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Historia del chip (044): Las reglas principales (Daphne 014)

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Roman empezó explicándole a Gwen qué pensaba que mostraba el video.

—Creo que el tal Renoir fue un completo imbécil, pero Daphne y Jennifer también. La sensación que me da es que ellas también estaban jugando con él. No acierto a entender por qué. Quizás una especie de prueba, una entrada a un club… puede que una iniciación. En todo caso, Daphne no tiene ninguna posibilidad de salir adelante en la escuela si buscan un chivo expiatorio.

Gwen pareció pensarlo un rato. La única víctima era Daphne. ¿Por qué decía eso Roman? Entonces lo entendió. En la escuela buscarían algún subterfugio para mantener a Jennifer dentro y el dinero en caja… Daphne era prescindible.

—Lo impediremos. ¿Podemos tutearnos? ¿Por qué no viajáis conmigo al Caribe? Podemos charlar en el avión y os ruego que os alojéis en mi casa. No está lejos del hospital. Nuestras hijas necesitan apoyo y aunque ya sé que lo que menos desean es unos padres quisquillosos cerca, trataremos de buscar alguna solución a todo esto. Si es que algún día me entero de lo que pasa.

Linda pareció acoger la idea mejor que Roman. Gwen empezaba a desesperarse. Desde que había llegado a la casa sólo había estado dando vueltas, sin llegar a ninguna parte. Debería haber usado el vidnet.

—Bueno, en todo caso yo voy a ir. No pensaba hacerlo, pero después de oíros todavía me parece más importante aparecer por allí y desviar el foco —prosiguió Gwen desesperanzada.

—¿Hasta qué punto estás segura de que el tema va a resultar mediático? — preguntó Roman.

Gwen le sonrió. Por fin podría dar unos golpes en la mesa. Empezó por el principio. Les contó sus conversaciones, lo que había y lo que había dejado de hacer. Cuando terminó una hora después tenía la boca seca. Linda se dio cuenta y le trajo agua.

—Roman, ahora ya sé que puede estar molesto por haber solicitado la patente de procedimiento para su hija, pero le aseguro que en ese momento me pareció lo mejor. Unas horas o unos días después puede ser tarde.

No podía hacer más. No quería que sonase a disculpa.

—¿Cómo se llama ese experto? — preguntó Roman intrigado. Su actitud hacia Gwen parecía haber cambiado.

—Markus. Markus Wildberg— respondió Gwen sonriendo. Decidió que debía empezar a usar más sus armas.

—Me extraña que Markus le haya asesorado. No es su costumbre aceptar ese tipo de trabajos— insinuó Roman esperando que Gwen prosiguiese.

—Quizás necesitaba dinero— supuso Gwen, aún a sabiendas de que no era así.

—Puede, pero es poco probable. Es el asesor más reputado en su sector— le corrigió Roman, todavía con reparos.

—Pues él cree que el mejor es usted…— volvió a atacar Gwen. Linda hizo el gesto de corte con las manos, pero Gwen prosiguió. —... y yo también lo creo. Me basta ver como ha entrenado a su hija. Ya me he sincerado con ustedes. Vengan o no vengan, deseo que me digan si les parece bien que adopte a su hija, no una adopción familiar, pero sí una persona con pleno derecho en mi familia. Honestamente, ella se merece mucho más que Jennifer la oportunidad de hacer lo que desee en la vida.

Roman se adelantó.

—Nos sentimos honrados de que haga partícipe a nuestra hija de su familia, siempre que ella lo acepte. Ahora entiendo por qué quiso venir en persona. Sobre el fondo que ha abierto... también es decisión de Daphne qué hacer con ese dinero cuando llegue y si llega. No siempre es así.

—¿No confía en lo que dice Markus? — preguntó divertida Gwen. Bastaba con nombrarle. Roman sonrió, apreciando la broma.

—Al contrario, más bien creo que Markus quiere devolver un favor que le hice, nada importante. Pero si según dice no sabía que era mi hija consideraré su criterio válido. Admito que debe tener razón. Yo he visto el vid como padre, no como experto en salvamento. Pero mi hija recibirá dinero dentro de unos años como muy pronto.

—Yo puedo adelantarle los fondos que necesite— afirmó Gwen.

Linda ya se cansó.

—Estamos dando vueltas a un tema accesorio. Gwen, ya que por lo que veo vamos a ser familia… me siento honrada no sólo por mi hija, también por mi marido. Es tan reservado que no siempre sé las cosas que piensa o hace. Si mantiene la invitación, yo la acompañaré al Caribe y deberíamos incluir a Charles, aunque sólo sea para que conozca a Jennifer o no me lo perdonará nunca. Va a ser la comidilla en la universidad. Daphne no le presentaría a ninguna de sus compañeras.

—Me hice a la idea de que se llevaban bien— dijo Gwen sorprendida.

Linda le rectificó.

—Se llevan estupendamente. Lo ha entendido mal. Mi hija no traería a nadie para protegerlas de mi hijo. Y para su hija, mejor en una cama de hospital a la pata tiesa. Será difícil para Charles arrancarle una cita.

—Pues a lo mejor no hay que juntarles, porque mi hija con sus modificaciones es una especie de circo ambulante.

Se sintió aliviada de tener al menos a uno de ellos de su parte. Linda se volvió a su marido y Gwen notó que iba a decir algo.

—Estamos siendo descorteses. Has volado toda la noche. Sube a una habitación, pégate un baño y descansa un poco. Esperemos a ver que nos puede decir Charles— le ofreció Roman.

—Debería seguir camino. Volar aquí era importante, pero queda mucho por hacer— objetó Gwen, con poca fuerza. Realmente estaba cansada. Linda no pensaba dejarla ir.

— Debatías mejor hace unos minutos. Ven.

Gwen siguió a Linda que le indicó una puerta y le preguntó: “¿Quieres algo de ropa? Tenemos tallas parecidas.”

Aceptó sin necesidad. En cuanto llegó a la cama, se tumbó y se quedó dormida.

*__*__*

Llamó a Vasile, que respondió aliviado cuando escuchó su voz. Llevaba horas planeando llamarla, pero no se atrevía. Todavía tenía resaca de la noche de sexo y no podía imaginarse por qué una hembra así deseaba salir con él. Parecía tan alegre que su corazón sólo pudo entusiasmarse también. Le explicó lo que podían hacer, salvo un pequeño detalle. Le faltaba un vestido.

—No quiero repetir el de ayer. Y no pienso llevar el de la escuela. Además, quiero comprobar si podemos entrar en la casa de mi her... amiga. Y estoy hambrienta. De comida y de tu esperma. Espero que no te moleste el orden. Podemos intercambiarlo.

Daphne había perdido la costumbre de cómo tratar con un hombre. Él no sabía qué decir e improvisó.

—Veamos, te recojo en el hospital. Buscamos un lugar donde tomar algo rápido. Puedes llevar el uniforme del colegio. Buscamos una tienda donde comprarte un vestido. Comprobamos que podemos entrar en la casa de tu amiga o vamos a la mía. Y nos planteamos una cena más formal.

Al final resultó más fácil de lo que había pensado.

—Casi me convences. Pero empezaremos por un vaciado de tuberías en cuánto tengamos un vestido nuevo. Sé que no es importante para ti, pero yo quiero llevar algo que te guste, que realmente te guste. Y si podemos cenar en casa, cenaré desnuda. Bueno, casi desnuda. Llevaré los tacones que viste... si te parece bien. Dormiré con ellos puestos.

—Me parece perfecto.

Mejor no decir nada más. Lo bueno si breve.

—Ah, no quiero que olvides las reglas principales. Tu semen a mi boca en cuánto lo produces. Quiero saber a ciencia cierta que te gusto. Y sólo rápidos de menos de un minuto para mí, si realmente quieres dármelos porque crees que me lo merezco. ¿Será necesario volver a recordarte esto en la siguiente cita? — preguntó Daphne, divertida por dentro y por fuera. La situación tenía su encanto particular.

—Intentaré acordarme, pero resulta difícil adaptarse a tus exigencias.

Mentir a una mujer no siempre es fácil, pero hay que intentarlo con todas las fuerzas.

—No creo que pueda aguantar hasta que compremos el vestido. He producido un montón de semen y más después de esta conversación.

Vasile pensó que camuflar una mentira dentro de una verdad era una buena distracción.

—Exactamente lo que quiero oír. Sinceridad plena sobre tus necesidades. En otro momento, te ofrecería mi boca antes. En realidad, siempre deberías vaciarte en mi en la primera media hora de nuestros encuentros, pero hoy quiero que sea algo especial y quiero recordar el momento del vestido. ¿Podrás aguantar un rato? — preguntó Daphne. Era una pregunta retórica.

—Voy a buscarte, si mi primer cerebro me deja — contestó Vasile. Daphne se alegró de que por fin se relajase un poco y saliese algo de su interior.

—Te espero. A los dos cerebros— añadió Daphne con alegría.

Daphne se situó a la entrada del hospital. Todo el que entraba o salía le echaba un repaso. Estaba acostumbrada a que la mirasen, pero cayó en la cuente de que era por lo de las imágenes que habían aparecido en vidnet.

Vasile le dio un casto beso en la mejilla cuando llegó. Daphne lo dejó estar. Le llevó a un bar a cinco minutos y allí en cuanto les sirvieron las cervezas y Daphne ingirió ávidamente las almendras y el salmón ahumado, quiso sonsacarlo

—¿Has visto las imágenes?

Vasile negó con firmeza.

—Ya sé que es lo que aparece. Sois la comidilla del hospital y por lo que se ve del país.

—Quizás deberías verlas. A lo mejor te lo piensas mejor y no vamos a comprar el vestido— sugirió Daphne. Las mejores preguntas son aquellas en las que conoces la respuesta de antemano.

—Seguro. Estoy cansado de mujeres recatadas— confesó Vasile.

Le ofreció un beso menos casto. Daphne suspiró.

—Tú sí que eres demasiado formal. No me has besado de verdad hasta ahora. Ni has tratado de sobarme o comprobar que llevo debajo del vestido. Sospecho que no te atraigo lo suficiente.

Como respuesta, Vasile introdujo su mano por debajo y comprobó si el interior de los muslos había mutado. Disfrutó adivinando dónde estaba la piel húmeda de los labios vaginales y se acercó al clítoris. Se quedó allí mientras Daphne cogió más almendras.

—¿Y los pezones? ¿No los vas a saludar? — le indicó Daphne.

—Nos verá la camarera. Esperaré a mejor ocasión— respondió Vasile sin dejar de estar abajo entre las piernas semiabiertas.

—Es por el vestido. Por eso no quería repetir. Si estuvieras con mi amiga Jennifer...

—Estás aburriéndome con tanta cháchara. Te tocaré los pezones o cualquier parte de tu cuerpo cuando lo considere conveniente. Sin restricciones. ¿No habíamos quedado en eso o algo parecido? No quiero oírte quejarte. ¡Ah, y lo que quiero es pellizcarlos con toda la fuerza de mis dedos! Querías sinceridad.

Vasile supuso que ahí se acabaría la noche.

—Así quiero que seas. Fuerte y rudo. Seguro. La próxima vez busca un bar más íntimo y podrás hacer lo que quieras. ¿Cómo quieres que sea el vestido?

Vasile se lo pensó.

—Algo que tendrías para cenar pensando en seducirme. Que trasluzcan tus ganas de tener sexo conmigo. Bueno, con el que llevas, ya es suficiente.

—Ni hablar. Quiero un vestido que cuando me lo ponga me recuerde a ti. A tus ojos mirándome, mejor, comiéndome con los ojos. ¿Sabes de alguna tienda exclusiva por aquí cerca? — preguntó, divertida. No conocía ni un sólo hombre que tuviera idea alguna de esas cosas, aunque sólo había estado con adolescentes.

Vasile se levantó y preguntó a la camarera. Cuando volvió le dijo: “Sabe de un sitio por aquí cerca. La chica compra allí. Ropa barata. Busquemos algo que te sienta un poco mejor. No me apetece que te gastes mucho dinero en un vestido chic. Y, cualquier cosa, te va a sentar bien.”

Daphne iba a objetar. Vasile se lo impidió poniéndole un dedo en los labios.

La tienda era una especie de bazar con múltiples mesas llenas de diversos ropajes. No había demasiado orden. Como Daphne no sabía que buscar, simplemente se quedó de pie en sus tacones, esperando que a Vasile optase por algo. Nada de lo que había ahí podía remotamente mejorar lo que llevaba puesto.

Ya llevaban quince minutos mirando trapos y Daphne supuso que Vasile debía estar harto, perteneciendo a la mitad de la humanidad incapaz de estar más de cinco minutos en una tienda de ropa de mujer. Pero no cejó.

—Necesitamos algo a juego con tus increíbles zapatos.

Daphne no supo si se estaba de acuerdo. Casi no se veían, sólo el pie desnudo. Incluso ella no terminaba de entender como no se deslizaban. Le cansaba no poder apoyar el pie entero, aunque le excitaba sentir el frescor. Después de los H4, era la gloria. Jennifer debía haberse quedado bien dormida. Nada de masturbaciones.

Vasile se cansó y salieron a buscar por otra parte. La cogió por el talle y vagabundearon un rato. Daphne se sentía extraña buscando un atuendo que no iba a durar más que una cena en su cuerpo. Algo le encantaba, la dedicación de él por los detalles. Teniendo la posibilidad de llevarla a un rincón oscuro, obsesionarse por los trapitos indecorosos parecía absurdo. Recordó alguna de las interminables clases. La obligatoriedad de estar siempre impecables. Haría un trabajo sobre ello. No era sólo el vestido lo importante, sino buscarlo. Ir con alguien. Dedicar tiempo. ¿Cuántas mujeres obligaban a sus maridos o novios a centrarse en una labor así?

Entraron en una tienda pequeña, que también tenía disfraces. Los dos lo vieron a la vez. Estaba colocado sobre una maniquí y era muy erótico sin llegar a mostrar nada. Un vestido blanco sinuoso. Más bien la mitad de un vestido. Desde el hombro izquierdo atravesaba en diagonal hasta la cadera izquierda. Por detrás era exactamente igual. Seguía por la pierna derecha cada vez estrechándose hasta cerca del tobillo, donde una simple eslabón dorado y pesado colgaba inerte. Vasile se adelantó.

—Nos gusta este vestido— dirigiéndose a la dependienta.

—Está reservado. Para la fiesta de la semana que viene. También es muy caro. En realidad, es de una diseñadora de aquí. Pero no le gusta mucho trabajar. Así que sólo hace un diseño al mes. Se los quitan de las manos. A ella le gusta dejar que su trabajo se quede expuesto un tiempo. Y siempre quiere que un vestido lo lleven dos chicas distintas. Dice que la primera mujer impregna el vestido de sensualidad, para que la segunda lo disfrute con sexualidad. Sé que parece una tontería, pero ...

—Yo lo compraría para mí y para una amiga. Dos mujeres compartiendo vestido— propuso Daphne, con poca fuerza.

—De verdad que me gustaría, pero no puedo reemplazarlo por ningún otro. Y ya está encargado. Y está pensando para una mujer un poco más baja que usted. A la diseñadora no le gustaría que se exhibiese de manera errónea. Ya les digo que es muy puntillosa.

Vasile intervino.

—Es perfeccionismo. Pero debe ser una mujer fascinante.

Daphne se lo quedó mirando. No sabía si besarlo o fastidiarlo. Se echó a reír. Miró a la dependienta.

--Le gustan todas. Pero tiene razón. Parece tener una sensibilidad extraordinaria.

—Quizás puedan conocerla. Le encanta comentar sus diseños, pero yo no tendría muchas esperanzas de conseguir uno exclusivo y con rapidez. La chica que ha comprado éste llevaba dos años esperando. Y ni siquiera se le va a permitir estrenarlo. Yo me considero afortunada porque expone en mi tienda. Hay gente que viene aquí sólo por esto— explicó con orgullo.

Había devoción en sus palabras. Vasile quiso corregir sus palabras.

—La modestia no siempre es una virtud. Algo me dice que si el vestido se expone en esta tienda y, -por lo que nos ha dicho de la autora-, ella debe creer que realmente aprecia lo que hace. También hace falta sensibilidad para eso.

—Lo que yo digo: le gustan todas— dijo Daphne riéndose de nuevo y guiñándole el ojo a la chica.

—¿Puedes ayudarnos a buscar algo para mí? Vasile, dale alguna pista.

—Está bien, está bien. Algo sencillo entonces. Una simple falda de animadora y un top algo incitante. Daphne, si llevas la espalda y las piernas desnudas me sentiré contento— dijo Vasile.

Parecía sincero, pero Daphne le obligó a continuar.

—Sigue. ¿Con ropa interior? ¿Algo ajustado? ¿Incómodo para caminar? ¿Fácil de quitar? O a lo mejor, que puedas meter la mano con facilidad. Ya sabes lo que mucho que me gusta visualizar.

Daphne se sentía mal con lo que le estaba haciendo a Vasile, pero necesitaba sentirse poderosa. Debía de resultarle difícil hablar de esa manera con la chica del mostrador delante. Optó por besarle. Cuando lo dejaron, volvió a mirar a la chica.

—Perdónanos. Es que quiero que me diga lo que quieres sin adivinanzas o chanzas. Quiero que lo lleve puesto, le guste.

—Pues, lo que lleves no le puede disgustar— dijo la dependienta. —En fin, así no venderé nada. Creo que podré sugeriros algo. ¿Os importa si es un pantaloncito en vez de una falda?

A Daphne sí le importaba, pero Vasile, envalentonado, dijo: “Lo del pantaloncito me encanta, si queda bien ajustado y le resulta incómodo. ¿Cómo te llamas?”

—Cris. Sé que tú eres Vasile, aunque tú no te acuerdes de mí. Alguna vez fui a la consulta acompañando a mi padre— le dijo.

—¿No te acuerdas de las chicas guapas? ¿Ves porque te digo que son tan importantes los detalles? Cris ¿tu padre está bien? Yo me llamo Daphne o H4.

—Sí, está muy bien. Gracias por preguntar. Y gran parte del mérito es de Vasile. Recomendó hacer una prueba no estándar. Y se detectó a tiempo la dolencia. Lleva viviendo cinco años de prestado. Seguro que le gustaría invitarte a comer algún día— explicó Cris. Se percibía la angustia que había pasado. El tema no había debido ser tan sencillo.

—No fue para tanto. Ahora recuerdo mejor el caso. Me sonaba tu cara, pero eras bastante joven— balbuceó Vasile. Daphne tiró de su brazo.

—Las chicas crecen y se convierten en mujeres, Vasile, y les gusta que se lo digan. Nunca te inhibas a la hora de adular una chica. Parece mentira que sepas tanto de corazones enfermos. Tienes que rodearte de corazones sanos.

—Debería, Daphne. Tienes toda la razón. Parece que lo conocieras de toda la vida. Yo soy muy amiga de una de las enfermeras del hospital, de tanto ir por allí. Sé que está muy solo. Y no le hagas caso. Pidió la prueba en contra del director del hospital y de otros médicos. Ya sabes, ahorros y procedimientos. Vasile obligó a hacer el test y tenía razón. Hoy en día no se entiende lo importante que es complementar el diagnóstico con un humano y no usar exclusivamente un ordenador.

Cris parecía tan agradecida que Vasile no tuvo más remedio que cogerle la mano.

—No fue para tanto. Hubiera sido mejor fallar en la prueba y que tu padre no hubiera tenido la dolencia. Los pacientes tienden a considerar este tipo de hechos con más trascendencia de la debida. Iré a visitar a tu padre. Y a ti. Ahora debemos pensar en irnos, Daphne debe estar muy hambrienta, según me dijo por teléfono.

Cris no había dejado de buscar entre los estantes y sacó un pantaloncito rojo y un top blanco, que no eran más que dos tiras de tela. Daphne pensó que no cabría en ese minúsculo pantalón, pero Vasile no le dio pie a objetar. Sin preguntar, le levantó el vestido. Daphne, automáticamente levantó los brazos y dejó que se lo quitase. Jennifer lo hacía continuamente. Cris se quedó sorprendida. Estaban en mitad de la tienda. Había un probador en la parte de atrás. Nunca le había pasado nada así. Salió del mostrador y quiso ayudar a Daphne a ponerse los pantaloncitos, sabedora de los ajustados que eran. Cuando vio los zapatos de Daphne, los pies elevados y desnudos, se quedó admirada. Daphne introdujo su pie derecho y luego el izquierdo. A punto estuvo de engancharse. Cris le ayudó a pasar la pernera de cada lado.

—¿Cómo se aguantan? Son los zapatos más impresionantes que he visto nunca— preguntó maravillada, sin dejar de contemplar el efecto en las piernas de Daphne, que trató de contestó mientras a duras penas conseguía que el pantalón traspasase su culo.

—Nanotecnología. Son un regalo de mi amante. La chica que está en el hospital.

—Los pantaloncitos quedarán bien con ellos, porque tienden a hacer las piernas más largas.

Cogió el top del mostrador y se lo pasó por el cuello. Tenía dos enganches al pantaloncito. Daphne notó como todo el conjunto tiraba hacia arriba, pero mucho menos que su atrevido bañador del colegio. La mayor diferencia era que el culo quedaba encerrado, apretado por la tela. Echó un vistazo al espejo de enfrente. No estaba mal. Algo de las nalgas aparecían desnudas por la parte inferior y el resto se discernía con facilidad. Sobresalían. De ahí hasta los pies la silueta inconfundible gritaba sexo. El top tapaba los pechos completamente, pero nada más. La tela que pasaba por la nuca se dividía cada lado. El escote central era profundo e inequívoco. No era translucido pero los pezones puntiagudos quedaban marcados. Los engarces no eran más que dos pinzas metálicas simple. Vasile sólo tenía que soltarlas para jugar con los senos. Los pantaloncitos iban a ser otra historia. Por ahí, estaba inaccesible. No mostraba el pubis ni los labios verticales por la rigidez del pantalón. Todo quedaba comprimido y ya tenía calor. Se los hubiera quitado. Vasile no pensaba igual.

—Te queda perfecto. Como te dije, cualquier cosa que te pongas te sienta bien.

La besó sin importarle que estuviera Cris delante, sin recordar que ya lo había hecho antes.

—Pagaré yo, Daphne. Me hace ilusión— le dijo Vasile. Y sacó la tarjeta. A Daphne no le pareció mal porque era asequible, si no ya se hubiera inventado algo.

(9,50)