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Un reencuentro con amigos termina en sexo y bondage (1 y 2)

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Con veintiún años recién cumplidos sentía que mi vida era un lugar inerte y gris,  carente de emociones, un continuo de casa al trabajo, sin perspectivas de cambio. Había puesto en suspenso mis estudios después de reprobar un par de exámenes de la carrera de comunicación en la UBA y realmente me sentía sin rumbo. Apenas sobrevivía como empleado en una marroquinería de la calle Florida, haciendo equilibrio entre las insinuaciones de Pedro y las exigencias de Mirta, ambos socios del emprendimiento donde yo pasaba al menos ocho horas al día acomodando carteras y cinturones o tratando de vender alguna valija.

Me sentía solo en una ciudad enorme y ruidosa, muy diferente a mi Balcarce natal. El ruido, la opulencia, el vértigo de los transeúntes me hacían sentir pequeño, acentuando mi apariencia débil a causa de un físico esmirriado. Apenas superaba al metro setenta y era delgado, destacaba de mi rostro, unos labios rojos y carnosos herencia de mi madre, Por otro lado, me había dejado crecer el flequillo lacio y castaño un poco más allá de las cejas, por tanto acostumbraba correrlo con un soplido vertical o acomodarlo pasando los dedos por mi frente. Otro detalle que desdibuja cualquier atisbo varonil eran los enormes lentes de pasta por delante de unos ojos pequeños y almendrados, huidizos al contacto visual.

En ese contexto, fue todo un suceso toparme en el subte con Juan, ex compañero de secundario en Balcarce. Pese a que en el colegio fui víctima de algunas de sus bromas, el estar lejos en una metrópoli desconocida implícitamente derrumbó cualquier resquemor o distancia. Conversamos durante el trayecto de seis estaciones y me enteré de que había entrado a la policía de la ciudad y que vivía junto a Carlos (otro compañero de aula) en un pequeño departamento por la zona de Congreso. Por supuesto, intercambiamos teléfonos y quedamos de juntarnos el sábado a tomar algo y recordar nuestro pago.

No fue difícil dar con la dirección, de hecho lo encontré a Carlos cuando entraba al edificio, lo chisté y nos dimos un abrazo como si fuéramos consanguíneos. Subimos las escaleras tres pisos entre risas: el departamento era una cocina comedor amplio, el baño y dos dormitorios; antes de preguntar cómo podían bancar semejante piso, Carlos aviso que era propiedad de sus padres y el solo pagaba las expensas y los servicios.

Tomamos varias cervezas entre papas y manises, nos mostramos fotos por celular, recordamos perdidos y ausentes del pueblo, alguna que otra maldad de antaño, fue un momento grato. Se hizo de noche, la cerveza me había pegado por tanto me recosté sobre un sofá destripado mientras Juan y Carlos juagaban con la play. Me levanté y miré la hora, era casi medianoche; estaba a punto de pedir un auto cuando Juan me dijo que no había problema en quedarme a dormir, que el sofá estaba libre. Pensé que iba a ser difícil dormir allí, pero Carlos volvió a insistir, inclusive me ofreció un short para estar cómodo. Finalmente, mi tendencia a conceder ante cualquier opinión o pedido adverso fue mas fuerte y acepte la invitación.

El pantalonito era de nylon negro y quedaba cubierto por el largo de la remera dado que Carlos me llevaba al menos una cabeza. En ese momento me percate que mis anfitriones eran mucho más grandes y fuertes físicamente que yo, por tanto debía atenerme a mi plan de no confrontar. Volví a sentarme en el sillón- ¿alguna vez te esposaron? - me preguntó de la nada Juan sin apartar la mirada de la pantalla.

Me veía venir una situación difícil y lo mejor era no ir al choque: pensé que si me adelantaba a los hechos de alguna forma podría mantener el control sobre los acontecimientos.

¿Sabes que no? ¿Juan practica con vos?- pregunte con una risa impostada.

Si, si, menos el gas pimienta, entrenó con Carlos- se adelantó Juan.

¿Tienes las esposas por acá? Sin levantarse de la silla y con joystick en mano Juan se estiró hasta un cajón de la mesada y arrojó un par de marrocas cromadas sobre el sofá. Sin perder tiempo y antes que alguno de ellos lo hiciera por la fuerza, las ajusté a mis muñecas y levanté los brazos haciendo sonar el metal frío.

Seguimos unos minutos en silencio, estaba incómodo, sentí la obligación de decir algo.

Al final vine a pasar un buen rato y terminó secuestrado- suspiré.

Juan largo una sonrisa malévola. -no sabes lo que te espera con Charly que es sonámbulo y toquetón.

Ay, no - sonreí nervioso levantando un hombro.-Solo me queda rezar y gritar- acoté entre nervioso y asombrosamente excitado.

¿Decís que si pido auxilio los vecinos me ayudan? -no podía contenerme, había algo incierto que deseaba peligrosamente.

Creo que voy a tomar cartas en el asunto- Carlos se levantó y busco en un cajón de la mesada. Volvió sobre mí y se sentó en la mesa ratona justo enfrente. Tenía un rollo de cinta gris en la mano

Parece que hable de más, por favor no me amordaces -suplique haciendo pucherito. No me reconocía, la excitación por la indefensión le ganaba al temor.

Carlos corto un trozo de cinta y lo aplicó con firmeza sobre mis labios rojos, sentí el pegamento adherirse con fuerza a mi piel, gemí en protesta, lo cual incomodo a mi captor y se retiró a su dormitorio. Me sentí frustrado, inconcluso.

Me quede recostado sobre el sillón, aunque fácilmente podría remover la mordaza con mis manos, no lo hice; en cambio, estire, flexione las piernas y sacudí los brazos en protesta, pero Juan pasó directo a su habitación sin registrarme. Me quedé solo, en la penumbra, el reflejo de la ventana devolvió la imagen de lo que podía ser una joven mujer luchando con sus ataduras y mordazas. No pude contener las ganas de masturbarme pero el ruido de una puerta entreabierta me detuvo.

Carlos pasó al baño y cruzamos miradas, fue una extraña conexión. Sin pensarlo, me acosté boca abajo y cuando mi huésped volvía, me descubrí la cola y llamando su atención con un fuerte gemido. Él se detuvo y observó indeciso; por fin, se acostó a mi lado haciendo cucharita con una mano abrazándome por la cintura, con la otra, desprendió la cinta de mi boca. Gire cayendo al suelo, desde allí desabroche la cremallera y comencé a lamer sus bolas. Cuando el pene estuvo erecto, lo introduje en mi boca, subiendo y bajando con mis labios por toda la extensión de esa pija que me pareció negra y enorme. Comprendí que los gemidos y los besos en la punta eran más efectivos que cualquier otra cosa. Volví a subir al sillón y acerqué mi cola; entonces, Juan me penetró de una. Fue un poco molesto al principio, pero una vez que mi ano se extendió lo suficiente, los sucesivos embates despertaron inusitado placer en mi cuerpo. Comencé a sollozar dulcemente, desesperado Carlos me tapo la boca con su manaza, era claro que Juan podía despertarse y sería mucho que explicar. Finalmente, sentí una sustancia tibia recorrer mi interior, caí al suelo.

Necesito que me laves- pedí, mostrando mis muñecas esposadas.

-Veni, no hagas ruido -susurro mi amante- nos desplazamos sigilosamente, luego comprobaríamos que Juan dormía profundamente. Acerque mi pálida cola a la bañera donde Carlos me enjabono y enjuago. Me senté en el inodoro con la ropa interior en los tobillos y oriné sentado, mi “asistente” cerró la puerta y desapareció. Volví al sofá e intenté dormir en vano. Sin embargo, lejos de sentirme abrumado por el tobogán de sensaciones, por primera vez en mucho tiempo, sentí alguna certeza en aquella ciudad imposible…

Parte 2

Pasaron dos semanas desde mi noche de “iniciación” y si bien nos seguíamos en redes, no había vuelto a tener contacto con Carlos. Sin embargo, aquella jornada cambió mi vida: ahora tenía la certeza de donde radica mi placer y eso era mucho más de lo que obtienen muchas personas a lo largo de su existencia. Sin embargo, mi trabajo parecía dirigirse al extremo contrario de lo deseado, dado que con la llegada del clima fresco, Pedro y Mirta habían extendido la línea de negocio a las prendas de cuero y vender ropa era un verdadero martirio.

Pedro me insistía en hacerme modelar las prendas para subirlas a la página de la tienda, entonces, yo buscaba cualquier excusa para cambiar la conversación. En realidad, me acomplejaba mi cuerpo y por otro lado, no quería darle oportunidad a mi empleador de extender nuestro vínculo. Siempre andaba incomodando, halagando con una carga lasciva en su mirada: caramelo, cariño, bebe; cualquier oportunidad era buena para ponerme una mano en el hombro, tocar mi cintura o la cara.

Hasta el momento Mirta se había mantenido prescindente, pero su socio era como la gota que cincela la roca y era cuestión de tiempo para que cediera. Por tanto, me adelante en las negociaciones, tuvimos una conversación que terminó en una sugerencia, que con ella, siempre era una orden a mediano plazo. Por las fotos, obtendría cinco por ciento de las ventas online y Mirta se encargaría de tomarlas, eso último, fue mi única condición.

Finalmente, el lunes antes de abrir la tienda empecé mi carrera en el modelaje urbano. Empezamos por una campera y morrales, desde el mostrador Pedro estriba el cuello y lanzaba sugerencias. Yo estaba nervioso, no sabía cómo pararme ni donde poner los brazos, mi sonrisa transmitía ansiedad.

-Esto no está funcionando, tenés que soltarte, nene

.Ya se, hago lo que puedo, si pudiera usar una máscara seria feliz

Mirta se detuvo a pensar. Y si te tapas la cara con una bandana, como en pandemia- pregunto como tratando de armar el pensamiento

Me parece genial-conteste y hurgue entre en los cajones hasta dar con una caja de bandanas vaqueras, tome una roja y la anude a mi cuello cubriendo mi boca.

No te olvides de modelar los pantalones que entraron ayer - gritó Pedro desde la otra punta del local.

Fui al probador y me calcé unos elastizados de cuero negro. El reflejo en el espejo llamó mi atención, me contorsione para ver como la superficie brillosa remarcaba mis curvas: realmente daba una imagen intersex. Tomamos más fotos y Mirta recalcó que el pantalón me quedaba “pintado” y me pidió de usarlo en la tienda para que los clientes vieran la nueva mercadería. Si bien Pedro no podía sacarme los ojos de encima, lo cual no era novedoso, note como se multiplicaban las miradas de los transeúntes ni bien me acercaba a la vidriera. Ese día, las ventas se multiplicaron. En los días siguientes, las visitas de hombres de todas las edades se multiplicaron, también los comentarios pícaros y las miradas lascivas, lo cual me incomodaba de la misma forma que me hacía sentir más seguro de mi cuerpo.

De todos los visitantes, había uno que se destacaba: un hombre de cincuenta años bien llevados, canoso, con un hoyuelo en la pera y de rostro varonil, siempre bien vestido, que tomaba su tiempo para ser atendido por mi y compraba los items más caros: su presencia me intrigaba de la misma forma que me aseguraba buenas comisiones.

Una tarde de lluvia torrencial, tan tranquila que Pedro no se había molestado en volver del almuerzo y Mirta optó por encerrarse en la oficina a ver la tele. volvió el hombre de gris. A pesar del aguacero, apenas unas gotas habían caído sobre su hombro derecho y su cabello permanecía alineado. Con el local sin clientes, me di cuenta que aquel hombre pasaba largas horas en el gimnasio.

Buenas tardes- sonrió

Buenas, ¿ que tal, como anda?- conteste sonrojado, era señal de que me sentía atraído y por verme profesional, la cosa se ponía más difícil dado que se me secaba la boca.

-Mira, te voy a pedir un favor, quiero regalarte un pantalón y el destinatario es más o menos de tu tamaño... te molestaría probártelo, así puedo decidir mejor.

-Si, no hay problema…vos decime cual quieres . Nuevamente eligió el item mas caro, unos de cuero negro talle 40 . Entré al probador y me los calcé. -¿Qué le parece?

-Bien, girate un poco, quiero ver la espalda- gire apretando la cola.

-¿Tienes shorts no? Se que son prendas de mujer pero mi hija…

-Está bien, no hay problema -interrumpí la excusa innecesaria. Entre nuevamente al probador y me calcé los shorts de cuero negro y salí. Gire sin que me lo pidiera. El hombre de gris se acercó como quien inspecciona una pieza de arte, su cercanía me intimidó.

Gracias, muy amable -dijo tomándome del mentón y sonriendo. Me cambié, entregué las prendas y fui al fondo para hacer el cobro por tarjeta. Cuando volví al mostrador el hombre ya no estaba. Afuera diluviaba, a través de la vidriera vi las luces de un auto detenido, al acercarme a la puerta distinguí al hombre de gris dentro del habitáculo. Salí a la vereda y me acerqué al coche, él me reconoció y abrió la puerta del acompañante, logré sentarme, estaba empapado.

Sus tarjetas señor- dije secándome la cara con la manga del pulóver.

-Gracias, que molestia- Sin pensarlo dejé caer mi cabeza sobre su hombro derecho, él puso su mano sobre mi mejilla. Acerque mi cara a la suya y nos besamos, él apagó las luces, afuera el golpe de la lluvia gorda sobre la chapa ensordecía.

Me recosté sobre su regazo y bajé la cremallera. su pene ya estaba activado, venoso y peludas las bolas. Comencé a chupar con tenues gemidos, él puso su mano sobre mi cabeza y me empujó hacia abajo. Apreté los labios estirando el despliegue sobre la superficie. Enseguida, sentí el lechazo en mi garganta, un chorro cayó sobre el embrague.

El hombre de gris sacó un pañuelo de su bolsillo y me lo entregó. También me dio su tarjeta. La lluvia amainaba y antes de bajar me dijo- los pantalones son tuyos.

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