Nuevos relatos publicados: 13

La primera despedida

  • 10
  • 7.163
  • 9,43 (7 Val.)
  • 0

(Continúa a “La solución para Tono”)

*****

Después del banquete que mi padre ofreció a todos los familiares y amigos para dar las gracias y despedirse, vino el tedio de la tarde. Era domingo.

En esa tarde del domingo, como se notaba que estábamos cansados, a nadie se le ocurría qué es lo que íbamos a hacer. A las cuatro y algo de la tarde salíamos del restaurante, a las cinco ya estábamos cansados de estar en casa recordando las emociones y comenzamos a ponernos nerviosos. A Fernando, sin más preámbulo, se le ocurrió decir:

—”Me voy al río a tumbarme bajo un árbol o en la hierba y que se me pasen todas las emociones; como no queréis venir, me voy solo, gracias, abur”.

Yo me había quitado la camisa al entrar en casa, pero todos se pusieron en pie, dejaron sus camisas encima de la mía y seguimos a Fernando. Como Luis había traído su moto antes de ir al restaurante, Gaspar se subió con él. Tono, Néstor y yo nos fuimos con Fernando. Llegamos al río. No había nadie; todo el mundo debía de estar haciendo su siesta. Salimos del coche y nos dirigimos a nuestro lugar. Luis y Gaspar nos llevaban la delantera y ya cerca de donde estaban les vi que se besaban abrazados, aún vestidos. Mis acompañantes lo vieron también y se frenaron. Fernando les dijo que no paremos, que eso lo hacen ellos siempre. Cuando llegué no les dije nada para no molestar y parece que no se enteraron y si se enteraron lo disimularon muy bien. Se estaban comiendo sus labios con total apasionamiento. Me quité el short, como ya iba descalzo, me eché al agua de cabeza desde la orilla. Nadé hasta la otra parte y salí para sentarme sobre las aguas de la orilla en calma. Desde allí contemplaba el beso de Luis y Gaspar y a Fernando hablando con Néstor y Tono. Fernando se metió por su pie en el agua hasta que le llegó a medio pecho y comenzó a nadar hacia donde yo me encontraba. Llegó y le faltaba el aire para respirar. Le ayudé a sentarse.

—”Creo que he bebido demasiado, porque nunca me cuesta tanto como hoy”, dijo Fernando.

—”Pero, ¿estás bien?”, pregunté.

—”Sí, estoy bien, solo un poco cansado; Vamos ahí donde ese sauce grande para tumbarnos”.

Nos levantamos y nos metimos bajo la sombra del sauce llorón o salix babylonica, que es un árbol caducifolio que alcanza hasta 8 y 12 metros de altura, pero el que teníamos aquí tendría hasta unos 25 o 26 metros. Se estaba bien, aunque no corría para nada el viento y el calor caía aplomado, a la sombra, desnudos, se estaba bien. La pena es que a esas horas algunas moscas se ponen pesadas y otras muerden. Pero, como no abundaban, estaba todo bien.

—”¿No vienen ellos?, pregunté.

—”He de decirte una cosa importante y espero que no te molestes”, respondió Fernando.

—”Adelante, desembucha; grave ha de ser para que yo me moleste”, dije presuroso.

—”Sí, sí vendrán; pero has de saber que Luis y Gaspar cuando se ponen así es que van a follar, ¿entiendes?”, dijo Fernando.

—”Eso ya lo imagino; yo pregunto por Néstor y Tono”, repliqué.

—”Ahí está; me han dicho si te molestará que ellos se quedaran un rato allá solos para hablar de sus cosas”, dijo Fernando.

—”¿De sus cosas?, ¿qué cosas?”, pregunté.

—”Bueno, verás, tú tienes parte de culpa...”

—”¿Yo?, ¿qué he hecho de mal ahora?”, interrumpí.

—”Si me dejas, te explico. ¿Dispuesto?, ¿dispuesto a escuchar de un tirón?”, insistió Fernando.

—”Vale; me callo y habla...”

Fernando tragó saliva y comenzó:

—”Tú has conseguido que Tono y Néstor se fijen el uno en el otro...; parece ser que se están enamorando...; quieren hablar de esto y contártelo después...; pero piensan que te va a sentar mal y me han dicho que te prepare; yo quisiera que cuando vengan les escuches y les digas lo que quieras, si te parece bien o mal o lo que quieras, pero ellos han de hablarlo; no sé si me has entendido...”, se explicó Fernando.

Me puse a pensar, si digo que eso es lo que yo quería, seguro que van a pensar que todo estaba preparado; si les digo que no, puede ser el inicio de una ruptura de ellos conmigo y de ellos entre sí. Si no les contesto y me muestro indiferente es probable que les siente mal y aparezca como un hipócrita. Pensé detenidamente estas razones y mil más que se me ocurrieron. Y reaccioné:

—”¿Estarías dispuesto a nadar hasta allí y decirles que no venga aquí ninguno de los dos hasta que hayan concluido su conversación con un buen polvo? Que no sean animales, que se follen a gusto, pero que vengan luego...”.

Estaba yo diciendo estas cosas y ya Fernando se había metido al agua y nadaba en línea recta rapidísimo. Le vi salir del agua sin arquear el cuerpo, como si no se hubiera fatigado; se metió entre los árboles y tardó en aparecer algo más de media hora, incluso me dormí a la sombra del árbol. De pronto me despierta Fernando y estaban los cuatro delante de mi, viendo lo bien que dormía. Me levanté, me fui al agua como si estuviera enfadado, me bañé y salí. Entonces dije:

—”Ya estoy despierto; escucho”, sonreí.

—”Cuéntale, Tono”, dijo Fernando.

—”Mejor que le cuente Néstor que lo entiende mejor...”, desvió Tono.

—”Vale; sentaos todos”, dijo Néstor.

Se sentaron todos en un círculo junto a mí y escuchamos atentamente a Néstor. Yo solo asentía con la cabeza y en silencio a cada frase que decía:

—”Jess, cuando te conocí, me caíste muy bien. Llegué a pensar que nos podíamos enamorar. Pasé buenos ratos contigo. Hemos tenido incluso algunos polvos. Me insinué hacia ti y pensé con esperanza que me responderías. Luego conocí a Tono. Me pareció que no me dabas otra respuesta que ponerme a Tono por delante. Pensé que si sería una cosa preparada ya y tenía cierta repugnancia. Conversando con Tono, resulta que a él le pasaba otro tanto que a mí. Tu insistencia en que Tono viniera a estar aquí contigo hasta mañana lunes me desorientó, porque pensé que te inclinabas por Tono. Luego los dos nos hemos dado cuenta que somos los tres amigos, como lo somos los seis que aquí estamos, y que tú, Jess, te distanciabas y nos dejabas hacer a nosotros. Hemos tenido momentos de desorientación. Los dos estábamos enamorados de ti. Pero ha ocurrido una cosa extraña, estamos enamorados Tono y yo, esa es la verdad. No sabía cómo decírtelo, y lo hemos conversado con Fernando. Él nos indicó que lo habláramos contigo. Por eso nos hemos quedado un rato allí y hemos comprobado que nos queremos, que lo nuestro podría ser posible, y como dijiste a Fernando, hemos tenido un polvo los dos en privado. Estamos seguros de una cosa: nos queremos y quisiéramos hacer posible nuestra vida futura juntos”.

Se calló Néstor, se callaron los pájaros, el agua que fluye en el río dejó de dar su característico sonido de agua corriente en calma, se paralizaron las ramas del sauce llorón, se entrecortó la respiración de cuantos allí estábamos escuchando a Nestor. Nos transportó Néstor con su sinceridad y candidez a una dimensión extraña que nos invadía donde sentíamos que era posible el amor. Me vi en la dolorosa y sentida obligación de interrumpir ese universal silencio para dar aprobación al amor que había nacido, iniciándose en el seno, la confianza y la calidad de personas que éramos aquellos seis amigos o hermanos. Con mucha calma, inicié mis palabras:

—”Qué bien lo has dicho...; pensé que esto podría ocurrir...; no imaginé que nosotros, amigos y hermanos, fuéramos capaces de hacer posible este encuentro de amor entre estos dos amigos nuestros...; al principio, cuando te conocí, te metiste entre mis cejas y no era capaz de hacerte desaparecer de mi cabeza... Pensaba mucho en alguien que se me ha metido en mi corazón y tampoco sé qué voy a hacer con esto mío. Cuando llegó Tono, me impresionó su modo de ser, pero no para apartarte de mi cabeza, sino que se metió junto a ti en mi cabeza. Los dos estabais junto a otra persona y me he debatido para dirimir mi cuestión y tomar decisiones que pueden ser importantes en mi vida. Insistí en que ambos teníais que estar con nosotros, no solo porque vuestra presencia me ayudaba a definir, sino porque los dos, con lo que era vuestro “problema” quería que antes de irme, al menos, desapareciera el “problema”, que no estuvierais acomplejados por ser gays, que no os sintierais raros, no sois bichos raros.

—”Me has dejado con la miel en la boca. Si no entendí mal, ¿tienes un amor allá por la ciudad?”, preguntó Gaspar.

—”No, no tengo ningún amor allá en la ciudad, lo tengo en mi cabeza y en mi corazón”, respondí.

—”Luego, ¡lo tienes! Hala, explica quién y cómo es”, insistió Gaspar.

Les conté lo de mi padre y mi madre y que mi padre se ve con otra mujer que tiene un hijo y que mi padre me va a presentar y les conté con todo detalle la trama de lo que acabaría en divorcio:

—”¡Se llama Miguel!”, concluí.

—”¿Qué más dices de Miguel?, tomó la palabra Fernando.

—”No lo sé. Nunca lo he visto. Es camarero. Voy a proponerle que estudie una carrera y a hacerme amigo suyo. Pero lo tengo metido en mi cerebro y en mi corazón y entrañas; ya sueño con él; no sé qué pasará cuando le vea...”, respondí.

—”Me dejas sin habla; ¿se puede amar a quien nunca se ha visto?, exclamó Fernando

—”Por supuesto que se puede amar a alguien que nunca se ha visto”, dijo Tono todo serio.

—”¿Cómo puede ser eso?”, preguntó Fernando.

—”Creemos en tantas cosas que no vemos… unas importantes, otras ridículas…”, contestó Tono.

Nadamos seguido hasta la otra orilla. Una vez secos por el mismo clima, dice Gaspar:

—”Concurso de meadas, todos en fila”.

Todos alineados y a intentar hacer de cara al río la meada más larga. Ganó Tono. Lo felicitamos todos y después de ponernos el short unos y el pantalón otros, nos regresamos donde el coche para ir al pueblo y salir a tomar algo en una terraza. Gaspar soltó la consigna:

—”Short y tirantes, todos igual pero de distintos colores”.

—”¡De acuerdo, allá vamos!”, respondimos.

Después de arreglarnos según el deseo de Gaspar nos fuimos por el pueblo a un bar con terraza y nos sentamos. Como siempre, yo con mi bourbon, aunque esta vez no era un bourbon de verdad porque no tenían otra cosa, fue un Jack Daniel’s, whisky de Kentucky, un mal menor que no está tan mal, para una noche y un ratito. Pero ciertamente éramos la expectación del pueblo, sobre todo por Gaspar y Luis que no disimulaban nada adrede para escandalizar y reírse de las reacciones de los demás. Yo observaba lo que disfrutaba Fernando de verlos actuar así. En un momento le decía a Néstor que con Tono sería feliz y tenían que ser como Luis y Gaspar. Néstor los miraba igualmente complacido y me explicaba sobre los que pasaban, quiénes eran, qué pensaban y cómo eran. Néstor los conocía muy bien. Yo le dije que esta noche hablaríamos más sobre el asunto de esta tarde. Y me contestó:

—”Si follamos los tres, vale; es lo que nos hemos propuesto Tono y yo como regalo de despedida”.

Nos fuimos a cenar, Luis y los mellizos se fueron a su casa y nosotros a casa del Tío Paco.

Continuará con: Despedida íntima.

(9,43)