Nuevos relatos publicados: 13

Una entrevista de trabajo X

  • 7
  • 8.412
  • 9,57 (7 Val.)
  • 1

Era la primera entrevista que tenía en meses. Desde que había muerto su madre no se encontraba con ganas ni siquiera de enviar un email con el currículum. “Supongo que ya es hora de salir de casa y de volver a la normalidad” pensó cuando vio en internet esa oferta de trabajo que parecía perfecta para ella. Y lo debía ser porque al día siguiente la llamaron para citarla a una entrevista.

Por dentro estaba triste, pero no paraba de decirse a sí misma, “tú puedes hacer esto”. Cualquiera que la viese, sin conocerla, no notaría su dolor interno. Solo vería una hermosa joven de ojos azules, con una melena negra como el azabache, que llegaba a la altura de sus redondos pechos. Andaba con garbo, moviendo sus caderas de lado a lado a cada paso que daba, eso no podía evitarlo estuviese triste o alegre, siempre fue así desde que era una niña.

Llegó a la entrevista con los cinco minutos de antelación de rigor. Solo tuvo que esperar dos minutos a que la recibiesen.

Un hombre de unos 30 años, quizás alguno más, de ojos y pelo oscuro, se acercó a ella “¿Lisa? Yo soy Ray.” Le tendió la mano como saludo, “acompáñame”. Mientras le seguía a su despacho, notó que su entrevistador escondía, bajo la camisa, un cuerpo de gimnasio.

Se sentaron y comenzaron la entrevista con las típicas preguntas, que, por supuesto Ray se sabía de memoria porque las hacía cada día, varias veces. A Lisa tampoco le sorprendieron, eran las esperadas, las que puedes leer en cualquier web cuando buscas información sobre cómo preparar una entrevista de trabajo.

Ray no podía quitarle los ojos de encima a Lisa, no todos los días entrevistaba a una candidata tan guapa.

A Lisa le costaba concentrarse pensando si el cuerpo musculado que escondía la camisa de su entrevistador estaría bronceado o no.

“¿Por qué llevas tanto tiempo sin trabajar?”, preguntó Ray.

Lisa se quedó callada. Una lágrima corrió por su mejilla.

Ray tuvo el impulso de acercarse a la joven y consolarla. Era poco profesional, pero nadie les estaba viendo. Rodeó la mesa y se inclinó para acercarle un Kleenex, pero en lugar de esperar a que la joven lo cogiese, se apresuró a limpiar el rastro que había dejado la única lágrima. Y deliberadamente rozó su mano con la piel de la joven. Desde su pómulo se deslizó dibujando la figura de su cara hasta llegar a la barbilla. Se detuvo unos segundos, esperando una reacción de Lisa. Ella levantó la mirada y la mantuvo por un segundo, luego volvió a bajarla. Ray sin haber obtenido ninguna señal de aprobación o desaprobación decidió continuar bajando su mano por el cuello muy suavemente, muy lentamente. Noto cómo Lisa tomo aire profundamente, en un acto que interpreto de aceptación.

La camiseta de tirantes de Lisa mostraba su piel hasta el comienzo de sus senos. Ray deslizo su mano hasta llegar a ese lugar donde empieza lo escondido, lo desconocido. En ese momento Lisa volvió a levantar la mirada, esta vez con decisión y le miró fijamente a los ojos mientras acercaba sus labios, que había pintado de rojo carmín para la ocasión.

Ray se acercó lentamente y sus bocas se encontraron a medio camino. Cuando se tocaron, como si de un resorte o un botón de encendido se tratase, la calma y la lentitud de sus movimientos se transformaron en acelerada pasión.

Mientras se besaban, Ray no pudo contener su mano del placer de descubrir territorio prohibido y la deslizó bajo la camiseta de Lisa en busca de un tesoro. Y lo halló. Rozó con el dorso de su mano el pecho izquierdo siguiendo su contorno redondeado, hasta que llego a la parte inferior y lo rodeo. En ese momento abrió su mano y tomo con fuerza todo el seno de Lisa. Era grande, no le cabía en la palma de su mano, redondo y suave. Le entraron unas ganas terribles de ver lo que tenía entre manos.

Detuvo su beso, se alejó unos centímetros de Lisa y deslizó el tirante de la camiseta por el hombro hasta descubrir poco a poco, primero el pecho izquierdo, el que ya había tocado. Era hermoso. Su gran pezón le miraba fijamente a los ojos, casi podía escuchar sus palabras “cómeme”. Y así lo hizo. Acercó sus labios con la boca entreabierta para acaparar el pezón desde sus bordes y cerró sus labios al llegar al centro de la aureola. Notó como se ponía duro y puntiagudo dentro de su boca. Lo acarició con su lengua. Y lo succiono mientras agarraba el pecho desde abajo con su mano derecha.

Lisa que hasta entonces miraba con atención como Ray le comía su pezón, tuvo que deslizar su mirada y su cabeza hacia el cielo, mientras de su boca salía un leve suspiro.

Ray descubrió su pecho derecho y se lanzó a por él, tal y como lo había hecho con el izquierdo. Era tan sabroso como el otro.

Se separó unos milímetros para observar lo que ya había probado. Sublime. Los contemplo como quien observa una postal de una playa paradisíaca. Pero no pudo contenerse solo mirando y agarró con cada una de sus manos, los dos pechos de Lisa. Con suavidad que se transformó en firmeza.

En ese momento Lisa no pudo más y agarro a Ray por su cinturón y lo acercó hacia ella, hasta que pudo notar la dura erección rozando la parte baja de su barriga. Le separó un poco para poder tocarla con su mano. Tras el pantalón se notaba dura como una piedra, y grande, casi no cabía dentro, debía liberar el pene de Ray de esa prisión. Abrió primero la cremallera para meter su mano y encontrarse con el calzoncillo, consiguió llegar a ese enorme pene, lo acarició, pero necesitaba más. Desabrochó el botón del pantalón y bajó la ropa interior hasta que liberó el pene erecto de Ray. En solo unas millonésimas de segundo lo contemplo y pensó, es hermoso, quiero disfrutarlo, lo quiero tener entre mis manos, y dentro de mí, y… y su mano lo agarró fuertemente.

Ahora fue Ray quien deslizó su mirada y su cabeza hacia el cielo, mientras de su boca salía un leve suspiro.

Y, como en las películas, con el brazo arrasó con todo lo que había encima de la mesa, hasta dejarla vacía y lista para el placer. Lisa, no puedo evitar soltar una leve carcajada, y Ray dijo “siempre he querido hacer esto”.

Se apoyó en la mesa, mientras se deshacía de sus pantalones y trajo a Lisa cerca de él levantándole la falda hasta la cintura. Le acarició su sexo con una mano, mientras con la otra le tocaba los pechos. No podía desprenderse de ellos, eran tan hermosos.

Sus bocas volvieron a juntarse con desesperación.

Lisa, agarrando el pene de Ray, le dijo al oído “quiero tenerlo dentro de mí”

No había nada que le excitase más a Ray que escuchar que una mujer deseaba su pene. Agarro a Lisa por la cintura y, sin dejar de besarse, la desplazó hacia la mesa y la sentó en ella. Deslizó su lengua hasta sus pechos, uno primero, luego el otro y continúo hasta llegar a su sexo. Allí se detuvo Ray y ella se recostó encima de la mesa a ritmo de sus propios gemidos.

“Guarda un poco para esta” dijo él mientras metía su pene dentro del inundado sexo de Lisa.

Ella no pudo más que emitir un suspiro-quejido al tener toda la inmensidad del pene de Ray dentro de ella. Se agarró fuertemente a cada uno de los bordes de la mesa para aguantar las deliciosas embestidas de Ray. Notaba como el pene salía casi por completo y se volvía a meter hasta lo más profundo de sus entrañas. No podría resistir mucho tiempo ese placer.

Él agarró una vez más sus pechos fuertemente, los apretó entre sus manos, agarró cada uno de los pezones y los pellizcó. No podría aguantar mucho más.

Lisa soltó un fuerte gemido. Él tuvo que taparle la boca para que no les oyesen. Noto como el sexo de ella apretaba su pene. Ahora fue él quien gritó. Y ella acercó su mano para tapar el sonido de placer que salía entre sus labios.

Se compusieron la ropa de prisa. Ray miró su reloj y se dispuso a poner las cosas que había tirado al suelo encima de la mesa. Lisa, sacó un pequeño espejo de su bolso y se retocó el peinado.

Ray se sentó en su silla y le dijo: “El trabajo es tuyo, con la condición de que esto no se vuelve a repetir”. Lisa que se estaba acercando ya a la puerta para irse, se dio la vuelta, y respondió con decisión: “No, no quiero el trabajo, prefiero seguir follando contigo”.

(9,57)