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Viuda se folla al ahijado junto a un amigo
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Era un día soleado del mes de agosto. No se veía una nube en el cielo, lo que se veían eran cuervos volando y graznando, un par de halcones en las alturas y la estela blanca que había dejado a su paso un avión a reacción. Elvira estaba en el monte junto a su ahijado Nino y su nieto Pedro, un crío de tres años. Habían hecho un columpio poniendo una cuerda entre dos eucaliptos. Nino empujaban al crío que no paraba de reír mientras se balanceaba.

Nino era un amigo mío, moreno, delgado y algo más bajo que yo y cómo yo se mataba a pajas.

Elvira tenía cuarenta y pocos años, era alta cómo un ciprés, corpulenta, morena, de ojos negros y llevaba su cabello negro recogido en un moño y no era fea, pero tampoco era guapa. Iba siempre vestida con ropas negras que le llegaban a los pies y calzaba con zapatos o zapatillas negras.

Pasé con mi burra de la mano por un camino que estaba a unos cinco metros del columpio y le pregunté a Nino.

-¿Vienes a jugar a las cartas cuando termines ahí?

No era la primera vez que venía a acompañarme mientras la burra apastaba, pero ese día parecía que no iba a ser posible. Elvira me respondió por él.

-Hoy te tienes que apañar solo, Quique.

Nino siguió mirando para su madrina y poniendo cara de pena. Elvira se ablandó, se puso en su sito, empujó el columpio y le dijo:

-Vete ya, pero no vuelvas tarde a casa de tu madre.

Una hora después estábamos Nino y yo boca arriba tumbados sobre la hierba con los pantalones bajados y las pollas en las manos haciendo una paja. Yo estaba imaginando que me follaba a Begoña, la hermana de Nino, una morenaza tres años mayor que yo y con unas tetazas y un culazo que más de una vez le había llenado de leche en mi pensamiento. Nino no sé lo que pensaba, ni lo que pensó cuando oímos a Elvira decir:

-¡La madre que te parió!

Nos había pillado con las manos en la masa. Nos incorporamos y tapamos las pollas con las manos. La burra comenzó a rebuznar moviendo los labios hacia los lados y enseñando la dentadura. La cabrona se estaba riendo de nosotros. Quedamos mudos. Elvira, que traía una cuerda y una hoz en la mano, me dijo:

-¡Esas son las cosas que le enseñas a mi ahijado!

Tenía cojones la cosa, Nino, que era un año mayor que yo, era un angelito y yo un pervertido. Al verla venir hacia mí quise salir por patas, pero no me dio tiempo ni a levantar los pantalones, echó al suelo la hoz y la cuerda y se abalanzó sobre mí, me cogió por la cintura, se sentó sobre la hierba, me puso en su regazo, sacó una zapatilla negra con piso de caucho del mismo color y me dio con rabia.

Los zapatillazos me gustaron. Mi polla empalmada se frotó con una de sus piernas mientras me daba, ella lo notó y me dijo:

-¡Serás cabrón!

Seguí follándole la pierna después de darme. Sentí que me corría y se lo dije.

-¡Hostias! Me voy a correr.

Sabiendo que me iba a correr, si había de quitarme de sus rodillas, siguió calentándome el culo.

Me corrí y le puse perdido el vestido negro. La leche traspasó el vestido. Al sentir la leche caliente en la pierna me dio un empujón, caí sobre la hierba y quedé con el culo hacia arriba. Miró para el vestido, vio la lechada y haciendo aspavientos con las manos, me dijo:

-¡Hijo de un demonio! ¡¡Mira cómo me dejaste!!

Nino, que se acaba de correr después de ver mi culo, que lo vi yo, vi cómo me miraba para el culo y cómo se pajeaba a toda hostia, le dijo a su madrina:

-Tú te lo buscaste, Elvira.

Elvira vio que de la polla de su ahijado caían unas gotitas de leche y se enfureció.

-¡Tira para tu casa, tira para tu casa si no quieres que te mate!

Nino se enfrentó a su madrina.

-Prefiero quedarme. ¿Me vas a dar cómo le diste a él?

-¡No me tires del genio, Saturnino!

-Anda, dame, sabes que me gusta.

Sus palabras me dejaron a cuadros. ¿El maricón no sería tal y se beneficiaría a su madrina? Tiré para delante a ver si por una casualidad mojaba el churro.

-Cuando le cuente a la pandilla que me calentaste el culo con los pantalones bajados y que me corrí en tu vestido van a alucinar.

Elvira se levantó y me encaró.

-¡No te atreverás!

Nino, que también seguía con los pantalones bajados y la polla tiesa, le dijo:

-¡Oh sí que se va a atrever!, y si no por un casual no se atreve él se lo cuento yo.

Elvira después de ver el cabrón que era su ahijado seguía volviendo por él.

-¡Esto es lo que hacen las malas compañías!

Nino ya vaciló a su madrina hablando conmigo.

-Ya sabes, Quique, no debes andar conmigo.

Elvira no me gustaba por lo alta que era, pero tenía boca. Le cogí una mano, se la llevé a mi polla y le dije:

-Mi silencio tiene un precio.

Me agarró los huevos y sin apretar, me miró a los ojos con cara de mala hostia y me preguntó:

-¿Qué precio?

Le respondió Nino:

-Que se la mames.

Yo estaba acojonado, con su mano derecha en mis huevos no era la cosa para menos. Le dije a mi amigo:

-Calla, Nino, calla.

Elvira me preguntó:

-¿Es ese el precio de tu silencio?

-¡Qué va!, yo, ya, si eso…

Quitó la mano de los huevos, agarró la polla y me dijo:

-Si eso, ¿qué?

Se fue la gallina y volvió el gallo.

-Que ya que la tienes en la mano, si quieres mamar…

Me soltó la polla.

-No voy a mamar nada, chantajistas, nadie os creerá, es más, acabaréis llevando una paliza por calumniarme Soy una viuda muy respetada, y lo sabéis.

Le dije a mi amigo:

-Tiene razón, Nino.

-¿La creíste? Esta no dice nada por cuenta que le tiene.

Elvira le dijo a su ahijado:

-Calla de una puta vez, Saturnino, calla y dame tu pañuelo.

Nino echó las manos a los bolsillos y no encontró el pañuelo.

-Se me olvido cogerlo.

Saqué mi pañuelo del bolsillo y se lo di. No lo cogió. Me dijo:

-Tú me manchaste, tú me limpias.

Me agaché y quise limpiar la lechada, pero lo que hice fue extenderla más. Me llegó un olor a coño, pero a coño, coño, o sea, a bacalao. Puse mi nariz sobre él y olí profundamente. Me cayó una hostia con la mano abierta que me dejó un lado de la cara a arder. Estaba visto que esa tarde me caían todas a mí.

-¡¿Por qué hiciste eso, cabrito?!

Echando una mano al moflete dolorido, le respondí:

-Porque quería saber si el olor a bacalao venía de tu coño.

Me cogió la cabeza, la restregó entre sus piernas y me preguntó:

-¿Venía?

-Sí.

Me puso en pie tirándome de una oreja.

-¡¿Y de dónde iba a venir sino, pajillero?!

-¡Suéltame que me haces daño!

Me soltó y vio que la polla se me había puesto mirando para las alturas.

-A ti te pone cachondo el dolor, carallo. Me voy, me voy que esto puede acabar muy mal.

Nino la agarró por la espalda y me dijo:

-¡Bájale las bragas y cómele el coño!

-Sí, para que me dé una patada y me salte los dientes.

Elvira le dijo a su ahijado:

-¡Suéltame, Saturnino, suéltame si no quieres que te salte a ti los dientes!

La soltó y me dijo:

-Tú eres tonto, coño.

-Prudente, Nino, prudente.

-¿Prudente? Tonto de remate. Seguro que tiene el coño mojado y está deseando que se lo comas.

Curiosamente Elvira no lo contradijo, cogió la cuerda y la hoz, y yéndose dijo:

-Tira, Elvira, tira para el río antes de que se compliquen más las cosas.

Elvira se fue diciéndonos a donde iba. Después de irse, Nino me preguntó:

-¿Vamos a ver si se desnuda para lavar el vestido?

-Vete tú, yo no juego más con la pólvora.

-Eres un miedoso.

Eso sí que no podía dejar que lo pensase.

-¿Quién dijo miedo habiendo hospitales?

Amarré a burra a un pino y la fuimos siguiendo de lejos. Llegó al río. Agachados detrás de unos arbustos vimos cómo se quitaba el vestido y cómo lavaba con agua los restos de la lechada. Elvira estaba blanca cómo la leche. Tenía unas tetazas que cubrían su sujetador, y de los lados de sus bragas salían pelos negros. Después de poner el vestido sobre unas ramas se quitó el sujetador y las bragas y vimos sus grandes tetas con tremendas areolas oscuras, grandes pezones y su bosque de pelo negro rodeando el coño. Se metió en el río, cogió agua con una mano y se lavó el coño. Del coño pasó a lavarse las tetas, y de lavarlas pasó a magrearlas, después bajó una mano al coño y comenzó a hacerse una paja. Nino me dijo:

-¿Vamos?

-¿Y si se le da por chillar?

-Está desnuda, no creo que chille, si viene alguien y la ve así…

Nino me estaba sorprendiendo, hasta era rápido pensando.

-No me arriesgo.

Elvira ya metiera sus dedos en el coño. Nico no esperó más.

-Ahí te quedas.

No podía quedarme a mirar y menearla. El empalme que tenía me dio la valentía para ir en busca de otra hostia. Le dije:

-Lo pensé mejor, voy contigo.

Fui con él. Elvira al vernos en la orilla del río ni se molestó en tapar el coño ni las tetas. Era como si nos estuviera esperando, aunque dijo:

-¿Qué hacéis aquí, trastes?

Le respondió Nino.

-¿Tú que crees, madrina?

-Que si no os dejo hacer cochinadas vais a contar que me habéis visto desnuda.

-Como adivina no tienes precio.

Nino se metió en el río, se puso detrás de ella y le amasó sus grandes tetas, Elvira me dijo:

-Ya que tiene que ser ven a follar de una puta vez, Quique.

Me costaba creer que se dejara así de fácil, pero lo había dicho, me había dicho que fuera a follar con ella. Nino ya se había agachado y le comía el culo cuando me metí dentro del río calzado y vestido, tal y como se había metido él. Fui directo a por sus tetas. Elvira las abrió con las dos manos y me metió la cabeza entre ella, luego me las dio a mamar, pero poco tiempo, ya que luego llevó mi boca a su coño, y dijo:

-Disfrutar, cabrones.

En aquellos tiempos no tenía ni pajolera idea de cómo se comía un coño. Lo lamí y encontré dentro algo pastoso cómo un una cuajada con sabor agridulce. Ya no olía a bacalao. No importó que no supiera comerlo, ya se encargó ella de frotar todo el coño contra mi lengua.

La mujer nunca debiera sentir al mismo tiempo una lengua en el coño y otra en el culo, ya que no tardó más de un par de minutos en desbordar. Sentí su corrida espesa y caliente caer sobre mi lengua. Elvira, gozando, me dijo:

-No quites la boca, Quique, no quites la boca.

No la quité. Me tragué todos los jugos de su corrida.

Al acabar de correrse me quitó la polla empalmada, se inclinó y masturbándome me la mamó. Nino se incorporó y mirando para mí se la clavó en el culo. Elvira mamaba y gemía. Luego se acercó a la orilla, y con los pies en el agua y el cuerpo fuera de ella encima de su ahijado que sentía el frescor de la hierba en su espalda, se abrió de piernas, y me dijo:

-Métemela, cabrito.

Vi el coño abierto con sus labios colorados mojados y se la clavé hasta las trancas, despacito, ya que lo tenía cerrado. Luego agarrando sus tetas le di caña de la buena. Elvira al ratito comenzó a derretirse, Su respiración se fue acelerando, cerró los ojos, dejó de respirar y ¡Booom! Algo explotó dentro de su coño, ya que sentí cómo me encharcaba la polla y como su vagina se abría y se cerraba apretando y soltando mi polla. El ojete le estaba haciendo lo mismo a Nino en su polla, y los dos hicimos lo mismo, descargar. Nino dentro de su culo y yo en la entrada de su coño.

Al acabar de corrernos quitó los pies del río. Nico y yo nos habíamos puesto en pie. Se puso de rodillas entre los dos, nos cogió las pollas y las fue mamando y masturbando, al masturbar una mamaba la otra y viceversa. Al rato puso la cabeza de mi polla frente a la de Nico y las frotó. Al estar mojadas con la saliva de su boca se deslizaban una sobre la otra. Ni un minuto tardó Nico en correrse en mi polla, Elvira moviendo la mano hizo que se corriera en el glande, a lo largo de ella, en mis huevos… Estaba tan o más cachondo que si fuera el coño de Elvira el que me pringaba la polla, tan cachondo estaba que le cogí la cabeza, se la llevé a mi polla y le dije:

-Chupa.

Su lengua lamió mis huevos, lamió la polla y después mamó hasta ponerme a punto. Cuando vio que me iba a correr, le dijo a su ahijado:

-Toda para tu, Saturnino.

No dije nada. En aquel momento me daba igual quien me la mamaras, lo que quería era correrme.

Nino me mamó la polla y me corrí en su boca. Al acabar de tragar preguntó Elvira:

-¿Quién me va a follar el coño?

Nino le dijo:

-Él, que te lo folle él.

Ya no me quedó duda de que Nino solo metía en el culo. Era maricón, bien raro, pero maricón al fin y al cabo.

Elvira se puso a cuatro patas. Al ver su coño mi polla volvió a apuntar a las alturas donde ya empezaba a anochecer. Iba cómo un tiro a follarle el coño, de hecho ya tenía la polla en la entrada, cuando me dijo:

-Cómeme antes el culo.

No sabía cómo comérselo, pero Nico se arrodilló delante de su madrina dándole el culo y ella me enseñó cómo hacerlo… Lamía y metía y sacaba la lengua de su ojete. A ver, esto no debía decirlo, pero me entraron unas ganas locas de metérsela en el culo a mi amigo. Elvira era perra vieja y me debió leer el pensamiento, ya que después de comerle el culo me preguntó:

-¿Te gustaría meterla en mi culo?

No le contesté. Le metí la punta de la polla en el culo y corriéndome se la clavé hasta el fondo. Luego mirando cómo ordeñaba a Nico (lo ordeñaba tirando de su polla hacia atrás y mamándola), la saqué y se la metí en el coño. Mi polla entró en el coño cómo un cohete y salió cómo un tiro la tira de veces… Al rato Nico se corrió en su boca, ella se corrió en mi polla y yo le llené el coño de leche.

Al acabar de corrernos, me dijo:

-Suerte que tengo la menopausia, que si no…

La noche estaba estrellada, se sentía el murmullo del agua del río al correr y un búho ulular. Elvira se puso las bragas, el sujetador, el vestido, se calzó y nos dijo:

-Debemos volver a la aldea por separado, o sea, vosotros por un lado cada uno y yo por el otro.

Se fue ella primero, Nico se fue después y de último fui yo.

Quique.

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