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Tu actuar tiene un nombre

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Sentada aún en el suelo, recargada a un costado de la cama, recordaba su vida con él; no supo en qué momento se enamoró, solo supo que le atrajo su personalidad, su trato y su amor desmedido por ella; lo que siempre buscó en un hombre. Aun así había algo que no terminaba de llenarle, estando en la intimidad, pensaba en otros, en caricias pasadas, en placeres que no le daba aun poniendo su mayor esfuerzo. Aún con eso se convirtió en su gran amor por lo que se negó a dejarlo y, con el paso del tiempo, terminaron viviendo juntos.

Siempre tuvo su confianza, por lo que ella se sentía la mujer más feliz del mundo, solo le faltaba integrarlo a su vida, aquella oculta que nunca le mencionó y, aunque se obsesionó por hacerlo, supo que esa no era la vida que él quería para ambos. Dispuesta a no terminar con su estilo de vida continuó sin él, con la seguridad que después del desenfreno siempre estaba su otra vida, la correcta, donde presumía de finos modos y conducta intachable.

Con el paso del tiempo volvieron los hombres, aquellos que le proporcionaban el placer de un día, el sexo sin condición o arraigo, prohibido y, por ende, deseado.

Esa vida la hacía feliz y desdichada también, ya que siempre terminaba con ese sentimiento de culpa, conocía el nombre de su desventura, no porque se lo dijeran en infinidad de ocasiones, sino porque muy en el fondo lo sabía grabado en su frente; “PUTA”.

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-¡Quita estúpido! -dijo haciéndolo a un lado- te dije que me avisaras.

-Lo siento -respondió aún con su respiración agitada- pero lo mamas como ninguna y no me pude aguantar.

No dijo mas, acomodó su cabello y salió del baño dejando en pelotas a su amante de ocasión.

-Dame -dijo a su amiga al quitarle la cerveza de sus manos- quiero quitarme el sabor de boca de ese hijo de puta.

-No me digas que te lo tragaste -respondió con una sonrisa en su boca- ¡serás puta!

-El imbécil no me avisó, se pasó de cabrón.

-Se pasó de verga, mejor dicho.

Ambas rieron con la broma, tomaron asiento y poco después le entregó su bolso y su teléfono.

-Llamaron un par de veces -le dijo- tu marido.

-Le llamo después -respondió sin prestar atención metiéndolo nuevamente a su bolso- quiero sacarme estas ganas que aún tengo y creo que ya vi con quien.

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Horas después salieron del lugar en claro estado de ebriedad, se despidieron y tomó el primer taxi que vio libre. Dentro de el arregló su vestimenta, recompuso su cabello y retocó su maquillaje; “Mami no llega en fachas a casa”, pensó y una irónica sonrisa marcó su rostro. Tomó su teléfono para enviar el recurrente aviso de su próxima llegada, lo primero que observó fue la cantidad de llamadas perdidas de él; extraño, pensó. Marcó y no hubo respuesta, lo intentó de nuevo y después de ese intento una vez mas, en ninguna obtuvo respuesta; se preocupó. Estaba por intentarlo una vez mas cuando reparó en un mensaje que había pasado por alto, lo abrió y el mundo se le vino encima. Intentó de nueva cuenta comunicarse pero no pudo volver a hacerlo, supo que ya no existía para él.

-¿Puede ir mas rápido? -pidió al taxista- por favor acelere.

Llegó a su casa e inmediatamente corrió a la puerta, abrió y, sin preocuparse por cerrar, tiró sus cosas al suelo dirigiéndose a la recámara, prendió la luz para encontrarse con lo que imaginaba pero se negaba a creer; cayó de rodillas mientras un temblor recorrió todo su cuerpo, con lágrimas en los ojos tomó una corbata suya tirada en el suelo; lo único de él en la habitación. En ese momento confirmó que lo había perdido.

A un lado de la puerta, tirado en el suelo, su teléfono aún tenía su mensaje abierto.

“Te llamé para despedirme pero ni siquiera eso obtuve de ti, no sabes cuanto dolor sentí viéndote coger como una cualquiera; no volverás a saber de mi y espero no volver a hacerlo yo de ti.”

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