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Tu último trofeo, mis bragas mojadas

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—¡Sí, quiero!

Aquellas dos palabras resonaron en la pequeña iglesia donde nos íbamos a casar, aquella pequeña iglesia de nuestro pueblo marinero, junto a la plaza donde quedábamos siendo adolescentes con nuestros amigos, quien nos iba a decir a los dos que años más tarde contraeríamos matrimonio, todavía me acuerdo cuando me tirabas de las trenzas que con tanto esmero mi madre me hacía para ir a la iglesia los domingos cuando todavía éramos unos niños, luego en la universidad los dos lejos de casa nos dimos nuestros primeros besos siendo novios, rupturas y reconciliaciones, otros novios y novias entre medio para terminar una vez más juntos hasta que no hace más de tres años nos dimos cuenta de que no queríamos estar separados a pesar de algunas infidelidades por tu parte, también por la mía y ahora, allí, en aquella pequeña iglesia en la que no entraban todos los invitados a la celebración, pronunciaba el sí quiero para unirme por toda la vida delante de ti, te encontrabas de pie justo a mi izquierda mirándome con una mezcla de cariño, de orgullo por mí y a la vez de tristeza por no ser tú el que estuvieras delante de mí, el que me quitara el velo, el que me pusiera el anillo.

El sacerdote pronunció las palabras de unión, palabras que me deberían alegrar el corazón, que mi cuerpo experimenta una alegría indescriptible y allí, antes de besar a mi ya marido, nuestras miradas se encontraron, se abrazaron y amaron quizás por última vez, los ojos llorosos y no solo los míos, la gente me miraba con cariño, pensando que esas lágrimas eran de emoción y se emocionaba conmigo, pero mis lágrimas eran por ti, te buscaba con la mirada continuamente pidiéndote perdón, pensando más que nunca en sí me había equivocado, realmente a pesar de haberte apartado de mí durante tanto tiempo no había dado resultado, te seguía queriendo, te seguía necesitando, había dos hombres en mi vida a los que quería con locura, pero solo uno se acostaría todas las noches a mi lado y el otro solo me tendría en ocasiones entre sus brazos, quizás ahora me tendría que plantear no volverte a ver o vivir una mentira a tu lado, pero feliz de estar a tu lado.

Tres horas antes...

Estaba de los nervios, era mi gran día, me iba a casar con el hombre que amaba y me hacía tan feliz, años de relación desde que nos conocimos en la facultad, yo era todavía una niña que no sabía muy bien lo que quería, quería vivir a tope, pisar el acelerador y no parar, sentirme realizada, sentir todo tipo de experiencias nuevas, fue una época fuera de casa de mis padres en otra ciudad, con nuevos amigos, nadie que me controlara y ese descontrol desató la tormenta en mi interior, pero… allí estaba él, enamorado de mí desde que nos vimos y he de reconocer que aunque lo negaba yo también de él, pero esperar, supo estar allí cuándo cometía error tras error hasta que me rendí, me rendí de luchar y me entregue a él.

Acababa de echar a todas de mi cuarto, mi madre, mis hermanas, mis sobrinas, todas me estaban agobiando más de lo que ya estaba, faltaban menos de dos horas y ya con el vestido de novia puesto me miraba al espejo, todos mis pensamientos, mi vida pasaba como un rayo delante de mí, no sabía que me pasaba, debería estar feliz y, sin embargo, no lo parecía.

Toc, toc.

—Lara, cielo, ha venido este amigo tuyo. —Esas palabras salieron de detrás de la puerta cerrada de mi habitación y por fin una sonrisa se vislumbraba en el espejo, acababa de echar a todo el mundo para que me dejaran sola y, sin embargo, corrí para abrir la puerta.

—Wow, Lara, estás preciosa. —Hacía tiempo que no hablábamos, ya pensaba que no ibas a venir a la boda y, sin embargo, estabas delante de mi puerta con una sonrisa increíble mirándome de arriba abajo.

—Vaya, por fin una sonrisa, por favor pasa y habla con ella que hoy está insoportable, me alegro de verte. —Mi hermana se dirigía a ti con la mano en tu espalda, prácticamente empujándote a entrar en la habitación.

— De verdad Lara estás preciosa. –Volví a oír tu voz, era como melodía para mí, estaba muy sensible, me estaba afectando y me empapaba de todo lo que me rodeaba, ya fuera bueno o malo y sinceramente no sabía en qué parte de la ecuación ponerte, hacía ya más de una semana en la que no habíamos y eso me parecía una eternidad, me parecía una traición.

— Gracias. –Nada más que unas gracias pude pronunciar, yo aquella niña que ya sabía hablar antes de andar, aquella adolescente a la que le gustaba reír, aquella mujer que nunca se callaba y a la que le daba miedo, el silencio y, sin embargo, un gracias a secas y nada más fue lo que recibiste por respuesta.

Realmente me encontraba con los nervios a flor de piel, estaba tan contenta de poder estar allí contigo, pero tenía un miedo que no podía ni sabía explicar, la puerta se cerró de un golpe debido a las corrientes de aire y el ruido hizo que pegara un respingo, pero a la vez que me sacara de donde parecía que me había escondido cuando entraste por la puerta, en esos momentos desperté y observe tus preciosos ojos mirándome fijamente, nuestras miradas se encontraron y nos atraían como siempre habían hecho, desde la primera foto que te envié, que me enviaste, desde ese día supe que te amaba, que te amaría siempre. Si había despertado, pero ahora tenía que escapar de ti, era el día de mi boda y mi hermana sin saberlo había dejado entrar al lobo en el gallinero y para escapar de ti simplemente me di la vuelta y te dije con sequedad.

— ¿Cuándo has llegado?, ¿cuándo te vas?

No obtuve respuesta, quise hacerte daño una vez más para sentirme yo bien, para poder escapar de tu mirada, para no hacer una locura y, sin embargo, no me sirvió de nada, en esos momentos oí el ruido del pestillo de la puerta, no te miraba, pero sabía que es lo que habías hecho, mi cuerpo experimentó un escalofrío que me atravesó entera, me di la vuelta y allí estabas tú tan guapo como siempre o quizás más, no pude decir nada, una vez más me quedé muda, una vez más en mi vida no supe qué decir, hubiera sido tan fácil, simplemente abrir la boca y pronunciar un que haces, un porque cierras la puerta, pero sabía muy bien la respuesta y ese miedo que tenía se disipaba porque es como si hubieras obedecido mis órdenes, como si subconsciente te hubiera dicho que lo cerrases, estaba confundida, estaba tremendamente… enamorada de ti.

Estoy temblando, nerviosa, no tengo muy claro lo que quiero o quizás si, mi cabeza parece un hervidero de sentimientos porque mientras mi futuro marido espera yo estoy deseando que te acerques a mí, deseando sentir tus manos sobre mi cuerpo, tus labios en mi piel, estoy inmóvil, algo me sujeta al suelo y solamente mis ojos son capaces de moverse, de mirarte, de ver como te acercas a mí y con tu mano derechas quitas un mechón de mi pelo que cae por encima de mis ojos, creo que voy a perder la cabeza, creo que voy a hacer una locura y tú no me ayudas, no me ayudas a que despierte a que corra hacia los brazos de mi novio, todo lo contrario, me sujetas con tu mano por la cintura y me atraes hacia ti, tan cerca que nuestros labios se quedan a pocos centímetros, tan cerca que puedo oler tu deseo, tan cerca que mi cuerpo tiembla y mis ojos no paran de mirar a los tuyos, de mirar tus labios.

Los segundos parecían minutos y los minutos horas, tus labios por fin rozan suavemente los míos, sin tiempo a pensar lo que estábamos haciendo, nuestros alientos se entrelazan justo antes de que nuestras lenguas se unen dentro de mi boca, luego de la tuya, los besos que ya hace muchos besos olvide, precisamente porque te quería olvidar, porque te quería apartar de mi vida y no sentirme mal por hacerte daño, por hacer daño a mi novio, por no sentirme encerrada en la jaula de oro donde yo sola me he encerrado y desde donde veo y siento la lucha interna que tengo donde los dos hombres más importantes de mi vida, luchen por mi amor.

Los besos que en un principio son de un cariño infinito, donde las caricias de nuestras manos abrazándonos demuestran el amor que nos tenemos, la pasión que mostramos en el espejo donde minutos antes me miraba vestida de blanco, vestida con mi traje de novia y que ahora me veo rodeada con tus brazos, tus manos suben y bajan por encima de mi vestido acariciando mis pechos que con mi respiración tan acelerada parecen que quieren ser libres, que quieren sentir tu piel sobre ellos. Pero esos mismos besos y abrazos con cariño se tornan en pasionales, sacan de nosotros la lujuria durante tanto tiempo atrapada en nuestro interior y paso a paso me vas acercando a la pared hasta que mi espalda topa con ella, ya no hay suavidad en nuestras acciones solo pasión y la lujuria de estar una vez más juntos, siento tu cuerpo pegado al mío, tu traje y mi vestido hacen el amor a la vez que mis labios se llenan de los tuyos, que mi cuello sea el experimento de tus besos haciéndome vibrar, haciendo que mis jadeos se aceleren y que desee más. En esos momentos doy presa de tus besos que han inundado de amor mi vagina, siento como las bragas blancas de seda se humedecen y el olor debajo de mi vestido entre mis muslos empieza a escapar y alimentarnos con él.

Tu pelvis empuja mi vestido y sintiendo como mi sexo reconoce la dureza de tu pene por debajo de tu traje y por fin, por fin tus manos levantan mi vestido de novia, por fin siento en mi piel tus carias, tus manos han subido a la vez mi vestido dejando ver al espejo la mancha que mis bragas te den una idea de lo que deseo, tus dedos acarician el interior de mis muslos y al final tu mano se desliza hacia arriba y con la palma abierta aprietas mi vulva, puedo notar tu dedo corazón en la zona más mojada de mis bragas, puedo notar como me aprietas con la palma de tu mano y como tu dedo hace que la tela de mi braga de meta en mi vagina.

—Te deseo, te amo, sigue mi amor. –Por fin encontré las palabras pérdidas, quizás las que nunca debí decir, pero las que deseaba decir.

Tus dedos buscaron la goma de mi braga y empezaron a bajarla por mis muslos, mi vulva rasurada, ahora sentía como tu mano la apretaba, pero esta vez sí podía sentir la piel de tus manos, esta vez sí podía sentir como tu dedo penetraba dentro de mi vagina y mis jadeos se convierten en gemidos, los cuales tengo que amortizar tapándose la boca con la mano que tengo rodeándome el cuello. Por un momento he olvidado del día que es a pesar de mirarme en el espejo y verme vestida de blando aunque fuera con la falda recogida en tus manos y sigo sintiendo tus besos en mi cuello y veo como te bajas el pantalón, como tu bóxer cae hasta los tobillos y tu pene erecto se cuela entre mis muslos, entre las piernas que te acabo de abrir una vez que mi braga haya caído al suelo y con una patadita pequeña se ha metido un poco por debajo de la cama.

Los gemidos empiezan a llenar la habitación con el mío que se puedan oír en el jardín donde mi familia ríe y espera el momento de marchar, la ventana abierta de par en par disipa el olor a sexo que se acumula, que nos rodea, pero que no puede evitar que un gemido alto se me escape cuando me penetras, cuando siento tu pene subir despacio por mi vagina alojándose dentro de ella para quedarse allí mientras nos devoramos a besos, despacio empiezas a deslizarte dentro de mí, despacio empiezas hacer que mis gemidos redoblen el peligro de ser escuchados, te siento entrar cada vez más rápido, cada vez más profundo, sujetándome uno de mis muslos en tus manos y apretándome con fuerza contra la pared, noto como mis paredes vaginales sufren el placer del roce tu pene, tan siquiera me he acordado de que ya no tomo anticonceptivo y que estamos piel contra piel en mi interior, sintiendo como mi vagina se contrae con tus carias en mi interior como una vez más me estás volviendo loca y me haces volar, me haces llegas al éxtasis cuando tu pene me llena y se queda dentro de mí sin moverse, llegando hasta el cuello del útero donde el placer que me das es inmenso con esos pequeños empujones de tu pene que se siente presionado por mi vagina con cada gemido, con cada espasmo de mi vagina que no deja de fluir flujo envolviéndola por completo, haciendo que cada vez que la sacas y la metes penetre con tanta suavidad que a los dos nos está llevando a un mundo de placer que tan siquiera sabíamos que existía.

Los minutos van pasando inexorablemente, las manillas del reloj los van dejando caer así como los gemidos que ya no disimulamos los dos, no sé qué se puede oír o no, quizás nada al estar en una segunda planta alejados de donde se juntaba mi familia, pero parecía no importar a ninguno de los dos, mis manos ya no cubrían mi boca y mi boca dejaba escapar pequeños gritos que volaban libres por la habitación y salían por la ventana. La espalda de mi vestido sigue acariciando la pared que junto con mi cuerpo sube y baja por ella al mismo tiempo que tú me penetras, los minutos van cayendo al igual que nuestra resistencia que se acerca a un maravilloso orgasmo, orgasmo que te regaló con mis gemidos en tu oído segundos antes de sentir como tu semen llena mi vagina y siento que la vida se me va en esos momentos, algo extraño la verdad, después de haber disfrutado contigo, después de que me hayas hecho el mejor regalo que me podías hacer.

Los dos habíamos estallado en sendos orgasmos, nos seguíamos besando mientras tu pene seguía dentro de mi inmóvil, la falda del vestido caía a los lados de mi cuerpo salvo por el centro donde todavía estabas tú, podía sentirte todavía, podía sentir como la erección de tu pene no bajaba y notaba que poco a poco volvías a penetrarme despacio muy despacio, tus manos en mis mejillas cogiéndome la cara con cuidado para no quitarme el maquillaje, maquillaje que ya no sé si se parecía en algo momentos antes de que entraras, nuestras leguas sedientas seguían amándose al igual que tu pene que ya subía una vez más abriendo mi vagina impulsado por tus caderas, nuevamente los gemidos, nuevamente mi boca se abría y mis ojos se cerraban de placer al sentir entrar tu pene.

Cansados de estar de pie, pensando más en mi vestido te apartaste y dándome la mano me llevaste hasta la alfombra blanca de pelo suave, sin decirme nada te acostaste boca arriba llevándome de la mano y sin soltarnos me senté encima de ti apartando mi vestido, colocándolo en círculo sobre nosotros con la pequeña cola detrás de mí, no busco tu pene, él me encontró a mí, simplemente sentándome sobre ti con unos pequeños movimientos encontró la entrada de mi vagina introduciéndose dentro de mí, resbalando por una autopista que estaba lleno de nuestros fluidos, ayudándome de mis manos en tu pecho, empecé a subir y bajar, como si fuera una amazona, no existía ningún lugar en el mundo donde quisiera estar más que allí, no había nada más que quisiera hacer salvo estar contigo en esos momentos, no mi boda, no mi futuro marido me nublaban la mente, el mundo se había paralizado, se había evaporado el tiempo y tan solo tú y yo caminábamos de la mano por un mundo abandonado, un mundo en los que nuestros gemidos eran la música que componían nuestra historia.

Sentía como mi cuerpo empezaba a convulsionar nuevamente, como mi vientre empezaba arder y ese calor bajar internamente a mi vagina inundándose de flujo, un grito de placer al sentir tu pene tan dentro de mí hizo que me tumbara sobre ti, únicamente tus besos tapando mi boca amortiguaron los gritos, te mordía los labios de placer y como si fueras una locomotora, elevaste tu pelvis y empezaste a penetrarme con fuerza hasta que tú también soltaste los gritos de placer sobre mí, hasta que tú también como si fueras un volcán expulsaras chorros de semen caliente en mi vagina.

Tenía pocos minutos para arreglarme, para retocar el maquillaje y que no se notara que mi vestido había sido secuestrado por las caricias de tus manos, no había tiempo de lavarme, tampoco de buscar mis bragas que habían desaparecido, nerviosa, pero mucho más relajada me encontró mi hermana cuando subió a buscarme para irnos a la iglesia, tú habías desaparecido minutos antes, habías desaparecido sin decirme nada, tan solo nos dijimos un te quiero y un adiós con la mirada durante todo el tiempo que estuvimos justos, salvo por los gemidos y pequeños gritos de placer no dijimos nada, no hablamos solo nos amamos y ahora te habías ido sin decirme nada, si darme cuenta aprovechando que te di la espalda buscando mi braga, te habías despedido de todos y me esperabas junto a los demás invitados en la iglesia, nadie sabría más que tú y yo el gran regalo que me acababas de hacer, nadie más que yo sabía que me iba a casar sin las bragas, con tu semen recorriendo el interior de mis muslos hasta topar con las medias, o quizás si, quizás tú también lo sabías porque no parabas de meterte la mano en el bolsillo de la chaqueta, nunca lo supe, pero quizás entre tus manos estaban las bragas que no me puse, unas bragas mojadas con mi aroma, quizás tu último trofeo.

Ya estaba todo hecho, todo dicho, me había convertido en una mujer casada, en esposa, en compañera de un hombre que no le merecía, en un hombre encantador y realmente enamorado de mí, los sentimientos eran contradictorios, estaba feliz de estar unida a él, estaba enamorada de él y, sin embargo, sabía que lloraba por ti, te quería tanto que si en esa hora que estuvimos solos en mi habitación, si me lo hubieras dicho con palabras quizás… quizás todo habría cambiado… yo… no lo sé.

Me hiciste el amor, si es cierto, pero… pero… no me dijiste nada.

(10,00)