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Virgen al matrimonio
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"Olivia, ya refresca, deberías abrigarte",  avisó Jacinto a su hermana, a la que vio desnuda de cintura para arriba, en pantuflas, solamente con el pantalón de un chándal rojo puesto, yendo desde su dormitorio hasta la cocina, mientras él, tranquilamente veía la televisión en el saloncito. "Espera, aún no hemos terminado Antoñito y yo, estamos en las preliminares, pero es que me ha entrado una sed del copón, voy a por agua", explicó Olivia a Jacinto sin parar de caminar. Volvió a ver a su hermana desandar los pasos y regresar a su dormitorio, cuya puerta cerró. Oyó Jacinto los lánguidos quejidos de su hermana mezclados con los roncos gemidos de Antoñito. Pronto terminarían de follar y volvería a hacerse el silencio. Así fue. Los vio salir Jacinto del cuarto, juntos, besándose, vestidos como si nada especial hubiera ocurrido. Claro, para ellos era algo habitual, follar. "Hombre, Jacinto", saludó efusivo Antoñito, "a ver cuando te buscamos novia…"; "Deja, deja, para novias estoy yo, ya sabes que estudio prácticamente todo el día las oposiciones, excepto algunos momentos, como este, en el que me relajo con la televisión, no tengo tiempo yo para novias", dijo Jacinto; "Un día de estos te presentaré a mi hermana, te va a encantar, también estudia, como tú, ambos podríais compaginar…"; "Veremos".

Jacinto y Olivia vivían solos desde que sus padres decidieron dejar la ciudad para irse a vivir a un lugar más tranquilo en el campo. Ninguno de los dos trabajaba, así que sus progenitores le daban una opípara manutención mensual que ellos gastaban sin demasiados miramientos. Ambos eran jóvenes, veinte años él, veintidós ella. Antoñito era el tercer novio que había tenido su hermana en poco más de un año: no les duraba nada, y bien podía ser porque todavía no había conocido el hombre prefecto para ella o bien, sencillamente, porque a Olivia le gustaba cambiar.

Un día sonó el timbre de la puerta muy temprano.

"Las ocho de la mañana", protestó Olivia en su cama, "¿quién podrá ser?, ¡Jacinto, abre!", y gritó para hacerse oír: era la hermana mayor, y mandaba. Jacinto se levantó, se puso las zapatillas de andar por casa y acudió a la puerta en pijama. Abrió. "Buenos días, soy Puri, la hermana de Antoñito", dijo la muchacha que Jacinto se encontró enfrente; "Ah, hola, yo soy Jacinto, pasa, pasa", dijo Jacinto franqueando el paso a Puri; "¡¿Quién es, Jacinto?!", gritó Olivia desde dentro; "¡Nada, nadie, el cartero!", respondió Jacinto.

Puri era una muchacha alta y delgada, esbelta; su cara era redondita y pecosa; dieciocho años tenía, aunque sus tetas parecieran las de una niña de trece; tenía el cabello pelirrojo y corto, vestía un mono de color blanco con adornos florales y calzaba chanclas playeras. "Pasa, Puri, pasa, ¿quieres café?", ofreció Jacinto; "Ya he tomado, gracias, verás, estoy pensando seriamente en la posibilidad de tener un novio…, Antoñito me habla mucho de ti y he pensado que me gustaría conocerte, eso sí, nada de guarrerías, quiero llegar virgen al matrimonio", explicó Puri; "Creo que me interesas", dijo Jacinto.

"Ah, ah, ay, ah, ah", oía Jacinto gemir a Olivia. "Estos dos, no paran", pensó Jacinto en el sofá, también pensó en Puri; ¿cómo sería ver a Puri desnuda, cómo sería verla desnuda debajo de él, con la cara contraída de placer? Hasta el matrimonio, virgen hasta el matrimonio. Eso podían ser dos años, o tres o cuatro, dependiendo de que los dos aprobaran sus respectivas oposiciones. Debía hablar con Puri seriamente. Mañana mismo, sin falta. Puso un whatsapp: "Puri, quiero verte mañana. Respuesta de Puri: "A las ocho".

El día señalado, Jacinto se levantó a las siete de la mañana. Se duchó. Se echó perfume. Desayunó copiosamente. Y esperó. A las ocho menos un minuto abrió la puerta de su casa: allí estaba Puri. "Sshh", soltó Jacinto poniéndose el dedo índice en vertical junto a los labios, "entra", y dijo en sordina. Puri entró. Jacinto la llevó de la mano a su dormitorio y cerró la puerta. Luego se sentó al borde de su cama e hizo un gesto a Puri para que se sentase a su lado. "A ver, Puri, ¿quieres que hagamos el amor, ahora?, deberíamos probar, ¿y si no nos gustamos?", observó Jacinto; "Pero, Jacinto, ni siquiera me he duchado…"; "¡¿Eso significa que sí, Puri?!"; "Eso significa que eres muy tonto, digo, creerse la chorrada de mi virginidad…".

Se metieron en la cama desnudos. Sin la ropa, la delgadez del cuerpo de Puri entusiasmó a Jacinto, mucho, y se empalmó. Por su parte, Puri al ver crecer la polla de Jacinto no pudo contenerse y se la metió en la boca: "Mmm, mmmm". Se la chupaba bien Puri a Jacinto. "Oh, Puri, Puri, Puri", repetía Jacinto todo el tiempo mientras Puri se la estaba mamando. Puri paró y alzó la cabeza. Jacinto interpretó la mirada de deseo de Puri y, sujetándola por los sobacos, la atrajo hasta tenerla encima. Puri inclinó la cabeza para ver mejor y se metió la polla de Jacinto en el coño. "Ay, Jacinto, ah, Jacinto, ay", se quejaba Puri por el placer que sentía. "Oh, Puri, oohh", exhalaba Jacinto a cada sentada de Puri sobre su polla, embriagado por la visión del eléctrico vibrar de las tetitas de ella en cada arremetida. "¡Ah, ah, ah, ah!". ¡Uff, hu, oh, hu!". "¿Qué es ese jaleo?", se preguntaba en voz baja Olivia con su cara pegada a la almohada.

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