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Una sesión fotográfica con los 5 sentidos

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Hacía tiempo que mi relación con Marta, una chica por la que sentí una gran admiración en mi juventud, había pasado a la etapa de la simple y llana amistad y, aunque echaba de menos muchas cosas de nuestros inicios, ahora era tiempo de escucharla y apoyarla en sus nuevas aventuras. Y precisamente, aquel día vino a contarme la última de ellas. Una relación a través de la red con un hombre de otro país. En principio, me dijo, nada importante: Cosas en común y largas conversaciones, algo de pasión erótica a través del chat, insinuaciones y una futura promesa de verse en persona algún día.

El caso es que mi querida amiga vino a pedirme consejo sobre una propuesta realizada por su amante a distancia, consistente en solicitarle que le enviara algún tipo de imagen subida de tono. Por supuesto no lo hizo, pero prometió pensarlo y enviarle una en la que insinuara algo, pero no se exhibiera demasiado para no ponerse en peligro. Ya se sabe como son estas cosas, uno (o una en este caso) no puede fiarse de ir enviando fotos de ese tipo por Internet o no se sabe donde van a acabar. En resumen, que la pregunta que me planteó fue ¿Qué foto podía enviarle donde no mostrara nada importante, pero fuera capaz de calentar al chico?

—¿Qué tal una de tu boca? —le propuse.

—¿De mi boca? —contestó.

—Tus labios, tu lengua, tus dientes… en general tienes… una boca muy sensual y excitante.

—¿En serio? —Dijo mi amiga mientras se palpaba los labios incrédula.

Y así, creo que ambos pensamos en que mi sugerencia se podría convertir en una excitante sesión fotográfica de primeros planos con uno de esos caramelos con palo (llamémoslo así para no hacer publicidad) consiguiendo con ello el objetivo de, no tener que desnudarse ni exponerse de ningún modo. Jugando con la simple idea de que, aunque típica, el detalle de una boca bien retratada, siempre será una imagen que pone malísimo a cualquiera, especialmente si la protagonista de dicha sesión fotográfica tenía unos labios como los de quien que vino a verme en busca de consejo de seducción.

—Me gusta la idea, pero vas a tener que ser el fotógrafo —Dijo con entusiasmo.

—Bueno, es lo que tiene ser aficionado a la fotografía y tener una cámara que hace buenas fotos (la cámara, no yo), que te encargan este tipo de trabajos. —Contesté en tono burlón

En fin, no me importaba, ya que tenía tiempo, así que quedamos otro día para la reunión planeada donde retratar las imágenes que se nos habían ocurrido. Pasó entonces una semana y el día “D” (o F de foto) llegó.

Marta entró por la puerta de la casa presumiendo de haberse cuidado los “morros” con autentica dedicación. No iba a permitir que el frio le estropeara su sesión de fotos estrella, por lo que iba bien tapada con una bufanda e incluso con una chaqueta gris que con sus solapas levantas la resguardaba y le proporcionaban un aspecto muy elegante, a lo que contribuía, por supuesto, sus cabellos dorados y lisos cayéndole por los hombros.

Así pues, estábamos listos: Ella, con un caramelo y sus labios sutilmente pintados para la ocasión de un tono rosado pastel, que hacía juego con sus ojos azules claros, y yo, con mi cámara y el zoom de la misma, atento para captar al detalle como mi amiga saboreaba aquella golosina. Dispuesto para la captura de imágenes. Y fue tan extrañamente excitante que resulta difícil contarlo. Aunque haré a pesar de todo, un esfuerzo e intentaré transmitirlo con total precisión.

Tras colocar una iluminación sutil con luz principal y de relleno para que resaltara todos los detalles, desde el primer momento en que centré la lente de la cámara en su boca y se acercó el caramelo para pasar su lengua sobre él por primera vez, me hizo sentir escalofríos. Lo chupaba con cuidado dejando simplemente que sus labios resbalaran sobre su superficie y luego se relamía para notar el sabor de los restos que le pudieran quedar. Se acomodaba las comisuras sutilmente con los dedos de su mano derecha y se humedecía haciendo que la saliva incrementara el brillo de su pintalabios. Mordía también el caramelo con cuidado y le dejaba una pequeña muesca con sus perfectos incisivos. Solo con esos pequeños gestos, me estaba poniendo tan malo, y en tan poco tiempo, que no podía creérmelo.

Qué gran momento fue aquel en el que rodeó la golosina describiendo círculos con su lengua y, después de un largo lametón, recogió la saliva que goteó un poquito extendiéndola por el caramelo con chupetones suaves. Se lo pasó despacio rotándolo como una rueda por sus labios, recorriéndolos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda mientras entrecerraba sus ojos y parecía gozar realmente de aquello. Le dio un beso húmedo dejando que su boca se cerrara con lentitud para que mi cámara pudiera captarla y finalmente, la puso en forma de “o” e hizo girar el dulce mientras lo succionaba un poco haciendo un ruido muy sensual, hasta que de repente… Se empezó a reír.

—¡¿Pero qué te pasa?! ¡¿Has sacado alguna foto?! —Me dijo sin parar de reír.

Y yo, entre excitado y descompuesto por todo lo que acababa de ver en primer primerísimo plano a través de la lente de la cámara, no supe ni contestarle.

Todo estaba siendo demasiado para mí, y es que las imágenes no eran lo único. La voz y la risa de mi amiga, era algo a lo que yo era secretamente adicto. Guardaba audios en mi teléfono para escucharla cuando tenía ganas de sentir como se me erizaba la piel. Digamos, para que se me entienda, que cuando ella hablaba en tono relajado y divertido, cada vez que cogía aire sonaba como un pequeño y sutil orgasmo, que se unía después a una vocalización perfecta y una forma dialogar tranquila, que te hacía sentir como si te masajeara la mente con un erotismo inefable.

Pero bueno… El caso es que Marta, se fijó entonces en que su provocación había hecho estragos en mí y ya se me empezaba a notar un poco en el pantalón que me había distraído de mi papel de fotógrafo profesional “capta-labios” y había identificado la situación del caramelo con otra algo más carnal que también tenía que ver con lamer o chupar de esa forma tan sugerente. Así que se me acerco con una mirada peligrosa y risueña y me arrebató la cámara de las manos dejándola sobre una mesa junto con la afortunada golosina, procediendo después a empujarme ligeramente hacia atrás para que me sentara en el sofá.

Su mirada era excitante y traviesa, segura, directa… Sus manos se empezaron a mover por encima del bulto que se notaba en mi pantalón haciéndolo más evidente a cada una de las caricias que me habían pillado por sorpresa y con la guardia baja. Acercó su deliciosa boca a mi oído y, sin dejar de acariciarme suavemente empezó a susurrarme lo que acababa de decidir que iba a pasar a continuación en forma de tortuoso pero placentero spoiler. Así, me habló de sexo oral, pero sexo oral, al parecer, de un modo que nunca antes había hecho a otro hombre. Básicamente por algo tan simple como que me imponía una norma básica: yo no podía correrme hasta que ella no me lo pidiera. Sin importar el cómo, tenía que aguantar todo lo que estaba a punto de hacerme y mi misión era relajarme y tratar por todos los medios de aguantar, para cumplir así su tiempo de capricho, hasta que tuviera ocasión de disfrutar haciéndome suplicar por el deseo, y luego, decidir con calma, como y sobre que parte de su anatomía, tal vez, me iba dejar derramar mi líquido caliente cuando alcanzara el todavía lejano orgasmo.

Yo, si fuerzas para rechistar, había perdido la orientación por completo. Me sentía como aturdido, y me había sorprendido tanto de lo que estaba ocurriendo que no me salían las palabras ni sabía cómo reaccionar. O más bien, en realidad, creo que mi propio cuerpo tenía la certeza de que disfrutaría tanto de aquello, que se paralizó esperando recibir las atenciones prometidas antes de que pudiera hacer o decir algo que estropeara el momento.

Así que mi amiga, al ver que me tenía controlado y no me negaba, comenzó a besarme por el cuello, a mordisquearme el lóbulo de la oreja y a darme pequeños besitos en la boca mientras se acomodaba entre mis piernas y desabrochaba los botones del pantalón y la cremallera con tortuosa calma. Me prohibió moverme sin articular palabra, sometiéndome con una mirada profundamente penetrante, mientras se humedecía los labios y conseguía que me estremeciera al introducir su mano de repente bajo mi ropa interior, para sacar al exterior mi sexo, ligeramente duro y caliente. Aquella forma de mirarme desde abajo mientras se mordía el labio inferior me hacía pensar que lo que me esperaba iba a ser un infinito placer que no sabía si podría soportar, como había prometido, hasta que decidiera. Y mientras, ella, que seguía a lo suyo. Se besó el dedo índice humedeciéndolo un poco en el mismo gesto y después lo pasó despacio por todo el tronco de mi sexo, desde el frenillo hasta abajo, parándose luego un instante para desabotonarse el primer botón de la camisa, dejando ver un poco de su escote.

Marta empezó a moverse cerca de mi miembro, sin dejar de mirarme, prácticamente rozando su cara con él, respirando su aliento sobre él, haciendo que mi pulso se acelerara por momentos y el corazón casi se me saliera del pecho. Pronto, empezó a darme pequeños besitos por el tronco, a posar sus labios levemente, dejando que se deslizaran con lentitud, adaptándose a las formas, que se iban endureciendo casi hasta el dolor, al notar el contacto de su saliva caliente. Hizo que cerrara los ojos de placer y empezara a temblar cuando comenzó a recorrerme con su lengua, paseándola por cada milímetro, trepando hasta la cima, más hinchada que la parte del tronco, donde se paró para tomarla entre sus labios y dejarla ir hasta el fondo de su boca. Aquel delicioso gesto lo sentí húmedo, suave, ardiente, y me dejó completamente petrificado cuando empezó a mover un poco su cabeza arriba y abajo, y succionaba fuerte durante el movimiento de retirada, para luego darme algunos besos suaves más al pararse delante de la punta y volver a atacar. En ese instante tuve un pequeño momento de reacción y le acerqué un cojín para que se acomodara sobre él y tuviera una posición más confortable.

Mi querida compañera y yo, hemos hablado en multitud de ocasiones sobre nuestras ocurrencias para convertir nuestra atracción en una velada de sexo llena de placenteros estímulos capaces de hacerte desear que no exista el tiempo, y ella, siempre categórica, solía hablar de prestar atención a la activación de todos los sentidos. Teoría que sin duda estaba poniendo en práctica poco a poco. Y es que, su perfume y el aroma de su champú, se mezclaban en una combinación muy agradable, que claramente había sido planeada, y llegaban hasta mi olfato para hacerme sentir relajado; una de sus manos acompañaba con caricias por todo mi cuerpo, sobre mi ropa, el ritmo de su boca, notando así el tacto de sus dedos deslizándose por mis muslos, por mi torso y paseándose por mis pezones para endurecerlos, mientras la otra sujetaba y guiaba mi sexo al encuentro con su lengua o sus labios, que obviamente, emitían sonidos descuidados a propósito, con el fin de excitarme más. La succión, el goteo de la saliva por mi miembro, el roce de las caricias, un parpadeo antes de una mirada pícara, el recoger y extender el exceso de humedad entre algún gemido de placer, la respiración profunda por la nariz cuando su boca se llenaba de mi… Todo parecía la perfecta banda sonora dirigida Marta para matarme de satisfacción.

Continuando con los sentidos, era obvio que había dos de ellos claramente desatendidos… Por ahora. Mi amiga sabía perfectamente que el sentido de la vista era muy importante, ya que había sido el que había empezado todo, y fue por eso que detuvo momentáneamente su juego para levantarse frente a mí y deshacerse de su ropa. Así, lenta pero segura, se sacó los zapatos de tacón de color negro y bajó la cremallera de su pantalón vaquero, deslizándolo luego hasta abajo y quedándose con un culotte oscuro muy sexy.

—Desnúdate tú también, vamos —Me dijo con una sonrisa traviesa.

Me ayudó a quitarme la ropa que llevaba. Zapatos y calcetines negros, camisa blanca, pantalón oscuro… y así hasta quedar completamente desnudo. Fue entonces cuando me empujó para caer de nuevo al sofá y continuar su número. Y es que tenía claro que no debía dejarme descansar mucho para que no contraatacara.

Marta cogió el caramelo con palo y se lo llevó a la boca, risueña. Luego se quitó la parte de abajo de la ropa interior y volvió a ocupar su sitio entre mis piernas arrodillada sobre un cojín frente a mí. De ese modo, antes de que pudiera reaccionar, usó la golosina para extender su saliva en círculos por mi glande y darle un toque de sabor antes de volver a probarlo. Así, su nueva estrategia para hacerme sufrir de placer surtía efecto con su semidesnudo, pero aun surtió más efecto cuando se quitó la camisa blanca que llevaba y el sujetador de encaje, a juego con el culotte que ya reposaba en el suelo de la estancia.

Aquella chica tenía un cuerpazo, bajo mi punto de vista. Su trasero era ligeramente respingón. Lo justo, como a mí me gustaba. De piel suave, no era extremadamente delgada, si no, que tenía “donde agarrar” y sus pechos eran de buen tamaño, anchos, y grandes amigos de las leyes físicas de nuestro planeta, que los mecían de manera sugerente a cada movimiento. Mi única defensa ahora, ante la excitación del sentido de la vista que me provocaba, era cerrar los ojos. Cosa que me salía natural al sentir el gusto de como de nuevo volvía a llenarse la boca con el extremo de mi sexo.

El caso es que todo se reiniciaba para continuar, pero esta vez la técnica era distinta. Un combo perfecto entre el roce del caramelo, que trazaba caminos por toda la extensión del miembro y su lengua que húmeda, los transitaba después, mordiscos suaves a cada centímetro, mirada relamiéndose y saboreando y vuelta a los pequeños chupetones subiendo de abajo arriba.

Ella jugaba… Si, ella jugaba y yo trataba de resistir, de no pensar si quiera en la posibilidad de correrme. Pensaba en… no sé, me puse a contar números para distraerme. Hasta que me di cuenta que estaba contando las veces que su cabeza bajaba y subía para llevarme al interior de su boca. La admiraba desnuda, la escuchaba provocarme, la sentía acariciarme y hasta su aroma me estimulaba, mientras ella continuaba con su plan y comenzaba a dejar caer un buen montón de saliva desde sus labios por todo mi sexo, logrando con ello estimulantes sonidos de… ¿Eso parece un “chapoteo”?

Cuando abrí los ojos y me fijé, me di cuenta de que al mismo tiempo que Marta me hacía gozar del mayor placer del mundo estaba masturbándose. Gemía mientras seguía degustando mi sexo, pero al mismo tiempo lo hacía porque rozaba su clítoris con dos de sus dedos y luego se los metía hasta el fondo. Se apartó de mí, masticó el dulce con su preciosa dentadura para deshacerse luego del palo, y se dirigió con los dedos que hace unos segundos habían estado dentro de ella hacia mi boca para que probara su sabor. Ya me extrañaba que se le escapara el sentido del gusto… Sin embargo, esta vez no salió como esperaba, ya que, aunque llegue a paladear ligeramente la humedad de sus jugos, fue cuando se inclinó sobre mi cuerpo cuando se dio cuenta que algo me hizo dar un pequeño respingo de placer. El roce de sus pechos en mi glande.

—Vaya, vaya… así que te gusta que te roce también con las tetas, ¿verdad? —susurró mientras movía sensualmente su cuerpo para acariciarme con ellas, disfrutando de encontrar otra forma de provocarme.

—Aguanta un poco más y tal vez te deje correrte sobre ellas, ¿vale?

Y acto seguido descendió a su posición de rodillas anterior y tras humedecer su escote con un poco de saliva, colocó con calma mi sexo entre sus pechos abrazándolo y comenzó a moverlos con sus manos arriba y abajo. El contraste de mi dureza con su suavidad se sentía increíble y ya empezaba a sentir espasmos que me avisaban de que mi cuerpo suplicaba eyacular en ese momento. Pero no contento con resistir a eso, en una de las veces que mi glande emergió de entre sus generosos senos se encontró con que su boca estaba esperándole sedienta. Así, mientras volvía a estimular su clítoris al mismo ritmo, continuó estimulándome solo con sus labios, de forma tan decidida que ya parecía buscar un final.

Apretar el vientre y contenerse hacia dentro, no pensar o pensar en otras cosas, no mirar… Ya nada funcionaba para enfrentar el deseo natural de explotar ante las ya bastante aceleradas caricias orales de Marta. Sus gemidos, ligeramente ahogados por tener mi sexo en la boca se aceleraban también cuanto más se tocaba. Y es que sus manos eran ya solo para masajearse los pechos y rozar su clítoris y sus labios y su lengua para hacerme tocar el cielo.

—Uff Matt, estoy lista para correrme, córrete cuando quieras y lo haré contigo, ¿vale?

Pero… al final no me había quedado muy claro como tenía que hacerlo. Así que… me dejé llevar y dejé que ella decidiera.

Al sentir fuertes espasmos y una corriente eléctrica recorriéndome todo el cuerpo avisé a mi amiga de que estaba a punto de explotar, esperando que dirigiera mi orgasmo hacia su pecho. Pero no dejaba de saborearme extasiada. Así, extrañado, la avisé alguna vez más, casi entre gemidos, entre súplicas por no poder aguantar más, y en vista de que no se detenía, empecé a vaciarme sin remedio.

Estremeciéndome y entre gemidos, pude ver como en cuanto pudo notar los primeros chorros calientes, Marta también se dejó ir en un increíble orgasmo que la hacía temblar. Mientras, lo recibía todo sin detenerse y lo dejaba escapar al llenar su boca por completo. Mi leche manchaba sus labios, goteaba por su barbilla y caía sensualmente por sus pechos, en nuestro orgasmo perfectamente sincronizado. Luego, simplemente dejó deslizar todo el líquido desde su lengua hacia mi glande de forma provocativa, sonrió y se desplomó agotada sobre mi cuerpo.

Uff, aquello fue increíble.

Tras el éxtasis, llegó una pequeña pausa para la limpieza. Con cuidado, mi amiga usó una toallita húmeda para limpiarnos de todo fluido. Y comprobó algo que había olvidado desde que no tenía relaciones conmigo. Que si estimulaba como ella sabía hacerlo mi mente y no solo mi cuerpo. Mi sexo permanecería con la dureza suficiente para repetir, aun después de eyacular.

—Umm, escucha… Voy a tener que irme y no sé si nos vamos a quedar a medias, pero necesito seguir… Y veo que vas a poder un poco mas… ¿Quieres…? —Dijo fijándose en el reloj de la pared del fondo y con cierta timidez dejando las frases a medias.

Y ante el movimiento afirmativo de mi cabeza dándole permiso, no tardó ni dos segundos en colocarse a horcajadas sobre mí, sujetar mi miembro para guiarlo y dejar caer su cuerpo para introducírselo de golpe, haciendo que nos fundiéramos mientras tanto en un húmedo y profundo beso que enfrentaba apasionadamente nuestras lenguas la una contra la otra.

Marta había perdido completamente el control y me sujetaba la cabeza, cerca de sus pechos mientras subía y bajaba sus caderas de forma casi violenta. Jadeaba, arqueaba su espalda y echaba su cabeza hacia atrás. Se dejaba masajear sus senos y me suplicaba que me los comiera. Obviamente lo hice, agradecido, con ansia, como si llevara siglos esperando que me hiciera esa petición, metiéndome uno en la boca casi entero, todo lo que podía, chupando y lamiendo sus pezones o sumergiendo mi cara en su escote.

Había una tensión y una necesidad en aquel momento que seguramente no me iban a permitir correrme una segunda vez, pero estaba disfrutando muchísimo por cómo me cabalgaba, del rostro extasiado de mi amiga y de su respiración entrecortada y sus gemidos. La agarré por el culo, acompañando sus movimientos de subir y bajar, y empecé a moverme a la contra buscando una penetración más profunda con la colisión entre nuestros cuerpos. Sus pechos se mecían delante de mis labios, sus cabellos caían sobre mi rostro embriagándome con su aroma, y notaba como su sexo apretaba el mío y lo acariciaba y envolvía con una humedad cálida en cada movimiento de entrada y salida.

El reloj sonaba de fondo. Un tic tac que nos acompañaba a cámara lenta, pero no cesaba, y advertía que Marta tendría que marcharse pronto y estaba alargando lo inevitable. Sin embargo, yo quería que se fuera satisfecha y también unos minutos para despedirme apropiadamente, así que decidí acelerar las cosas dándole un poco más de placer.

En cuanto vi el momento introduje mi brazo derecho entre nuestros cuerpos y busqué la estimulación directa de su clítoris con mis dedos. Lo acaricié en círculos, con un roce constante, usando su respiración como metrónomo y como guía. La sentía muy mojada, notaba sus contracciones y como ya le costaba continuar y se abandonaba a que yo la sujetara con fuerza y levantara las caderas para penetrarla profundamente y con distintos ángulos. Así, unos instantes después de que su clítoris recibiera las atenciones necesarias, acercó su boca a la mía y me anunció que iba a correrse. Y Efectivamente, no hubo terminado la frase, cuando estaba casi gritando de placer en un estallido final y con temblores de nuevo en todo su cuerpo. Justo a tiempo para poder vestirnos con cierta tranquilidad y decirnos adiós… O mejor hasta la próxima. Pero eso sí, lo mío no había forma de bajarlo…

Terminamos de ponernos la ropa entre besos y alguna risa, aunque yo tuve ciertas dificultades para abrocharme el pantalón y algunas más para caminar y acompañar a mi amiga hasta la puerta. Ella por otro lado se sentía un poco mal por dejarme de aquella manera, pero no había margen para más y las prisas tampoco iban a ayudarme.

—Bueno yo te doy permiso para que pienses en mí y hagas lo que tengas que hacer… No sé si me entiendes —insinuó con una sonrisa. Y tras desabrocharse el primer botón de la camisa, mostrarme un poco de su escote y señalarse disimuladamente los pechos, añadió —Yo solo te aconsejo un buen final como idea para acabar.

Y luego me guiño el ojo, me besó profundamente con lengua y me dio las gracias, para cruzar a continuación la puerta de salida con prisa.

Por supuesto que tendría que relajarme y… ¡Pero un momento! ¿Y qué pasa con las fotos para su ligue extranjero? Bueno… Ya se las mandaré por correo. O mejor le digo que venga a por ellas si lo prefiere. Pero más me vale entregárselas a ciegas, sin coger la cámara y verlas o… o… me acordaré de todo otra vez y… vaya… al final tendré que seguir su consejo.

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