Soy originario de Madrid, tengo 34 años.
Desde hace 4 años vivo en Londres, trabajando en una conocida empresa española. Soy ingeniero industrial, y la empresa me envió allí desde Madrid por un periodo indefinido.
Siempre he sido atractivo, tengo buen cuerpo (hago bastante deporte) y mido 182 cm. Las chicas siempre se me han dado bien, especialmente a partir de mitad de los veinte, cuando me solté más.
En Londres me sentí desde el principio como pez en el agua. Viernes al club o bar, conocer chica, marcar.
Al cabo de 6 meses conocí a Lilly, una londinense que trabajaba para un famoso banco americano. Empezamos a salir y ahí acabaron mis noches de desenfreno.
Justo un año después de llegar a Londres, contrataron a Luis desde España para unirse a mi departamento. Tenía 1 año menos que yo, casado con una canaria llamada Julia que tenía 2 años menos que yo, y con una hija de 4 meses.
Luis y yo congeniamos desde el principio. El también era deportista, por lo que quedábamos para ir al gimnasio o salir a correr. Era algo más bajito que yo, de aspecto normal (ni feo ni guapo), pero algo más fuerte. Me comentó que su mujer, Julia, había conseguido que su empresa la enviase a Londres. Allí se reincorporaba a trabajar justo al acabar la baja maternal.
A los 2 meses de llegar Luis a Londres, un compañero de trabajo organizó una fiestecita en su casa para la gente del departamento (éramos unos 30) con sus parejas (si las hubiese).
Yo fui con Lilly. Llegué a la casa y empezamos a hablar con la gente que ya estaba ahí. Luis me dijo que habían encontrado niñera para su hija, pero llegarían un poco más tarde.
Vi entrar a Luis por la puerta, que fue saludando a la gente. Entonces vi detrás de él a Julia. Me quedé embobado mirándola. Era de estatura normal para una española (unos 160 cm), melena hasta los hombros morena, con el pelo pasando por detrás de las orejas, cara redondita muy juvenil, con una media sonrisa constante, ojos oscuros grandes, nariz delicada muy bonita, piel, sin ser muy morena, pero con un color muy saludable, en contraste con el típico blanco pálido de Londres que se veía tanto por las calles. Vestía unos vaqueros que le hacían buen culo. No era un culo tipo actriz explosiva, pero tenía la forma perfecta. La camisa era algo holgada, pero mi ojo experto me decía que ahí dentro había un buen material (entiendo que también favorecido por la reciente maternidad).
Fui a saludarles y ella me recibió con una cálida sonrisa. En realidad lo hacía con todos, era una persona muy cercana y hablaba con una medio sonrisa en la cara siempre. Entablamos en un grupo conversación, incluido Luis y Julia. Julia no tenía un fuerte acento canario, pero si un ligero toque que hacia su forma de hablar lo más bonito que había escuchado nunca.
Luis y yo nos llevábamos bastante bien, así que gran parte de la tarde-noche la pasamos hablando Luis, Julia, Lilly y yo.
Los cuatro entramos en una buena relación. Los meses siguientes los pasamos haciendo planes, una vez al mes salíamos a cenar los cuatro, o venían ellos a mi casa o la de Lilly, o íbamos Lilly y yo a su casa a cenar. De vez en cuando Luis, que tiene un carácter algo irritable, discutía con Julia sobre, en mi opinión, cosas banales. A Julia, que es una chica de carácter bastante tranquilo, se le notaba molesta con estas subidas de tono de Luis. Pero se quedaban en nada, y pronto seguían la conversación afablemente.
Cada vez que la veía, me gustaba más. Me encantaba su cara, su forma de vestir (una faldita y una camisa, o un vestido suelto bonito…). Yo disimulaba muy bien, era la mujer de Luis, mi compañero, y eso era una línea roja. Pero me gustaba demasiado, y aprovechaba la mínima para observarla. Incluso a cotillear las fotos de un USB que Luis me dejó inocentemente para pasarme una serie que tenía en él. Vi a Julia en bikini en una playa. Era una belleza natural. No hacía mucho ejercicio, era simplemente genético. Y tenía efectivamente un par de tetas bien colocadas.
Cuando quedábamos en parejas, nunca hablaba directamente con ella, ni ella conmigo. La conversación la llevaba principalmente Lilly (hablaba por los codos) y Luis. Julia y yo hacíamos comentarios a las conversaciones. Un día, fuimos Luis y yo después del trabajo a tomar algo, y Julia vino con la niña. Cuando hubo que cambiarle el pañal, Luis la llevó, y por primera vez Julia y yo estábamos solos, hablando. Me dio la sensación de que quizá ella se había también fijado en mí. No sé, la mirada, la risa, la conversación…
Luis me comentaba normalmente con total naturalidad su vida privada, sin sospechar nada de mi interés en su mujer. Me dijo que estaban intentando quedarse embarazados, lo que sucedió justo un año después de que llegaran a Londres. Mi estúpida fantasía/utopía con Julia se fue por el desagüe.
En los 9 meses siguientes ocurrieron 3 cosas. Luis y Julia tuvieron otra niña, Lilly y yo rompimos, y Luis me contó que la relación con Julia se deterioró un poco (estrés del trabajo, hormonas, vida con niños).
Tras mi ruptura con Lilly, y el momento no tan bueno por el que pasaban Luis y Julia, dejamos de quedar. No veía a Julia desde 2 meses antes de dar a luz.
En la oficina, a Luis se le veía algo irritado. Necesitaba claramente un descanso. Finalmente, decidió apuntarse a un evento deportivo en España que tenía lugar a los 4 meses de haber nacido su segunda hija. Me contó que necesitaba un tiempo para respirar, ver amigos, pensar, y estaría una semana fuera. Yo le dije que cómo dejaba a Julia aquí sola sin familia con dos niñas una semana. Julia se acababa de reincorporar al trabajo y no podía ir con él. Dijo que no pasaba nada, Julia le había dado permiso y que se las apañaría sola. No querían molestar tampoco a sus padres por una semana en Londres, ya que los billetes desde Canarias estaban caros. A mí me pareció una irresponsabilidad, seguramente consecuencia del carácter exagerado de Luis tendente a sobre reaccionar, y el carácter demasiado bueno de Julia. Pero ellos sabrían, quien era yo para meterme.
Luis se fue un viernes a España y volvería el sábado de la siguiente semana.
El martes, Julia tuvo que pasar por nuestra oficina a recoger un USB que Luis se había dejado en la oficina, y que contenía documentos personales que necesitaba esa semana. Tenía aspecto cansado. Hablamos rápidamente. Hacía meses que no la veía, pero me produjo otra vez esa sensación de embobamiento verla. Le pregunté qué tal se las iba apañando con las niñas. Me dijo que no del todo bien. La vi de hecho muy agobiada, y altruistamente le dije que si necesitaba ayuda, me lo dijese. Era la típica cosa que decir por quedar bien, pero por su reacción, parece que de verdad necesitaba ayuda. Entre la baja de maternidad, el poco tiempo que llevaba en Londres, su exigente trabajo (ocupaba un puesto senior en el departamento legal), no había tenido tiempo de entablar amistad con nadie. Lilly y yo éramos lo más cercano a amigos que tenía. Y ahora que Lilly ya no salía conmigo, solo estaba yo. Me dio las gracias, y me dijo que me llamaría si necesitaba ayuda.
El jueves por la tarde, después del trabajo, me escribió. Me pidió perdón por contactarme a esa hora, pero no tenía a nadie más que la ayudara, y si podía ir a su casa a ayudar. Le contesté que claro.
Mi corazón latía con rapidez. En mi interior me intenté quitar la idea de que pasara algo. Era la mujer de Luis, una madre agobiada y que necesitaba ayuda. No puedo imaginarme lo desesperada que tenía que estar para pedirme que fuese a ayudar a su casa, la vergüenza que le debía dar. No teníamos en realidad una relación de amistad así.
Llegué a su casa, abrió la puerta con el bebé en brazos. Noté que tenía la cara algo manchada, como de haber llorado. Estaba preciosa.
Entré, y aquello era un desastre. Juguetes por todos lados, la cocina llena de cacharros sucios, la mesa llena de platos sucios y comida tirada (niños…), y en el piso de arriba (a la que se accedía por una escalera) seguramente había ropa por todos lados.
-Cómo puedo ayudar -es lo único que pude decir.
Me miró y me dijo:
-haz lo que puedas -con esa medio sonrisa (algo triste esta vez) tan bonita.
Le dije que se subiese a bañar a las niñas y meterlas en la cama, que yo me quedaba recogiendo abajo.
Recogí juguetes, recogí mesa y cocina, y preparé algo ligero de cenar para Julia. Ella bajó tras 45 minutos, con el bebé. La mayor estaba ya en la cama. Cuando vio lo que había hecho, se le iluminó la cara, sonrió, y soltó una pequeña lágrima.
-Todo bien Julia? -le pregunté. Sacudió la cabeza, no quería hablar de ello. Me dio las gracias y un beso en la mejilla.
Yo estaba hecho un flan. No sabía qué hacer ahora. Era la típica situación de mis fantasías. Era el momento en el que empezaban a ocurrir.
Pero una cosa es la fantasía donde todo sale exactamente cómo quieres, y otro la realidad. Esto era la realidad, Julia la mujer de Luis, madre de dos, que necesitaba ayuda y no tenía a nadie más que a mí. La ayudé, y ya está, no ocurriría nada más.
-Bueno -dije.- Me alegro haberte ayudado, me voy yendo que es tarde y mañana trabajamos.
Me miró y me dijo:
-no quieres quedarte a cenar? Después de ayudarme qué menos que ofrecerte cena.
Ese ligero acento canario me estaba matando.
-Vale, es un trato justo, gracias -dije con una sonrisa.
Nos sentamos en la mesa uno enfrente de otro, ella con el bebé en brazos. Julia llevaba los vaqueros de la primera vez que la vi, que tanto me gustaron, y una camisa también holgada. Como en la primera vez que la vi, me pareció que ocultaba dos buenas razones (otra vez favorecida por la reciente maternidad). Hablamos sobre temas banales al principio, y poco a poco nos embarcamos en temas algo más espinosos (Lilly, Luis…). La verdad que me gustaba hablar con ella, congeniábamos. Y me excitaba también esa ligera sensación que tuve la otra vez también, de que no le era totalmente neutral a Julia.
Al cabo de un rato, el bebé empezó a llorar un poco. Y Julia dijo las palabras mágicas:
-cariño, tienes hambre?
Me miró y dijo:
-te importa si le doy el pecho aquí? No quiero subir arriba, para no despertar a la mayor, le cuesta quedarse dormida. Además estoy demasiado cansada para subir ahora.
Conseguí reprimir mi cara de impresión, y conseguí articular decentemente unas palabras en tono de broma:
-no sé, soy muy impresionable, además soy todavía virgen y sería un shock para mí.
Inmediatamente me di cuenta de la gilipollez que acababa de decir. Por suerte Julia reaccionó bien, se rio y dijo:
-venga ya tío, seguro que has visto unas cuantas tetas ya.
Me había seguido la broma y la había multiplicado por dos. Dije:
-vale, está bien por mí.
Pensé que lo que sucedería a continuación sería, Julia se desabrocharía los primeros botones de la camisa y discretamente daría el pecho al bebé. Con suerte conseguiría arrancar una mirada furtiva de su teta. Lo que en realidad ocurrió me dejó de piedra.
Julia se levantó, se dio la vuelta y caminó hacia una cuna que había pegada a la pared. Dejó al bebé en la cuna, mientras le hablaba cariñosamente sobre cómo iba a comer. Desde mi posición veía a Julia de espaldas (buen culo) y ligeramente su perfil derecho. Vi cómo sus manos se movían delante de ella, desabrochándose la camisa. Entonces, una vez desabrochada totalmente, se la quitó y la dejó en una mesilla de al lado. Mi corazón dio un vuelco. Ella seguía hablando al bebé. Yo veía su espalda desnuda, y ligeramente la silueta de la copa del sujetador de su teta derecha. Entonces se echó las manos a la espalda buscando el enganche del sujetador, lo desabrochó. Posteriormente deslizó sus manos sobre los hombros, y se quitó el sujetador, dejándolo también en la mesilla. Ahora podía ver la silueta de su teta derecha, aunque no llegaba a ver el pezón. Lo que los anglosajones llaman sideboob. Se inclinó para coger al bebé, y vi cómo la silueta de su teta colgaba. Mis piernas temblaban, no me creía este momento.
Finalmente, la guinda del pastel. Cogió al bebé y se giró para venir a sentarse en la silla. Ahí estaba, caminando mirando cariñosamente al bebé y hablándole, en vaqueros y topless frontal. Mi cara debía ser un poema, mi mandíbula estaba en el suelo y mis ojos como platos. Tenía unas tetas preciosas, voluminosas (la lactancia…) redondas con unas aureolas y pezones de color marrón muy bien colocados y bonitos. Luis me había dicho que esta vez Julia se había tomado el ejercicio en serio, y un mes después del parto empezó a hacer ejercicio con regularidad. Eso y una genética privilegiada dieron resultados. Tripa plana que daba aún más relevancia a sus bonitas tetas, y no tenía ni una estría.
Se sentó y empezó a dar de mamar a la niña. Se dio cuenta de mi reacción porque me miró ligeramente y dijo:
-va a ser verdad que eres virgen y no habías visto unas tetas nunca antes. Desperté de mi estado de shock y solo reaccioné a decir algo inconexo. Julia se rio y dijo:- tranquilo, ya sé que impresionan, se me han puesto muy grandes con el embarazo.
Con que naturalidad hablaba de sus tetas… En realidad no eran tan grandes, pero su cuerpo pequeño hacía que lo parecieran. Eran muy bonitas, y eso es lo único que reaccione a decir:
-no, no, no es eso, es que son muy bonitas.
Otra vez había dicho una gilipollez. Esta vez Julia reaccionó tímidamente, con una ligera sonrisa mirando al suelo:
-Gracias, siempre gusta que te digan bonitos cumplidos.
Traté de desviar el tema hacia otro lado. Mi polla estaba dando brincos y mi corazón latía a 100. Me puse a hablarle del trabajo y proyectos (vete a saber por qué) mientras ella me miraba con esa media sonrisa. Después de 10 minutos, dije:
-Bueno, voy a recoger la mesa.
Me llevé mi plato al fregadero y fui a por lo de Julia. Me acerqué a su lado, de pie, pero al estar tan cerca, no pude quitar mi mirada de ella, allí desnuda de cintura para arriba. Ella giró su cara, sentada, me miró, sonrió, y con la mano que tenía libre me cogió mis dedos y empezó a jugar cariñosamente con ellos. Yo estaba ahí parado como hipnotizado. Finalmente reaccioné, me senté en la silla de al lado y le puse la mano en el hombro desnudo mientras miraba cómo daba el pecho a su hija. Ella seguía mirándome a los ojos. Le miré a sus ojos, y tras unos segundos, decidí acercar mi cara a la suya. Por fin me la jugaba, me daba igual ya todo, Julia me volvía loco y mi cuerpo iba en autopiloto. Ella no se apartó. Mis labios tocaron los suyos. Empezamos a besarnos, al principio suavemente, saboreando el momento. Tenía unos labios suaves. Empezamos a acelerar, nuestras lenguas se tocaron y los besos alcanzaron un ritmo adolescente. Tras un rato besándonos, de repente la niña empezó a llorar, y Julia se echó hacia atrás. Yo salí de mi éxtasis, y me di cuenta de lo que estaba pasando. Julia se levantó, con cara algo confundida, y dijo:
-perdona, tengo que subir a acostar a la niña.
Yo me quedé ahí sentado perplejo, mirando al suelo. Ni siquiera le miré el culo y tetas mientras se dirigía a la escalera. Como dije antes, la realidad es diferente a la fantasía. En la realidad, estaba nervioso, me entró miedo. Esto era un error. Un minuto después reaccioné, y pensé que lo mejor era irme.
Subí las escaleras para decirle a Julia que me iba. Desde las escaleras dije en voz medio baja que me iba. Su voz salió de la habitación que sus dos hijas compartían:
-espera! Ven un momento.
Terminé de subir las escaleras. La puerta del cuarto de las niñas se abrió, y salió Julia, cerrándola detrás. No solo seguía desnuda de cintura para arriba, sino que además se había quitado el pantalón y solo llevaba puesto un culotte rosa de encaje precioso, que dejaba ver sus bonitas y tersas piernas. Se quedó ahí de pie mirándome, y yo también. Los segundos que pasaron, los dos mirándonos, parecieron eternos. De repente se abalanzó sobre mi, rodeando mi cuello con sus brazos (como pudo, le sacaba una cabeza) y me plantó un morreo en la boca. Inmediatamente la cogí del culo, y ella subió sus piernas rodeándome la cintura.
La lleve así a su habitación, y la puse en la cama. Me quité la camisa, quería sentir esas tetas desnudas en mi pecho. Me tumbé encima de ella y continuamos besándonos como locos. Entonces Julia bajó sus manos y empezó a desabrocharme el cinturón y pantalón. Estaba desbocada, no conocía a esta Julia.
Me bajó el pantalón y tardó medio segundo en meter la mano en mi bóxer, y rodear mi polla (que ya estaba bien dura) con su mano. Mientras nos besábamos, empezó a pajearme a un ritmo intermitente. Yo le manoseaba las tetas. Eran suaves, llenas, voluminosas, me volvían loco, de las mejores tetas que había tocado, si no las mejores. Bajé una mano y empecé a tirar del culotte hacia abajo, me incorporé y terminé de quitárselo.
Aquí tenía por fin a la dulce Julia, buena esposa y madre, tumbada delante de mí totalmente desnuda. Tenía el coño completamente depilado, ni una tira de pelo siquiera. Me fui hacia abajo. Ella lo entendió y abrió sus piernas. Empecé a chuparle el clítoris, poco a poco. Estaba mojadísimas. Chupé y lamí, mientras jugaba con mis dedos en su coño y acariciaba sus piernas, tripa, y extendía mi otra mano para jugar con sus pezones. Usé mis mejores técnicas, y disfrutaba al oír cómo sus gemidos se iban haciendo más fuertes. Tras solo cinco minutos, tuvo un orgasmo brutal, apretó con sus piernas y casi se puso a llorar de placer.
Una vez terminado, me puse de pie al borde de la cama, Julia se sentó delante de mí y me cogió la polla. Se quedó un momento así, mirando mi polla fijamente. Podía imaginar lo que estaba pasando por su cabeza. Julia y Luis se habían conocido hacia 10 años. Y pondría la mano en el fuego, que esta era la primera vez que le era infiel.
Entonces abrió su boca e introdujo lentamente mi polla dentro. A la mitad, cerró sus labios. Empezó a chupar, metiéndosela y sacándosela, pero sin llegar lejos. La verdad, había recibido mejores mamadas. Estaba claro que a Luis no le chupaban la polla con asiduidad. Pero esto me excitaba aún más. Julia me estaba chupando la polla lo mejor que sabía, y ver esa preciosa cara, esos ojos negros que me miraban de vez en cuando mientras se metía y sacaba mi polla de su boca… estaba en Valhala.
Quería follarmela, quería sentir mi polla dentro de ella, no podía esperar más. Interrumpí su mamada y la empujé a la cama. Me puse encima de ella, abrió sus piernas, y coloqué mi polla a la entrada de su coño. Julia respiraba rápidamente, y me miraba a los ojos. Empecé a meterla poco a poco, y vi cómo su cara iba cambiando hasta que cerró los ojos de placer.
Seguí metiéndola y sacándola, cada vez con más ritmo. Tenía el coño mojadisimo. Estaba en la gloria, me estaba follando a mi fantasía. Julia estaba gozando también, gemía cada vez más con cada estocada que la metía, mientras abría y cerraba los ojos, y me rodeaba con sus brazos. Me gustaba sentir sus tetas en mi pecho. Levanté mi cuerpo con los brazos para poder ver cómo sus tetas bailaban con la acción. Mientras me la follaba, sus preciosas tetas se movían acompañando, y la cara de disfrute de Julia era algo para recordar.
Después de un rato, quise probar otra posición. Le dije que se pusiese a cuatro patas, y obedeció al instante. Me puse detrás, desde donde tenía la mejor visión de su culo, que cada vez me gustaba más. Esta posición es la que más me gustaba por tres motivos.
Primero, por lo psicológico. Tenía a Julia, hasta hacía 15 minutos la fiel y dulce mujer de Luis, en una posición de sumisión esperando impacientemente a que se la metiese, lo que hice sin esperar más.
Segundo, porque según me la follaba, mi pelvis chocaba contra su culo, lo que provocaba una sensación estupenda, y un sonido hueco al golpear digno de película porno. Seguí metiéndola a buen ritmo, Julia volvía a gemir placenteramente con cada arremetida, y golpeaba con mi pelvis con ganas contra su culo con cada metida. Me encantaba.
El tercer motivo. En esta posición, sus tetas volaban descontroladas. Inclinándome un poco, podía alcanzarlas con mis manos, sujetarlas y estrujarlas. Noté que se me mojaban las manos. Era leche materna que salía de sus tetas… un efecto de follarte a una mujer en plena época de lactancia. Normalmente me hubiese disgustado, pero en ese momento me puso cachondísimo.
Julia gemía descontrolada, un milagro que sus niñas no se despertasen. Entre gemido y gemido alcancé a entender que dijo que la notaba muy adentro. No sé si era un cumplido, o una queja, pero me dio igual, nada podía pararme ahora del placer de follarmela así.
Bueno, en realidad si había una cosa. Estaba cerca de correrme, y quería ver otra vez su preciosa cara mientras follabamos.
La di la vuelta, se tumbó y me puse sobre ella. Volví a metérsela. Julia tenía una cara de éxtasis, cada estocada era como un orgasmo para ella. No tenía duda de que era la mejor follada que le habían dado nunca (o eso me gustaba pensar). Me iba a correr pronto.
-Me voy a correr -dije.
Entre un suspiro y otro, y mirándome a los ojos, Julia dijo:
-córrete dentro cariño.
Volvería a jugarme todo lo que tenía, a que la única persona que se había corrido dentro de Julia en toda su vida, era Luis. Y aquí la tenía, pidiéndome a mí, que me corriese dentro de ella, y llamándome cariño. Qué más podía pedir, estaba viviendo un sueño.
En un momento de media lucidez, y mientras seguía metiendo y sacando, dije:
-estas segura?
-Sí, no me puedo quedar embarazada durante la lactancia, córrete dentro por favor cariño.
Otra vez, y con ese ligero toque canario en su voz. No hacía falta que lo repitiese más. Aceleré el ritmo.
Éramos dos cuerpos sudorosos uno contra el otro, moviéndonos acompasadamente, sus tetas balanceándose pegadas contra mí, los dos suspirando, gimiendo, besándonos, sus uñas clavadas en mi espalda. Subió sus piernas rodeando mi cadera. Hacía fuerza con ellas, como para que no se escapase ni una gota de lo que le iba a enviar.
Noté como mis huevos se calentaban, y un hormigueo, para sentir inmediatamente una contracción en la base de mi polla. En el siguiente movimiento al meterla, la contracción en la base se trasladó a la punta de la polla y sentí como disparaba potentemente, dentro de Julia. Toda la excitación de la noche se transformó en cinco sucesivos potentes chorros de semen en las siguientes cinco metidas. Había descargado todo lo que tenía, dentro de Julia. Ahogamos nuestra pasión en un suspiro juntos.
La miré a los ojos, la besé, y me eché a su lado boca arriba. Julia se giró, colocó su cabeza sobre mi hombro, pasó su brazo por encima al otro hombro, cruzó su pierna sobre las mías, sus tetas apoyadas en mi costado, y se quedó dormida. No era mi intención quedarme a dormir, pero también caí derrotado.
Me fui pronto por la mañana. Durante el día la escribí para ver cómo estaba. Respondió de forma muy corta, que todo bien, gracias. El sábado volvió Luis, por lo que no me atreví a seguir escribiéndola.
Las semanas siguientes no recibí ningún mensaje de ella. Preguntaba a Luis qué tal las cosas en casa. Parece que todo iba mejor, Julia estaba más cariñosa que nunca con él, y Luis se enorgullecía de que era gracias a su semana de descanso y reflexión. Si él supiese…
Entendí que para Julia solo fui una válvula de escape, que necesitaba en ese momento. Pero me jodía bastante oír esto. La verdad… me había pillado por la dulce Julia, mujer de otro, madre de dos niñas.
Pasaron tres meses en los que no tuve ningún contacto con ella. El siguiente viernes se celebraba un evento anual de la empresa, donde estaban invitados empleados y acompañante. Luis confirmó su asistencia… con Julia.
El evento era por la tarde, un cóctel con bebidas. Yo estuve nervioso toda la semana, no tenía un sentimiento así desde hacía muchos años. No sabía cuál sería la reacción de Julia al verme. No sabía si me odiaba, o no quería verme, o si no quería saber nada de mí. Entendía que fui cosa de una noche, y no esperaba nada más, pero ni un simple mensaje en tres meses… eso me dolió.
Luis y Julia llegarían algo más tarde, ya que tenían que esperar a que llegase la niñera. Estaba conversando en un grupo cuando les vi entrar. Julia estaba radiante. Llevaba un vestido que quedaba justo por encima de las rodillas, ajustándose ligeramente en la cadera. Quería volver a verla desnuda, sentir sus tetas contra mí, besar sus labios, correrme dentro otra vez, correrme en su boca, su cara, sus tetas, su culo. Mi mente echaba fuego.
Se acercaron a nosotros para saludar. Mi corazón latía rápidamente. Julia fue dando dos besos uno por uno, sonriendo. Cuando llegó mi turno, hizo lo mismo, y pasó al siguiente. No me hizo ningún caso especial. Tras unos minutos, no aguanté más y me fui a hablar con otra gente.
La cabra tira al monte, y primero fui a hablar con Cindy, la explosiva asistente del director financiero en Londres. Tras un rato, me aburrí, y pasé a hablar con Miriam, la chica guapa de contabilidad. Además desde aquí podía observar de reojo a Julia, que estaba detrás de Miriam, de perfil con el grupo.
Mientras hablaba con Miriam, me percaté de que Julia me echaba miradas furtivas. Quizá no pasaba tanto de mi como quería hacerme ver, y tenía algo de celos al verme hablar con otras. A la cuarta que me percaté, giré la cabeza y me encontré con su mirada. No la retiró, y me dedicó una bonita sonrisa. Miriam seguía hablando, pero yo solo tenía atención para Julia. Interrumpí a Miriam diciéndole que necesitaba pedir una bebida. Miré a Julia y me entendió. 5 segundos después de llegar a la barra, Julia apareció a mi lado. Pedimos una bebida, y empezamos a hablar mientras esperábamos. Que tal iban las cosas, cómo iba el trabajo, planes que tenían de vacaciones, ese tipo de cosas.
Como Luis había dicho, parece que todo iba muy bien con ella y su familia. Luego me preguntó cómo me iba a mí, y si ya había conocido a alguien después de cortar con Lilly. No mencionó en ningún momento nuestro secreto. Le dije que salía y conocía chicas, pero no encontraba nada que pudiese durar tiempo. Lo que me contestó con una preciosa sonrisa me dejó con las manos temblorosas: no te creo, un tío como tú tendría a la chica que quisiera. Si además les contase lo que sabes hacer, se pondrían todas en fila india para conocerte.
Ni me odiaba ni me había olvidado… Un sentimiento de alegría me inundó por dentro. Sin pensar, dije mirándola a los ojos:
-solo hay una chica a la que quiero, y ella a mí no, así que no es verdad que podría tener a la que quisiera.
El camarero nos puso en ese momento las bebidas, estropeando el momento.
Julia bajó su mirada al suelo. Un momento después volvió a levantar la cabeza, y mirándome con los ojos llorosos, con una medio sonrisa, dijo con su precioso acento:
-adiós, cariño.
Lo nuestro era imposible, pero al menos me ayudó a calmar ligeramente mi sufrimiento interior saber, que ella sentía al menos algo parecido por mí, como lo que yo sentía por ella.
Cogió la bebida y se alejó de vuelta a su grupo. Me quedé mirándola según caminaba, observando el movimiento de su vestido acompañando el balanceo de sus caderas. Cada vez me gustaba más su culo.