(Continuación de “Fiesta con sauna y discoteca”)
*****
Tono estaba feliz de pensar que íbamos a ir a su casa. Para mi padre fue un motivo de alegría ir a casa de su prima. Se fue con el Tío Paco y compraron muchas cosas, una verdadera canasta de botellas, embutidos y no sé cuántas cosas más. Al final es que el Tío Paco se había apuntado a venir. Entonces decidí que los primos y Nestor irían juntos, yo me iría con mi padre y el Tío Paco. No sé por qué a todos les pareció normal. En el coche referí mi extrañeza y el Tío Paco me explicó que era lógico, porque él quería estar con mi padre y conmigo, pues nos tiene menos tiempo, y concluyó:
—”Y tú, Jess, te has pasado una semanita que no has parado un momento en casa”.
—”Me he dejado llevar por mis primos”, repliqué con pícara sonrisa.
—”Me parece bien; te puedo asegurar que has sido para ellos un estímulo; ahora quieren estudiar todos, porque te han visto y se dan cuenta que una persona vale más por lo preparado que está”, dijo el Tío Paco, y yo notaba cómo mi padre escuchaba lo que decíamos con plena complacencia.
—”Ahora te va a costar cuando llegues a casa, después de unos días tan intensos”, soltó mi padre.
—”No creo, papá; tengo mucho por hacer, y los exámenes me van a tener entretenido, luego…, ya sabes…, luego tenemos muchas cosas que hacer tú y yo para preparar la venida de mis primos, porque te aseguro que todos van a querer venir…, seguro”, dije.
—”Seguro que sí; y debes prepararlo todo bien porque los has de recibir mejor que te han recibido todos aquí”, dijo mi padre.
—”Ya será difícil superar al Tío Paco, ya…”, dije, balanceando la cabeza hacia ambos lados y quedó mi cabeza reposando en su pecho, incluso escuché el latido apresurado del corazón del abuelo.
Fue entonces cuando el Tío Paco estuvo reflexionando sobre lo que yo le había dicho de la casa y me dijo que le daba mucha alegría poder disponer para que todos tuvieran vivienda. Yo confirmé mi deseo para que mis primos pudieran disfrutar de las cosas de mi padre. La verdad es que nunca me había sentido tan contento de disponer de cosas a favor de los demás. Le dije al Tío Paco que yo quería tener una vivienda entre ellos pero más pequeña, porque la usaría menos tiempo y que las de ellos tendrían que ser amplias y cómodas ya que se pasarían todo el año allí. Intervino mi padre para decir que ya tenía pensado el proyecto y llevaría los dibujos al arquitecto de su empresa para hacer planos y para que mejorara el proyecto. Manifesté mi total aprobación y cuánto me satisfacía saber que se iba a realizar:
—”Porque no somos unos niños con tiempo por delante, todos estamos con capacidad de formar un hogar no tan lejano en el tiempo, de ahí mi preocupación; pues no quisiera ver a mis primos alquilados, teniendo tanto espacio”, dije.
—”Eso te honra, hijo, no esperaba menos de ti”, dijo mi padre.
—”Y te honra a ti, Antonio, tener un hijo que mira por los suyos”, dijo el Tío Paco.
—”Sí; y ahora me hacéis un monumento; no quiero alabanzas, quiero armonía entre los primos y que nos estimemos como miembros de la familia. Andrés y Sara me preocupan, lo mismo Fernando; el castillo no es la morada de Gaspar y Antonio; pienso que Tono también ha de tener parte entre nosotros…; papá, yo quiero ser feliz, quiero que me miren de frente, quiero tener una familia armoniosa, porque eso es lo que me falta y necesito. Si yo he sido feliz estos días no es porque hayamos ido de aquí para allá, sino porque he estado entre personas que no entienden de rencillas y desamores, sino que saben querer; tú sabes, papá, a qué me refiero, no quiero tener un infierno de vida, no sé si me explico…”, dije esto y se hizo el silencio.
Estábamos llegando y el Tío Paco me indicó que callara, poniendo el dedo índice perpendicularmente a sus labios. Entendí que no quería que hablara de esto delante de los demás y lo comprendí. Pero yo necesitaba expresarme porque, salvo mi padre, a quien veía poco, no sentía el amor de mi madre y mi hermana no sabía expresarlo. Yo sé que mi hermana me quiere y me acepta, pero, como es bastante suya, no sabe expresar el querer. Roxana no completa las acciones, si te comprara un par de zapatos faltaría los pasadores. Yo quiero a Roxana porque, siendo mujer y una niña tan bonita, con la madre que tenemos, no puede considerarla ni su amiga, ni espera recibir ayuda de ella. Y sé que sufre más que yo, porque yo, tengo a mi padre de amigo, ella ni eso. Siempre que me requiere, la atiendo, le escucho, aunque me fastidie el modo cómo me dice las cosas, pero si yo no le hago caso, esa niña se va a desesperar. Por eso la quiero aún más. Mi padre la quiere; decir lo contrario es falso, pero es como ella, no sabe expresar el amor en familia, es decir, con pequeños detalles; cuando es nuestro cumpleaños lo resuelve con dinero, porque no tiene tiempo para comprar nada. En los últimos años, mi padre me da dinero para que le compre alguna cosa a mi hermana, pero ella quisiera recibirlo de manos de mi padre y mi padre no sabe hacer eso; él hace empero las cosas más difíciles, pero los detalles más mínimos se le pierden. Al final, cada uno es como es y, si no sabe hacer las cosas de otra manera, hay que entender. Yo encuentro en mi padre un amigo; lo que me ha pasado siempre es que me falta el tiempo de mi amigo, porque a mi padre lo veo poco; pero, cuando lo veo, cuando lo tengo, me escucha, me ayuda, me comprende y yo hago por entender a mi padre.
Hemos llegado. Hemos estacionado delante de la casa. De inmediato ha llegado también Gaspar con Tono y Néstor. Mi sorpresa fue ver que venían mi tíos Andrés y Fina con Fernando. Aquello se había complicado agradablemente. Gaspar, después de aparcar el coche, salió y se puso a hablar por el móvil. Estaba hablando con Luis y, mientras hablaba, se venía directamente hacia mí. Me toma por los hombros y me pone el móvil en la oreja:
—”Cuando acabéis ahí, sea la hora que sea, os venís todos al castillo, os espero sin falta…”, me decía la voz lastimera de Luis desde el auricular.
—”Pero…, no sé cuándo acabaremos…”, contesté.
—”Eso me da lo mismo, os venís todos…”, insistió Luis.
—”Pero…, ¿qué todos?, ¿quiénes son todos?”, pregunté.
—”Pues todos, joder, tú, Néstor, Tono, Gaspar, Fernando… ¿Quién va a ser?”, insistió Luis.
—”No sé…, yo sí…, si acabamos pronto…, Néstor, pues…, también…”, dije haciendo el recuento.
—”Oye, Jess, no seas hijoputa, y tráete a Tono también; ah, y no me digas mariconadas de esas; a la hora que sea, os espero; ¡júrame que vendréis!”, dijo en serio Luis.
—”Te juro que vamos; no necesito que me expliques nada, iremos todos sin falta”, le dije.
—”Muy bien guapo, pásatelo bien, un beso, primo”, se despidió Luis.
—”Un beso, gracias, Lu…”, contesté.
—”¿Con quién hablabas para darle besos así tan descaradamente?”, preguntó Gaspar, mientras le daba el móvil.
—”Con mi amor secreto”, dije sonriendo en plan sorna.
—”¡No me digas que…; no, no era Luis…”, dijo Gaspar justo en el momento en que ya se había arremolinado toda la pandilla.
—”No sé de qué hablas, no sé por qué te pones así; estaba hablando con mi primo Luis…, y nos hemos despedido”, dije de lo más natural.
—”¿Tu primo Luis? Tu primo soy yo, joder, dime, dime, qué te ha dicho”, dijo vehemente Gaspar.
—”Que me quiere mucho, un poco más que a ti, que se quiere quedar conmigo, que…”, dije en plan de broma y carcajeándome.
—”¿Que tú? Cabronazo, quitanovios, rompenamorados, camisuelta, culisuelto, robanovios, soplanucas, pelavaras, estripacharcos, esgarramantas, bocachancla, morroputa, abrazafarolas, soplapollas, joputa, cabezabuque, morropato, culoplano, malparido, mascachapas, trepababas, rumiamierdas, follaplantas, husmeabragas, revientaviejas, huelebraguetas, cagatrufas, meapilas, asustaviejas, nalgasprietas, comeberzas, malfollado, pichafría, rabilargo, lameculos, malababa, ojosapo, ansiarota, soplagaitas, abreculos, sorbelefas, caraaborto, rascaingles, perroflauta, comebolas, matasanos, catacaldos, descocao, pelazarzas, pagafantas, cuerpoescombro, peinabombillas, aburrevacas, peinaovejas, descalzaputas, escachamatas, cierrabares, pinchatrenes, culofino, culopollo, culocarpeta, rebañacondones, desnortado, lamezurullos, pinchauvas, cagasemen, muerdealmohadas, huelebragas, follawaifus, caraperro, saltacorrales, chupacharcos, mierdaseca, pinchauvas, bocachancla, ratapestosa, tragasemen, mascachapas, pataliebre, chorraboba, eschorrao, mangarranas, peinaanguilas, carapan, mamaostia, chaflameja, cierrabares, culorroto, cagabandurrias, almuerzachicles, carajaula…”, dijo así hasta que explotó de risa.
—”Vaya letanía”, soltó Néstor con los ojos abiertos de par en par.
Gaspar se sentía fatigado tras decir su lista de agravios sin parar; no podía sujetar su ataque de risa al ver la cara de Néstor cuando decía “Vaya letanía”; entonces aproveché para decir a “todos” que esta noche, al llegar no íbamos a parar en casa porque estábamos invitados a ir al castillo a no sé qué.
—”Vamos a cenar en el castillo”, dijo Gaspar, calmando su risa.
—”Por supuesto que vamos todos nosotros, Fernando y Tono inclusive”, dije, señalando a los cinco con el dedo indice.
—”No sé si yo…”, dijo Tono y le interrumpí:
—”Tú te regresas con nosotros, ya lo arreglamos con tu madre…”.
—”No sé qué dirá mi padre…”, terció Tono.
—”Tu padre dirá que sí, aunque sea por quedar bien”, dije en serio.
—”¿Lo veis?, ¿lo veis?, y sigue dando órdenes… ¿Yo ya qué pinto? A que te suelto el resto de la “le-ta-ní-aaaaa”…, dijo esto y volvió a explotar su risa.
—”No te la sabes; si te la supieras ya la hubieras soltado”, dije yo por encima del hombro, y me hacía una señal de darme un sopapo cuando estuviéramos solos.
Entonces, balanceando el dedo índice en plan de negativa, le dije:
—”Eres incapaz de darle a una mosca, pero si quieres mi culo, a tu disposición”.
Me hizo la señal de los cuernos con su mano y siguió riéndose, porque no podía calmarse. Néstor le iba dando palmadas en la espalda a ver si se serenaba. Entramos a la casa y aquello era una bacanal. Entre lo que había preparado la madre de Tono y lo que habíamos traído nosotros, entre dos mesas que allí había no cabía todo. Los españoles comemos como bárbaros y cuando nos juntamos las familias comemos como cerdos y preparamos para “un ejército”, como se dice. Los humanos pensamos que para pasarlo bien hemos de tener las barriga llena; pero luego viene el malestar o la enfermedad y nos estamos estropeando nuestra existencia. La moderación en el comer y en el beber produce libertad y estado de ánimo entero.
En cuanto al sexo, comer lo normal, lo necesario para vivir y no excederse es sano y ayuda a realizar la actividad sexual sin impulsos baldíos. Cuando el sexo depende del estado de ánimo de una borrachera, lo único que alcanza es a una eyaculación con un goce mínimo, ya que lo único que se espera es descargar y quedarse dormido. Es lo mismo que el sexo estando cansado por la actividad laboral. El hombre no debiera dejarse llevar al sexo para descargar intensidades, fatigas, problemas o preocupaciones. El sexo tiene valor en sí mismo. La actividad sexual debiera hacerse estando liberado de problemas, cansancio, presiones o preocupaciones a fin de tener una relación sexual intensa. Cuando el sexo se realiza por amor, esta debiera ser una razón suficiente. Cuando el sexo se realiza por placer igualmente debiera ser razón suficiente. Se goza más y no se convierte la actividad sexual en una escapada o liberación de problemas personales, más cuando esa sería la liberación de uno solo, utilizando al otro para uno mismo. Así el sexo se convierte en puro egoísmo y no se hace participar al otro de la felicidad que produce la actividad sexual armoniosamente entre dos cuerpos. Cuando una persona necesita liberarse momentáneamente de sus problemas tiene, además de la masturbación, otras actividades corporales, no siempre sexuales, para hacerlo. Cuando el sexo se practica entre dos o más personas, debiera ser querido para meter al otro o a los otros en la propia dimensión sexual en sí misma, no como una evasión. Un acto sexual entre dos personas requiere una expresión de intimidad —que no de secreto—, casi religiosa, donde uno y el otro consagran su propia pasión para hacer feliz cada uno al otro. Cuando se trata de más personas, quizá no se consagra la intimidad, pero se puede manifestar el deseo de hacer feliz a los otros mediante el sexo. Toda relación sexual nos compromete entre nosotros para buscar la felicidad y el amor.
En fin, esta disquisición, aunque haya venido a causa de la comida que desperdiciamos, la doy por buena. En la parquedad descubro el honor; en el derroche material el desorden personal. En el sexo de mera satisfacción personal descubro el egoísmo; en la relación sexual generosa descubro la benevolencia y el amor.
El Tío Paco, mi padre, Tía Adelaida y su esposo Fulgencio, tío Andrés y tía Fina se quedaron en casa después de comer con versando en amena tertulia familiar. Los más jóvenes nos fuimos a dar una vuelta. Tono nos llevó a ver el pueblo y acabamos en una terraza de bar sentados, mientras cada uno tomaba lo que le apetecía.
Las hermanas de Tono se quedaron en casa porque tuvimos el despiste de no invitarlas a venir con nosotros. A decir verdad, las hermanas de Tono, Amalia, Adelaida, Liberia y María Angustias no tienen mucho que ver con Tono. Las noté evasivas, huidizas y de pocas amistades. Parece que todas estaban saliendo cada una con su chico.
Al atardecer comenzó a refrescar en el pueblo y salieron a pasear tío Andrés y tía Fina. Nos encontraron en la terraza y se sentaron junto con nosotros. El camarero se presentó para el requerimiento y el tío Andrés nos invitó a todos a una ronda. El tío Andrés es un hombre callado y majo, pero le acompaña una mujer que es para ponerle un monumento. Tía Fina es amorosa, sabe querer a sus hijos y a los amigos de sus hijos. Se había sentado quedando Néstor a su lado y al poco tiempo estaban hablando animosamente. Ella en un momento lo abrazó y lo besó. Parece que nadie se percató, quizá porque estaban acostumbrados. Pero yo, acostumbrado a todo lo contrario, encontré la escena muy llena de cariño, de comprensión, de amor, en definitiva. Tío Andrés, al rato de acabar todos su consumición y habiendo bajado el nivel de conversación, nos animó a irnos a casa para preparar el viaje de retorno, diciendo:
—”No se os olvide que hoy tenéis fiesta en el castillo”.
*****
Llegamos a casa de tía Adelaida y Tono, en privado, me dijo que no iba a venir con nosotros, porque su padre tenía mucho trabajo y no le dejaría ir. Me insistía que sería mejor no decirle nada. Yo le había escuchado atentamente y, no convencido del todo, pensé que se iba a perder una gran oportunidad entre Tono y Néstor para convivir más tiempo juntos y conocerse mejor. Además me sentía en la obligación de poner mis buenos servicios a favor de mi primo y de mi amigo. Me levanté y me acerqué a donde estaba el padre de Tono y le dije:
—”Tío Fulgencio, quisiera hablar un momento contigo a solas”.
Se levantó y nos salimos a un patio interior donde había muchos aperos del campo, y me dijo:
—”Dime eso tan importante que tienes”.
—”Mira, el lunes me voy. Tono se ha hecho muy amigo de todos sus primos y queremos que se venga con nosotros hasta el lunes. Mi padre y yo lo traeremos aquí ese mismo día, cuando nos regresemos. Si te parece, déjalo venir, aunque sé que debes tener mucho trabajo…”, le dije todo suplicante.
—”Tono es un buen hijo. Si no fuera por otras cosas estaría del todo contento con él, pero ese no es el caso; tengo miedo a perderle porque me quedaría solo, todo lo demás que tengo son chicas y no están orientadas al trabajo agrícola. Sé que hará el trabajo cuando venga porque en eso es como una bestia de carga, muy responsable. No te preocupes, yo le diré que vaya con vosotros”, fue su respuesta.
Yo imaginé que lo de “otras cosas” se refería a su orientación homosexual, pero no quise intervenir por ahí. Le dije que me gustaría que Tono estudiara alguna carrera técnica orientada a la agricultura, para que no fuera un mero agricultor de faenas del campo, sino que pudiera desarrollar toda su imaginación e ingenio en la producción agrícola. El padre de Tono se entusiasmó, pero me dijo que tenía cuatro chicas en casa, dos de ellas próximas a casarse y no se podía permitir los gastos de esos estudios. Fue entonces cuando le dije que mi padre me había llevado allí para que animara a mis primos a estudiar y para ofrecerles ayuda para que puedan estudiar, motivo por el cual el dinero no era el problema. Mi tío Fulgencio me abrazó y me dijo:
—”Eres como tu padre, generoso de verdad”.
—”Gracias, tío, pero no te olvides de decirle a Tono que se venga con nosotros”, le dije muy contento.
Entramos donde todos y, como ya se estaban levantando para las despedidas, tío Fulgencio se fue donde Tono y habló con él. Tono reía de contento y desapareció. Al poco tiempo estaba de nuevo con nosotros, metida su bolsa en bandolera, gritando:
—”¿A quién estáis esperando?”.
*****
Lo del castillo fue un ingenio que ese mismo día se había inventado Luis. Imagino que, siendo sábado, se encontraba solo. De ninguna manera podía desaparecer del castillo y decidió organizar una fiesta o algo para tenernos con él. No poder salir un sábado a la calle ni a tomar algo ha de ser horrible. Lo entiendo porque si me ocurriera a mí seguro que me desesperaría. Pensé que Luis estaba discurriendo que si nos quedábamos hasta tarde en la casa de Tono se iba a quedar más solo que la una. Una treta es preparar algo para que vengan todos. Es claro, «yo no puedo ir, pues que vengan ellos». Pero esto, que quizá en otros sería un fastidio, en Luis era una chulada porque los preparativos iban a ser de película. Y así fue.
Luis había preparado junto a la piscina unas mesas llenas de manjares y canastas con diferentes bebidas. Las mesas, las sillas, las toallas para cada uno sobre la silla. La sala para dejar la ropa sobre los sillones y las luces a media caña para hacer una especie de luz y sombra. La zona más iluminada era la mesa para servirnos y comer. Habíamos aparcado los coches después de dar el rodeo de dejar a los padres de Gaspar en casa. El Tío Paco y mi padre fueron con ellos, al menos para estar un rato juntos. Como supe luego, la verdad es que mi padre llevaba interesado ya un tiempo en invertir en la cooperativa del pueblo. El más indicado para hablar sobre el asunto era tío Andrés, ya que tenía la cooperativa a su cargo como gerente. Supe que a mi padre le interesó la posición tomada por tío Andrés e hizo una fuerte inversión. Tío Andrés iba a preparar todos los papeles para convertir a mi padre en uno de los accionistas mayoritarios y mi padre trasladaría parte de su capital de los otros negocios hacia la cooperativa.
Esa era la parte que iba dejar en manos de tío Andrés como ya lo había hecho con los demás negocios en las manos de Tío Paco. Padre e hijo eran iguales de nobles y honrados, de la más absoluta confianza. De todo eso doy fe ahora, después de pasar muchos años, en los que he tenido que ir para hacer una remodelación similar a la que en esta ocasión ha hecho mi padre. Tío Paco y tío Andrés no se han aprovechado nunca de nada, han sido nobles por demás, porque han trabajado para el propietario del dinero y no se han cobrado sus sueldos. Lo que venga en el futuro ya lo podremos conversar, pero en esos negocios se estaban ocupando mi padre y tío Andrés, mientras los mangantes de sus hijos estábamos desnudos dentro del agua o totalmente despatarrados sobre los sillones de plástico junto a la piscina mientras le dábamos a las lonchas de jamón y al buen vino de la tierra.
Luis es un caso aparte de todo el mundo. Está verdaderamente enamorado de Gaspar. Entiende que Gaspar ha de estar con sus primos y que estas son unas circunstancias particulares porque estoy yo a quien no conocían pero habían oído hablar mucho. Mis primos conocían a mi padre, sobre todo Gaspar, Fernando y Andrés. Mi padre les decía siempre que un día me iba a traer al pueblo. Ellos querían ver al bicho de la ciudad. Y desde el primer día nos hicimos muy amigos. Pero tampoco tenían una especial relación con Tono y ahora se habían juntado y se sabían todos queridos por todos. Y por si faltaba alguien, Néstor, a quien no veían bien, lo querían como a un primo más. No puedo ponerme méritos ni ha sido gracias a mí. Yo no he puesto ningún esfuerzo especial. Lo que ha ocurrido es que todos los que estábamos allí habíamos sufrido de una u otra manera, yo quizá menos que ellos, a causa de nuestra orientación sexual.
Es cierto que ellos lo habían sufrido más; en un pueblo se nota más y se sufre todo más que en la ciudad. Néstor, como ya sabéis, ignoraba si era o no gay a pesar de sus inclinaciones ocultas. Gaspar no lo soportaba porque se burlaba de los homosexuales para disimular su condición, lo que Gaspar ignoraba. Aquí cada uno seguía su batalla particular con su mal llamado “problema” personal; era una situación que no les dejaba vivir en paz. Luis estaba refugiado en el castillo hasta que encontró a Gaspar, gracias a Fernando. Cuando Luis y Gaspar decidieron ser el uno para el otro los “problemas” personales menguaron, pero tuvieron que pelear con problemas de grupo. La gente empezó a mirarlos mal porque no escondían su homosexualidad. La suerte que tuvieron fue la tía Fina. Ella supo pronto las cosas que pasaban en sus hijos y a cada uno lo orientó adecuadamente. Los hermanos se sintieron unidos y jamás permitieron que vapulearan a uno por librarse el otro. Hubo mucha gente que pensaban que los dos eran homosexuales y criticaron a sus padres como si ellos hubieran sido los culpables. Otros sabían que solo Gaspar era gay, pero eso les importaba poco porque así no había morbo suficiente. Es mejor dos víctimas que una. Por eso comenzaron a crucificar a Fernando, para tener siempre a mano a quien echar la culpa de todo lo malo que ocurría en el pueblo.
Si llovía demasiado en invierno era un castigo de Dios para este pueblo; si no llovía nada y amenazaba sequía, el cielo se estaba vengando de los habitantes del pueblo por permitir vivir entre ellos a los sodomitas. Hubo quien había propuesto la expulsión del pueblo para toda la familia de sodomitas. Hubo otros que condenaban a Fernando por error, pensando que él era el gay y no Gaspar, dada la contextura más musculosa de Gaspar. Jamás Fernando se defendió y admitía las acusaciones para no tener que señalar a su hermano. El Tío Paco se comportó como un perfecto hombre, padre y abuelo. Cada vez que escuchaba decir a alguien algo contra sus nietos los denunciaba a la policía por difamación, calumnia o lo que la ley le permitía. Nunca dejó que se saliera nadie con la suya. Como quiera que fueron varios los que tuvieron que pagar las multas y otros costes a causa de los juicios, hizo callar, al menos en público, a toda aquella guarida de animales disfrazados de hombres que había en el pueblo.
Tono no tuvo que sufrir como los mellizos, pero nunca pudo manifestarse claramente ni confiar su orientación ante nadie, ni a sus padres, ni a sus hermanas. Todo lo ocultó esforzándose en el trabajo agrícola duro. No tanto porque quería ser agricultor, sino porque sabiendo del sufrimiento de sus primos por los comentarios de sus padres, no siempre acertados ni benévolos, él se veía amenazado si declaraba su orientación. Nunca pidió a sus padres hacer estudios superiores, porque no sabía si podría vivir fuera de su casa con ese peso. Su refugio era el campo, la soledad, el trabajo y, si tenía suerte de conocer a alguien con deseos, fuera o no gay, tener un polvo en secreto. Incluso prefería que sus encuentros no fueran con solteros sino con casados ya que de este modo se aseguraba el silencio de sus amantes a causa del temor que sentían por ser descubiertas sus “depravaciones”. Por eso Tono evitaba ir al pueblo de su madre, a fin de no encontrarse con sus primos mellizos y no ser tildado tan cruelmente como ellos.
Se podría decir que todos habían encontrado la paz y la alegría al podernos juntar. Fernando se sentía uno de nosotros sin ser gay; había sufrido las consecuencias y amaba a su hermano como nadie, excepción hecha de su madre que los amaba más que a su vida. Todos nos encontrábamos juntos, como multitud, y sentíamos que éramos una parte de la población donde reinaba la paz y la armonía. Todos nos sentíamos protegidos unos por los otros y todos por nuestros padres y por el Tío Paco. Incluso Néstor se sentía ya de la familia y miraba con muy buenos ojos la atención que el Tío Paco le prestaba. Había descubierto un ámbito de libertad para manifestarse a sí mismo como lo que era y como quien era. Se sentía querido y aceptado.
Esta fue la semana crucial que toda la familia encontró para descubrir los remansos de paz que tanto anhelaba y necesitaba. Las recompensas habidas para la fidelidad y la honorabilidad de unos, la generosidad de otros, la lucha continua y abnegada que todos tuvieron que sufrir. Cuando referíamos estas cosas se quedaban mirándome para esperar que yo contara alguna de las desgracias tenidas o sufridas por mí a causa de mi homosexualidad. Pero yo no las había sufrido. De todo el grupo fui el único que escapé de persecuciones y desprecios, porque lo único que había probado era alguna majadería que podía yo mismo replicar con otro ataque personal. Alguna vez en el colegio me decía algún compañero que yo era un “maricón de mierda” y casualmente quien estas cosas decía siempre era gente de poco nivel intelectual y se le podía castigar con otro insulto referente a los estudios, desde ignorante a “pedo matemático”.
De todo esto hablamos esa noche en el castillo, entre baño en la piscina y lonchas de jamón, entre cerveza o bourbon. Decidimos que íbamos a dormir todos en el castillo. Lógicamente Luis y Gaspar durmieron en el habitáculo de Luis. Propuse que Tono y Néstor durmieran en la habitación contigua. Solo al día siguiente me contó Néstor las perrerías que hicieron los dos, pero estaba muy contento. Quedamos Fernando y yo para otra habitación. Gaspar se compadecía de mí porque no tenía pareja adecuada. Me dio la lata hasta el fastidio y tuve que decirle que era bueno que me tocara una noche de abstinencia sexual, porque las cosas, si sobreabundan, empalagan y no se aprecian. Con esta reflexión Gaspar se sintió satisfecho y muy tarde y con sueño todos nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones asignadas, no sin antes recoger la ropa que teníamos en la sala.
Como ya es costumbre, antes de acostarme me fui a duchar; por esta razón no me había vestido. Creo que solo se vistieron Luis y Fernando. Le dije que me metería un rato a la ducha para aclarar mi cabeza que me pesaba un poco. Eso significaba que antes me sentaría en la taza para aligerar mis entrañas. En efecto, cuando entré en la ducha, me senté para dejar que el agua me cayera encima sin más y encontré un considerable alivio.
Salí de la ducha y me dispuse a secarme con la toalla. Pero algo me perturbó; me pareció percibir un movimiento en la habitación. No sé si miré. Todo transcurrió al mismo tiempo. Se me cayó la toalla al suelo y la culpé de mi turbación. Decidí castigarla como si fuera alguien o algún animal y sentí deseos de follarla. Inicié mi masturbación sobre la toalla para empaparla con mi esperma. Pero ya sabía yo que no iba a ser de inmediato, porque en la ducha ya me había sobado y había expelido mi buena porción de caliente leche. Pero sentía auténtica aversión a la toalla y seguí pelándomela con desesperación.
De pronto, por detrás de mí, sin haber percibido movimiento alguno, sentí unos cálidos besos en mi cuello por debajo de mis orejas. Besos suaves, besos tiernos, cálidos y amorosos. Unas manos rodearon mi talle desnudo y apartando las mías comenzaron a masturbarme más suave y tranquilamente. Los besos en mi cuello y aquellas manos blandas, suaves y untadas con olorosa crema, serenaron mi ánimo. Notaba el paquete enfundado de mi apresador apretando por entre los glúteos y me entraron sentimientos de liberarlo. Llevé mis manos detrás de mi espalda e intenté desabrochar aquel pantalón. Aunque el inesperado amante me lo facilitó, no podía pasar aquellos botones por sus ojales. Desabroché a ciegas el cinturón y solo así abrí el primer botón y el segundo y el tercero. Sentí frescura en la piel de mis nalgas al caer el pantalón a lo largo de las piernas de mi amante. Arrimó su pecho a mi espalda y sentí su piel contra la mía. Acercó su desnudo miembro a mis nalgas y se separaron para dar paso a aquella misteriosa prenda. Como si la esperase, mi esfínter se puso en manifiesto movimiento interno para autodilatarse y no impedir el paso al miembro asaltante. Tal fue la serenidad y prontitud que con gran facilidad pude engullir el grueso pene hasta lo más profundo del colon.
Suavemente bombeaba metiendo y sacando la polla por el agujero de mi culo, mientras con mayor suavidad aún me iba masturbando. Con mis manos en el trasero de mi inesperado amante acompañaba sus movimientos y luego metía en su agujero, uno, dos y hasta tres dedos. Todo tiene su comienzo y todo tiene su meta. Llegamos intencionadamente al mismo tiempo al orgasmo. Sentía los trallazos de semen en mi interior y dejé rienda suelta a mi polla para llenar la toalla con todo el esperma eyaculado para cumplir la sentencia.
Serenados los ánimos y los espasmos corporales, me volví para agradecer con un par de besos a mi ignorado amante anónimo y mayor fue mi alegría y placer al descubrir que se trataba de mi primo Fernando. Había deseado toda la semana amarlo y tenerlo junto a mí haciendo el amor con él y por él siendo amado, pero su condición de heterosexualidad y con proyectos de casarse con su novia, nunca imaginé que mi deseo predijera hacerse realidad. Lo besé con mayor intensidad y agradecimiento y nos metimos los dos en la cama a seguir dándonos placer.
Por supuesto que de esto no se enteró nadie. En el desayuno, ellos contaron alguna de sus perrerías y yo solo dije que Fernando era buen acompañante para dormir porque no roncaba. Todos se reían cuando decía esto; nunca les pregunté cuál era el motivo de su risa, si mi soledad en la cama o la gracia que les hacía la falta de ronquidos. Pero no había razón para dar mayores explicaciones.
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Continuará: La despedida oficial.