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Una chica normal (1): Pagando la renta con el culo

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Mi nombre es Megan y como lo dije en mi texto de presentación, me considero una chica normal. No el tipo de chica esplendorosa y monumental que abundan en muchos de los relatos aquí en la página. Más bien ese tipo de chica que tienes de vecina. Que topas en el transporte público. Que la ves y quizás piensas “Oh mira, qué chica tan linda”. Pero para nada me confundieron con una modelo o una estrella porno.

Tengo 25 años. Soy morena clara, dicen que tengo ojos y labios muy bonitos y que tengo cara de niña, mis pechos son proporcionados a mi cuerpo y tengo mucho culo, pero también esos kilitos de más, hace que no pase desapercibida a la mirada de los hombres. No me considero sexy, más bien gordibuena. Pero no se dejen engañar. Mi cara de niña es una máscara que esconde debajo una loquita de libido súper desarrollado con una enfermiza adicción a leer relatos eróticos.

Hace un buen tiempo y cansada de ser empleada, me armé de valor y empecé mi propio negocio de venta de artículos de limpieza. Vendía escobas, detergentes, guantes de látex e incluso cubre bocas y gel antibacterial antes de que llegara la pandemia. Para hacer esto corto les diré que el negocio iba como viento en popa. Vendía bastante bien y mis finanzas cada vez se veían mejor. Y en mi infinita sabiduría pensé que era un buen momento para independizarme y tener mi propio espacio.

Y pues así fue, renté un pequeño departamento donde instalé mi negocio y no lo voy a negar, estaba feliz. Trabajaba sin salir de casa, vendía bien y sobre todo tenía la privacidad de vivir solita. Esa misma privacidad me permitía tener mis 'visitas conyugales' sin que nadie se diera cuenta ja, ja. Bueno, y era obvio que como cualquier chica de mi edad, tener relaciones sexuales ya es parte de nuestras vidas. Pero al vivir en casa de mi madre tenía que comportarme como toda una niña buena.

Pero bueno, llega el infame Covid-19 y todo se fue a la mierda. Si bien los productos de limpieza siguen teniendo demanda, a causa de la pandemia empezaron a surgir vendedores de mascarillas y gel por todos lados. Está de más decir que mi negocio fue decayendo al grado que mi situación económica pasó de estable a extrema. Seguía teniendo ganancias, pero empecé a retrasarme con mis pagos de la renta y obvio que al dueño eso no le convenía.

Y bueno, era día primero de mes y solo tenía la mitad de la renta y ni cómo conseguir el resto. Había conseguido una entrevista de trabajo para la tarde de este día. Mi plan era darme un baño, ponerme alguna ropa bonita y salir a mi entrevista. Pensaba ponerme algo sencillo pero sexy. No demasiado sexy ni mucho menos verme putona, pero si algo que llamara la atención de mi entrevistador, pero al mismo tiempo que me hiciera ver como alguien de confianza y capaz para la posición del trabajo disponible.

Y sobre todo mi intención era salir antes de que llegara a cobrar la renta don Luis, el dueño del departamento. Y no es que me gusta portarme así con el señor, después de todo él siempre se había portado bien y paciente conmigo. Pero esta era ya la tercera (¿o cuarta?) vez que le tenía que pedir más tiempo para completar la renta y la verdad, me moría de pena el tener que hacerlo. Quizás podría conseguir prestado durante el día y más tarde llevárselo a su casa o algo. Cualquier cosa era mejor que tener que dar la cara.

El problema: seguía en cama. Y sin ganas de levantarme. Según el reloj, tenía un par de horas de tiempo antes de que llegara mi rentero. Y otra más para la entrevista. Llevaba tiempo sin pareja ni relación estable y mi puchita ya extrañaba tener un poco de acción. Decidí recurrir a mi vicio, y tomando mi celular entre a CuentoRelatos para buscar algo interesante que me despabile un poco. Busqué en novedades y escogí el relato con un título que me pareció atractivo. Empecé a leer y no tardé mucho en ponerme a tono.

Abrí mis piernas y con ello empujé a mi gato que solía dormir conmigo. Molesto, se movió de lugar y me lanzó una mirada acusatoria. ¡Puta! Casi lo escuché decirme. Ignorándolo, hice a un lado mi pequeño calzón floreado y empecé a frotar mi peluda vagina, primero lento y luego más fuerte y con más velocidad. Introduje un dedo. Luego otro más. Metía y sacaba mis dedos mientras leía un relato lésbico acerca de dos cuñadas compartiendo una cama. Mi panochita estaba chorreando jugos y no me costó trabajo meter un tercer dedo. Un cuarto sería demasiado, aunque en ese momento deseaba meterme la mano entera.

Soltando mi celular estiré mi mano hacia el pequeño mueble a un lado de mi cama y tomé mi desodorante favorito. Favorito no por su aroma, sino por su forma fálica. Lo pase por mis labios, lubricando con mi saliva para luego posicionarlo entre mis piernas. Lo presione contra mi panocha y la saliva y mis jugos hicieron el resto. De un solo empellón lo metí hasta el fondo.

“¡Ugggh!” gemí al sentir el improvisado falo de plástico abrirse paso entre mi abundante vello púbico y alojarse en mi hambrienta cueva, mientras mi gato seguía con su mirada acusatoria. ¡Puta! Lo escuché decirme de nuevo.

Empecé un movimiento de mete y saca al tiempo que la humedad de mi sexo y la fricción del desodorante se combinaban para hacer un escandaloso ruido cada vez en aumento. Llevé los dedos de mi mano libre hacia mi panocha, empapándolos de mis jugos para luego llevarlos a mi boca. No tenía tendencias lésbicas, pero me encantaba probar mis propios flujos. Luego llevé mi mano hasta mis pechos para besarlos y estrujarlos tratando de hacerme el mayor daño posible, al mismo tiempo que sentía como se acercaba mi orgasmo.

“Así papi, así. Cógeme, destrózame papito. Soy tu perra, soy tu puta. Pero no pares, ¡no pareees!” grité en voz alta emulando los muchos diálogos que tanto disfrutaba en mis sesiones de lectura mientras me retorcía entre espasmos, presa de un brutal orgasmo. Sentí como mi caliente y peluda cueva expulsaba chorros y chorros de jugos. Si bien no tenía yo la capacidad de hacer squirt, si lubricaba lo suficiente para salpicar mis piernas y mi cama.

Saqué el desodorante de mi interior mientras permanecía desfallecida en la cama tratando de tomar aire. Echando un rápido vistazo a mi improvisado juguete sexual, lo vi bañado en una espesa capa blanca casi similar a cuando alguien me llenaba de semen. Mi crema vaginal, le llamaba yo. Me encantaba saber que me había excitado tanto hasta sacarme la crema. Aventé el desodorante en la cama, para luego ver como mi gato, curioso por naturaleza, se acercaba a olfatearlo y segundos después empezaba a lamerlo. “Ja, ja, ja, ¿quién es la puta ahora, estúpido gato?” pensé para mis adentros mientras seguía tratando de jalar aire a mis pulmones.

Después de un rato y sintiendo que el alma volvía a mi cuerpo, decidí que ya era hora de levantarme. Me quité mi blusa de dormir. Luego deslicé mis calzones por mis gruesas piernas para luego inspeccionarlos un poco. Mostraban una grande y olorosa mancha blanca a la altura de donde quedaba mi puchita.

Me dirigí al cuarto de baño y estaba por meterme al shower, cuando mi gato me empieza a llorar indicando que quiere salir al patio a hacer sus necesidades, como siempre lo hace cada mañana.

“Ay pinche gato ¿no ves que tengo prisa?” le dije a mi gato que nomás se me quedaba mirando. Me enredé en una toalla y abrí la puerta y ¡Oh Dios! Justo en ese momento encuentro parado a don Luis, el rentero, a punto de tocar mi puerta.

Don Luis es un señor de unos 60 y tantos años. Es un señor alto, delgado y de esos que se ven que han trabajado toda su vida. Y con eso me refiero a que tiene manos grandes y fuertes, y a pesar de su edad camina erguido y se nota sano. Incluso me atrevería a decir que me da la apariencia de que en su juventud ha de haber sido guapo y galán. Siempre me ha tratado con respeto e incluso con cariño. Igual que cualquier cosa que necesitara en el departamento, ya sea algún arreglo de plomería, el aire acondicionado o la calefacción, tardaba más en avisarle que en lo que mandaba a alguien a reparar el problema. Cuando hubo rumores de ladrones en los alrededores de la vecindad mandó poner enrejado nuevo en mis ventanas y luces por todo el patio para que no estuviéramos a oscuras. Lo sentía siempre bastante protector hacia mí y la verdad yo lo apreciaba. Por lo mismo me moría de pena tener que quedarle mal con la renta otro mes más.

“Hola muchachita, estaba apenas por tocar la puerta” me dijo don Luis igual de sorprendido que yo. Sobre todo, de encontrarme enredada tan solo en una pequeña toalla.

“¡Don Luis! Perdón, je, je... no lo esperaba tan temprano... je, je” le respondí nerviosa, tanto por el asunto de la renta y otro más por encontrarme casi desnuda. Trataba de estirar la diminuta toalla de la parte de arriba para cubrir mis pechos, pero al mismo tiempo intentando no subir demasiado y mostrarle la espesa mata de pelos de mi vagina, don Luis que permanecía inmóvil frente a mí y visiblemente nervioso.

“Lo siento pequeña, no pensaba encontrarte en un momento tan incómodo para ti, pero pues venía por la renta. Ya sé que usualmente vengo más tarde, pero andaba aquí en los alrededores y decidí pasar de una vez. ¿Tienes el dinero?” me dijo don Luis y yo quería que en ese momento me tragara la tierra y me escupiera en China.

“Ay don Luis, es que... sabe...” respondí sintiendo mi rostro tornarse rojo de vergüenza. Ni siquiera el estar casi desnuda ante él me apenaba tanto como el tener que inventar una excusa para no pagar la renta.

“¿No lo tienes?” dijo mi rentero adivinando mi respuesta.

“Pues... tengo solo la mitad. Usted sabe cómo se ha puesto de dura la situación y pues... pues... no la completé. Si pudiera esperarme una semana más... o deme chance solo hoy y le pago. Más tarde tengo una entrevista de trabajo y tengo confianza en que sí me den el empleo. Igual voy a hablar con un amigo para que me preste el dinero faltante” le respondí sintiendo mi rostro como un arcoíris de mil colores.

“Ay niña, ya tienes 4 meses así. Me pagas la mitad y luego cuando consigues el resto ya casi se te cumple el siguiente mes de renta. Tú sabes que te aprecio mucho, pero no puedo estar esperándote así cada mes” dijo don Luis y la verdad, sentí lo mucho que le costaba también a él tener que hablarme así.

“¿Quiere pasar? No quiero estar aquí en la puerta casi desnuda je, je” le dije, más que nada para buscar una salida a el incómodo momento en que me encontraba.

“Si niña, claro. Perdón por tenerte parada en la puerta así” dijo don Luis para luego entrar tras de mí al departamento.

Pasamos a lo que era la sala de mi departamento y le indiqué que se sentara a lo cual don Luis obediente tomó lugar en uno de los sillones. Yo permanecí de pie, más que nada porque si tomara asiento, la diminuta toalla sería incapaz de cubrirme toda y terminaba enseñándole mis partes a mi rentero.

“Bueno niña, entonces ¿cómo le hacemos? No te quiero presionar, pero es dinero que yo también necesito y no puedo estar esperando o que me lo estés dando en partes. Entiendo tu situación, pero espero que tú también me entiendas y sobre todo sepas que no lo hago por complicarte la vida” dijo don Luis sinceramente contrariado.

“Si don Luis, al contrario, le agradezco la paciencia que me ha tenido. Y para pagarle, pues debe de haber algún modo, alguna solución. Bueno, o sea... pues… sí, ¿o no?” le respondí y me sorprendí a mí misma pensando en lo que estaba a punto de sugerirle para cubrir el pago de la renta.

Me estaba haciendo tonta yo sola. Sabía bien que no podría conseguir la mitad que me faltaba de la renta. No la había conseguido en todo el mes, mucho menos lo haría en un día. Y la 'solución' que estaba pasando por la mente era algo que ni en sueños lo había imaginado hacer. ¿Pero tenía yo otra opción? Por supuesto que no.

Despacio me senté en el sillón que estaba frente a donde don Luis permanecía. Al sentarme y por lo corto de la toalla, era obvio que mi rentero tendría una vista de mis piernas, mis muslos y mi nalga. No conforme con eso, abrí ligeramente mis piernas para que pudiera tener un leve vistazo de mi panochita. Todo lo hice fingiendo descuido y poniendo cara de estar pensando en la dichosa 'solución'. Digo, si mi intención era convencerlo de lo que pensaba proponerle, tenía que mostrarle poco de la mercancía.

“Estabas por meterte a bañar, ¿verdad?” escuché decir a don Luis y de reojo pude ver cómo me miraba mi entrepierna tratando de ser discreto.

“Sí, como le dije pues tengo una entrevista de trabajo y por eso me iba a dar una ducha” le contesté haciéndome la inocente.

“¿Me permitirías bañarme contigo y te perdono la mitad de la renta que me debes?” dijo don Luis un poco tímido y nervioso.

“¡Don Luis! ¿Pero cómo dice eso?” le dije haciéndome la sorprendida, pero por dentro agradecida de que fue él quien lo dijo y evitando ser yo la ofrecida.

“Tienes razón niña. Perdóname por decirte eso. La verdad no sé qué estaba pensando al faltarte el respeto de esa manera. Olvida por favor esa tontería que acabo de decir y volvamos a ver cómo me pagas el dinero” fue el turno de don Luis de ponerse como arcoíris.

“¡En la madre! Ya se está echando pa'tras y voy a tener que pagarle el dinero. Tengo que convencerlo antes de que se arrepienta completamente” pensé para mis adentros.

“Bueno don Luis... yo sé que usted siempre me ha tratado con respeto y hasta me ha protegido, y sé que eso que dijo no lo dice por abusar ni nada. Y pues... sería nomas bañarnos juntos ¿y ya? ¿sin nada de nada? ¿o cómo? Explíqueme porfas” le respondí viendo como su rostro pasaba de arrepentimiento a calentura como por arte de magia.

“Pues solo meternos a bañar. Yo te tallo tu cuerpo, te enjabono toda y…” dijo don Luis dejando ese último “y”, como si hubiera algo más que agregar. Le miré y levanté mi ceja como diciendo que si había algo más era momento de decirlo. No dijo nada, se quedó callado aun dudoso si de verdad estaba yo aceptando su propuesta.

“Pues bueno... me parece bien. Acepto su propuesta de bañarnos juntos a cambio de la mitad del pago de mi renta. Pero solo bañarnos y nada más, ¿ok? Ese es el trato ¿verdad? Le dije asegurando que no habría relación sexual ni nada parecido a lo que don Luis respondió afirmativamente.

“Ok, entonces nomás déjeme entro al baño y deme un par de minutos en los que pongo el agua y ya se mete usted ¿va? Le dije, sin esperar respuesta. Me metí al cuarto de baño y cerré la puerta sin poner el seguro, abrí las llaves del agua y después de regular la temperatura me metí a la regadera.

En el momento que el agua cayó sobre mí fue que me dio un chispazo de cordura. ¿qué diablos estoy a punto de hacer? ¿voy a darme una ducha junto a un señor que bien podría ser mi abuelo? Y todo para no pagar la mitad de la renta. Bueno, no tengo más opción y solo será esta vez, me dije tratando de justificar lo que yo misma había propiciado.

Estaba metida en mis pensamientos cuando escuche no solo a don Luis entrar al cuarto de baño, sino también como se despojó de su ropa. ¡Rayos! Al mal paso darle prisa, pensé mientras me volteaba de cara hacia la pared para evitar verlo entrar a la ducha dándole vista completa de mi culo.

“Ya puedes voltear, estoy feo, pero no es para tanto ja, ja” dijo don Luis y pues no me quedó otra que voltear cubriendo mis tetas y mi vagina con mis manos y brazos.

Conforme me movía lentamente para darle la cara, pude ver a don Luis parado a un lado de la cortina completamente desnudo. Si bien su cuerpo mostraba el desgaste normal de una persona de su edad, tampoco estaba tan jodido como yo esperaba. Se veía delgado, sin panza y creo que hasta más alto que cuando lo veía con ropa.

Pero lo que obviamente atrapó mi atención fue su pene. Si algo me gusta ver cada vez que estoy con algún chico es cuando sus vergas están en estado de reposo. La forma cuando están en un término medio. Ni erecta ni dormida. Y sobre todo como se ven colgando. Se miran pesadas, como si quisieran erectarse, pero el mismo peso las mantiene hacia abajo.

Y precisamente así se veía la verga de don Luis. Larga, muy larga. Pero también muy delgada. No de esas vergas gruesas que nomás de verlas sabes que te van a reventar toda. Al contrario, era muy delgada. Y la forma en como le colgaba la hacía verse más larga aún. Y no que fuera yo experta en vergas y supiera de tamaños y medidas con solo verlas. Pero sí fue de las más largas que me ha tocado ver hasta ahora.

“¿Podrías quitar las manos de tu cuerpo, Meg? Me gustaría verte completa” dijo don Luis sacándome de mi apendejamiento visual. Esbozando una leve sonrisa, poco a poco moví el brazo que cubría mis pechos. El agua, los nervios, o qué sé yo, había provocado que mis pezones se pusieran erectos y duros. En cuanto destapé mis senos pude ver como la verga de don Luis cobraba vida y empezaba su elevación apuntando hacia mí.

Tenía yo tiempo sin tener pareja sexual, por lo mismo no sentía necesario depilar mi área púbica, así que mi panochita estaba cubierta por una espesa mata de pelos negros. Y eso por alguna razón me provocaba más vergüenza que mostrar mis pechos. Tardé un poco más en mover la mano que cubría mi entrepierna, pero cuando lo hice la verga de don Luis se erecto por completo. Ahora se veía más larga aún, pero delgada como dije antes. Me recordaba al tolete que usan los policías para golpear. Me reí en mis adentros por la comparación tan tonta que hice.

Le señalé donde estaba el jabón y el estropajo y me di vuelta dándole la espalda, para ni un minuto después, sentir las manos de don Luis recorriendo mi cuerpo. La verdad no me estaba resultando tan incómodo como pensé que sería. Sentí como me enjabonaba empezando por mi cuello, para luego bajar por toda mi espalda. Cerré mis ojos al sentir las suaves caricias que don Luis hacía mientras frotaba suavemente el estropajo por toda mi espalda de arriba a abajo y nuevamente subir.

No pasó mucho tiempo, hasta finalmente llegar a mi carnoso culo. Sentí el toque de sus manos titubeante al principio, para luego ir tomando confianza y no solo enjabonar mis cachetes sino también pasar su mano por la raya que divide mis nalgas, rozando mi panochita. Sin ni siquiera pensarlo, separé mis piernas para darle mejor acceso a su mano para que pudiera introducirse en medio de ellas y enjabonara mi panocha con mayor facilidad. Yo permanecía con mis ojos cerrados, disfrutando la perversa caricia que hacía don Luis en mí. Sentí como pasaba su mano por mi tupida mata de pelos, enjabonando y frotando fuerte mi entrepierna. No tardé mucho en sentir como empezaba a segregar jugos vaginales.

“Abre tus nalgas para limpiarte bien, mija” escuché decir a don Luis y de nuevo, sin siquiera titubear, tomé los gordos cachetes de mi culo y los abrí de forma impúdica, dándole una vista total de mi más secreto orificio.

Las manos de don Luis se paseaban frenéticas por toda la raja de mi culo, para luego detenerse en mi ano, frotando fuerte como si quisiera meterme la barra de jabón. No pude evitar lanzar un gemido cuando uno de sus flacos y rugosos dedos penetró mi ano.

“¡Ugh! No don Luis, no… me... pique por atrás”

“¿No te gusta por el culo?” me pregunto don Luis sin sacar su dedo de mi trasero.

“Si me gusta. Pero no hago del baño desde ayer y estoy sucia” le contesté, pero no saco su dedo. Se lo tuve que repetir de nuevo y esta vez sí retiró su dedo de mi ano.

Estaba sintiendo tan rico que yo solita me di vuelta, para ponerme frente a él, como autorizándolo a enjabonarme la parte frontal de mi cuerpo. Yo seguía con mis ojos cerrados, como si de esa manera negara el estar haciendo las cosas ya con toda la intención. Y si bien todo esto era por conveniencia del pago de mi renta, para nada me estaba forzando don Luis.

Mi rentero no perdió tiempo. Sentí como sus manos se apoderaban del par de pequeños globos que formaban mis tetas y olvidándose del jabón, empezó a apretarlos y estrujarlos cada vez más fuerte. No pude evitar empezar a gemir, lo cual encendió más a don Luis. Me imagino que ver mi rostro de niña inocente, con el agua escurriendo y lanzando gemidos como toda una putita, era todo un espectáculo para ese hombre que podría ser mi abuelo.

Lo siguiente fue sentir como su boca se apoderaba de mis pechos, como succionaba mis pezones con furia. Primero uno, luego el otro. Pase una mano sobre su nuca y lo empuje para que siguiera comiéndose mis duros pezones de areola oscura. Al ser él más alto que yo, eso le obligaba a encorvar su cuerpo para poder chuparme sin problema. Yo misma me paraba de puntitas para facilitarle la faena. Me tomo por mis nalgas con sus manos y me levanto en vilo, apoyándome contra la pared sin dejar de chupar mis tetas. Sentía como la dura cabeza de su erecta verga punteaba la entrada de mi panocha. Solo era cuestión de dejarme caer para empalarme por completo en su duro mástil. Habíamos pasado de bañarnos juntos a un faje entre un adulto mayor y una niña puta, y para nada me desagradaba la situación.

“Megan... Megan... necesito cogerte ahora mismo, niña” me dijo don Luis separando su boca de mis tetas, esperando mi respuesta.

Ya era muy tarde para detenerme, pero aun así me detuve a meditar en lo que estaba haciendo y lo que estaba por hacer. Iba a coger con un hombre muchísimo mayor que yo en edad, y lo iba a hacer a cambio de un beneficio económico. ¿En qué me convierte eso? ¿Y si alguien se enteraba de esto?

Mi respuesta era SÍ o NO, y tenía que decidirme ahora mismo. ¿Tendría razón mi gato en que era una puta?

Aquí termina la primera parte de este relato, espero les guste y me sigan para cuando suba el desenlace.

(9,40)