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Una evidente y perjudicial desproporción

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- “¡Yegua, que buena que estás!”

- “¡Grosero, viejo verde!”.

- “Perdón, perdón, fue algo impensado, me salió sin querer cuando súbitamente te vi. Tenés razón, fui grosero pero también debés aceptar que tengo buen gusto. Lo de viejo puede ser, lo de verde seguro que no. No soy verde, simplemente tu hermosura me hizo reverdecer, como lo hubiera hecho con un nonagenario en estado comatoso. Gracias por alegrarme la vista. Adiós”.

Y seguí mi camino por el pasillo rumbo a una reunión con el gerente de la empresa.

Así conocí a Perla, empleada de la firma a la que presto servicios de mantenimiento de sistemas. A mis treinta y ocho años no me puedo quejar. Vivo en la casa heredada de mis padres, tengo ingresos suficientes para un buen pasar y ahorrar. Mi vida social se desarrolla entre amigos de los tiempos de estudiante, otros del gimnasio donde hago artes marciales desde los diez años, y los conocidos del trabajo. Mi nombre es David y sigo soltero.

Una noche, para cambiar la rutina, fui con amigos a una discoteca, algo poco usual en nosotros. Estaba en la barra pidiendo un trago cuando siento que me tocan el hombro.

- “Hola Rever”.

Al darme vuelta me encuentro frente a dos mujeres jóvenes, una era el portento visto en la empresa.

- “Rever… Rever, ahora entiendo, hola… (casi le digo yegua). Convendría presentarnos, así nos llamamos por el nombre. El mío es David”.

- “Yo soy Perla y ella es Sofía”.

- “Un placer Sofía”.

- “También te parece una yegua?”

- “Con esa sonrisa auténtica, con ese cuerpo menudo y armonioso, podrán decirle deliciosa muñeca, tierna mujercita, o algo parecido, pero nunca yegua o linda hembra”.

- “O sea que yo no soy femenina, ni tierna, ni dulce”.

- “Claro que podés serlo, pero tu apariencia exterior predomina de tal manera que tapa cualquier otra faceta personal”.

- “Cambiemos de tema porque parece que estás queriendo levantarte a Sofía”.

- “Has dado con otra diferencia, a mujeres como ella no se las levanta, se las trata de seducir”.

- “Basta, vos chiquita ándate, que me lo llevo a bailar”.

Buen rato estuvimos en la pista bailando como dos amigos, algo que me costó un esfuerzo apreciable. No es sencillo sustraerse a la tentación de pegarse como lapa a semejante ejemplar.

- “Te resulto atractiva?”

- “Muy atractiva”.

- “Sin embargo no veo que me quieras levantar o conquistar. Lo que sea”.

- “Porque no estoy seguro que me convenga”.

- “No te entiendo”.

- “Vamos a suponer que logro conquistarte, el problema es si después me enamoro”.

- “¡Por qué problema!”

- “Es sencillo, vos sos una joven tremendamente atractiva y te esmerás en mostrarlo. Eso hace que detrás de ti se agrupe una manada de pretendientes buscando conseguir algo, y es razonable pensar que alguno lo va a lograr. Como no estoy dispuesto a compartir mi pareja, será algo doloroso y no pienso embarcarme en algo así”.

No es de extrañar que con el correr de los días me encajetara, encoñara o enconchara, como quiera que se llame. Sin pensarlo me encontré comprendido en el conocido enunciado “Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes”. Y así, como animal sujeto al instinto, fui acompañándola en actividades desacostumbradas para mí, por ejemplo participando en reuniones con su grupo de amigos, entre los cuales yo era casi una pieza de museo.

En esas juntadas participaban alrededor de unos quince, entre varones y mujeres, generalmente en casa de Jorge y según ganas, se jugaba, bailaba o simplemente conversaban, todo matizado con abundante bebida. Esto servía de excusa para que los límites se difuminaran y de esa manera los participantes hacían y permitían cosas que en otras circunstancias no sucederían. En realidad todos concurrían buscando lo que después achacarían al exceso de alcohol.

Sin duda el grupo era liderado por Jorge, que para gente de ese rango etario, tenía a favor tres puntos determinantes. Bien parecido, físico robusto y mucha plata. Como era esperable, dicha preeminencia la ejercía con cierto despotismo, el cual era aceptado, pues formaba parte del precio a pagar para pertenecer a ese círculo. Dos excepciones confirmaban la regla, Sofía, poseedora de una personalidad bien formada junto a un excelente intelecto, y yo apodado “el viejito”.

Dos veces acompañé Perla a esas reuniones en las cuales no me sentía cómodo, entre otras cosas porque mi pareja promovía y participaba activamente de esos acercamientos con cuanto macho estuviera presente. En ambas oportunidades lo pasé acompañado por Sofía quien tampoco era amiga de esas expansiones.

Pensando en alguna manera de robustecer algo esta relación invité a mi pareja a pasar los días del feriado largo próximo en una ciudad turística a trecientos kilómetros, en un hotel cómodo y con buenas instalaciones para esparcimiento. Ya instalados, y aprovechando la temperatura favorable, fuimos a la pileta.

Los estudiosos definen como imposible aquello que no puede ser, por ejemplo un triángulo cuadrado. Lo normal es que Perla, con una vestimenta casual, llame la atención de varios. Ahora, luciendo una biquini es imposible no ser el centro de atención, de deseo en los hombres y de envidia en las mujeres.

Al rato de tendernos al sol se levantó a buscar alguna bebida, para ambos, en la barra. La seguí con la mirada, observando que tres jóvenes más o menos de su edad, le cedieron su lugar. Por el movimiento de labios percibí que algo le decían y supuse que sería algo agradable, pues ella les sonrió. Cuando me entregó el vaso pregunté.

- “Nuevos admiradores?”

- “Sí, dos con piropos normales y uno salido”.

- “Salido?”

- “Más o menos como vos la primera vez que me viste, pero el rubio en lugar de decirme yegua me dijo putita”.

- “Bastante guarango”.

- “Lo peor es que no pude decirle viejo verde”.

Después de almorzar y descansar un rato salimos a pasear. La idea era, a la noche, comer en el hotel y luego tomar algo en la confitería.

Durante la cena dos cosas me llamaron la atención en Perla. Una, que miraba con frecuencia algo que estaba a mis espaldas con una mueca de complacencia, y la otra que se movía más de lo común sobre el asiento. Picado de curiosidad, simulando que consultaba el celular, lo orienté filmando hacia atrás. En una mesa a pocos metros estaban los tres piropeadores de la pileta. El rubio mordiéndose el labio inferior y haciendo señas con las manos en nuestra dirección. Cambié para filmar hacia adelante y lo baje a las piernas enfocando a mi pareja, que con la falda sobre los muslos, separaba las rodillas para satisfacción del mirón.

Ya en la confitería comentaba con Perla sobre el agradable volumen de la música, cuando al volver la mirada hacia el círculo habilitado para bailar, me doy con la presencia del perseverante “salido” frente a nosotros.

- “Me permitís bailar con tu esposa?”

Ante la pregunta, y sin sacarlo del error, la miré a ella que me respondió con otro interrogante.

- “Me dejás?”

Naturalmente le dije que sí y, mientras los miraba alejarse, me puse a analizar la situación que estaba viviendo. Lo primero es que mi novia era una joven muy bella, sensual y atraía fuertemente a cualquier hombre que no prefiriera hombres. Lo segundo es que le resultaba casi imposible sustraerse al embrujo de un macho bien parecido, con una personalidad fuerte, y gestualidad agradable. Eso fue palpable en el tono empleado pidiéndome que la dejara salir a la pista. Había sido casi un ruego. De esto resultaba fácil inferir que una relación razonablemente estable y tranquila con ella era utópica. Y también quedaba claro que su proceder no llevaba intención expresa de engañarme, haciendo pensar que era un caso de muy débiles defensas ante determinado estímulo.

Con estos datos en la cabeza, y mientras saboreaba un trago bien cargado, concluí que debía lograr una definición a corto plazo, y para ello había que generar las condiciones apropiadas. Por otro lado me parecía que cortar el nexo abruptamente y solo por una apreciación era injusto.

Más tranquilo por haber resuelto qué hacer, decidí que este momento era tan bueno como cualquier otro, así que cuando regresaron a la mesa les comenté mis ganas de salir a fumar, dirigiéndome a la salida.

Obviamente no salí, cuando estuve fuera de la vista de ellos regresé para observar. Precavidamente esperaron unos minutos y se levantaron llevándola él de la mano, entrando al baño de mujeres. En cuanto pude me colé también ahí. Ubicado el cubículo en que estaban entré en el de al lado, escuchando un diálogo por demás significativo.

“Qué ganas te tenía putita”.

-“Yo también lo deseaba”.

-“Vamos, chúpame la pija, que esa boquita está diseñada para eso”.

-“Ay, que rica que es, y del grosor que más me gusta”.

- “Ahora que está a punto date vuelta que te voy a clavar desde atrás, no tenemos mucho tiempo hasta que regrese el cornudo”.

- “No digás así”.

- “Vamos, que te encanta. No se da cuenta que sos mucha hembra para él?

- “Callate y cogeme”.

- “O sea que además de cornudo es imbécil”

- “Fuerte, que me estoy corriendo”.

- “Si putita, ya te estoy llenando de leche”

Hubo un corto silencio que, estimo, habrá sido para recuperar el aliento y arreglarse la ropa. Luego ella le dijo que iba a salir primero, y que él lo hiciera cuando escuchara tres golpes en la puerta exterior. Cuando sintió la señal y quiso salir del cubículo me encontró esperándolo. Su gesto de sorpresa coincidió con mi puñetazo al estómago, seguido de otro a nariz y boca y, ya en el suelo, una patada en los testículos. Antes de cerrar la puerta, dejándolo adentro, le dije que eso era un recuerdo del cornudo imbécil.

Regresado a la mesa le dije a Perla que tenía ganas de descansar a lo que me contestó que prefería quedarse un rato más. Naturalmente que accedí subiendo a la habitación. Ya ahí, llamé a recepción para que me prepararan la cuenta, armé las valijas de ambos y, con el equipaje, bajé. En el momento de entregar la tarjeta para pagar sonó mi teléfono, era ella, que evidentemente había esperado en vano la llegada del galán.

- “¡Por qué no me abrís la puerta!”

- “Porque estoy en recepción”.

- “Traeme la tarjeta de ingreso que me quiero acostar”.

- “Imposible, acabamos de dejar la habitación”.

- “Voy para allá”.

Terminado el trámite ocupé uno de los sillones del salón. Poco se demoró en llegar.

- “Explicame qué pasa”.

- “Es sencillo, una cosa es portar cuernos y otra es pagar para que crezcan”.

- “Perdoname no sé cómo me dejé llevar, no va a volver a suceder”.

- “Perdonada estás, y que no va a suceder de nuevo es seguro, porque lo nuestro ha concluido”.

- “Me voy a cambiar al baño”.

Me llamó la atención que cambiarse de ropa le insumiera tanto tiempo. Cuando regresó me di cuenta por qué.

- “¡Qué le hiciste a José!”

- “No sé a qué te referís y no tengo idea de quién es José”.

- “El muchacho con el que bailé”.

- “Ahora entiendo, hicimos un intercambio de favores. El me llamó cornudo imbécil y yo le correspondí con dos trompadas y una patada”.

- “Te va a denunciar”.

- “Si se anima a cargar con la vergüenza de que un juez, no sólo me absuelva sino que además me felicite, que lo haga”.

- “Y qué vamos a hacer”.

- “Vos no sé, yo regreso a mi casa”

- “Me estás dejando?”

- “De ninguna manera, simplemente estoy aceptando tu decisión de seguir un camino distinto del que veníamos transitando juntos. Suerte. Chau.

Unas semanas más tarde, tomando café y leyendo en un bar, por el rabillo del ojo veo una pollera a mi lado. Al levantar los ojos me doy con Sofía.

- “Hola preciosa, qué gusto verte. Por favor acompañame. Qué puedo ofrecerte”.

Después del correspondiente abrazo y beso se sentó, respondiendo con su habitual desparpajo.

- “Hola jovato, casi no te reconozco estando solo. Hasta ahora siempre te vi acompañado de Perla”

- “Tiempos idos, hace un mes terminé con ella”.

- “Alto, alto, esto es raro. Yo repito, si me equivoco corregime. La relación duró menos de dos meses y vos la cortaste?”

- “Así es”.

- “Caramba con la novedad. Por cierto algo totalmente nuevo. A ella la conozco hace unos dos años, y en ese tiempo tuvo unos cuantos novios con una duración entre tres y cinco meses, y a todos los despidió después de haberse asegurado el reemplazante. Se puede saber qué pasó?”.

- “Cuernos querida, simplemente cuernos”.

- “Entonces en eso no cambió. Yo la conocí promiscua”.

Charlamos largo rato, almorzamos juntos, intercambiamos teléfonos y quedamos en mantener el contacto.

A partir de ahí, pausadamente, fuimos incrementando la cercanía. Sin compromiso explícito, salíamos al cine, a tomar algo, a pasear, incluso a participar en las ya conocidas reuniones de amigos, de cuando estaba con Perla, a quien no había vuelto a ver. En una de esas estábamos charlando con otras dos parejas cuando apareció mi ex.

- “Qué hacés acá?

- “A vos no te debo explicaciones”.

- “Me las vas a pagar”.

Pocos minutos pasaron cuando se acerca Jorge con mala cara.

- “Por qué la insultaste a Perla”

- “No la insulté”.

- “Me estás diciendo que miente?”

- “Si te dijo que la insulté, está mintiendo”.

- “Y por qué haría eso”.

- “Quiere que me des una paliza para vengarse porque la dejé plantada. Por favor, aceptá esta sugerencia. Cuando vuelvas a su lado decile que me hiciste pedir perdón, y que por eso no me pegaste. Estoy convencido que no le va a gustar”.

Inesperadamente intervino Sofía

- “Jorge, vos sabés que no miento, hacete un favor, no empecés la pelea”

Luego lo tomó de la mano y se lo llevó unos metros, cruzaron pocas palabras y se separaron. Cuando regresó a mi lado le pregunté.

- “Algo que me quieras contar de esa breve charla”.

- “Lo felicité por hacerme caso. Cuando me preguntó la razón le dije que en el tiempo que él emplea en parpadear vos le hubieras quebrado el cuello”.

- “Y de dónde sacaste eso”.

- “Te conozco mascarita. Entré a la página de la asociación de Aikido”.

En eso escuchamos la voz de Perla dirigiéndose a Jorge.

- “Andate maricón, no quiero estar con vos”.

Sin responderle el agraviado regresó hacia donde me encontraba.

- “Quisiera hablar con vos, pero no aquí que hay mucho ruido”.

- “Encantado, vamos afuera”.

Salimos, con Sofía tomada de mi mano.

- “Es verdad, como dice esta chiquita, que sos tercer dan?”

- “Es verdad”.

- “Y por qué no quisiste pelear sabiendo que tenías todas las de ganar?”

- “Porque vos y yo no somos amigos, pero tampoco somos enemigos. No se justifica que por una mentira crucemos, ni siquiera, un insulto. Lo has comprobado, a Perla no le interesás vos y mucho menos yo. Lo que desea es satisfacer su orgullo”.

- “Me gustaría ser tu amigo”.

- “Yo encantado”.

- “Si alguna vez te puedo ayudar en algo no dudes en hacérmelo saber. Amigos viejito?”

- “Amigos Jorge”.

Cuando regresamos a la sala estaban todos viendo una película, quedando libre solo un sillón. Los demás estaban ubicados en semicírculo frente a la pantalla.

- “Preciosa, sentate en mi falda, que tengo ganas de aprovecharme de vos, llevo mucho tiempo sin pareja”.

- “Ni se te ocurra probarlo o vas a ver lo que son mis uñas abriendo surcos”.

- “No me digas así, lo que más deseo ahora es probarte”

- “Asqueroso”.

- “Nada de aqueroso, estoy convencido y apuesto lo que sea, que sos deliciosa”.

- “Basta, ubicate de una vez que me quiero sentar”.

Lo hizo a través, su espalda contra un apoyabrazos mientras sus piernas colgaban del otro. Algunos minutos después de estar enfrascados en la proyección, se dio vuelta mirándome seriamente.

- “Qué es eso duro que siento en la divisoria de mis nalgas?”

- “Mi pene”.

- “Y no te da vergüenza?”

- “Querida, con treinta y ocho años, teniendo en mis faldas una mujercita muy deseable, si mi pene permanece dormido, entonces sí, sentiría la más grande de las vergüenzas. Pero no, ha reaccionado bien, estoy contento porque mi fisiología es la de un hombre normal y, además, lo estoy disfrutando muchísimo. Por favor, alegrale la vejez a este anciano“.

- “Sos un falso, un anciano solo endurece una longitud de cinco centímetros, y esto que me roza las dos rajaduras, duro como una piedra, es respetablemente mayor”.

- “De todos modos, demostrá sensibilidad con alguien que peina canas”.

- “Hijo de puta, tenés cinco canas y te estás moviendo como si ayer hubieras cumplido dieciocho años. Además, tu mano sobre mi muslo se justifica porque en algún lugar tenés que apoyarla, pero el pulgar recorriendo mi pubis es otra cosa”.

Nuestro diálogo se desarrollaba en voz muy baja y hablándonos al oído, de lo contrario hubiéramos sido el centro de atención de los presentes. Aprovechando esa posición, cuando ella me decía algo, yo apretaba con mis labios el lóbulo de su oreja, pasándole la lengua. Sus gemidos quedos y una mano engarfiada sobre la mía que acariciaba su conchita me hicieron callar.

- “¡Perverso, abusador, degenerado no pares que me corro, me corro, me cooorro!”.

Resuelta la tensión, estuvo recuperándose apoyada en mi pecho hasta que nuevamente puso sus labios al lado de mi oreja.

- “Ahora quiero dirigir yo”.

- “Por mí encantado”.

- “No digas una palabra, simplemente hace lo que te diga. Cuando me levante un poco, corré la falda y llevá mi bombacha a medio muslo”.

El asombro me inmovilizó, hasta que nuevamente su voz me sacó de la parálisis.

- “Ya que hiciste gala de atrevido, ahora poné manos a la obra”.

Junto a sus palabras llevó los brazos a mi cuello, mientras el susurro adquiría tono de ruego, de ansias apenas contenidas.

- “Haceme gozar con tu pija bien adentro. Estoy desesperada por sentir sus latidos con cada expulsión de leche. Ponela en la entrada de mi vagina y dejá que yo maneje el ingreso. Quiero clavarme sorbiendo tu lengua”.

Así me sometí a sus deseos, pero tenía un deber de lealtad.

- “Querida, me has llevado a tal estado de excitación que voy a durar muy poco”.

- “No importa, ya gocé, pero cuando iniciés la corrida apretame las tetas que casi seguro acabo con vos”.

Fue un orgasmo maravillosamente compartido. Cuando percibí los primeros síntomas, mis manos como garras, fueron a sus pechos y ese fue el disparador para ella. Mi glande forzando la estrechez, y el tronco recibiendo deliciosas contracciones que semejaban un ordeñe, hicieron que la llegada al final de la vagina coincidiera con cuatro abundantes descargas.

Mientras nos reponíamos del esfuerzo, yo abrazándola y ella con la mejilla en el hueco de mi hombro, hice mi confesión.

- “Te amo”.

Al pasar los segundos sin respuesta, tomándola de la barbilla levante su cara para darme con un río de lágrimas que bajaban.

- “Te ofendí?”.

- “Lloro de felicidad. Pensé que nunca iba a escuchar de eso tus labios porque estoy loca de amor por vos”.

Cuatro años han pasado de aquella mutua declaración de amor y memorable cogida, aunque todavía está en discusión el grado de participación de cada uno. Dos niños alegran el hogar y contribuyen a robustecer la relación entre los padres. Ambos, sin pronunciar palabra, en cada mirada, en pequeñas caricias cargadas de sentido, expresan su amor. Con frecuencia, después de una tórrida unión, ella acurrucada y él cubriéndola con su cuerpo, se puede escuchar el renovado reclamo.

- “Pensar que estamos así porque vos, viejito perverso, te aprovechaste de mi ingenuidad”.

- “Es verdad, y por eso no termino de felicitarme”.

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