La fantasía de Stephany (2): Un gesto inesperado

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El aula estaba llena de murmullos y risas mientras los estudiantes se agrupaban para el trabajo final. Era uno de esos momentos caóticos en los que todos buscaban a sus amigos de confianza, formando equipos casi por instinto. Stephany, como siempre, estaba con sus compañeras habituales: un trío inseparable que pasaba tanto tiempo juntas dentro como fuera de clases. Reían y planeaban cómo dividirían las tareas, con esa naturalidad que da la amistad de años. Su coleta negra se balanceaba mientras anotaba algo en su cuaderno, organizando todo antes de que el profesor terminara de dar las instrucciones.

En el fondo del aula, Erick estaba solo. No era una sorpresa, en realidad. Con su cabello castaño despeinado y esos lentes que siempre parecían a punto de caerse, no era el tipo de persona que destacaba en estas situaciones. Los grupos se habían armado rápido, y nadie lo había invitado. Se quedó ahí, mirando al frente, con las manos metidas en los bolsillos de su sudadera, como si estuviera acostumbrado a que las cosas fueran así.

Stephany lo notó casi por casualidad. Sus ojos se desviaron hacia él mientras charlaba con sus amigas, y algo en su postura —esa soledad silenciosa— le apretó el pecho. No era lástima, no exactamente. Era más bien esa necesidad suya de no dejar a nadie atrás, ese impulso que la hacía ser quien era. “¿Y Erick?” murmuró, más para sí misma que para las demás.

Sus amigas siguieron su mirada. “Déjalo, Steph,” dijo una de ellas, encogiéndose de hombros. “Que se las arregle solo. No es tu problema.”

“Sí, ya tienes equipo,” añadió otra, revisándose las uñas. “Además, ese chico es raro. Siempre está callado.”

Pero Stephany no era así. Nunca lo había sido. Ignorando los comentarios, se levantó de su silla y caminó hacia Erick con esa seguridad tranquila que la caracterizaba. Él levantó la vista cuando la vio acercarse, y por un segundo, sus ojos se abrieron más de lo normal, como si no pudiera creer que ella estuviera ahí, frente a él.

“Hola” dijo Stephany, con una sonrisa suave. “¿Ya tienes equipo?”

Erick parpadeó, ajustándose los lentes torpemente. “Eh… no, aún no,” respondió, con la voz un poco ronca, como si no estuviera seguro de qué decir.

“¿Te parece si trabajamos juntos, entonces?” preguntó ella, inclinando la cabeza. “No me gusta la idea de que alguien se quede solo con esto.”

Él la miró fijamente, incrédulo. Stephany era todo lo que él no era: segura, brillante, admirada. La había observado tantas veces desde lejos, con una mezcla de fascinación y algo más que no se atrevía a nombrar. “¿En serio?” soltó, antes de que pudiera contenerse.

“Claro” respondió ella, riendo bajito. “Va a ser un trabajo pesado, mejor hacerlo entre dos, ¿no?”

Antes de que Erick pudiera procesarlo del todo, Stephany se giró hacia sus amigas para explicarles. “Chicas, voy a hacer el trabajo con Erick. No quiero que lo haga solo.”

“¿Qué? ¡Steph, no seas tonta!” protestó una, frunciendo el ceño. “Nosotras ya estamos organizadas.”

“Ya, pero no pasa nada” insistió ella, firme pero amable. “Ustedes son tres, se las arreglan genial. Yo me encargo de esto.”

Ellas rodaron los ojos, pero no insistieron más. Conocían a Stephany lo suficiente como para saber que, cuando se le metía algo en la cabeza, no había forma de hacerla cambiar de opinión.

Volvió con Erick, que todavía parecía aturdido. “Listo” dijo ella, sacando su celular. “¿Dónde nos juntamos para empezar? ¿Te parece mañana?”

“Eh… sí, claro” balbuceó él. “Puede ser en… ¿mi casa? Vivo cerca, si no te molesta.”

“Perfecto” respondió Stephany, anotando algo en su teléfono. “Mándame la dirección después, y nos vemos mañana por la tarde. Traigo mis apuntes.”

Cuando el aula empezó a vaciarse, Erick se quedó un momento más, mirando la silla vacía donde ella había estado. Todavía no entendía cómo había pasado, pero una cosa era segura: Stephany, con esa bondad suya que lo descolocaba, acababa de cambiar algo en su mundo.

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