mi mujer hiciera su parte. Oye, le decía, para ser inexperta en el oficio, lo haces muy bien. Ella siguió chupando y chupando, y cuando su pene estuvo totalmente endurecido, se montó sobre él para, suponía yo, cabalgarlo. Pero el interrumpió su gesto, diciéndole, ¿me dejas ir arriba? Por supuesto, respondió ella muy familiarmente.

Ella, en consecuencia, se recostó de espaldas, abriendo sus piernas. Ponte el condón y ven, le dijo. El tipo, envalentonado como estaba, se instaló el plástico en su pene y se abalanzó sobre ella y, sin demora, la penetró y empezó a bombear con mucha energía. Mi mujer, muy pronto, empezó a gemir. Me llamó la atención de que aquello estuviera pasando. Supuestamente era ella quien debería manejar la situación. Y más me extraño que, a continuación, el tipo la besó, con mucha pasión, y ella no lo rechazó. Por el contrario, pareció disfrutarlo mucho y promover que aquello siguiera sucediendo. Ella respondía con el movimiento de sus caderas al empuje de aquel. Y así, al rato, aquel presionó el cuerpo de mi mujer y se quedó inmóvil. De seguro ya había eyaculado.

Se levantó y ayudó a mi mujer a incorporarse. ¿Entras tu primero? Le dijo ella a su hombre, mostrándole el baño. Sí, dijo él, no tardo. Gracias. Y, una vez cerró la puerta tras de sí, no pude contenerme para decirle a mi mujer, oye, ¿pero no dizque no había besos, toques y demás, y acaso la mamada no era con condón? Sí, ya sé, me respondió. Pero yo no soy una máquina. El tipo es hombre y me gustó, me excitó y disfruté estar con él. Además, esto es aventura de una noche y no es para siempre. Es un tipo confiable. ¿Cómo sabes? Dije un poco molesto. Lo sé, dijo, ya te contaré. Además, ya metidos en el cuento, pues terminémoslo. ¿Te parece? Sí, contesté.

El hombre salió del baño dándole espacio para que mi mujer entrara. El y yo, por lo tanto, nos quedamos un instante solos. De alguna manera me parecía alguien conocido, pero no precisaba de dónde. Lo felicito, hombre, me dijo. Gracias, repliqué. ¿Por qué? Tienes una esposa muy bella, y además culea muy rico. Cuídala mucho. Voy a bajar, nos vemos allá para despedirnos. Quisiera agradecerle personalmente. ¡Claro! Contesté. Ella no tardará. Y él salió. Cuando bajamos volvimos a encontrarlo. Laura, la llamó, gracias, le dijo dándole un afectuoso abrazo. Tenemos que volvernos a ver. Y se fue. ¡Qué extraño! Pensé.

Eran como las 10:30 pm y el lugar se estaba volviendo un tanto caótico. Había mucho movimiento. Las muchachas iban y venían. Había parejas en las mesas y gente bailando. Y pensé ¿de dónde habrá salido tanta gente en un momentico? Laura había bajado totalmente arreglada y dispuesta a continuar con el compromiso adquirido. Hubiera podido parar ahí, había imaginado yo, no había obligación alguna, pero, según me percaté, estaba decidida a continuar. No más llegar al primer piso, la señora Magda le hizo señas. Y ella, despidiéndose de mi con un agite de su mano derecha, acudió a su encuentro. Yo seguí de largo a la barra, para instalarme como habíamos acordado desde un principio. Recién lo estaba haciendo cuando la vi a ella, a la distancia, regresar de vuelta hacia los pisos superiores, llevando de la mano a un hombre, algo robusto y tal vez de su misma estatura. No se veía tan joven y tenía la apariencia de un artista, quizá, con su cabello rizado, vestido muy informal. Ella ni volteó a mirarme y los vi desaparecer.

Quedé con la curiosidad de saber cómo se darían las cosas esta vez, aunque era claro lo que iba a suceder. Pero, habiendo sido testigo de su encuentro con su primer cliente, la verdad, trataba de imaginar en mi mente cual iba a ser su rutina esta vez. Con el primero hubo oportunidad de charlar, bailar y conocerse un poco, pero con este otro el encuentro caía en la categoría de un rapidito o un “polvo express”, como dicen los muchachos hoy en día. Y no sé porque, en medio de aquel ambiente, al parecer estaba sufriendo un tanto por no saber qué estaría pasando con ella en ese momento.

Tal vez habrían pasado los treinta minutos, o más, cuando la vi bajar de nuevo, luciendo como al principio, como si nada. Encontré extraño que no volteara a mirar hacia la barra, pero entendía que ya se había metido en el cuento y estaba atenta al desarrollo de la situación en aquel lugar. Se dirigió directamente al sitio donde se reunían las muchachas para recibir a los clientes y, esta vez, no más llegar ahí, nuevamente la engancharon con otro sujeto. Y ella, al parecer sin disgusto, se unió a él y estuvieron intercambiando algunas palabras mientras tomaban una decisión.

Era un tipo delgado, más bien alto, con poco cabello, se le veía un tanto calvo, elegantemente vestido. Se sentaron en una mesa, pero casi al instante salieron a bailar. Estuvieron en la pista lo que duraron dos canciones y, volviendo a la mesa, Carolina, la chica del datáfono, llegó para cerrar el trato. El tipo no pidió servicio de bebidas, por lo cual, me imagino, la idea del baile era para tantear el terreno y ver, tal vez, si tener la aventura con mi mujer era una buena elección. El baile, pensé, era la excusa para palpar lo que iba a tener a su alcance, si se decidía por ella. Asegurado el pago por el servicio, y sin más demoras, vi como ella lo tomaba de la mano y desaparecían entre la multitud.

Esta situación me estaba generando un tanto de morbo. Yo ya la había visto a ella tener encuentros con otros machos, así que no sabía cual era la causa de mi inquietud. Cierto, las aventuras del pasado habían surgido para hacer realidad las fantasías del momento, hacer el amor con un extraño, tener una aventura de una noche, ir con su amante a un motel, tener sexo con su amante en la cama matrimonial, dejarse seducir en un hotel, en una discoteca, en una playa, hacer un trio, participar en una orgía. Y esto no dejaba de ser una experiencia más en el abanico de posibilidades. Tal vez, llegue a pensar, estaba un poco celoso de que ella tuviera esas posibilidades y yo no las pudiera compartir. Tal vez me sentiría más cómodo si pudiera estar con ella en todo momento.

Al rato, mientras me distraía observando la dinámica del lugar, ella llegó a mi lado. No me di cuenta en qué momento había terminado su servicio y, para esa hora, yo ya había tomado la decisión de no pensar más en aquello y dejar pasar el tiempo, aceptando que las cosas se dieran como tenían que suceder. Yo me adaptaría a sus decisiones y trataría de pasar el rato, esperándola, lo mejor posible. La saludé de abrazo. Oye, ¿cómo va todo? Pregunté. Bien, me dijo. Me ha ido bien. ¿Esta concurrido el sitio? ¿Mucho trabajo? Sí respondió. Les esta yendo bien esta noche. Es un trabajito para tener en cuenta, comentó. Puede que se sude un poquito, pero la plata se ve. Es una posibilidad que no hay que descartar, dijo sonriendo y lanzándome una mirada maliciosa. Bueno, dije yo, ya descubriste otro de tus tantos talentos y habilidades. Y, mirando hacia dónde estaban las muchachas, me dijo, después hablamos, me tengo que ir.

Esta vez la vi engancharse con un hombre negro y de inmediato pensé, le dieron en la vena del gusto. A este si le va a dejar hacer de todo. Y no me equivocaba, le noté una expresión de alegría en su rostro cuando salieron juntos rumbo a las habitaciones. Se veía un tanto risible cómo ella iba por delante de él, tomándolo de la mano, casi que, arrastrándolo detrás de ella, tal vez con curiosidad por saber qué sorpresas le esperarían con este mulato, pues para mí no era un secreto que los hombres de color eran su afrodisíaco. Así que no dudaba, para nada, que su vagina ya estuviera totalmente húmeda con el sólo contacto de sus manos durante el protocolario saludo.

Yo seguía distrayéndome, tomándome unos tragos, y ya me estaba entonando, pero lejos estaba de perder mí lucidez. ¿Cuántos “destornilladores” me habría tomado hasta esa hora? Ni idea. La verdad estaba excitadísimo con esta aventura, pues me daba mucho morbo el sólo pensar que ella iba a acostarse con varios hombres esa noche. Y si antes, en nuestras aventuras, se me subía la calentura con verla cómo ella se daba a las situaciones para finalmente llevar a cabo sus caprichos, esta vez la nota estaba muy alta. Jamás pensé que su curiosidad para experimentar estas situaciones llegara a tanto.

Estaba en esas divagaciones cuando ella volvió a mi lado. Pídeme algo para beber que tengo una sed terrible. ¿Qué quieres, pregunté? Algo frío, dijo ella. Acábate mi destornillador, dije. Pero, ¿tiene alcohol? ¡Claro! Respondí. Bueno, tal vez me está haciendo falta, dijo riendo. Pero pídeme un refresco, un agua con gas. Okey… Me tocó cambiarme las medias. ¿Por qué? Bueno, contestó, con el último cliente me vine de forma impresionante y mojé las medias. Pero, ¿no estabas en la cama? No, estaba de pie. Fue impresionante, me temblaban las piernas. Me imagino que fue el negrito. Sí, dijo. ¿Y se lo mamaste? Y ella asintió afirmativamente con la cabeza. Lo supuse. Bueno, ya valió la pena la noche. Todo el tiempo ha valido la pena, me contestó.

Ella prácticamente había venido a tomarse un respiro de la faena que le había dado aquel. Son las satisfacciones que brinda el trabajo pensé, riéndome para mí mismo. Laura bebió su agua rápidamente y así como llegó se fue. Tan solo fue un corto descanso en el turno que estaba prestando. Volvió a su lugar y esta vez la engancharon con otro hombre, no tan jovencito, tal vez de nuestra misma edad. Se veía muy serio, por sus modales, pero bastante educado por cómo se comportaba con mi mujer, tratándola como a toda una dama. Se comportaría igual si supiera que para esa hora ella ya llevaba cuatro vergas en su vagina.

Al parecer la cosa iría para largo, porque los acomodaron en una mesa donde les sirvieron bebidas. El tipo, desde el principio, le hablaba muy cerca al rostro de mi mujer, casi que, en su oreja, porque el volumen de la música no facilitaba que la comunicación se diera de otra manera. Estuvieron allí, hablando por largo rato, y, de pronto, ella se levantó invitándolo a bailar. Supongo que fue su iniciativa. Así que se fueron a la pista. Al terminar la música volvían a la mesa, el señor bebía y brindaba, mientras escuchaban otra melodía. Y a la siguiente interpretación volvían a bailar. Y así pasó el tiempo, casi una hora y media.

Pero, al rato, la chica del datafono volvía a aparecer. Y en seguida vi a mi Laura tomar de la mano a aquel señor y proceder de nuevo en la rutina de la noche, rumbo a las habitaciones. La cosa debió se apasionada porque tardó más de los treinta minutos en bajar. Quizá había pagado el turno de 45 minutos. Qué se yo. El hecho es que ella tardó casi una hora en aparecer en escena, como siempre, otra vez arreglada, luciendo como si acabara de llegar al lugar. La vi volver a integrarse con las chicas y casi, de inmediato, engancharse con otro “comensal”, como a esa hora empezaba yo a llamar a quienes se emparejaban con mi mujer, pues ya sabía en qué iba a terminar la cosa.

Esta vez la vi conducir a un muchacho, tal vez de su estatura, de constitución normal, vestido muy informal. A la distancia me pareció muy joven en contraste con mi mujer. Ciertamente, se notaba la diferencia de edades. Ella, muy veterana, y él, muy jovencito, casi imberbe diría yo. Pero, dada la naturaleza del negocio, creo que mi mujer no tenía la posibilidad de escoger, así que, sin remedio, de nuevo, de vuelta a las habitaciones. No la percibía disgustada, ni apremiada por la situación, así que llegué a pensar que ya le había cogido el gustico a aquello. Y, cogidos de la mano, los vi desaparecer. Yo, desprogramado como estaba, esperando tan solo que ella acabara su turno, estuve tentado a subir a las habitaciones con algunas de las muchachas, todas apetecibles, pero me arrepentí.

Era un sábado muy agitado. ¿Cómo sería entre semana? Imaginaba que más bien con poco movimiento, pero nunca se sabe. Desconocía la forma de operar de aquellos sitios, de modo que no podía emitir juicio alguno al respecto, pero, si todos los días eran como aquel sábado, de seguro les iba muy bien. Mientras miraba aquí y allá, tratando de interpretar qué sucedía en cada situación, volvía a verla bajar. La experiencia, creía, había superado las expectativas más allá de lo imaginado, primero, porque ciertamente se notaba la diferencia entre mi mujer y las otras muchachas, y pudiera pensar uno que a los hombres les gustan las mujeres jóvenes, y, segundo, porque tal vez nunca llegamos a pensar, ni yo ni ella, que fuera a tener tanta acogida y demanda como hasta ahora se había dado.

Ya casi eran los 2:00 am, así que nos aproximábamos a la hora del cierre del establecimiento. Yo ya estaba dando por sentado que las cosas habían culminado, pero, como dicen en el futbol, los partidos terminan con el pitazo final. Y eso aún no había sucedido. El muchacho que había estado con mi mujer llegó a la barra y se sentó justo a mi lado. Pidió una cerveza y se quedó mirando hacia la pista de baile. Buenas noches, lo saludé. Hola, ¿Qué tal? Me respondió. ¿Cómo van las cosas? Bien, le contesté. Por aquí, pasando un rato. Quedé de enconarme aquí con unos amigos, pero me dejaron plantado. Así que decidí que darme un rato y tomarme unos tragos. ¿Y tú? Vine a darme una vuelta a ver qué había. ¿Vienes seguido por acá? Pregunté. Más o menos, respondió. Entiendo, dije. ¿Y qué te llama la atención de este lugar? Yo vivo cerca y me gusta darme una vuelta por acá, y ver si hay ganado nuevo. ¿Y es que cambian a las muchachas regularmente? No mucho, pero a veces viene uno y hay alguien diferente.

¿Y hoy había muchachas diferentes? Sí, dijo, hoy apareció una señora que viste muy elegante. La Señora Magda me comentó que había una mujer nueva que me podría interesar. Yo la vi como buena, aguanta el riesgo, y, siendo la novedad, la pasé por las armas. Entiendo, respondí. ¿Y usted qué hace con veteranas? Pregunté. Lo veo bastante joven. No, que va. Me veo joven, pero yo tengo 26 años. Y la señora esa, ¿qué edad le calcula que pudiera tener? Yo pienso que ya está en sus cuarenta. Entonces, continué, ya es una puta experimentada. No sé, pero sí lo mueve rico, para qué. Pensaría yo que a usted le deberían gustar las jovencitas. Sí, pero hay que probar de todo. Pues, sí. Si hay la oportunidad, ¿por qué no? ¡Así es! Bueno, lo dejo. Y terminando su cerveza, se despidió y retiró del lugar.

Miré hacia donde se concentraban las muchachas y, sorpresa, otra vez mi mujer guiaba a un hombre rumbo a las habitaciones. Ya la escena se había vuelto familiar. No sé qué trataba de probarse porque ya habíamos tenido experiencias diversas previamente y creía yo que ya, a estas alturas de nuestras vidas, muchas curiosidades sexuales habían sido satisfechas. Sin embargo, lo que sucedía aquella noche daba para pensar que todavía había asuntos pendientes por resolver. El sujeto aquel era como de su estatura, de contextura normal, quizá cuarentón. Nada especial. Un cliente más que caminaba muy animado de la mano de ella, esperando el mejor servicio por parte de mí, para esa hora, putísima esposa.

Más tarde, a mí parecer, ya prestado su eficiente servicio, ella tuvo la oportunidad de llegar hasta donde me encontraba. Hola, ¿cómo has estado? Me preguntó. La verdad, contesté, ya la monotonía me está aburriendo. Menos mal que ya está próxima la hora del cierre. Y tú, ¿cómo la estás pasando? Bien, me contestó. Ha sido una experiencia interesante. Después te contaré, pero a estas horas el trabajo ya se vuelve un poco pesado. No por los encuentros en sí sino porque ya arrastra uno el cansancio del día anterior y se va perdiendo el ánimo. Los tipos podrían llamarme la atención, pero ya la disposición no es la misma. Yo creo que, por hoy, ya no fue más. Voy a llegar a donde Magda y me voy despidiendo.

Sin embargo, las cosas no fueron como se esperaba, porque ella la estaba esperando para encargarle un nuevo servicio. Eran las 2:45 am cuando Laura recibió lo que parecía ser su último encargo. Se trataba de un moreno, bastante alto y de contextura atlética, tal vez un boxeador o levantador de pesas. Ella volteó a mirarme, haciéndome señas de que la esperara, mientras subían por las escaleras, desapareciendo de mi vista. Imaginé que se trataría de un rapidín, debido a la hora, pero, mirando el reloj, ella tardó 45 minutos exactos en bajar, despidiéndose de su último cliente. El sitio cerró sus puertas a las 3:00 am, pero, según me dijo el barman, a los clientes que ya estaban en las habitaciones se les respetaba la duración del turno contratado.

Después de aquello mi esposa se dirigió donde Magda y las muchachas. Charlaron unos minutos, se despidieron y me hizo señas indicándome que nos fuéramos. Por fin, después de varias horas, aquello había terminado. Empecé a caminar hacia la puerta de entrada con la intención de reunirme con mi esposa, y quise despedirme de la Señora Magda. Parece que nos fue muy esta noche ¿verdad? comenté cuando estuve cerca de ella. Sí señor, no nos podemos quejar. Su mujer estuvo muy solicitada y cumplió muy bien con su trabajo. Tráigala de nuevo, cuando quiera, será bienvenida. Muchas gracias, le respondí, nos mantendremos en contacto a ver cómo negociamos. A ella le va bien, comentó, ya se pudo dar cuenta. Y, aunque habíamos quedado en otra cosa, yo la compensé por su trabajo. Hasta pronto… Hasta luego Señora Magda, respondí.

Salimos de allí, llegamos hasta nuestro vehículo y emprendimos el regreso hasta nuestro hogar. Al principio hubo silencio entre los dos, pero unos minutos más tarde mi esposa entabló conversación. Bueno, dijo, ya sé que esto no me queda grande. ¿A que viene el comentario? Pregunté. Porque tenía mis dudas si podría estar con más de un hombre en una sola jornada, pero, de verdad, todas las parejas me entusiasmaron y disfruté cada encuentro. No sé si por ser una experiencia diferente, o porque era algo que tal vez hace tiempo quería probar, cada encargo me entusiasmaba. Creo que también tuvo que ver con sentir que me sentía especial por ser escogida, habiendo tantas otras niñas, más jóvenes, más bellas y más expertas en el oficio.

Yo, la verdad, me comporté tal como me sentía. A cada uno de ellos me le entregué con mucha confianza y dedicación, tratando de que se sintieran bien y de sentirme bien y disfrutar al máximo la experiencia. Al fin y al cabo, se trataba de satisfacer un capricho más, que nosotros mismos habíamos elegido. Sabíamos en que nos habíamos metido. Era algo que se hacía por gusto y no por obligación, así que me sentía muy segura y tranquila con cada uno de ellos. Me sentía muy halagada cuando esos hombres me preferían y procuraba que se sintieran a gusto conmigo. Todos me excitaron y con todos disfruté el encuentro. No tengo queja, tal vez porque lo hacía por propia voluntad.

Bueno, pregunté, ¿y qué pasó en aquel primer encuentro? ¿Por qué dijiste que aquel hombre era confiable? Porque yo lo conocía, dijo. ¿Cómo así? repliqué. Ese es David, el profesor de la Universidad Nacional con el que me involucré hace unos años, ¿recuerdas? Yo no me acuerdo. ¿Cuándo fue eso? Tú andabas en confiancitas con tus amigas del trabajo, lo cual me había disgustado. Habíamos discutido, estaba vulnerable y, sintiéndome despreciada, resulté conociendo a David mientras hacíamos fila para pagar servicios en un banco. Nos caímos bien. Volvimos a vernos varias veces. El interés inicial terminó convirtiéndose en otra cosa y ya no me gustó. Para completar, en aquella época, a él lo trasladaron y me propuso que me fuera con él. Y desde entonces no nos veíamos.

Yo no había reparado en él. Está un poco cambiado y vestido de manera diferente. Fue él quien me reconoció. Al principio sentí un poco de vergüenza y me ruboricé, así que bebí a la par de él para desinhibirme un poco. Te habrás dado cuenta que bailamos, conversamos y demás, recordando lo que había sucedido en el pasado. Y luego, como podrás imaginar, me propuso terminar lo que había quedado inconcluso. Y yo, haciendo el papel de la prostituta, ¿qué iba a responder? Al fin y al cabo, es un cliente. Eso fue todo. Y claro, habiendo quedado esa deuda pendiente, las cosas se dieron más fácil. Creo entender que, en aquella ocasión, él te propuso tener sexo y tú no aceptaste. Así fue, contestó. Pero ahora, en este papel, no había excusa.

¿Y no te reprochó que estuvieras en estas? No. Le conté la verdad y el por qué estaba allí. Por eso accedió a que estuvieras presente. Creo que, de alguna manera, trató de humillarte. No sé. En ese tiempo el tipo me despertaba el deseo, y varias veces me insistió que te dejara, pero, aunque el tipo me gustaba, tenía miedo y me restringía de hacer muchas cosas. Ahora es diferente, no le pongo tanto misterio al asunto. Así que la curiosidad fue comprobar cómo me sentiría con él debido a ese pasado. Y estuvo bien. Quedó de llamarme. Vamos a ver si lo hace más adelante. Bueno, ¿y qué pasó con los demás?

El otro hombre era un tipo algo regordete, de pelo rizado, desarreglado. El tipo, no más entró a la habitación, me pidió que le permitiera desnudarme. Le informé que no estaba permitido que me tocara. Me ofreció $ 50.000,oo si lo dejaba hacerlo. Le pregunté qué tenía en mente y me dijo que solo quería acariciarme y sentir la textura de mi piel. Estuve de acuerdo. Así que me desnudó, dejándome tan solo vestida con los zapatos, y me acarició hasta donde más no pudo. Y después me pidió que me colocara en posición de perrito y me penetró. Su miembro era bastante grueso y sentí muy apretada su penetración. Me decía, ¡muévete duro perra! ¡Gánate la plata! Y eso no me disgustó. Fue una sensación extraña, diferente, me excitó y me hizo venir.

El otro cliente era un oficinista. Había discutido con su novia y estaba como dispuesto a vengarse de ella, pero yo pienso que descargó toda su energía y ofuscación conmigo, porque, sin decir palabra, yo sólo me quité los pantis mientras él se desnudaba, y me acosté en la cama, esperándolo. Y el tipo, sin dudarlo, se montó encima de mí, me penetró y empezó a follarme muy brusco. Pero, contrario a lo que me esperaba, esa manera de hacerlo me excitó, me gustó y se lo dije, así que el hombre le dio y le dio hasta que ambos nos vinimos. No sé. Fue especial. La verdad, pienso, yo estaba encantada con la posibilidad de tener a varios hombres a mi disposición. Creo que era eso.

El otro fue un negrito chocoano. Y ya tu sabes que esos tipos me derriten. Con ese sí fui especial. Le hice sexo oral y me excité sobre manera. Su miembro estaba durísimo y grande, y yo toda húmeda. Ese muchacho me penetró como quiso, en posición de misionero, de lado, de perrito y me cargo, manteniéndome ensartada. Fue espectacular. Ni para qué te digo cómo la pasé. A él le conté que andaba de aventura contigo y que me gustaría que tú nos pudieras acompañar. Me dijo que quizá en otra ocasión, pero que ahora mismo quería disfrutarme de manera exclusiva. Le dije que no había problema y que esperaba que ojalá la pasara bien.

El otro fue un señor casado, ya mayorcito, que me cogió de paño de lágrimas a contarme sus dichas y sus tristezas. Se había separado de su esposa. Discutían por el manejo de dinero. Cada uno quería mantener el control sobre el otro y se faltaron al respeto. El tipo estaba arrepentido, me pidió consejo y conversamos mucho tiempo, me pareció. Y llegué a pensar que con él la cosa no iba a pasar de ahí, pero no paso mucho tiempo hasta el momento en que me dijo que quería subir conmigo a la habitación. Y ya estando allá, el tipo muy respetuoso, esperó que yo me acomodara en la cama, se montó encima de mí, me penetró, eyaculó y ya. La cosa fue más bien rápida. Nos despedimos y cada uno por su lado.

Estaba recién saliendo de la habitación, cuando Magda, con otro señor, me esperaba en el corredor. Es un cliente habitual, Laura, por favor, trátalo con cariño, me dijo. Ahí los dejo. ¡Claro! Si señora, le contesté. Saludé al señor y le pregunté por qué se había decidido por mí. Me dijo que era cliente habitual y que Magda le había dicho que había una señora nueva, que tal vez podría interesarme. Así que la acompañé y, cuando te vi, me pareció bien. Y ese caballero, igual que el anterior, no hizo demanda alguna. Simplemente me desnudé, me recosté en la cama, abrí mis piernas y ahí llegó. Muy blancuzco para mi gusto. Su verga era larga. La cosa estuvo bien también. Nada del otro mundo, pero rico.

El otro fue un muchachito. Muy enérgico, eso sí. Yo creo que me quiso impresionar o tal vez se atrevió a hacer cosas que no hace regularmente con sus parejas. No lo sé. Primero me pidió que le hiciera un strip-tease, luego que le practicara sexo oral y luego que me dejara penetrarme mientras yo permanecía de pie. Y así lo hizo. Me coloqué de pie al borde de la cama, me incliné para apoyar los brazos en el colchón y así, en esta posición, me culeó hasta que se vino. Se movía muy rápido, con muchas variaciones en sus movimientos y, quien lo creyera, me puso a gemir.

El otro señor me sorprendió por que era muy velludo. Parecía un oso. Trataba de ser muy simpático y alegre. Quería agradar y ser aceptado. Me dijo que quería hacerme el sexo oral. Le manifesté que aquello estaba prohibido. Pero insistió tanto que acepté que lo hiciera. Amor, el tipo maneja su lengua con una habilidad muy especial, tanto, que me hizo venir tan solo con sexo oral. Que ricura de caricias con su lengua. La sabe manejar. Dijo que aquello era su debilidad. Que le gustaba probar los jugos de las hembras. Y, para rematar, al igual que otros, terminó su faena penetrándome en posición de misionero. Su miembro no era muy grande, pero el contacto de su cuerpo velludo con el mío me puso a mil. Fue rico.

El turno no pudo terminar mejor, porque el último cliente fue un señor muy esbelto. Tenía un cuerpo trabajado, con músculos firmes y una piel muy atractiva. Ese mulato, como todos ellos, tenía un miembro grande. ¡Que maravilla! Se sentó en la cama y me pidió que lo montara. Coloqué mis rodillas a lado y lado de sus piernas y me moví sobre él cuanto pude. Su miembro entró bien profundo dentro de mí y me lo gocé hasta que me vine. Y después, colocándome boca abajo sobre la cama, me penetró desde atrás hasta que eyaculó. Tocar ese cuerpo me excitaba muchísimo. La noche acabó bien.

Bueno ¿y qué fue lo que más te gustó? Todo. Fueron nueve, pero habría disfrutado de más hombres si se hubiera dado la oportunidad. Ver esos machos, esos cuerpos y esas vergas, disponibles para mí, me mantuvieron excitada toda la noche. Esto, para nada fue un sacrificio, sino un gustazo enorme. Sé, con seguridad, que quizá entraría en la monotonía si esto se volviera habitual, pero tratándose de una aventura de una noche, estuvo genial. ¿Y cómo te sentiste? Pregunté. Como toda una puta, sin vergüenza, dispuesta a todo con tal de disfrutar de todos los machos a mi alcance.

Magda me dijo que te trajera cuando quisiera, que serías bienvenida. Y que te había bonificado por tu trabajo. Pudiera ser, ¿por qué no? Si a uno le gusta lo que hace, las cosas funcionan a placer. Y sí, me bonificó. Me dio ochocientos mil pesos. Nada mal para seis horas de trabajo. Es un dinero ganado con el sudor de mi sexo, sentenció. Ahora sé, por lo menos, que, en caso de necesidad, esa pudiera ser un oficio que podría tolerar. No con cualquiera, claro está. Este es un sitio exclusivo y la clase de gente con la que estuve se vio de buen nivel educativo y económico. Es una plata bien ganada.

Nunca pensé que mi adorada esposa tuviera esos alcances. Se había presentado como toda una dama, elegantemente vestida, dispuesta a desfogar todo su deseo y gozar de los machos que estuvieron a su alcance. Yo creo que lo del documental fue tan solo una excusa para atreverse a experimentar algo que ya había imaginado y previsto de tiempo atrás. Y cumpliendo la consigna que se había propuesto, en la noche de hoy fue toda una señora puta…

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