Soy enfermera y trabajo en un hospital. Hace un año que estoy en el turno de noche, debido a que se respira más tranquilidad y el horario me permite tiempo para mí, además de que mi cuenta bancaria también lo agradece. Tengo cuarenta y dos años y estoy casada con dos hijos: uno de dieciocho y otro de dieciséis.
Hace unos meses ingresaron en el turno de mañana a un joven de treinta años por accidente de moto. No fue aparatoso, pero sufrió un fuerte traumatismo que derivó en un coma, por lo que se le remitió a cuidados intensivos. Cuando inicié mi turno me pasaron el parte y leí su historial. No había mucho que hacer, sólo controlar que sus constantes fuesen estables y cambiar los goteros.
Junto a la información oficial, también me enteré de la extraoficial, pues al parecer, era vox populi que el muchacho calzaba una herramienta fuera de lo común y eso causó cierto revuelo entre las auxiliares. Nunca he hecho demasiado caso de los cotilleos, si bien es cierto que siempre se ha dicho que cuando el rio suena, agua lleva, de modo que como todas mis compañeras ya lo habían verificado, yo no iba a quedarme sin satisfacer mi curiosidad. A la una de la madrugada, cuando todo estaba en absoluta calma me animé a comprobar la autenticidad de las habladurías e hice a un lado la sábana y a continuación la bata confirmando que la realidad supera en ocasiones a los chismes. Una especie de serpiente caía hacia un lado y me quedé boquiabierta pensando que Dios había sido muy generoso con aquel joven y sin embargo muy cicatero con otros.
A pesar de saber que mi compañera estaba en planta, miré hacia todos lados comprobando que no había nadie por los alrededores y alentada por el morbo me animé a brindarle una leve caricia a través de aquella salchicha en estado de reposo. Después la cogí con la mano sopesándola y aún sobraba miembro para otra mano. Presioné sabiendo que no habría ninguna reacción por su parte y sus constantes continuaron sin ninguna alteración. Volví a dejarlo todo como estaba y seguí mi ronda.
Mi compañera me preguntó si ya había visto la nueva atracción de feria que había en intensivos y yo no hice demasiado caso al comentario, aparentando indiferencia y fingiendo que estaba centrada en el trabajo, aun cuando tener aquel miembro en la mano y palparlo alteró mis bajos hasta el punto de tener que ir al lavabo a satisfacer la necesidad imperiosa de aplacar mis repentinos calores como si fuese una adolescente con las hormonas revueltas. Después de liberar endorfinas seguí con mis tareas y visité al convaleciente dos veces más antes de terminar mi turno para comprobar que todo estaba en orden.
Al llegar a casa reclamé las atenciones de mi esposo y se extrañó de mi comportamiento, sea como fuere no puso demasiadas objeciones, ni hizo demasiadas preguntas del motivo de mi euforia. Simplemente se puso a ello y también se benefició de un extraordinario polvo.
Al día siguiente comprobé que el muchacho ya había salido del coma y lo habían trasladado a planta y no sé por qué agradecí que fuese en la mía.
Cuando atendí las tareas de mayor urgencia me dirigí a su habitación para interesarme por su estado y conocerle. Le di un poco de conversación con la intención de empatizar con él. Intentaba responder a mis preguntas, pero todavía estaba conmocionado y los sedantes le provocaban un estado de letargo (conveniente en aquellos momentos) en el que tenía dificultades para mantenerse despierto, de modo que no insistí demasiado, le cambié el gotero y le dejé dormir.
Al cabo de una hora regresé y vi que dormía plácidamente. Me atreví a separar las sabanas otra vez para velar por aquel patrimonio de la humanidad y por su estado. Mi osadía hizo que dirigiera mi mano al falo en estado de reposo y se apoderó de él. Presioné ligeramente aplicándole un sutil movimiento de masturbación. No sabía exactamente lo que pretendía ni qué esperar, únicamente mis actos eran consecuencia de mis impulsos más básicos. Corría el riesgo de que despertara y podría tener problemas muy serios.
Puede pensarse que aquel acto es una falta de ética profesional muy grave, y no se andaría muy lejos de la verdad. No es normal en mí semejante actitud, de hecho, nunca anteriormente me había aventurado en una temeridad semejante, y mucho menos había puesto en entredicho mi carrera profesional, así como tampoco había engañado a mi esposo de ninguna de las maneras. Sin embargo, allí estaba yo ahora, una madre y esposa ejemplar masturbando a un hombre dormido, estimulada por su órgano sexual.
Al cabo de unos minutos me pareció advertir que el miembro empezaba a ganar dureza y me detuve en el acto pensando que podría despertarse. Volví a taparle y salí con premura de la habitación dirigiéndome nuevamente al baño para aliviar mi atormentado sexo.
Cuando llegué a casa a las siete de la mañana volví a reclamar las atenciones de mi esposo y echamos otro polvazo digno de comparación con nuestros mejores tiempos, eso sí, potenciado por mis fantasías en las que era poseída salvajemente por aquel semental encamado. Mi nueva y frenética actividad sexual reactivó nuestra relación y ambos comprobamos que se reforzó, tanto a nivel sexual como familiar.
Al día siguiente mi decepción se vino abajo. Cuando entré en la habitación estaba su novia haciéndole compañía. Los primeros días no podían verlo, excepto una hora en cuidados intensivos, y cuando lo llevaron a planta, sus familiares se quedaban durante el día, por eso me extrañó y, al mismo tiempo frustró mis propósitos, por tanto, tuve que hacer mis visitas rutinarias dejando de lado mis impulsos más ardientes.
Afortunadamente la muchacha esa semana también tenía en su trabajo el turno de noche y aprovechaba el día para estar con su novio y atenderle, por consiguiente, las noches lo dejaba en manos de las enfermeras, en este caso, las mías.
Cuando llegué tuve la oportunidad de charlar brevemente con él, pero todavía estaba aturdido a pesar de que ya se le había quitado medicación. Volví al cabo de una hora y repetí mi ritual. Me apoderé del badajo y deslicé mi mano acariciando toda su envergadura, mientras con la otra mano me vi obligada a darle placer a mi entrepierna. Mi respiración se aceleró al tiempo que mis dedos se perdían dentro de mi sexo.
Sin saber por qué, presa del delirio y de la insensatez, me aproximé para introducírmelo en la boca y empecé a hacerle una mamada a aquella flácida salchicha sin dejar por ello de darme placer con mis dedos. Poco a poco mi entusiasmo se incrementó y noté como el miembro iba endureciéndose en mi boca. Lo sensato hubiese sido parar, dejarlo todo como estaba y salir de allí, eso era lo que dictaba mi razón, por el contrario, mis deseos estaban en desacuerdo y se dejaron llevar por la lujuria actuando con una temeridad de la que yo en esos momentos no era realmente consciente.
La verga ganaba rigidez mientras me afanaba en la faena. La cogí de la base y contemplé su envergadura, a continuación me volteé y vi los ojos del muchacho como me observaban mientras me aferraba a su polla. Mi corazón se aceleró. No sabía si continuar porque no alcanzaba a descifrar su escrutadora mirada.
Desconocía si era de aprobación o de disconformidad por mi libertina actitud, pero cuando su mano cogió mi cabeza instándome a seguir, todas mis dudas se disiparon y continué con mi tarea de tragarme aquel pilón de carne palpitante, y después de diez minutos dedicados a la mejor mamada de mi vida, su esencia inundó mi boca. Al mismo tiempo que manaba la leche de su verga, la dejaba resbalar por la comisura. Con los labios pringosos de semen le miré para ver su cara de aprobación y le dediqué una cómplice sonrisa que me devolvió con cara de satisfacción.
Sin embargo, mi cuerpo se encontraba ahora en plena ebullición. Me limpié la boca con unos Kleenex y salí de la habitación un poco avergonzada, sin embargo no fue impedimento para que me dirigiera a los lavabos para aplacar la olla a presión que se agitaba en mi interior. En las siguientes rondas estaba plácidamente dormido y no quise despertarlo.
Como iba siendo habitual en los últimos días, al llegar a casa violé literalmente a mi marido impulsada por mis fantasías. No sé qué pensaría él que me estaba pasando, quizás que había llegado el momento de retomar nuestra actividad sexual mermada por tantos años de apatía por mi parte. Sospecho que todas las mujeres hemos sufrido un impasse cuando nos hemos tenido que ocupar de nuestros hijos, dejando de lado otras necesidades conyugales. Dejé que pensara que llegaba la etapa de reemprender el sexo que habíamos dejado un poco de lado. Sentí remordimientos porque le estaba siendo infiel, sin embargo intenté verlo con positividad, pues si con ello nos beneficiábamos ambos, mejor que mejor.
Llegué al trabajo con energías renovadas dispuesta a repetir mi hazaña y al relevar a mi compañera del turno anterior, me comunicó que seguramente al paciente se le iba a dar el alta al día siguiente, por lo que la noticia me apenó. Indudablemente me alegré por él, considerando que su estado había sufrido una mejoría sorprendente, y teniendo en cuenta que llegó con un coma del cual cabía pensar lo peor.
Agradecí que tampoco le acompañara nadie esa noche, eso me permitía una última oportunidad con él. Lo vi completamente repuesto y ya le habían quitado todos los goteros. Sólo tomaba un relajante para descansar. Quise saber más de él e incluso estuve a punto de pedirle su número de teléfono, pero no me atreví. Había sido osada para cosas peores, sin embargo no me decidí a eso, posiblemente porque él me vería como una madura insatisfecha con ganas de que alguien le diese el placer que en casa no recibía.
Aunque mi figura no es la de una modelo, tampoco puedo quejarme de mi cuerpo. Mido uno cincuenta y cinco y peso cincuenta y ocho kilos. Más o menos todo está compensado y en su sitio y, aunque no soy delgada, tampoco tengo un exceso de peso y pienso que todavía soy atractiva para muchos hombres. En cambio, la novia del muchacho era notablemente más atractiva y estilizada, por tanto, no cabía ninguna duda respecto a quien preferiría el muchacho, considerando que pedirle el teléfono me calificaba a mí como una casada buscona e insatisfecha, por consiguiente desistí.
Le pregunté cómo se encontraba esa noche y me respondió que de momento no tan bien como la anterior, y una sonrisa se le dibujó de oreja a oreja, de ahí que me decidiera a prescindir de los preámbulos y bajara la sábana para encontrarme con su mano cogiéndose el garrote en plena erección. Seguramente estaba a la espera de mi llegada deseando continuar donde lo habíamos dejado la noche anterior. Por otro lado, creo que se percató de cómo mi boca se abrió involuntariamente al observar su polla de caballo completamente tiesa, pero me dio igual. Mi mano se apoderó del inhiesto falo e inicié un movimiento repetitivo al tiempo que veía el goce que reflejaba su cara.
Sin poder evitarlo me arrodille en la cama y me dediqué a hacerle una mamada en la que sus gemidos eran reflejo del placer que le provocaba. Al mismo tiempo, su mano incursionaba por debajo de mi bata para llegar a las zonas húmedas. No sé si fue la mejor felación de su vida o una más, lo que tengo claro es que yo nunca había tenido una verga semejante, ni en mi mano, ni en mi boca, y mucho menos dentro de mí. Si los días anteriores estaba encendida, ese día no sé calificar como me encontraba. Mis flujos manaban de mi sexo sin contención de ningún tipo.
Me quité las medias y las bragas desesperadamente y me posicioné sobre aquel tronco. Lo cogí primero para tantear el canal, aproximándolo a la entrada y fui dejándome caer lentamente sintiendo como penetraba cada centímetro de aquel cimbrel. Mi suspiro fue una fiel transcripción del placer que me producía tener su polla dentro de mí, pero no contenta con ello, inicié un movimiento lento de arriba abajo y de lado a lado, mientras sus manos desabrochaban mi bata y se aferraban a mis pechos. Poco a poco sentí la necesidad de acelerar el ritmo saltando encima de él como una amazona y gimiendo irremediablemente.
Aunque era difícil que alguien entrase, puesto que cada una teníamos la asignación de nuestras tareas, no quería que mis gemidos me delataran, pues la quietud en esos momentos en los pasillos era total y mis frenéticos gemidos originados por el fulgor de los embates en mi sexo, eran un peligro que perturbaba la paz del lugar, de modo que tuve que contenerme para no gritar de placer cuando un poderoso orgasmo golpeó mis entrañas y se apoderó de todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, y unos segundos después noté las convulsiones de su verga eyaculando dentro de mí.
Me quedé encima de él exhausta con su miembro todavía en mi interior, y poco a poco fue perdiendo rigidez hasta que se salió, lo que provocó un sonoro pedo, y con él, su esencia mezclada con mis flujos escaparon del orificio. Después de la euforia vino la calma y reconsideré mi conducta, pensando en que me había convertido en una depravada, pero la dicha de la que mi cuerpo se benefició alejó momentáneamente los pensamientos adversos. Cuando me recompuse me vestí con premura y me despedí de él y fui a lavarme para después volver a mis obligaciones.
Mientras finalizaba mi jornada me replanteé de nuevo el hecho de pasarnos los números de teléfono porque ahora estaba segura de que yo también le gustaba a él y la atracción era mutua, sin embargo una vocecita en mi interior me advirtió que era el momento de poner fin, pues era sabido que cuando no se sabe parar a tiempo en estos casos, pronto surgen las consecuencias, o lo que es lo mismo, quien juega con fuego, pronto acabará quemándose, y yo tengo una familia de la que estoy orgullosa y no quiero destruir.
Para mí fue una aventura increíble, la mayor locura que hecho hasta el momento y no sé si volvería a repetirlo. Supongo que si me surgiera la oportunidad, no la rechazaría. Lo que tengo claro es que yo no la buscaré.
Después de la experiencia, mi vida sexual mejoró, pero poco a poco las aguas turbulentas volvieron a la calma. No sé si aquella vivencia repercutió de algún modo en mi vida conyugal, en cualquier caso, ahora disfruto más que antes y mi mente es más abierta con respecto al sexo, aunque pensándolo bien… no sólo mi mente…