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Todas las noches

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Pepita, a gruesos trazos, era una mujer gordita provista de grandes y redondas tetas y de un culo hermoso. Era también mi amante, aunque esto era un tanto discutido por nuestros allegados, que nos consideraban pareja, cosa completamente falsa. Lo cierto es que a menudo me visitaba.

"Uff, qué calor tengo", me decía Pepita tras beberse el café que yo le ponía; "Pues quítate ropa", le decía yo; "Ya, tú lo que quieres es que me coma el tigre"; "Si ese tigre soy yo, sí". Entonces Pepita se quitaba la camiseta y el sujetador, y yo dulcemente empezaba a besarla en los labios, en las mejillas, en el cuello a la misma vez que acariciaba sus tetas. Todo esto en el sofá del saloncito. Luego pasábamos al dormitorio. "Ah, sí, así", suspiraba Pepita cuando yo le metía mis dedos en su rajita. Una vez que estaba húmeda, me montaba sobre ella. Le metía mi polla con suavidad al tiempo que me comía sus pezones. Pepita gemía y me decía: "Venga, dame". Yo, entonces, me entregaba a tope en el acto de bombear. Follaba yo muy a gusto con Pepita, con mi tronco separado del suyo, viendo cenitalmente cómo vibraban sus tetas al compás de mis arremetidas, viendo su rostro sonriente y a la vez contraído en una mueca lujuriosa. "Pepita, uff, me voy a correr", avisé a tiempo; "Espera, que te la chupo", me dijo Pepita. Nos separamos. Ella se arrodilló sobre el colchón y me terminó en su boca. Eyaculé y mi semen goteó por la comisura de sus labios; Pepita se relamió.

Entonces, un día o una semana, o un mes dejé de ver a Pepita por el barrio. Cosa extraña esta, pues ella solía ir de compras a las mismas tiendas que yo iba. Le pregunté a su amiga Almudena si sabía algo de ella. Me respondió: "Pepita se ha ido a recoger fruta a Murcia". "Vaya", me dije, "se debe estar hinchando de follar allí", y me imaginé a Pepita rodeada por esos robustos africanos y magrebíes, bajo los árboles, chupándoles las pollas, chorreando de semen su boca, o ensartada por esas mismas pollas que le daban por el culo o por el coño o las dos cosas a la vez. "¿Y tú, Almudena, no te vas a Murcia?", pregunté; `¿Yo, para qué?, gano bastante dinero aquí con vosotros mis vecinos salidos", respondió; "¿Cuál es tu tarifa?", inquirí; "Cuarenta el polvo".

Valoré la posibilidad de follar con Almudena, pero la desestimé porque, la verdad, Almudena, que era alta, delgada, tetona y guapita de cara, olía a sudor siempre. "Adiós, Almudena"; "Adiós".

Andaba pensando en hacerme una paja. Pienso hacerme una paja. He acariciado el tronco de mi polla y esta se ha puesto dura en cuestión de segundos. He cerrado los ojos. He recordado a Silvia. Lo buena que estaba Silvia. He recordado aquellas tardes de otoño en las que se metía conmigo en la cama, yo encendía la televisión y ella se metía bajo la manta y me mamaba la polla. Humm. Mamaba y mamaba, y gemía, gemía. Yo, muy excitado, metía las manos bajo su cuerpo y le acariciaba las tetas, y ella mamaba como si le fuese en ello la vida, hasta que mi semen brotaba. Me estoy haciendo una paja. "Ding, dong", ha sonado el timbre. "¡Ya voy!". Me pongo el pijama, salgo de mi habitación y abro la puerta. "Hola", me dice. Es Lety. Lety es..., es..., como explicároslo, ella piensa que es mi prima; no lo es, no obstante ella cree que sí, y, como es algo pervertida, le gusta que me la folle. "Pasa, Lety, pasa"; "Esta mañana me he follado a mi padre", me ha soltado. Sé que es mentira, su padre murió. "¡No me digas, Lety!". Sí, vale, está algo loca Lety, sin embargo está tan buena... Lety, en cuanto me he descuidado para ir a buscar un paquete de tabaco, se ha desnudado y tumbado sobre el sofá. "¡Oh, Lety!", suelto cuando la he visto... "¿Qué pasa, primo, no tienes ganas?", me ha soltado ella. Rápidamente, aún empalmado a causa de la paja que me estaba haciendo, me he colocado entre sus piernas y la he penetrado. "Mmm, sí, primo", ha gemido ella. "Uff, uh, oh, oh, oh"; "Mmm, sí, sí, sí"; "Oh, oh, oh, oh, uff"; "Mmm, primo, me gusta-ah, ah"; "Oh, oh, oohhh". Me he corrido.

Sin dejar de pensar en Pepita, "¿qué será de ella?". Me he dado una vuelta por el barrio. Sí, vale, que ya escribí que Pepita sólo era mi amante, pero, es que, ¡era mi amante de siempre! En fin, que me estoy dando una vuelta por el barrio. Por allí va Almudena, tan alta, con esas tetas, seguida por un viejete que, seguramente, ha debido de tomar Viagra para poder cepillársela. Por allá va Fashion, tan gorda como siempre aunque con unos modelitos que destacan su figura. Por allí, Ginebra. Ginebra es demasiado joven para mí. Por allá va..., ¿quién es esa?, ah, es Amparo, bajita y bien dotada; no es mi tipo. Por allí... "¿Qué haces?". "Ah, hola, Rocío"; "No me he olvidado de ti, ya sabes que me debes una"; "Sí, Rocío, sí"; "¿Cuándo?"; "No sé, ahora estoy algo ocupado"; "Pues, llama"; "Vale, Rocío, adiós". Le debo una invitación a café. Sigo. Regreso a mi casa. Recibo una llamada. "Buenos días, me llamo Inmaculada Fernández, le voy a informar de una oferta en telefonía que a usted seguro le va a interesar". "Informa". Me saco la polla del pantalón y escucho la bonita voz de la teleoperadora. "¿Qué me dice, señor?". "No sé, sigue hablando... a ver". (Oh, oh, oh, oohh). "¿Qué le parece, señor?". "No me interesa, señorita, muchas gracias", (por la paja).

Todas las noches me acuerdo de Pepita. Todas.

Toqué las tetas de Marimar bajo su camisa, que suavemente comencé a desabrochar. Salieron sus tetas al aire de la habitación tenuemente iluminada y dulcemente se las besé.

Ella suspiró.

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